unico hotel europeo de la ciudad; Kerrigan vivia con mas que holgura pero sin alardes mientras que Lutz despilfarraba el dinero sin el menor reparo; Kerrigan, en definitiva, llevaba una existencia sobria mientras que Lutz la llevaba desenfrenada. Por culpa de todo ello y de las muchas horas que pasaba en los fumaderos de opio de la ciudad, el aleman, en realidad, era mas pobre que cuando llego a Amoy, y si bien no se dio cuenta de ello durante los seis primeros meses de su asociacion con Kerrigan, si lo noto a partir de entonces y sobre todo cuando, al ano de su alianza, el capitan le propuso comprarle su parte del negocio. Se habian reunido en la casa de este para celebrar con una cena el primer aniversario de Kerrigan amp; Lutz. El festejo fue alegre y brillante, y ya estaban en los postres cuando Lutz, que en contra de lo que se podria suponer a juzgar por su descripcion era abstemio, decidio hacer una excepcion para poder brindar por la continuidad y la creciente prosperidad de la firma, como el llamaba a la compania. Kerrigan, como bien sabemos, no es abstemio, y aquella noche habia bebido algo mas de la cuenta. Creyo que el brindis de Lutz era sarcastico y sintio descubiertas sus intenciones; y torpe y atolondradamente, sin haber podido preparar su discurso ni la manera de decirlo, le hizo su oferta. Lutz no pudo disimular su sorpresa y se quedo paralizado en su silla. Pero Kerrigan no lo advirtio, borracho como estaba, y siguio esbozando argumentos para justificar sus propositos de adquisicion sin que el aleman pudiera sentirse ofendido. Este, por una vez mas astuto que su socio, callo y le dejo exponer sus ideas, y cuando Kerrigan hubo terminado Lutz levanto su copa en alto, repitio el brindis y se la bebio de un trago. Kerrigan hizo otro tanto y se quedo a la expectativa de lo que el otro pudiera decir o hacer. Lutz, entonces, se puso en pie, cogio su sombrero y su baston y ya en la puerta se despidio de el hasta el dia siguiente y dijo:

“Lo pensare”, para salir de la casa inmediatamente despues.

Paso cierto tiempo sin que ninguno de los dos hombres volviera a mencionar aquella noche ni aquella cuestion. Kerrigan, puesto que Lutz habia dicho que lo pensaria, no queria insistir en el asunto por temor a que su socio montara en colera -aunque estaba dispuesto a enfrentarse con el y a matarle si era necesario, preferia evitarlo- y decidio dejarle todo el tiempo que deseara para meditar su resolucion. Lutz, por su parte, continuo inspeccionando los muelles y propinando palizas a los nativos como si nada hubiera pasado. Asi transcurrio un mes y Kerrigan empezo a sospechar que Lutz estaba maquinando algo aunque su comportamiento ni siquiera lo insinuara. Por ello tomo una medida: la de hacerle viajar. Alegando que los empleados de las embarcaciones destinadas al contrabando hacian escalas imprevistas en Hong-Kong y Victoria y alli vendian parte de la carga sin su consentimiento, quedandose ellos con los beneficios de la venta, que luego, claro esta, no declaraban, le indico la necesidad de que uno de los dos -no tenian ningun hombre de confianza que pudiera suplirles- acompanara personalmente los envios y tomara parte en las expediciones. Kerrigan no podia dejar la administracion y su presencia en Amoy era indispensable; las ocupaciones de Lutz, en cambio, podian muy bien ser encomendadas a una pareja de matones. Aunque al aleman no le satisfizo la idea de tener que pasar tanto tiempo fuera de la ciudad no pudo oponerse a los razonamientos de Kerrigan y empezo a dirigir personalmente los viajes al Golfo de Bengala y al Mar de Java. Tanto Kerrigan como Lutz eran expertos en el oficio y por tanto las expediciones en busca de mercancia no representaban un gran peligro para este, que conocia a la perfeccion las rutas de navegacion menos vigiladas y tambien sabia sortear las asechanzas o escapar de las persecuciones de las patrullas de la policia britanica. Pero en muchas ocasiones la llegada de las cargas a las ciudades que las suministraban -Madras y Singapur principalmente- se retrasaban, y Lutz y su embarcacion se veian forzados a permanecer esperando en los puertos varias semanas, con lo que las ausencias del aleman duraban a veces mas de dos meses -bien entendido que, por supuesto, Lutz solo viajaba cuando el genero era muy delicado o de primera categoria-. Ello dejo las manos completamente libres a Kerrigan en Amoy. Por un lado empezo a estafar a Lutz, que ahora se veia imposibilitado para cobrar sus honorarios semanalmente y para revisar las cuentas con tanta frecuencia como lo habia hecho hasta entonces; Kerrigan le pagaba cada vez que Lutz regresaba de una travesia, pero siempre menos de lo que le correspondia. Con esto descartaba un peligro: el de que Lutz hubiera decidido demorar su respuesta hasta que tuviera ahorrado suficiente dinero como para superar la situacion desventajosa en que se hallaba cuando Kerrigan le propuso comprarle su parte del negocio y para gozar de cierto bienestar monetario. Por otra parte, compro con favores la lealtad de la mayoria de los empleados de la compania y -quiza pecando un poco de previsor- instalo en sus oficinas un verdadero arsenal: escopetas, rifles de repeticion, municiones, polvora y pistolas, por lo que pudiera suceder si un dia Lutz daba rienda suelta a su rencor e intentaba tomar el local con una cuadrilla de maleantes. Kerrigan comenzo a sentirse seguro y a confiar en que la compania seria exclusivamente suya en un plazo muy breve. Lutz, con sus constantes idas y venidas -al prosperar el negocio las demandas se habian hecho enormes-, estaba cada vez mas desligado de lo que concernia a la direccion de la firma y se habia convertido en un capataz; o, por lo menos, sus tareas no eran ya las propias de un copropietario acaudalado, sin duda alguna. Los meses pasaron y Lutz, por otra parte, siguio sin hacer la menor referencia a la proposicion que Kerrigan le habia hecho la noche del primer aniversario de la fundacion de la compania. Kerrigan llego incluso a pensar que se le habia olvidado y a preguntarse si tal vez no deberia volver a hacerle su ofrecimiento -muy generoso ya entonces- aumentando la cantidad. Hasta que, once meses despues de aquella noche, Lutz exploto. Como ya he dicho antes, la mayoria de los viajes del socio del atormentado capitan del Tallahassee tenian como meta Madras o Singapur, y era en esta ultima ciudad en la que con mayor frecuencia los encargos se retrasaban y Lutz tenia que pasar varias semanas aguardandolos con su embarcacion anclada en el puerto. Ello, al parecer, le permitio familiarizarse con las costumbres y bares de la ciudad y hacer algunos conocimientos. Aproximadamente once meses despues de aquella noche, como digo, Lutz desembarco en Amoy de regreso de un viaje a Singapur; pero no llego solo: lo acompanaba un hombre de unos treinta y cinco anos, rubio, alto, delgado, cetrino, con un frondoso bigote bajo su nariz, mirada algo torva que tambien podia deberse a una pronunciada miopia sin corregir, vestido exactamente igual que Lutz con la diferencia de que el traje blanco -tan arrugado como el de este- le sentaba bastante mejor, y portando, por lo menos, un enorme pistolon cuya culata asomaba por el bolsillo derecho de sus pantalones haciendo que el faldon de su chaqueta, levantado, se viera especialmente arrugado. Kerrigan los vio descender del barco desde la ventana de su despacho en Kerrigan amp; Lutz / Compania de prestamos y navegacion, e, intrigado, se pregunto quien podria ser el amigo de su socio. Parecia un hombre decidido a pesar de que su figura era desvaida y, desde luego, su mirada no era noble. Su aspecto era el de un rufian, en suma. Los dos hombres, en vez de dirigirse inmediatamente hacia las oficinas de la compania, tomaron el camino que llevaba al hotel en que siempre se habia hospedado Lutz, y Kerrigan penso que este, haciendo un derroche de educacion y buenas maneras que no estaba acostumbrado a ver en el, habia considerado oportuno acompanar a su invitado hasta su alojamiento y aguardar a que se hubiera dado un bano y hubiera descansado un poco de la fatiga del viaje para presentarselo y para entregarle el informe de la operacion efectuada en Singapur, que en aquella ocasion era un cargamento de seda de optima calidad. Sin embargo, ante lo desusado de la situacion, tomo sus medidas: envio a un chino al hotel Cleveland para que saludara en su nombre a Lutz y a su acompanante y les preguntara por el resultado del viaje, y por otra parte cargo dos de sus pistolas y se guardo una, de tamano reducido, en uno de los bolsillos de su chaqueta y puso la otra en el cajon central de su mesa de trabajo. Tambien llamo a dos de sus empleados y les advirtio que estuvieran alerta y que no se alejaran demasiado del edificio por si el los llamaba. Hecho lo cual se sento ante una ventana desde la que se divisaba la puerta principal del hotel y se dispuso a esperar la llegada de Lutz y de su amigo de paso firme y desviacion en la mirada. Se hicieron tardar los dos sujetos y Kerrigan no los vio salir y encaminarse hacia su local hasta hora y media mas tarde. Durante este lapso de tiempo el chino que habia enviado al hotel regreso diciendo que el senor Lutz se habia negado a recibirle. Cuando se cercioro de que se dirigian hacia Kerrigan amp; Lutz Kerrigan se aparto de la ventana, se sento ante su mesa y esparcio algunos papeles y documentos por encima de ella, con el objeto de hacerles creer, cuando entraran, que su llegada no habia logrado apartarle de su trabajo. El recorrido desde el hotel hasta las oficinas de la compania de prestamos y navegacion no era demasiado corto, por lo que el capitan aun tuvo tiempo de asomarse un par de veces a la ventana y observar la marcha de los dos hombres. Ambos caminaban ahora con paso decidido y Lutz no disimulaba una expresion de felicidad en su rostro que Kerrigan no habia visto desde la famosa noche, y esto le inquieto todavia mas. Por fin, de nuevo sentado ante su mesa, Kerrigan oyo el ruido que hacian los botines de Lutz y los zapatos de su companero al subir los escalones del porche y luego unos golpecitos suaves en la puerta de madera. Dijo:

«Adelante», y esta se abrio dando paso a los recien llegados.

Lutz, muy sonriente, avanzo hasta Kerrigan y le ofrecio su mano. Su actitud era cordial y Kerrigan se la estrecho. Entonces Lutz se volvio hacia el hombre alto y delgado y lo presento como el senor Kolldehoff, holandes.

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