Westminster se elevaban esplendidos edificios, pero a sus mismas espaldas se encontraban unos barracones en ruinas en los cuales vivian unos seres humanos amontonados en una sola habitacion que daba al establo, insuficiente este tambien para las vacas. «Dos habitantes por cada siete pies cuadrados», decia mister Beames. Este se creyo en el deber de contarle a la gente lo que habia visto. Pero ?como describir, sin herir las conveniencias, un dormitorio situado encima de un establo, y donde se apinaban dos o tres familias, teniendo en cuenta ademas que el establo no tenia ventilacion y que a las vacas las ordenaban, las mataban y se las comian debajo del dormitorio? Para esa tarea descriptiva -como comprendio mister Beames cuando quiso intentarla – no bastaban los recursos del idioma ingles. No obstante, tenia la conviccion de que debia contar lo que habia observado en su paseo de una tarde por algunas de las parroquias mas aristocraticas de Londres. El peligro del tifus era grandisimo. Los ricos no se daban cuenta del riesgo que corrian. No podia callarse despues de haber descubierto lo que descubriera en Westminster, Paddington y Marylebone. Por ejemplo, visito una antigua mansion que habia pertenecido en tiempos a algun gran aristocrata. Aun quedaban restos de las chimeneas de marmol. Las estancias artesonadas y los balaustres labrados; pero el pavimento se hallaba destrozado y las paredes destilaban suciedad. Unas hordas de mujeres y hombres semidesnudos se habian acuartelado en las antiguas salas de fiestas. Siguio su paseo y hallo, en el lugar que antes ocupaba otra mansion senorial – mandada derribar por un constructor con iniciativas -, una casa de vecindad, hecha de pacotilla. La lluvia calaba el tejado y el viento atravesaba las paredes. Vio a un nino que llenaba una lata del agua verdosa y brillante que corria por el arroyo, y le pregunto si bebian esa agua. Si, la bebian y lavaban con ella, pues el propietario solo dejaba correr el agua dos veces a la semana. Este espectaculo era mucho mas sorprendente porque se lo encontraba uno en los barrios mas apacibles y civilizados de Londres, «hasta las parroquias mas aristocraticas tienen su porcion». Detras del dormitorio de miss Barrett, por ejemplo, se hallaba uno de los peores recovecos de Londres. Can aquella pulcritud se mezclaba esta inmundicia. Pero, desde luego, habia algunos barrios que desde mucho tiempo antes fueron invadidos totalmente por los pobres, y en ellos vivian sin que nadie los molestase. En Whitechapel – o en un espacio triangular al final del camino de Tottenham Court -, la pobreza, el vicio y la miseria habian desarrollado sus germenes, propagandose durante varios siglos sin interrupcion. Alrededor de Saint Giles se agrupaban una gran cantidad de viejos edificios que «casi constituian una colonia penal, una verdadera metropolis de la miseria». Muy acertadamente, se llamaba grajales a estos conglomerados humanos de pobreza. En efecto, los seres humanos pululaban en aquellos lugares como los grajos, que se amontonan hasta ennegrecer las copas de los arboles. Solo que los edificios no eran arboles, ni edificios siquiera eran ya. Eran celdillas de ladrillo separadas por veredas cubiertas de basura. Todo el dia hormigueaban por esas sendas incontables seres humanos a medio vestir; por la noche recibian ademas el alud de los ladrones, mendigos y prostitutas que se habian pasado el dia ejerciendo sus respectivas profesiones en el West End. La policia no podia hacer nada. Nadie podia hacer mas que apresurarse en volver a casa o, lo mas, hacer observar – como lo hizo mister Beames – con muchas citas, evasivas y eufemismos, que todo no iba lo bien que debia ir. Era posible que se declarase el colera, y seguramente con el colera no servirian las evasivas.

Pero en el verano de 1846 nadie habia hablado aun de aquello; y lo unico prudente para los que habitaban en Wimpole Street y en sus cercanias era mantenerse estrictamente dentro del area «respetable» y que llevara usted su perro sujeto. Si se le olvidaba a uno este detalle, se pagaba una multa por la distraccion como iba a pagarla ahora miss Barrett. Eran de sobra conocidos los terminos en que se basaba la estrecha vecindad de Wimpole Street y el barrio de Saint Giles. Los de Saint Giles robaban lo que podian; y la calle Wimpole pagaba lo que debia. Por eso empezo Arabel en seguida «a consolarme, haciendome ver que por diez libras como maximo podria recuperarlo». Se sabia que mister Taylor habria de pedir unas diez libras por un spaniel de la variedad cocker. Mister Taylor era el jefe de la banda. En cuanto una senora de Wimpole Street perdia su perro, acudia a mister Taylor; este fijaba el precio y se lo pagaban; si se negaban a pagar, se recibia en Wimpole Street, al dia siguiente, un envoltorio de papel de estraza que contenia la cabeza y las pezunas del perro. Por lo menos, esto le habia ocurrido a una senora por haber querido regatearle a mister Taylor. Desde luego, miss Barrett estaba dispuesta a pagar. Por tanto, al llegar a casa encargo del asunto a su hermano Henry, el cual fue a entrevistarse con mister Taylor aquella misma tarde. Lo encontro «fumando un puro en la habitacion adornada con cuadros» – se decia que mister Taylor reunia una renta de dos o tres mil libras al ano gracias a los perros de Wimpole Street – y mister Taylor prometio que conferenciaria con su «Sociedad» y que el perro seria devuelto al dia siguiente. A pesar de la vejacion que esto suponia y del trastorno causado con ello a miss Barrett en unas circunstancias en que necesitaba todo su dinero, habia de resignarse a las consecuencias inevitables de haher olvidado – en 1846 – llevar a su perro bien sujeto.

Pero Flush si que habia de sufrir unas consecuencias mucho peores. Miss Barrett pensaba: «Flush no sabe que podemos rescatarlo.» Era cierto; Flush no llego nunca a dominar los principios en que se basa la sociedad humana. «Se perfectamente que se pasara toda esta noche lamentandose y aullando», escribia miss Barrett a mister Browning en la tarde del martes, 1? de septiembre. Pero, mientras miss Barrett escribia a mister Browning, atravesaba Flush los peores momentos de su vida. Estaba tremendamente desconcertado. En cierto momento se hallaba en la calle Vere, entre lazos y encajes; al momento siguiente, cayo dando tumbos en un saco; fue zarandeado velozmente por varias calles y por ultimo lo dejaron caer del saco… aqui. Se encontro en la oscuridad mas absoluta, en un lugar frio y humedo. Cuando se le fueron pasando los mareos pudo ir descubriendo algunos objetos de aquella habitacion baja de techo y oscura: sillas rotas, un colchon tirado en el suelo… Luego lo cogieron, amarrandolo fuertemente por una pata a algun obstaculo. Algo se revolcaba por el suelo; no podia ver si era un ser humano o un animal. Entraban y salian – dando traspies – unas botazas, y se arrastraban a su alrededor unas faldas muy sucias. Las moscas zumbaban sobre unos desperdicios de carne que se pudrian en el suelo. Unos ninos se le acercaban, arrastrandose desde los rincones donde la oscuridad era mas densa, y le pellizcaban las orejas. Se quejaba, y entonces una mano muy pesada le propinaba unos golpes en la cabeza, lo que le hacia acoquinarse en el reducidisimo espacio cubierto de ladrillos humedos, pegado a la pared. Ahora podia ya ver que el suelo estaba poblado por animales de diversas clases. Unos cuantos perros roian un mismo hueso, ya corrompido. Parecia que iban a salirseles las costillas. Estaban todos medio muertos de hambre, sedientos, enfermos, desgrenados y sin cepillar; sin embargo, Flush noto que todos ellos eran perros de la mejor sociedad, perros encadenados, perros de los que van con lacayo, como el mismo lo era.

Se estuvo tendido horas enteras sin atreverse siquiera a gimotear. La sed era lo que mas le hacia sufrir; el sorbo que tomo de aquel agua verdosa y espesa -en un cubo a su alcance – le repugno muchisimo; por nada del mundo hubiera seguido bebiendo. Y lo curioso es que un galgo de majestuosa presencia estaba bebiendola con delectacion. Cada vez que abrian la puerta, miraba hacia alli. Miss Barrett… ?Era miss Barrett? ?Habia venido por fin? Pero tan solo era un rufian peludo que los echaba a todos a un lado, a patadas, y, dando tumbos, se dirigia a una silla rota en la que se dejaba caer. Luego se fue intensificando la oscuridad. Apenas podia distinguir ya las formas que habia en el suelo, en el colchon, o en las sillas rotas. Un cabo de vela fue adherido a la repisa de la tosca chimenea. Afuera, en el callejon, encendieron una tosca lampara, que permitia a Flush ver, a su luz debil y vacilante, los terribles rostros que curioseaban por la ventana. Despues entraban, hasta que la habitacion, ya repleta, se puso tan atestada que Flush hubo de encogerse y apartarse aun mas contra la pared. Aquellos monstruos horribles – unos, andrajosos; otros, emperifollados con pintura y plumas – se agazapaban en el suelo o se encorvaban sobre las mesas. Empezaron a beber, a insultarse y a golpearse unos a otros. Seguian volcando perros de los sacos que traian. Perros falderos, setters, pointers, con los collares aun puestos… y una cacatua gigantesca que alborotaba y revoloteaba aturdida de un rincon a otro, chillando: Pretty Poll, Pretty Poll!, en un tono que hubiera aterrado a su duena, una viuda que vivia en Maida Vale. Tambien abrieron las mujeres sus bolsos y desparramaron por la mesa las pulseras, los collares y broches como los que Flush habia visto llevar a miss Barrett y a miss Henrietta. Los demonios aquellos elavaban sus garras sobre las joyas, lanzaban denuestos y se peleaban a causa de ellas. Los perros ladraban. Los ninos gritaban y la esplendida cacatua -Flush habia visto a menudo pajaros de estos en las ventanas de Wimpole Street – chillaba: Pretty Poll, Pretty Poll!, con ritmo cada vez mas rapido, hasta conseguir que le arrojasen una zapatilla. Entonces agito fuertemente sus alas de color gris-plomo, salpicadas de manchas amarillas, lo cual motivo que se apagase la vela. Oscuridad completa en la habitacion. Fue intensificandose el calor por momentos; el bochorno y el hedor se hacian insoportables; a Flush se le abrasaba la nariz, se le contraia la piel… y miss Barrett sin venir.

Miss Barrett yacia en su sofa de Wimpole Street. Estaba muy contrariada, se preocupaba mucho, pero no se habia alarmado seriamente. Claro que Flush sufriria; se pasaria toda la noche gimiendo y ladrando, pero solo era

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