Miss Barrett, en Wimpole Street, no podia tragar la comida. ?Habia muerto Flush o estaba aun vivo? No lo sabia. A las ocho se oyo llamar a la puerta; era la carta habitual de mister Browning. Pero, al abrirse la puerta para que dejaran la carta, algo mas entro corriendo en el cuarto… Flush. Se fue derecho a su vasija color purpura. Tres veces se la llenaron y aun seguia bebiendo. Miss Barrett contemplaba al perro – muy sucio y con expresion de tremendo asombro -, que no cesaba de beber. «No mostro tanto entusiasmo por verme como yo esperaba», observo. En efecto, solo le interesaba una cosa en el mundo: agua limpia.
Miss Barrett, despues de todo, solo habia visto un momento las caras de aquellos hombres y, aun asi, los recordo toda su vida. Flush habia estado a merced de ellos, viviendo en aquel ambiente durante cinco dias enteros. Ahora, al verse de nuevo sobre cojines, lo unico que le parecia dotado de una realidad era el agua fresca. Bebia continuamente. Los antiguos dioses del dormitorio – la vitrina de los libros, el ropero, los bustos – parecian haber perdido su substancia. Esta habitacion no era ya el mundo entero; era solo un refugio. Solamente un claro en la selva, protegido por temblorosos lampazos, mientras alrededor se arrastran las serpientes venenosas y merodean las fieras; una selva donde detras de cada arbol acecha un asesino dispuesto a lanzarse sobre uno. Echado en el sofa – todavia atonito y exhausto – a los pies de miss Barrett, le resonaban en los oidos los aullidos de los perros atados y el chillar de los pajaros aterrorizados. Cuando se abrio la puerta, se sobresalto, esperando ver entrar al hombre peludo con un cuchillo… pero no era sino mister Kenyon con un libro en la mano; era solo Browning con sus guantes amarillos. Encogiose ante ellos. Ya no se fiaba de mister Kenyon ni de mister Browning. Tras aquellos rostros sonrientes y amistosos, se escondian la traicion y la crueldad. Sus caricias eran fingidas. Temia incluso acompanar a Wilson a echar las cartas. No queria dar ni un paso si no le ponian la cadena. Cuando le decian: «Pobrecito Flush, ?te cogieron los hombres malos?», levantaba la cabeza, gemia y callaba. Si, yendo por la calle, oia el restallar de un latigo, saltaba a la acera buscando seguridad. En casa se apelotonaba mas cerca de miss Barrett que antes. Ella era la unica que no lo habia abandonado. Aun tenia alfuna fe en ella. Gradualmente, esta fue tomando otra vez substancia a sus ojos. Agotado, tembloroso, sucio y muy adelgazado, yacia en el sofa a los pies de su ama.
Conforme transcurrian los dias, se iba debilitando el recuerdo de Whitechapel. Flush, muy cerca de miss Barrett, leia los sentimientos de esta con mas claridad que antes. Estuvieron separados; ya estaban juntos. La verdad es que nunca habia habido tanta afinidad entre ellos. En el se reflejaba cada movimiento de ella, cada sobresalto; y ahora parecia estar siempre miss Barrett sobresaltandose y moviendose. Incluso la llegada de un paquete la asusto; lo deshizo con dedos temblorosos y saco de el un par de botas gruesas. Las escondio inmediatamente en el fondo de la alacena. I.uego se tendio de nuevo como si nada hubiera ocurrido; pero habia ocurrido algo. Cuando estuvieron solos se levanto y saco de un cajon un collar de diamantes. Tomo la caja que contenia las cartas de mister Browning. Puso las botas, el collar y las cartas en un saco de viaje, y luego – como oyera pasos por la escalera – empujo el saco bajo la cama y se acosto apresuradamente, cubriendose de nuevo con el chal. A Flush le parecio que estas senales de secreto, este afanarse a hurtadillas, predecian alguna crisis inminente. ?Iban a escapar juntos de este mundo espantoso de ladrones de perros y tiranos? ?Oh, si fuera posible! Temblaba de excitacion solo con pensarlo y dejaba escapar unos griticos de alegria, pero miss Barrett le ordenaba en voz baja que se estuviese tranquilo, y el se tranquilizaba al momento. Ella tambien se quedaba muy tranquila. En cuanto entraba alguno de sus hermanos o cualquiera de sus hermanas, miss Barrett permanecia en una inmovilidad absoluta, tendida en el sofa. Y hablaba un rato con mister Barrett, echada serenamente, como siempre.
Pero el sabado, 12 de septiembre, hizo miss Barrett lo que nunca le viera hacer Flush: se vistio como si fuera a salir inmediatamente despues del desayuno. Ademas, mientras la veia arreglarse, comprendio Flush perfectamente, por la expresion de su cara, que no le llevaria consigo. Iba a algun asunto secreto, algo de caracter privado. A las diez, entro Wilson en la habitacion. Tambien ella venia vestida como para salir. Partieron juntas. Flush se acosto en el sofa a esperarlas. Una hora despues – poco mas o menos – miss Barrett regreso, pero sola. No lo miro… Parecia no mirar nada. Quitose los guantes, y Flush vio brillar – por un instante – un anillo de oro en uno de los dedos de su mano izquierda. Se quito el anillo rapidamente y lo escondio en la oscuridad de un cajon. Entonces se tendio, como de costumbre, en el sofa. Flush se acerco a ella sin atreverse casi a respirar, pues lo que hubiera sucedido – que el no lo sabia – era algo que debia a toda costa mantenerse oculto.
A toda costa, debia proseguir como de costumbre la vida del dormitorio. Y, sin embargo, todo era distinto. Hasta la oscilacion de la cortinilla, movida por el aire, le parecia a Flush una senal. Y las mismas luces y sombras que acariciaban a los bustos parecian querer decir algo y estar haciendo senas. Todo daba en el cuarto la impresion de un cambio; todo parecia estar preparado para algun acontecimiento. Y, sin embargo, todo estaba en silencio, todo se ocultaba… Los hermanos y las hermanas entraban y salian como siempre; mister Barrett vino a ultima hora, como de costumbre. Se cercioro, como siempre, de que miss Barrett se lo habia comido todo y habia bebido el vino. Miss Barrett charlo y se rio no dejando traslucir – mientras habia alguien en el cuarto – que ocultase algo. Pero en cuanto se quedaban solos, sacaba la caja de bajo la cama y la iba llenando precipitadamente, a hurtadillas, escuchando mientras lo hacia. Y los indicios de tension eran inequivocos. El domingo tocaron las campanas de la igiesia. «?Que campanas son esas?», pregunto alguien. «Las campanas de la iglesia de Marylebone», dijo miss Henrietta. Flush observo que miss Barrett se ponia mortalmente palida. Pero ninguno de los presentes parecio haber notado nada.
Paso el lunes, y el martes; y pasaron el miercoles y el jueves. Sobre todos los de casa se extendia un manto de silencio. No se hacia sino comer, hablar y estarse tendido en el sofa, como de costumbre. Flush, agitandose en un sueno intranquilo, sono que estaban acostados juntos bajo hojas y helechos, en una dilatada selva. Entonces se entreabrieron las hojas, y se desperto. Oscuridad. Pero vio a Wilson que entraba sigilosamente en la habitacion y sacaba la caja de bajo la cama, llevandosela con gran silencio. Esto ocurria en la noche del viernes 18 de septiembre. Flush paso toda la manana del sabado como alguien que sabe pueden amordazarlo de un momento a otro, o que puede sonar un silbido en tono bajo, dando la senal de que dependa la muerte o la vida. Vio que miss Barrett se vestia. A las cuatro menos cuarto, se abrio la puerta y entro Wilson. Entonces dieron la senal… Miss Barrett lo cogio en brazos. Se levanto y dirigiose a la puerta. Se detuvieron un momento para dar un vistazo a la habitacion. El sofa; junto a el, la butaca de mister Browning. Los bustos, las mesitas. El sol se filtraba a traves de la hiedra y el visillo con los campesinos paseandose ondeaba con el aire. Todo como siempre. Todo parecia tener asegurado un millon mas de momentos como aquel. Pero para miss Barrett y para Flush, este era el ulumo. Miss Barrett cerro la puerta muy despacio.
Muy despacito se deslizaron hasta el piso bajo, pasando frente al salon, la biblioteca y el comedor. Todo tenia el aspecto habitual y el olor de siempre. Todo muy en calma, como durmiendo en la calida tarde de septiembre. Catiline tambien dormia en la alfombrilla del vestibulo. Lleogaron a la puerta de la calle y, muy despacio, hicieron girar el pestillo. Un coche de alquiler los estaba esperando.
«A Hodgson», dijo miss Barrett. Fue casi un suspiro. Flush se instalo, muy quietecito, en su regazo. Por nada del mundo hubiera roto aquel silencio tan tremendo.
CAPITULO V. ITALIA
Pasaron – al parecer – horas, dias, semanas de oscuridad y traqueteo; de subitas luces y, luego, largos tuneles lobregos; de verse bamboleado en todos sentidos; de que lo elevaran apresuradamente a la luz, contemplando entonces de cerca el rostro de miss Barrett, y arboles esbeltos, lineas, railes y altas casas manchadas de luces (pues en aquellos dias tenian los ferrocarriles la barbara costumbre de obligar a los perros a viajar encerrados en cajas). Sin embargo, Flush no sentia miedo: iban huyendo; dejaban tras ellos a los tiranos y a los ladrones de perros. Traqueteos, chirridos… Si – murmuro mientras el tren lo zarandeaba para aca y para alla -, si, chirria, sacudete cuanto quieras pero llevanos lejos de Wimpole Street y de Whitechapel. Por fin, se intensifico la luz; el traqueteo ceso. Oyo cantar los pajaros y suspirar los arboles en el viento. ?O era el impetu del agua? Por ultimo, abriendo los ojos y sacudiendose la pelambrera, vio… lo mas asombroso que cabia concebir: miss Barrett sobre una roca, en medio de la agitacion del agua. Unos arboles se inclinaban sobre ella; el rio se precipitaba a su alrededor. Seguro que corria peligro. De un salto se zambullo Flush en medio de la corriente y llego hasta su ama. «… bautizado con el nombre de Petrarca», decia miss Barrett mientras el trepaba por la roca hasta colocarse a su lado. Se encontraban en Vaucluse; miss Barrett se habia subido a la fuente del Petrarca.