esencial: el silencio. Ladro; se lanzo contra mister Browning ladrando escandalosamente. Aquello fue suficiente para alarmar a toda la casa. Wilson bajo a toda velocidad. Wilson le pego a conciencia. Wilson se lo llevo ignominiosamente. Pues ?que mayor ignominia que haber atacado a mister Browning y haber sido vencido por Wilson? Mister Browning no habia movido ni un dedo. Llevandose sus pasteles, mister Browning siguio su camino, escaleras arriba, hasta el dormitorio. Iba ileso, imperturbable, como si nada hubiera ocurrido. A Flush lo encerraron.

Tras dos horas y media de degradante reclusion en la cocina con loros y escarabajos, helechos y cazos, lo hicieron subir por orden de miss Barrett. Estaba tendida en el sofa con su hermana Arabella a su lado. Convencido de la rectitud de su propia conducta, Flush se fue derecho a su ama. Pero ella no quiso ni mirarlo. Volviose hacia su hermana Arabella, limitandose a decir: «Vete de aqui, malo.» Wilson estaba alli – la formidable, la implacable Wilson -, y a ella le pidio miss Barrett un relato de lo ocurrido. Wilson dijo que le habia pegado «porque era de justicia». Y anadio que solo le habia pegado con la mano. Fue bastante el testimonio de Wilson para que Flush fuera declarado culpable. El ataque – daba miss Barrett por cierto – no habia sido provocado; acredito a mister Browning con toda la virtud y toda la generosidad imaginables. Flush habia sufrido un castigo a manos de una criada – aunque sin emplear el latigo – «porque era de justicia». No habia mas que decir. Miss Barrett sentencio, pues, contra el; «de manera que se echo en el suelo a mis pies», escribio esta, «mirandome por debajo de las cejas». Pero, por mucho que la mirara Flush, miss Barret rehuia su mirada. Ella, tendida en el sofa; el, tendido en el suelo alfombrado.

Y mientras sufria su destierro en la alfombra, experimento una de esas trombas de tumultuosas emociones, en que el alma se ve unas veces lanzada contra las rocas y hecha trizas; y otras -cuando encuentra un punto de apoyo y consigue encaramarse lenta y dolorosamente por el acantilado – llega a tierra firme, y se halla por fin sobreviviendo a un universo en ruinas y divisando ya un nuevo mundo creado con arreglo a un plan muy diferente. ?Que ocurriria en este caso: destruccion, o reconstruccion? Ese era el dilema. Aqui solo podemos bosquejarlo, pues el debate fue silencioso. Por dos veces habia hecho Flush toda lo posible por matar a su enemigo. Ambas veces habia fracasado. ?Y a que se debia este fracaso?, se pregunto a si mismo. Porque amaba a miss Barrett. Mirandola por debajo de las cejas, y viendola tan silenciosa y severa reclinada en sus almohadas, comprendia que la amaria toda su vida. Las cosas no son simples, sino complejas. Mcrder a mister Browning era morderla tambien a ella. El odio no es solo odio: es tambien amor. Al llegar a este punto sacudio Flush las orejas en un mar de confusiones… Se revolvio intranquilo en la alfombra. Mister Browning era miss Barrett… Miss Barrett era mister Browning; el amor es odio y el odio es amor. Se estiro, gimoteo e irguio la cabeza. El reloj dio las ocho. Habia estado alli tres horas, entre los cuernos de aquel dilema.

Miss Barrett – severa, fria e implacable – dejo descansar la pluma. «?Que malo ha sido Flush!», le habia estado escribiendo a mister Browning, «… si la gente parecida a Flush se conduce tan salvajemente como el, ?que se resignen a aceptar las consecuencias de su conducta, como suelen hacer los perros! ?Y tu, tan bueno y amable para con el! Cualquiera que no hubiera sido tu se habria permitido, por lo menos, algunas palabras irritadas.» En realidad, penso, seria una buena idea comprar un bozal. Entonces miro a Flush. Debio de observar en el algo insolito que la sorprendio. Dejo la pluma a un lado. Una vez la habia despertado con un beso y creyo que era el dios Pan. Tambien recordo cuando se comia el pollo y el pudin de arroz cubierto de crema. Y que habia renunciado al sol por afecto hacia ella. Lo llamo y le dijo que le perdonaba.

Pero aunque lo perdonaran como por una falta leve, aunque volviese al sofa, no habian pasado por el en vano aquellas horas de angustia en el suelo, y no podia considerarsele el mismo perro de siempre, cuando en verdad era un perro totalmente distinto. Por lo pronto, se sometio, porque estaba cansado. Pero unos dias despues, tuvo lugar una notable escena entre miss Barrett y el, con la cual se hizo patente la profundidad de sus emociones. Mister Browning habia estado alli y ya se habia ido. Flush se hallaba solo con miss Barrett. Lo normal hubiera sido haberse echado a sus pies en el sofa. En cambio, esta vez, sin acercarse a ella en busca de sus caricias, se dirigio al mueble llamado ya «la butaca de mister Browning». Habitualmente, odiaba aquel asiento, que aun conservaba la huella del cuerpo de su enemigo. Pero ahora – de tal magnitud era la batalla que habia ganado, tan grande era la caridad que lo invadia – no solo se quedo mirando a la silla, sino que, sin cesar de contemplarla, «de pronto cayo en un extasis». Miss Barrett, que lo observaba con intensa atencion, noto este portento. Luego le vio volver los ojos hacia la mesa. En ella estaba aun el paquetito con los pasteles de mister Browning. «Me hizo recordar los pastelillos que habia dejado en la mesa». Ya estaban pasados; pasteles privados por el tiempo de todo atractivo carnal. Era clara la intencion de Flush: Se habia negado a comer los pasteles cuando estaban recien hechos, porque se los ofrecia un enemigo. Ahora que estaban rancios se los iba a comer, porque procedian de un enemigo convertido en amigo; por ser simbolos de un odio trocado en amor. Si – dio a entender -, ahora si se los comeria. De modo que miss Barrett se levanto y saco los pastelillos. Y al darselos, lo alecciono… «Asi le explique que eras tu quien se los habia traido y que, por tanto, debia sentirse avergonzado de su maldad pasada y decidirse a amarte y a no morderte mas en lo futuro… y le permiti que disfrutara de tu bondad para con el.» Mientras tragaba el marchito hojaldre de aquellos dulces incomibles – estaban agrios, enmohecidos y deshechos – se repetia Flush solemnemente, en su propio idioma, las palabras que ella empleara… y juro querer a mister Browning y no morderlo nunca mas.

Fue recompensado espiritualmente; aunque los efectos de esta recompensa repercutieron en lo fisico. Asi como un trozo de hierro que, incrustado en la carne, corroe y aniquila todo impulso vital a su alrededor, asi habia actuado el odio en su alma durante aquellos meses. Ahora le habia sido extraido el hierro mediante una dolorosa operacion quirurgica. Le volvia a circular la sangre; los nervios le vibraban de nuevo; su carne se iba rehaciendo. Flush oia otra vez trinar a los pajaros, sentia crecer las hojas de los arboles. Mientras yacia en el sofa a los pies de miss Barrett, se le llenaban las venas de gloria y delicia. Ahora estaba con ellos, no contra ellos; las esperanzas y los deseos de ellos eran tambien los suyos. Le apetecia ahora ladrar a mister Browning… pero para expresarle su carino. Las palabras breves y afiladas de este, lo estimulaban mucho, aun sin entenderlas. «?Necesito una semana de martes», exclamaba mister Browning, «y luego un mes… un ano… una vida entera!» «?Yo», repetia el eco de Flush, «tambien necesito un mes… un ano, una vida! Necesito cuanto vosotros necesiteis. Los tres somos conspiradores en una causa gloriosa. Nos une la simpatia. Nos une la prevencion contra la tirania morena y corpulenta. Nos une el amor…» En resumen, que todas las esperanzas de Flush se basaban ahora en algun triunfo confusamente intuido, pero de segura consecucion, en alguna gloriosa victoria que iba a ser de los tres en comun; cuando de pronto, sin una palabra que lo previniera, y en el mismo centro de la civilizacion, de la seguridad y la amistad (se encontraba, con miss Barrett y la hermana de esta, en la calle Vere y era el 1? de septiembre), sintio que lo hundian patas arriba en las tinieblas. Se cerraron sobre el las puertas de un calabozo. Lo habian robado [5].

CAPITULO IV. WHITECHAPEL

«Esta manana, Arabel y yo fuimos en coche a la calle Vere – y llevamos con nosotras a Flush -», escribio miss Barrett, «pues teniamos que hacer unas compras, y nos siguio como de costumbre de tienda en tienda, y cuando fui a subirme al coche, estoy segura de que estaba a mi lado. Me volvi, dije. «?Flush!», y Arabel lo anduvo buscando… ?Ni rastro de Flush por ninguna parte! Lo habian robado en aquel mismo momento; quitandomelo de junto a mis talones, ?comprendes?» Mister Browning lo comprendio perfectamente: miss Basrett habia oividado la cadena y, por tanto, habian robado a Flush. Tal era, en el ano 1846, la ley de Wimpole Street y de sus alrededores.

Es cierto que nada podia superar la aparente seguridad de la calle Wimpole. En el radio de accion que pudiera abarcar un invalido en su paseo a pie o un sillon de ruedas, salo podia verse una agradable perspectiva de casas de cuatro pisos, ventanas de limpios cristales y puertas de caoba. Incluso un coche de dos caballos no necesitaba, si el cochero era discreto, salir de los limites del decoro y la respetabilidad para dar un paseito por la tarde. Pero suponiendo que no fuera usted un invalido, que no poseyera usted un coche de dos caballos, o que fuera usted – y mucha gente lo era – una persona activa, sana y aficionada a andar, podria usted haber visto un panorama, oido un idioma y percibido unos olores – a poquisima distancia de Wimpole Street – que le habrian hecho dudar de la solidez de la misma calle Wimpole. Esto le ocurrio a mister Thomas Beames, cuando se le metio en la cabeza – por aquella epoca, aproximadamente – darse una vuelta por Londres. Le dejo estupefacto lo que vio. En

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