actualidad; la segunda razon es mas simple y menos noble: a nadie puede gustarle escuchar sus sanguinarias hazanas, en las que tienen cabida desde el robo a la mutilacion, desde la violacion a la trata de esclavos, desde la traicion al asesinato, desde la tortura a la estafa y al desfalco, desde la calumnia a la delacion. Espero que no me lo reproche, pero en verdad me siento incapaz de repetir, palabra por palabra, las confesiones que Kerrigan me hizo hace unos dias. Lo que nos atane, por lo demas, lo que en cierto modo provoco su enclaustramiento con cinco botellas de whisky y mas tarde su censurable actuacion sobre la cubierta del barco, que puso en peligro, entre otras, la vida de la senorita Bonington, su… ?prometida? -no conteste, por favor, al fin y al cabo no es asunto de mi incumbencia: es tan solo, una vez mas, mi reprobable, insaciable y nunca escarmentado afan de saberlo todo-, no tiene mucho que ver con la figura de un desalmado. Le dire, no obstante, y para evitar que la opinion que se esta usted formando de el -lo adivino en su estupefacta mirada- se asiente definitivamente en su cabeza, que el capitan Kerrigan no es en la actualidad una persona despreciable, miserable, perversa o ruin. El cambio que se ha operado en el con el transcurso de los anos es mas que notable, y hoy en dia nos encontramos ante un tipico caso de hombre atormentado por su pasado, casi totalmente arrepentido de el, y relativamente redimido. Por ello le pido que no lo juzgue con demasiada severidad; recuerde que fue el mismo Kerrigan, en definitiva, quien me rogo que les contara esta historia a la senorita Bonington (de cuya ausencia ahora casi me alegro) y a usted, senor Bayham, con el fin de obtener su comprension -por no decir su perdon-. Lo cual, al parecer -y ello le honra-, tiene una enorme importancia para el. Corria el ano 1892 y Kerrigan, con ya cuarenta y tres, se encontraba, arruinado y prematuramente envejecido, en la ciudad portuaria de Amoy, en el estrecho de Formosa. Durante siete largos anos habia permanecido en los Mares de China traficando -unas veces legalmente, las mas sin autorizacion- en todo tipo de articulos. No era un contrabandista a gran escala; quiero decir que los trayectos que hacia con su pequena embarcacion no eran largos. Los productos que transportaba nunca procedian de America o Europa, y su comercio, por tanto, se reducia al Mar Meridional de la China, al Mar de Java, al Golfo de Bengala y en alguna ocasion excepcional -cuando se trataba de llevar algun articulo de primer orden o una carga cuyo transporte ilegal estuviera especialmente penado- al Mar de Oman. Era, pues, un contrabandista local; aunque las distancias que he mencionado sean ciertamente considerables asi son llamados los traficantes que se limitan a hacer ese recorrido. A pesar de que los focos mas importantes de comercio en esa zona estan situados en Hong-Kong, Macao, Shanghai, Singapur y Batavia, Kerrigan, modesto en sus ambiciones y previendo que en esta ciudad la competencia seria practicamente nula, se habia instalado en Amoy, un puerto de segunda o tercera categoria, con escaso control por parte de la policia y mayor facilidad para encontrar buenas ofertas por productos de mediocre calidad, como eran los que el introducia en el pais. Su negocio, como podra usted suponer, no era ni demasiado espectacular ni demasiado rentable, pero siete anos son mucho tiempo y poco a poco Kerrigan se fue haciendo rico hasta lograr montar con la ayuda de un socio, casi dos anos antes de su quiebra, nada menos que una compania de navegacion. Aunque esta era de corto alcance -tenia una docena de embarcaciones que hacian recorridos entre Amoy y Malaca, entre Singapur y Bintulu, entre Fu-Cheu y Luzon- empezo a dar frutos al poco tiempo, y Kerrigan y su socio, un aleman llamado Lutz, con el que tambien compartia sus negocios de contrabando, comenzaron a nadar en la abundancia y se convirtieron en una especie de caciques de la ciudad de Amoy. Al tener dinero se hicieron prestamistas y, con la impunidad que les proporcionaba su condicion de occidentales, se dedicaron a explotar a la poblacion. Los intereses que cobraban a los confiados nativos por sus prestamos eran desorbitados, y cuando alguno de ellos no podia pagar dentro del plazo establecido, Lutz, un rubicundo de fuerte complexion y aun mayor crueldad que la del capitan Kerrigan, lo buscaba por toda la ciudad hasta encontrarlo y lo apaleaba sin compasion hasta la muerte. Este caballero era en verdad temible, insolente y despotico. Gordo mas que corpulento, de cara redonda coronada por una estropajosa mata de cabellos rubios y ondulados, no rebasaria los cuarenta. Todo el era sonrosado y cuando se excitaba o enfurecia su rostro se hinchaba alarmantemente y una gruesa vena aparecia en su frente o en su cuello, segun la estacion del ano. Vestia siempre con la misma ropa: un traje blanco y arrugado cuyos pantalones le quedaban demasiado anchos, unos botines negros que -quiza porque contrastaban con su desalino general- relucian mucho, camisas de color crudo o azul claro y una corbata granate tan ancha que cuando se desabrochaba los botones del chaleco cubria por completo su voluminoso estomago. A estas prendas anadia, de vez en cuando, un desgastado sombrero panama y un baston descomunal. Sus ojos eran diminutos y por ello de color indescifrable, su menton inexistente y su nariz indudablemente alemana. De estatura mediana, la grasa hacia de el un hombre bajo y desproporcionado; y a pesar de que llevaba el cinturon muy alto, sus piernas resultaban cortas. Solia pasear todas las mananas por el puerto observando con mirada displicente las maniobras de los marinos y los estibadores; con su baston en la mano, adoptaba los ademanes de un estricto general pasando revista a sus tropas, y aunque los nativos se mofaban de el a sus espaldas, su presencia en cualquier lugar de la ciudad imponia respeto y temor. Kerrigan era, seguramente, tan despiadado como el, pero sus ambiciones eran mas abstractas y por tanto mayores que las de Lutz y por ello dejaba que el aleman se ocupara como era su deseo de las cuestiones publicas -por llamar de alguna manera a sus obligaciones: tratar con los subordinados, cobrar las deudas, sobornar a las autoridades y en definitiva ser la cabeza visible de Kerrigan amp; Lutz / Compania de prestamos y navegacion-, haciendose el cargo de la administracion. Por ello era Lutz quien despertaba el miedo entre los habitantes de la ciudad y quien recibia todas las peticiones y ruegos, pues aquellos, acostumbrados a tratar con el y a sufrir sus frecuentes arrebatos de ira, le consideraban el dueno y senor de la sociedad, cuando en realidad Lutz, en muchas ocasiones, se limitaba a cumplir las ordenes que en forma de sugerencias Kerrigan le daba. Huelga decir que este era el verdadero cerebro y organizador de Kerrigan amp; Lutz, no solo porque era mas inteligente y astuto sino tambien porque nuestro capitan, antes de instalarse en Amoy, habia ejercido numerosas profesiones, entre las que se contaban mas de una de indole semejante a la que desempenaba en aquel puerto chino. La aportacion de Lutz al negocio habia sido principalmente monetaria. Habia conocido a Kerrigan diez anos antes en Africa, cuando ambos se dedicaban al negocio de trata de esclavos; Kerrigan, tal vez pensando que aquello era demasiado innoble -como creo que ya le dije, su arrepentimiento fue a reganadientes y gradual-, lo habia abandonado rapidamente, pero Lutz habia seguido con ello cuatro anos mas, durante los cuales se habia enriquecido. Y, enriquecido, habia huido del continente africano perseguido por la justicia de varios paises y se habia establecido en Batavia sin ningun fin determinado. Alli empezo a dilapidar la fortuna que principalmente habia acumulado en el Sudan hasta que Kerrigan, en uno de sus viajes a esa capital, se lo encontro y le propuso la fundacion de la compania. Lutz era, pues, un hombre poco inteligente, menos previsor y un tanto tosco que vivia sin planes y perdia el dinero con la misma rapidez con que lo ganaba. Para el no habia mas futuro que el inmediato y si accedio a tener una participacion en el proyecto de Kerrigan fue porque cuando este se lo sugirio no tenia nada que hacer ni ninguna fechoria en perspectiva y no porque, como Kerrigan, pensara que ya iba teniendo edad para retirarse y que establecerse en algun lugar concreto con algun negocio concreto fuera la unica forma de hacerlo con tranquilidad y de asegurarse el porvenir -pues el capitan Kerrigan, ya desde entonces (al fin y al cabo solo siete anos antes de instalarse en Paris), pensaba seriamente en la posibilidad de poner un punto final a sus continuos traslados-. Asi pues, Kerrigan dejaba hacer a Lutz, a quien deseaba tener contento, y con ello, ademas, lo mantenia apartado de los asuntos que no le incumbian, tales como la contaduria y los contratos de la sociedad. No quiero decir con ello que Kerrigan enganara a su socio; conociendolo como lo conocia eso nunca se le hubiera ocurrido. Lutz, aunque no inteligente, era listo -no en balde habia actuado al margen de la ley durante toda su vida sin haber sido apresado mas que una vez- y procuraba inspeccionar mensualmente las cuentas de Kerrigan y comprobar los numeros con gran minuciosidad. Aun siendo copropietario preferia cobrar un sueldo semanal de manos de Kerrigan a tener que hacer balances, presupuestos, deducciones de gastos y demas para luego extraer la cifra que le correspondia de las ganancias netas. Permitia -y en realidad tambien agradecia- que Kerrigan se ocupara de ello y el se limitaba a revisar las operaciones del americano y a cuidarse de no ser estafado. El escogia, en definitiva, las actividades mas ruines. Pero el metodo de cobro que Lutz habia ideado para si no era perfecto ni mucho menos y, sobre todo, tenia un gran defecto: las cantidades que Lutz percibia cada semana eran, obviamente, algo reducidas. Y el aleman, como siempre habia hecho durante toda su agitada existencia cuando habia dispuesto de dinero, se lo gastaba. Mientras Kerrigan, que sacaba su parte de la caja mensualmente, guardaba casi el total de sus ganancias particulares o lo invertia, Lutz, en algunas ocasiones, hasta; se veia obligado a pedirle que adelantara en veinticuatro o cuarenta y ocho horas la fecha -sabado- senalada para cobrar, a tal velocidad consumia sus honorarios. Y esto sucedia eminentemente porque Lutz no tenia capacidad de organizacion. Kerrigan habia hecho su hogar de tres habitaciones desocupadas del edificio -de madera y de una sola planta- que hacia las veces de oficina de Kerrigan amp; Lutz, mientras que este vivia en el
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