costa de Chesapeake hasta el desierto, y desde alli atraveso el Atlantico para hacer una primera escala en Roma.
En un apartamento del septimo piso de un edificio de la Via Archimede, detras del hotel del mismo nombre, sono el aspero ring-ring de un telefono italiano. En la oscuridad, voces sonolientas:
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–
La lampara de la mesilla ilumino el cuarto. En la cama habia tres personas. El joven que estaba en el lado del telefono levanto el auricular y se lo paso al grueso hombre maduro acostado en el centro. En el otro lado de la cama una rubia veinteanera alzo la cara sonolienta hacia la luz y volvio a hundirla en el almohadon.
–
– Oreste, querido, soy Mason.
El individuo obeso se espabilo del todo y le senalo al joven un vaso de agua mineral.
– ?Ah, Mason, amigo mio! Perdoname, estaba dormido. ?Que hora es ahi?
– Es tarde en todas partes, Oreste. ?Recuerdas lo que dije que haria por ti y lo que tu tenias que hacer por mi?
– Si, si… Claro.
– Pues ha llegado el momento. Ya sabes lo que quiero. Quiero dos camaras, quiero mejor calidad de sonido que la de tus peliculas porno, y tienes que conseguir tu propia electricidad, porque quiero que el generador este bien lejos del lugar de rodaje. Quiero unos planos bonitos de naturaleza para cuando hagamos el montaje, y cantos de pajaros. Quiero que te encargues de la localizacion de exteriores manana mismo y que lo tengas todo a punto. Puedes dejar el equipo alli, yo me encargo de la seguridad. Luego vuelves a Roma hasta el momento del rodaje. Pero estate listo para salir cagando leches antes de dos horas en cuanto te avise. ?Lo has entendido todo, Oreste? Tienes un cheque esperandote en el Citibank. ?De acuerdo?
– Mason, en estos momentos estoy rodando…
– ?Quieres hacer esto, Oreste? ?No dijiste que estabas harto de hacer peliculas de folleteo,
– Claro que si, Mason.
– Entonces, sal por la manana. El dinero esta en el Citibank. Quiero que vayas alli.
– ?Adonde, Mason?
– A Cerdena. Volaras a Cagliari, alli iran a recogerte.
La siguiente llamada fue a Porto Torres, en la costa oriental de Cerdena. La comunicacion fue escueta. No habia gran cosa que decir, puesto que la maquinaria de aquel lugar estaba lista hacia tiempo y era tan eficaz como la guillotina portatil de Mason. Tambien era mas higienica, ecologicamente hablando, aunque no tan rapida.
II FLORENCIA
CAPITULO 17
Es de noche y los focos, habilmente dispuestos, iluminan los edificios y monumentos del casco antiguo de Florencia.
En la oscura Piazza della Signoria, el Palazzo Vecchio se eleva inundado de luz, majestuoso y medieval con sus parteluces goticos, sus almenas como dientes de una calabaza de Halloween, y el campanario clavandose en el cielo negro.
Los murcielagos cazaran los mosquitos atraidos por la resplandeciente cara del reloj hasta el amanecer, cuando las golondrinas alcen el vuelo sobresaltadas por las campanas.
Rinaldo Pazzi, inspector jefe de la Questura, con la negra gabardina contra las estatuas de marmol congeladas en el acto de violar o asesinar, emergio de las sombras de la Loggia y cruzo la plaza volviendo el palido rostro como un girasol hacia el palacio iluminado. Se detuvo en el lugar en que el reformador religioso Savonarola habia ardido en la hoguera y alzo la vista hacia las ventanas bajo las que su propio antepasado sufriera martirio.
De una de aquellas altas ventanas habian arrojado a Francesco de' Pazzi, desnudo y con un nudo corredizo en torno al cuello, para que muriera contorsionandose y girando como un pelele contra los rugosos muros del palacio. El arzobispo que pendia a su lado revestido con todos sus sagrados atavios no supo proporcionarle consuelo espiritual; con los ojos saliendosele de las orbitas y en el paroxismo de la asfixia, el santo varon clavo sus dientes en la carne de Pazzi.
Toda la familia Pazzi cayo en desgracia aquel domingo 26 de abril de 1478 por el asesinato de Giuliano de' Medici y el intento de hacer lo mismo con Lorenzo el Magnifico durante la misa en la catedral.
Ahora, Rinaldo Pazzi, de aquellos famosos Pazzi, que odiaba al gobierno tanto como hubiera podido odiarlo su antepasado, igualmente caido en desgracia y abandonado por la fortuna, y esperando oir el silbido del hacha en cualquier momento, se habia acercado a aquel lugar para decidir la mejor manera de aprovechar un singular golpe de suerte.
El inspector jefe Pazzi creia haber descubierto que Hannibal Lecter vivia en Florencia. Se le presentaba la oportunidad de recuperar su prestigio y recibir todos los honores de su profesion capturando a aquel demonio. Tambien podia venderselo a Mason Verger por mas dinero del que nunca hubiera podido imaginar. Si el sospechoso era realmente Lecter. Por supuesto, de hacer aquello, Pazzi sabia que venderia tambien los ultimos jirones de su honor.
Pazzi no dirigia la division de investigacion de la Questura por casualidad. Era un individuo capacitado para su trabajo, y en otros tiempos un hambre de lobo lo habia empujado en pos del exito profesional. Tambien ostentaba las cicatrices de un hombre que, cegado por la prisa y una ambicion desmedida, habia aferrado su propio talento por el filo.
Habia elegido aquel lugar para decidir su propia suerte porque tiempo atras habia experimentado en el unos instantes de iluminacion que lo habian llevado a la fama y arruinado despues.
Pazzi compartia el sentido de la ironia propio de sus compatriotas. Que a proposito resulto que la funesta revelacion se hubiera producido bajo aquella ventana de la cual el furioso fantasma de su antepasado quiza siguiera colgando, balanceandose contra el muro.
En aquel lugar siempre cabria la posibilidad de cambiar el destino de los Pazzi.
Fue la caceria de otro asesino en serie,
El Monstruo se llevaba de la escena del crimen ciertos trofeos anatomicos, excepto la vez en que asesino a una pareja de melenudos homosexuales alemanes, al parecer por error.
La presion de la opinion publica sobre la Questura se hizo insoportable y provoco el cese del predecesor de Rinaldo Pazzi. Cuando este ocupo el puesto de inspector jefe, se sintio como un hombre enfrentado a un enjambre de abejas, con la prensa invadiendo su despacho al menor descuido y los fotografos apostados en Via Zara, detras de la central de la Questura, en el lugar por donde no tenia mas remedio que salir con su coche.
Los turistas que visitaron Florencia en aquella epoca nunca olvidarian los omnipresentes carteles en que un