Solo mister Browning, en la butaca, hablando con miss Barrett, recostada en el sofa.

Llego a hacersele imposible dormir mientras estaba alli aquel hombre. Flush escuchaba continuamente, con los ojos muy abiertos. Aunque no podia entender las palabritas que chocaban encima de su cabeza, desde las dos y media hasta las cuatro y media – tres veces a la semana – si podia captar con terrible exactitud que el tono de las voces iba cambiando. La de miss Barrett habia sonado al principio con un tono forzado y una animacion ficticia. Ahora habia ganado un ardor y una confianza como Flush no le oyera hasta entonces. Y, cada vez que venia el hombre, surgia un nuevo sonido en sus voces: en ocasiones, producian estas una chachara grotesca o bien pasaban sobre el rozandole levemente como pajaros en vuelo; otras veces, se arrullaban y cloqueaban como algunas aves; y, poco a poco, se iba elevando la voz de miss Barrett, remontandose en espiral por el aire. Entonces, la voz de mister Browning ladraba con sus asperas risotadas, y, poco despues solo se oia un murmullo, un moscardoneo tranquilo de ambas voces en una. Pero, al convertirse el verano en otono, noto Flush, con horrible aprension, que aparecia un tono distinto a los anteriores. La voz del hombre revelaba una urgencia, una energia, un afan de convencer diferentes, y Flush comprendia que esto asustaba a miss Barrett. Su voz se turbaba, vacilaba, y parecia irse apagando y entrecortarse, haciendose suplicante en ciertos momentos, como si solicitase una tregua, como si tuviera miedo… El hombre callaba entonces.

A el le prestaban muy poca atencion. Mister Browning le hacia el mismo caso que si hubiera sido un leno colocado a los pies de miss Barrett. A veces, al pasar junto a el, le restregaba la cabeza vivamente, de un modo espasmodico, con energia y sin sentimiento. Fuera aquello una caricia o no, Flush solo sentia una profunda aversion hacia mister Browning. Solo con verlo tan bien vestido, tan tieso, tan vigoroso, retorciendose sus guantes amarillos… solo con eso se le afilaban los dientes. ?Oh, si los cerrara con todas sus fuerzas sobre la tela de los pantalones! Pero no se atrevia. En conjunto, aquel invierno – 1845-46 – fue el mas angustioso que paso Flush en su vida.

Transcurrio el invierno y presentose otra vez la primavera. Flush no le veia el fin a aquello. Y, sin embargo, asi como un rio – aunque este reflejando arboles inmoviles, vacas paciendo y las cornejas que regresan a sus ramas – fluye inexorablemente hacia una catarata, asi fluian aquellos dia, hacia una catastrofe. Flush estaba seguro de ello. En el aire flotaban rumores de mudanza. Llego a pensar que era inminente algun exodo de grandes proporciones. Se notaba en la casa esa perturbacion indefinible que precede – pero ?seria posible? – a un viaje. Sacudian el polvo a las cajas, y, por increible que parezca, las abrian. Luego las volvian a cerrar. No, no era la familia la que se mudaba. Los hermanos y las hermanas seguian entrando y saliendo como de costumbre. Mister Barrett visitaba a su hija -cuando se marchaba el hombre aquel- a la hora de siempre. ?Que iba, pues, a suceder? Porque desde luego pasaria algo; de eso no le cabia a Flush la menor duda al finalizar el verano de 1846. Lo percibia nuevamente en el sonido alterado de las eternas voces. La de miss Barrett, que habia sido suplicante y temerosa, perdio su tono entrecortado. Sonaba con una decision y una audacia que Flush no le habia oido nunca. ?Si mister Barrett hubiera podido oir aquel tono con que acogia al usurpador, las risas con que lo saludaba, la exclamacion que el proferia al tomar en sus manos las de ella! Pero en la habitacion solo estaba Flush con ellos. Y para el el cambio resultaba de lo mas deprimente. No era solo que miss Barrett cambiase respecto a mister Browning, sino que cambiaba en todos sentidos… incluso hacia Flush. Trataba sus carantonas con mas brusquedad; riendose, le cortaba en seco sus zalemas, dejandole la impresion de que sus manifestaciones de carino resultaban afectadas, insignificantes y tontas. Se exacerbo su vanidad. Inflamaronse sus celos. Por ultimo, al llegar el mes de julio, decidio realizar un violento esfuerzo para reconquistar el favor de su ama, y quiza para expulsar al intruso. No sabia como llevar a cabo este doble proposito; no se le ocurria un plan aceptable. Pero de pronto – el dia 8 de julio- lo arrastraron sus sentimientos. Se arrojo contra mister Browning y le mordio ferozmente. ?Por fin se habian cerrado sus dientes sobre la inmaculada tela del pantalon de mister Browning! Pero la pierna que encerraba era dura como el hierro… La pierna de mister Kenyon era de mantequilla, si se comparaba con esta. Mister Browning lo aparto de si con un papirotazo y siguio hablando. Ni el ni miss Barrett parecieron conceder al ataque la menor importancia. Flush, vencido en toda linea, deshecho, con todas sus flechas agotadas, volvio a tumbarse en los cojines, jadeando de rabia y decepcion. Pero se habia equivocado respecto a la reaccion interna de miss Barrett. Cuando marcho mister Browning, esta llamo a Flush y le infligio el peor castigo que recibiera en su vida. Primero le dio un coscorron en las orejas… Eso no tenia importancia; aunque parezca mentira, le agrado aquel golpecillo y le hubiera gustado recibir otro. Pero lo malo fue que le dijo luego, con su tono mas serio, que ya no lo queria. Aquel dardo se le clavo en el corazon. Tantos anos viviendo juntos, compartiendolo todo, y no lo queria. Que no volveria a quererlo… Entonces, y como para significarle bien que habia caido en desgracia, cogio las flores que trajera mister Browning y las puso en agua en un jarro. Flush penso que este acto estaba calculado para hacerle sentir de modo definitivo su propia insignificancia. «Esta rosa es para el», parecia decir miss Barrett, «y este clavel. Que luzca el color rojo junto al amarillo; y el amarillo junto al rojo. Y aqui el verde de las hojas…» Colocando las flores unas al lado de otras, se apartaba de ellas unos pasos para contemplarlas como si el hombre de los guantes amarillos se hubiera convertido en una masa de flores de vivo colorido. Pero, aun asi, aun estando embelesado con flores y hojas, no pudo desprenderse por completo de la mirada fija que Flush tenia clavada en ella. No podia dejar de notar aquella «expresion de profunda desesperacion en su cara». No tuvo mas remedio que aplacarse. «Por ultimo, le dije: «?Si fueras bueno, Flush, me pedirias perdon!, y, cruzando rapidamente el cuarto, temblando como un azogado, beso primero una de mis manos y luego la otra, tendiendome las pezunas para que se las estrechase, y me miro a los ojos con tal expresion de suplica en los suyos, que tu tambien lo hubieras perdonado.» Esta fue la relacion de lo sucedido, enviada por miss Barrett a mister Browning; y el contesto. «?Oh, pobre Flush!, ?crees que no lo quiero y lo respeto por su celosa supervision… por tardar tanto en aceptar a otra persona, despues de haberte conocido…?» A mister Browning le era facil mostrarse magnanimo, pero esa magnanimidad sin esfuerzo era quiza la espina mas dolorosa que tenia clavada Flush.

Otro incidente, ocurrido pocos dias despues, demostro cuan grande era la separacion entre su ama y el – ?tan intimos como habian sido!-, y lo poco que podia contar Flush con el afecto de miss Barrett. Una tarde, despues de marcharse mister Browning, decidio miss Barrett pasear en coche con su hermana por el Regent's Park. Cuando se apeaban a la entrada del parque, Flush se cogio una pezuna con la portezuela del coche. «Aullo lamentablemente» y mostro a su ama la patita magullada, en busca de consuelo. Antes, por mucho menos que eso le habrian prodigado los consuelos mas carinosos. Pero ahora surgio en el rostro de miss Barrett una expresion entre indiferente y burlona. Se rio de el. Se habia figurado que estaba fingiendo, porque, «…en cuanto piso la hierba, salio corriendo sin acordarse mas de ello». Y anadio este comentario sarcastico. «Flush explota muy bien todas sus desventuras – es de la escuela de Byron -, il se pose en victime.» Pero en aquella ocasion se habia equivocado miss Barrett, ensimismada en sus propias emociones. Aunque se le hubiera partido la pezuna, habria echado a correr. Aquella escapada era la respuesta a la burla de su ama. Nada tengo que ver contigo…, ese era el significado de su huida. Las flores le dejaron un olor amargo; la hierba le quemaba las pezunas. Pero seguia corriendo, flechandose en todas direcciones. «Los perros deben llevar cadenas», decian los letreros. Los guardas del parque – con sombreros de copa – iban provistos de unos garrotes para hacer efectiva la orden. Pero «deber» no tenia ya para el ningun sentido. Habiase roto la cadena del amor. Correria por donde quisiera; cazaria perdices, perseguiria spaniels, se dejaria caer sobre los lechos de dalias, patearia las rosas rojas y amarillas… Que le arrojaran los guardas sus garrotes, si querian. Que le sacaran los sesos, si se les antajaba. Que lo tirasen, muerto, y desventurado, a los pies de miss Barrett. Nada le importaba. Pero, claro esta, no ocurrio nada de eso. Nadie lo persiguio, ni se fijo en el nadie. Un guarda solitario hablaba con una nodriza. Por ultimo, volvio junto a miss Barrett y esta le sujeto la cadena al collar y se lo llevo a casa.

Despues de aquellas dos humillaciones, se habria desmoralizado cualquier perro e incluso cualquier ser humano. Pero Flush, pese a su suavidad y a su exterior sedoso, tenia los ojos centelleantes y unas pasiones que no solo cabrilleaban en llama viva, sino que sabian tambien encubrirse como rescoldo. Decidio enfrentarse a solas con su enemigo. Este encuentro final no debia interrumpirlo una tercera persona. Seria asunto exclusivo de ambos rivales. Por tanto, en la tarde del martes, 21 de julio, bajo al vestibulo y aguardo alli. No tuvo que esperar mucho. Pronto oyo en la calle las pisadas que le eran conocidas; en seguida, los aldabonazos en la puerta. Abrieron y paso mister Browning. Previniendo vagamente el inminente ataque y dispuesto a recibirlo con el mayor espiritu de conciliacion, mister Browning venia provisto de una cajita de dulces. Alli estaba Flush, esperandole en el vestibulo. Mister Browning debio intentar, evidentemente, acariciarlo y quiza hasta llegara a ofrecerle un pastelito. Basto aquel gesto. Flush se arrojo contra su enemigo con violencia sin igual. Una vez mas se cerraron sus dientes sobre los pantalones de mister Browning. Pero, desgraciadamente, con la excitacion del momento, olvido lo que era mas

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