– ?…y contradice en todo a Barney?
– Ese hombre esta tan enganado como la chica.
– Seguro que a Barney tambien le gustaria tirarsela -dijo Krendler.
Margot se aguanto una risita, pero no lo bastante como para evitar que Krendler la oyera.
– Si quieren que Clarice Starling le resulte atractiva, consigan que Lecter la vea en apuros -dijo Doemling-. Que el dano que sufra le sugiera el dano que el mismo podria infligirle. Verla herida de cualquier forma simbolica lo excitara tanto como si la viera acariciarse. Cuando el lobo oye balar a la oveja herida, llega corriendo, pero no para ayudarla.
CAPITULO 52
– No puedo entregarte a Clarice Starling -dijo Krendler cuando Doemling los dejo solos-. Puedo tenerte constantemente al corriente de donde esta y de todo lo que hace, pero no controlar las misiones que le asigne el Bureau. Y si el Bureau la saca a la intemperie para que haga de cebo, la protegeran, te lo garantizo -para reforzar su argumentacion, Krendler apunto el indice hacia el lugar de la oscuridad en que suponia a Mason-. No puedes colarte en una cosa asi. No podrias adelantarte a su cobertura e interceptar a Lecter. El grupo de vigilancia localizaria a los tuyos en un visto y no visto. En segundo lugar, el Bureau no tomara esa iniciativa a menos que Lecter vuelva a ponerse en contacto con ella o sea evidente que esta cerca; ya le ha escrito otras veces y no se ha presentado. Haria falta un minimo de doce personas para vigilarla, saldria demasiado caro. Todo seria mas facil si no le hubieras echado un cable cuando lo del tiroteo. Ahora ya es tarde para cambiar de opinion, no podrias volver a colgarle el sambenito.
– Seria, podria, deberia… -rezongo Mason, haciendo un buen trabajo con las oclusivas, dicho sea de paso-. Margot, coge el periodico de Milan, el
Margot levanto el apretado texto hacia la luz.
– Esta en ingles, dirigido a A. A. Aaron. Dice: «Entreguese a las autoridades mas proximas, los enemigos estan cerca. Hannah». ?Quien es esa Hannah?
– Es el nombre de la yegua de Starling cuando era nina -dijo Mason-. Es un aviso de Starling a Lecter. Lecter le habia explicado en la carta como ponerse en contacto con el.
Krendler se puso en pie de un salto.
– ?Maldita hija de puta! No podia saber lo de Florencia. Si lo sabe, sabra tambien que te he estado pasando informacion.
Mason suspiro y se pregunto si Krendler era bastante listo como para ser un politico de provecho.
– Ella no sabe nada. Fui yo quien puso el anuncio en
– Pues nadie se ha enterado.
– No. Excepto tal vez Hannibal Lecter. Y puede que quiera darle las gracias. Por correo, en persona, ?quien sabe? Ahora, escuchame: ?sigues controlando sus cartas?
– Escrupulosamente -dijo Krendler, asintiendo con la cabeza-. Si le manda algo, lo veras antes que ella.
– Escucha con atencion lo que voy a decirte: encargue y pague ese anuncio de forma que Starling no tenga posibilidad de probar que no lo puso ella. Eso es un delito mayor. Es pisar la raya roja. Con eso es toda tuya, Krendler. Y sabes mejor que yo que el FBI no da una mierda por ti una vez que estas fuera. Por ellos, como si te convierten en comida para perros. No seran capaces ni de hacer la vista gorda con el permiso de armas. No le importara a nadie mas que a mi. Y Lecter sabra que esta mas sola que la una. Pero antes intentaremos otras cosas -Mason hizo una pausa para respirar y prosiguio-: Si no funcionan, haremos lo que dice Doemling y usaremos el anuncio para dejarla con el culo al aire, que digo con el culo… Con el culo y todo lo demas. Estara tan jodida que podras partirla en dos con la mierda de ese anuncio. Quedate la parte del cono, ese es mi consejo. La otra es mas aburrida que el copon. Vaya, no queria blasfemar.
CAPITULO 53
Clarice Starling corria sobre las hojas caidas en un parque natural de Virginia situado a una hora de su casa, uno de sus lugares favoritos. Aquel dia laborable de otono que tanto necesitaba tomarse libre, el parque no ofrecia el menor rastro de otra presencia humana. Recorria un camino que le era familiar entre las colinas boscosas a orillas del Shenandoah. El primer sol caia sobre las lomas y entibiaba el aire, pero aun no alcanzaba las umbrias depresiones, en las que el aire era calido a la altura de su rostro y frio en sus piernas al mismo tiempo.
Esos dias la tierra no le parecia inmovil bajo sus pies; solo corriendo tenia la sensacion de pisar terreno firme.
La manana era esplendida y Starling avanzaba bajo los resplandores que danzaban entre las hojas, pisoteando las manchas de luz del camino, que unas zancadas mas adelante estaba barrado por las sombras que el sol todavia bajo arrancaba a los troncos. A unos metros, dos ciervas y un macho de encrespada cornamenta saltaron fuera del camino con un brinco unanime que acelero el corazon de la mujer, echaron a correr y desaparecieron en la umbria profundidad del bosque, donde sus blancas y erguidas colas siguieron destacando al ritmo de su trote. Contenta, Starling se puso a dar saltos sobre el terreno.
Inmovil como un personaje de tapiz medieval, Hannibal Lecter siguio sentado sobre las hojas caidas en la ladera que dominaba el rio. Podia ver ciento cincuenta metros del camino con unos prismaticos, que habia protegido contra los reflejos poniendoles una visera de carton. Primero vio la espantada de los ciervos, que ascendieron la colina y pasaron de largo, y luego, por primera vez en siete anos, a Clarice Starling de cuerpo entero.
Bajo los gemelos el rostro no cambio de expresion, pero las fosas nasales se dilataron al aspirar aire con fuerza, como si pudiera captar el olor de la mujer a aquella distancia.
El aire le trajo olor a hojas secas matizado por una insinuacion de cinamomo, las emanaciones del mantillo y las bayas en lenta putrefaccion, un leve efluvio de excrementos de conejo a muchos metros de distancia, el intenso almizcle de una piel de ardilla hecha jirones bajo las hojas, pero no el aroma de Starling, que hubiera identificado en cualquier lugar. Los ciervos que habian emprendido la huida al verla siguieron trotando mucho despues de que la mujer los perdiera de vista.
Starling, que corria con soltura, sin luchar contra el suelo, permanecio a la vista menos de un minuto. Una mochila diminuta con una botella de agua le colgaba de la espalda, sobre la que caia el sol difuminando la silueta como si de su cuerpo emanara un polvo de polen. Mientras la seguian a lo largo del camino los binoculares captaron un resplandor del rio por delante de Starling, y durante unos instantes el doctor Lecter tuvo la vista llena de manchas de luz. Starling desaparecio donde el camino hacia bajada, y lo ultimo que vio de ella fue su nuca con la cola de caballo balanceandose como la cola blanca de un ciervo.
El doctor permanecio inmovil, sin hacer el menor movimiento para seguirla. La imagen de la mujer seguia corriendo en su mente con extraordinaria nitidez. Lo seguiria haciendo hasta que el la hiciera parar. Era la primera vez que la veia despues de siete anos, sin contar las fotografias de prensa, ni los fugaces atisbos de su cabeza en el interior de un coche. Se tumbo en las hojas con las manos entrelazadas bajo la nuca, y se quedo mirando el escaso follaje de un arce, que se estremecia contra el cielo, oscureciendolo hasta que le parecio casi morado. Morado, como el racimo de uva labrusca que habia cogido cuando trepaba hasta alli; los granos polvorientos empezaban a arrugarse, y se comio unos cuantos, estrujo el resto contra su palma y lamio el jugo como un nino, con la mano bien abierta. Morado, morado…