asesino en serie Jame Gumb la mantenia oculta, y, de no haber sufrido una derrota en las siguientes elecciones, la senadora hubiera podido hacer mucho bien a Starling. Se notaba su agradecimiento al otro lado del telefono, le dio recuerdos de Catherine y se intereso por ella.

– Nunca me ha pedido nada, Starling. Si alguna vez necesita otro empleo…

– Gracias, senadora Martin.

– Y sobre ese maldito Lecter, no, si hubiera tenido noticias suyas, por supuesto que se lo habria comunicado al Bureau, y ahora mismo voy a apuntar su numero aqui, junto al telefono, Starling. Charlsie sabe lo que tiene que hacer con el correo. No espero tener noticias de ese hombre. Lo ultimo que me dijo ese degenerado en Memphis fue «Me encanta su traje». Me hizo lo mas cruel que nadie me haya hecho nunca. ?Sabe que fue?

– Se que procuro mortificarla.

– Cuando Catherine estaba desaparecida, cuando estabamos desesperados y el dijo que tenia informacion sobre Jame Gumb, y yo le estaba suplicando, me pregunto, me miro a la cara con esos ojos de serpiente suyos y me pregunto si le habia dado el pecho a Catherine. Queria saber si le habia dado de mamar. Le conteste que si. Entonces dijo aquello: «Un trabajo que da sed, ?verdad?». Y eso hizo que lo reviviera todo de golpe, tenerla en brazos cuando era una criatura, sedienta, esperando a que se saciara… Aquello me desgarro como nada que hubiera sentido hasta entonces, y el se limito a absorber mi dolor.

– ?Como era, senadora Martin?

– ?Como era…? Perdone, no la entiendo.

– Como era el traje que llevaba, el que le gusto al doctor Lecter.

– Dejeme pensar… Un Givenchy azul marino, de muy buen corte -dijo la senadora Martin, un tanto molesta por las prioridades de Starling-. Cuando haya vuelto a ponerlo entre rejas, Starling, venga a verme, daremos un paseo a caballo.

– Gracias, senadora, lo tendre en cuenta.

Dos llamadas telefonicas, una a cada lado del doctor Lecter; una daba fe de su encanto, la otra, de sus escamas. Starling tomo unas notas: «Cosechas relacionadas con cumpleanos», lo que ya estaba cubierto en su pequeno programa. Anadio «Givenchy» a su lista de articulos de lujo. Despues de dudarlo, escribio igualmente «Dar el pecho» sin que supiera a cuento de que, y no tuvo mas tiempo para pensar en ello porque el telefono rojo empezo a sonar.

– ?Ciencias del Comportamiento? Estoy intentando ponerme en contacto con Jack Crawford, soy el sheriff Dumas del condado de Clarendon, Virginia.

– Sheriflf, soy la ayudante de Jack Crawford. El ha tenido que ir a los juzgados. ?En que puedo ayudarlo? Soy la agente especial Starling.

– Necesito hablar con Jack Crawford. Tenemos a un tipo en el deposito al que le han cortado unas cuantas tajadas. ?Hablo con la unidad correcta?

– Si, senor, esta es el la unidad de car… Si, senor, ha hecho bien en llamar aqui. Si me dice exactamente donde se encuentra, saldre para alli enseguida y pondre al tanto al senor Crawford en cuanto acabe de testificar.

El Mustang de Starling salio de Quantico lo bastante deprisa como para hacer que el marine de guardia le pusiera mala cara, meneara la cabeza y procurara reprimir una sonrisa.

CAPITULO 58

El deposito de cadaveres del condado de Clarendon, al norte de Virginia, esta unido al hospital del condado por una pequena esclusa neumatica con un ventilador extractor en el techo y amplias puertas de dos hojas en cada extremo para facilitar la entrada y salida de cadaveres. Un ayudante del sheriff de pie ante ellas impedia el acceso a cinco reporteros y camaras arremolinados a su alrededor.

Starling se puso de puntillas detras del corro y levanto la placa. Cuando el policia la vio y asintio con la cabeza, Starling se abrio paso entre los periodistas. Los flashes la deslumhraron y un fogonazo relumbro a sus espaldas.

En la sala de autopsias reinaba un silencio que solo interrumpia el ruido del instrumental al ser depositado en la bandeja metalica.

El deposito del condado tenia cuatro mesas de autopsia de acero inoxidable, con sendas balanzas y piletas. Dos de ellas estaban cubiertas con sabanas extranamente moldeadas por los restos que ocultaban. En otra, la mas proxima a las ventanas, se estaba llevando a cabo una autopsia rutinaria. El patologo y su ayudante estaban enfrascados en alguna operacion delicada y no levantaron la vista cuando Starling entro.

El insidioso chirrido de una sierra electrica lleno la sala y al cabo de un momento el patologo aparto la parte superior de un craneo, levanto un cerebro en el hueco de las manos y lo deposito en la balanza. Susurro el peso al microfono de su solapa, examino el organo en el platillo de la balanza y lo hurgo con un dedo enguantado. Cuando advirtio la presencia de Starling por encima del hombro de su ayudante, puso el cerebro en la cavidad toracica abierta del cadaver, encesto los guantes de goma en una papelera como un crio lanzando gomas elasticas y dio la vuelta a la mesa para acercarse a la mujer. A Starling, estrechar aquella mano le daba repelus.

– Clarice Starling, agente especial, FBI.

– Doctor Hollingsworth, forense, patologo, jefe de cocina y limpiabotellas -los ojos de Hollingsworth, de un azul intenso, relucian como huevos duros. Se dirigio a su ayudante sin apartar la vista de Starling-: Marlene, llame al sheriff, esta en la UVI de Cardiologia, y destape esos cuerpos, por favor.

Segun la experiencia de Starling, los forenses solian ser inteligentes pero tambien juguetones y atolondrados en las conversaciones informales, y les gustaba presumir. Hollingsworth siguio la mirada de Starling.

– ?Le llama la atencion lo que he hecho con el cerebro?

Ella asintio, pero le enseno las manos, abiertas en son de paz.

– Aqui no somos descuidados, agente especial Starling. No he vuelto a meterlo en el craneo por hacerle un favor al de la funeraria. En este caso tendran un ataud abierto y un largo velatorio, y no hay forma de evitar que parte del cerebro se escurra al cojin; asi que llenamos el craneo con gasas o lo que tengamos a mano, volvemos a cerrarlo y lo grapo por encima de las orejas para que no vuelva a abrirse. La familia tiene el cuerpo entero y todos felices.

– Lo entiendo.

– Digame si entiende esto otro -dijo.

Detras de Starling la ayudante del doctor Hollingsworth habia destapado las mesas de autopsia.

Starling se dio la vuelta y lo vio todo en una sola imagen que se le quedaria grabada el resto de su vida. Uno al lado del otro, sobre las dos mesas de acero inoxidable, yacian un ciervo y un hombre. Del cuerpo del primero sobresalia una flecha amarilla. La flecha y las astas del animal habian sostenido la sabana como los mastiles de una tienda de campana.

El hombre tenia una flecha mas corta y gruesa atravesandole la cabeza justo encima de las orejas. Llevaba una sola prenda, una gorra de beisbol calada del reves y clavada a la cabeza por la flecha.

Al verlo, a Starling le entro la risa, pero se reprimio tan rapido que los demas debieron de interpretar el ruido como expresion de su sobresalto. La similar colocacion de los dos cuerpos, con el humano tambien de costado en lugar de en posicion anatomica, revelaba que los habian sacrificado de forma casi identica; les habian extirpado el solomillo y los ijares con destreza y precision, y habian rebanado los pequenos filetes de debajo de la columna.

Una piel de ciervo sobre acero inoxidable. La cabeza alzada sobre las astas en el cojin de metal, vuelta y con el ojo en blanco, como si intentara mirar hacia atras, hacia el brillante astil que lo habia matado; tumbado sobre el costado y su propio reflejo en aquel lugar de obsesivo orden, el animal parecia mas salvaje, mas ajeno al hombre de lo que nunca lo habria parecido en el bosque.

El hombre tenia los ojos abiertos y de la comisura le salia un hilillo de sangre, como lagrimas rojas.

– Produce extraneza verlos juntos -dijo el doctor Hollingsworth-. Los dos corazones pesan exactamente lo mismo -miro a Starling y comprobo que se encontraba bien-. Hay una diferencia en el hombre. Mire esto: le han separado de la columna las costillas cortas y le han sacado los pulmones por la espalda. Casi parecen alas, ?verdad?

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