– Estupendo. ?Tiene cuchillos de cocina de acero al carbono?
Buck meneo la cabezota.
– Tendra que buscarlos de segunda mano en algun mercadillo. Es lo que hago yo. Afilandolos con el dorso de un platillo de postre quedan como nuevos.
– Hagame un paquete. Vendre a buscarlo dentro de unos minutos.
A Buck no solian pedirle que hiciera paquetes. Pero lo hizo, aunque con las cejas arqueadas.
Como era de esperar, aquella feria de armamento tenia mas de bazar que de otra cosa. Habia unas cuantas mesas de polvorientas antiguallas de la Segunda Guerra Mundial, que empezaban a parecer prehistoricas. Se podian comprar rifles M-l, mascaras de gas con los cristales de los ojos rotos, cantimploras… No faltaban los habituales tenderetes de reliquias nazis, donde uno podia comprar botes de autentico gas Zyklon B, si sus gustos iban por ahi.
No habia casi nada de las guerras de Corea y Vietnam, y absolutamente nada de la operacion
Muchos de los visitantes vestian ropa de camuflaje, como si acabaran de regresar del frente con un breve permiso para asistir a la feria, en la que no echarian en falta indumentaria de aquel tipo, incluido el conjunto de camuflaje total adecuado para un francotirador o un cazador con arco, pues una de las secciones mas importantes del salon era la dedicada a los arcos y la caza con arco.
El doctor Lecter estaba examinando el conjunto de camuflaje cuando vio por el rabillo del ojo los otros uniformes. Cogio un guante de arquero. Se giro hacia la luz para ver la marca del fabricante y comprobo que los dos agentes que se habian parado a su lado pertenecian al Departamento de Caza y Pesca Fluvial de Virginia, que tenia un pabellon dedicado a la conservacion del medio ambiente.
– Ahi tienes a Donnie Barber -dijo el mas viejo de los dos guardias, senalando con la barbilla-. Si alguna vez consigues llevarlo ante el juez, avisame. Me gustaria echar a ese hijo de puta de los bosques para siempre.
No le quitaban ojo a un hombre de unos treinta anos que estaba en el otro extremo del pabellon de los arcos, vuelto hacia ellos pero con la cara levantada hacia un monitor de video. Donnie Barber vestia de camuflaje, con la cazadora atada a la cintura por las mangas. Llevaba una camiseta de color caqui y sin mangas, para ensenar los tatuajes, y una gorra de beisbol con la visera hacia atras.
El doctor Lecter se alejo poco a poco de los guardias haciendo como que miraba distintos articulos. Se detuvo en un puesto de miras laser para pistola, al otro lado del pasillo, y a traves de una celosia llena de pistoleras observo las imagenes del video que tenia embelesado a Donnie.
Era un video sobre la caza con arco de ciervos cariacu.
Al parecer, alguien fuera de camara ahuyentaba a un ciervo para que corriera entre dos vallas y entrara en un corral de maderos. El cazador, que estaba tensando el arco, llevaba un microfono de ambiente para captar sus propios sonidos. De pronto su respiracion se hizo mas agitada. Luego susurro al microfono: «No conozco nada mejor que esto».
El ciervo dio un respingo al alcanzarlo la flecha y choco dos veces contra la cerca antes de conseguir saltarla y salir huyendo.
Sin dejar de mirar, Donnie Barber dio un salto acompanado de grunidos cuando la flecha se clavo en el animal.
En esos momentos el cazador del video, que habia localizado al ciervo, se disponia a despiezarlo. Empezo con lo que llamo «la lomera».
Donnie Barber paro el video y lo rebobino hasta el instante en que la flecha se clavaba, una y otra vez, hasta que el concesionario le llamo la atencion.
– Anda y que te den, tontorron -dijo Donnie Barber-, que no vendes mas que mierda.
En el puesto de al lado compro flechas amarillas de punta ancha provista de una aleta afilada como una navaja. Se sorteaban dos dias de caza del ciervo, y por el importe de su compra a Donnie le correspondio un boleto.
Barber lo relleno, lo introdujo por la ranura y desaparecio con su largo paquete y el boligrafo del vendedor entre la muchedumbre de comandos barrigudos.
Como los ojos de un batracio al acecho de insectos, los del vendedor percibian cualquier pausa en la multitud que desfilaba ante su puesto. El hombre que tenia delante estaba extraordinariamente inmovil.
– ?Esta es su mejor ballesta? -le pregunto el doctor Lecter.
– No -el hombre saco un estuche de debajo del mostrador-. La mejor es esta. Yo prefiero las que se pliegan a las que se desmontan a la hora de transportarlas. La polea se puede tensar manualmente o con el motor electrico. Supongo que sabe que no se puede usar una ballesta en Virginia si no se es un invalido… -le informo el vendedor.
– Mi hermano ha perdido un brazo y esta impaciente por matar algo con el otro -le explico el doctor Lecter.
– Claro, lo entiendo.
En cosa de cinco minutos, el doctor compro una magnifica ballesta y dos docenas de saetones, las flechas cortas y gruesas que se usan con ese tipo de arma.
– Hagame un paquete -le dijo Lecter.
– Si llena este boleto puede ganar dos dias para cazar ciervos. En una granja estupenda -le indico el vendedor.
El doctor Lecter relleno el boleto del sorteo y lo metio por la ranura de la urna.
El vendedor se puso a atender a otro cliente, pero el doctor volvio sobre sus pasos.
– ?Jefe! -exclamo-. Me he olvidado de poner el numero de telefono. ?Puedo?
– Claro, hombre, usted mismo.
El doctor Lecter quito la tapa de la caja y cogio los dos boletos de arriba. Anadio un numero de telefono falso al resto de la falsa informacion de su papeleta y echo un buen vistazo a la otra, parpadeando una sola vez, como el diafragma de una camara de fotos.
CAPITULO 56
En el gimnasio de Muskrat Farm dominaban el negro y el cromo de la tecnologia punta, y el espacioso recinto estaba equipado con todo el ciclo de maquinas Nautilus, aparatos de pesas, una pista de aerobic y un bar de zumos.
Barney casi habia acabado la sesion y estaba enfriando los musculos en la bicicleta cuando se dio cuenta de que no, estaba solo. En una esquina, Margot Verger se estaba quitando el chandal. Llevaba pantalones cortos elasticos y un top sin mangas sobre el sujetador deportivo, y en ese momento se estaba poniendo un cinturon para levantar pesas. Barney las oyo resonar en el rincon. Al cabo de un momento la oyo respirar con fuerza mientras hacia unos levantamientos para calentar.
Barney seguia pedaleando con la resistencia al minimo y secandose la cabeza con una toalla cuando la mujer se le acerco entre dos tandas de pesas.
Margot miro los brazos del hombre y a continuacion los suyos. Tenian mas o menos el mismo grosor.
– ?Cuanto eres capaz de levantar echado en el banco? -le pregunto ella.
– No lo se.
– Yo creo que lo sabes, y perfectamente.
– Puede que ciento setenta y cinco, o una cosa asi.
– ?Ciento setenta y cinco? Venga ya, grandullon. Como vas a levantar todo eso…
– Puede que tenga razon.
– Tengo un billete de cien dolares que dice que no eres capaz de levantar ciento setenta y cinco.
– ?Contra que?
– ?Contra que cono va a ser? Otros cien. Y yo te pondre la marca.
Barney la miro frunciendo el entrecejo, elastico como goma.
– Vale.
Colocaron las pesas. Margot sumo las que Barney habia puesto en su lado como si creyera que iba a hacer