Mischa se sento entre los reflejos, rodeada de plantas, con las blancas mariposas de la col revoloteando alrededor de su cuerpecillo de dos anos. El agua apenas le cubria las regordetas piemos, pero su solemne hermano Hannibal y el enorme perro recibieron el encargo de no perderla de vista mientras la ninera volvia a la cabana para buscar una toalla.

Para algunos criados Hannibal Lecter era un nino inquietante, anormalmente intenso, prematuramente listo; pero no asustaba a la vieja nodriza, que tenia muchas cosas que hacer, ni tampoco a Mischa, que le ponia las monitas en forma de estrella sobre la cara y se echaba a reir. Mischa estiro los brazos por encima de los hombros de Hannibal y alcanzo la berenjena, que le encantaba mirar al sol. Sus ojos, que no eran marrones como los de su hermano, sino azules, miraban la berenjena y parecian absorber su color, oscurecerse con ella. Hannibal Lecter sabia que los colores eran la pasion de su hermana. Cuando la llevaron adentro y el ayudante del cocinero salio refunfunando a vaciar la banera, Hannibal se arrodillo junto a la hilera de berenjenas, que irisaban de reflejos morados y verdes las burbujas antes de que reventaran sobre la tierra de cultivo. Saco su pequeno cortaplumas y secciono el tallo de una berenjena, le saco brillo con su panuelo, y con la hortaliza adiente de sol en las manos como un animal, la llevo al cuarto de Mischa y la dejo donde ella pudiera verla. A Mischa le encantaba el morado oscuro, a lo largo de su corta vida adoro el color berenjena.

Hannibal Lecter cerro los ojos para volver a ver los ciervos trotando, asustados de Starling, para ver a la mujer trotando camino adelante, aureolada por el sol que le daba en la espalda… Pero aquel era el ciervo equivocado, el cervatillo con la flecha clavada, que tiraba, tiraba de la soga que le apretaba el cuello y lo arrastraba hacia el hacha, el cervatillo que se comieron antes de hacer lo mismo con Mischa, y ya no pudo permanecer inmovil, tuvo que levantarse, con las manos y la boca manchadas de jugo morado, con la mueca caida de una mascara de tragedia griega. Busco a Starling a lo largo del camino. Aspiro profundamente por la nariz y dejo que los aromas del bosque lo purificaran. Fijo la vista en el repecho tras el que habia desaparecido Starling. El camino destacaba entre los arboles como si la mujer hubiera dejado un rastro luminoso a su paso.

Trepo con rapidez a la cima y bajo la otra vertiente de la colina hacia una zona de acampada cercana, en cuya area de aparcamiento habia dejado la camioneta. Queria estar fuera del parque antes de que Starling volviera a su coche, que la esperaba a tres kilometros de alli, en el aparcamiento principal de la entrada, cerca de la garita del guarda forestal, cerrada hasta el comienzo de la temporada.

Starling tardaria al menos quince minutos en llegar al coche.

El doctor Lecter aparco junto al Mustang y dejo el motor en marcha. Habia podido examinar el coche en el aparcamiento de un supermercado proximo a la casa de Starling. La pegatina del abono anual en el parabrisas del viejo Mustang fue lo que llamo la atencion del doctor hacia el parque; sin perdida de tiempo compro un mapa de la reserva natural y la exploro detenidamente.

El coche, agazapado sobre sus anchas ruedas como si durmiera, estaba cerrado con llave. Aquel vehiculo resultaba divertido. Era a un tiempo extravagante e increiblemente eficaz. Por mas que se agachara junto al pomo cromado no consiguio oler nada. Desplego una estrecha lamina de acero y la deslizo entre el cristal y la puerta por encima de la cerradura. ?Alarma? ?Si? ?No? Clic. No.

El doctor Lecter subio al coche y penetro en una atmosfera que era, intensamente, la de Clarice Starling. El volante era grueso y forrado de cuero, y en su centro podia leerse la palabra «MOMO». La miro ladeando la cabeza como un loro y formo con los labios las dos silabas: «MO-MO». Se recosto en el asiento, cerro los ojos y empezo a aspirar arqueando las cejas, como si estuviera escuchando un concierto.

Entonces, como si tuviera voluntad propia, el puntiagudo extremo rosa de su lengua asomo entre los dientes como una pequena serpiente que intentara escapar de su boca. Sin cambiar de expresion, como si no fuera consciente de sus propios movimientos, se inclino hacia delante, encontro el cuero del volante guiandose por el olfato, poso en el la lengua y la enrosco sobre las depresiones para los dedos de la parte inferior. Saboreo las zonas desgastadas donde la mujer posaba las palmas de las manos. Luego volvio a reclinarse en el respaldo mientras la lengua se retiraba a su nido, y movio la boca cerrada como si estuviera paladeando un vino. Respiro con fuerza y retuvo el aire mientras salia y cerraba el Mustang. No espiro aun, conservo a Starling en la boca y los pulmones hasta, que su vieja camioneta estuvo fuera del parque.

CAPITULO 54

Uno de los axiomas de la unidad de Ciencias del Comportamiento dice que los vampiros son territoriales, mientras que los canibales atraviesan el pais de punta a punta.

Sin embargo, la vida nomada no atraia especialmente al doctor Lecter. Su exito en eludir a las fuerzas del orden se debia sobre todo a la consistencia de sus identidades falsas, ideadas para durar y adoptadas con suma prudencia, y a su facilidad de acceso al dinero. Los desplazamientos frecuentes y erraticos no formaban parte de su modus operandi.

Gracias a dos identidades alternativas, consolidadas hacia mucho tiempo y provistas de excelente credito, mas una tercera para el manejo de vehiculos, no le resulto dificil procurarse un comodo nido a la semana de su regreso a Estados Unidos.

Habia elegido un lugar de Maryland a una hora de coche al sur de Muskrat Farm y razonablemente cerca de los ambientes musicales y teatrales de Washington y Nueva York.

Nada de lo relacionado con las ocupaciones visibles del doctor Lecter podia atraer la atencion ajena, y cualquiera de sus identidades principales hubiera sobrevivido a una verificacion corriente. Tras una visita a su caja de seguridad de Miami, alquilo por un ano una casa hermosa y aislada en la bahia de Chesapeake a un cabildero aleman.

Desviando las llamadas a traves de dos telefonos con distinto sonido instalados en un apartamento barato de Filadelfia, podia conseguir inmejorables referencias siempre que las necesitara sin tener que abandonar la comodidad de su nuevo hogar.

Asistia a los conciertos, ballets y operas que le interesaban comprando entradas excelentes a revendedores, a los que siempre pagaba en metalico.

Una de las ventajas de su nuevo domicilio era que disponia de un amplio garaje doble con taller y una puerta levadiza excelente. En el interior guardaba sus dos vehiculos, una camioneta Chevrolet con un bastidor de tubos y un torno fijo en la parte trasera, que tenia seis anos de antiguedad y habia comprado a un fontanero y pintor de brocha gorda, y un Jaguar sedan con sobrealimentador alquilado a traves de un grupo de empresas de Delaware. La camioneta ofrecia un aspecto diferente de un dia para otro. El equipo que alternaba en la parte trasera incluia una escalera de mano, tuberias, PVC, una barbacoa portatil y una bombona de butano.

Una vez arreglados los asuntos domesticos, se concedio una semana de musica y museos en Nueva York, y envio los catalogos de las exposiciones mas interesantes a su primo, el gran pintor Balthus, a Francia.

En Sotheby's adquirio dos instrumentos musicales extraordinarios, ambos piezas raras. El primero era un clavicembalo flamenco de finales del XVIII, practicamente identico al Dulkin de 1745 del museo Smithsoniano, con un teclado suplementario en la parte superior para tocar las composiciones de Bach, digno sucesor del gravicembalo que habia disfrutado en Florencia. Su otra adquisicion era un pionero de los instrumentos electronicos, un theremin construido en los anos treinta por el mismo profesor Theremin. Aquel instrumento habia fascinado siempre al doctor Lecter, que se habia hecho uno siendo nino. Se toca moviendo las manos desnudas sobre un campo electronico, de forma que los simples gestos producen el sonido.

Ahora estaba comodamente instalado y tenia con que entretenerse…

El doctor Lecter conducia la camioneta de regreso a su nuevo hogar en la costa de Maryland tras pasar la manana en el bosque. La vision de Clarice Starling corriendo entre las hojas de otono por el camino forestal estaba a buen recaudo en su palacio de la memoria. A partir de ahora seria una fuente de placer a la que el doctor podria acceder en cuestion de segundos partiendo del vestibulo. Veria correr a Starling, y era tal la calidad de su memoria visual que podria examinar las imagenes y encontrar detalles que habia pasado por alto, oir de nuevo a los grandes y fuertes ciervos trotando colina arriba hasta perderse de vista, ver los callos de sus jarretes, y una cardencha verde enredada en el vientre del que paso mas cerca. Guardo aquel recuerdo en una estancia soleada del palacio,

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