– ?Hara el favor de decirle que ha llamado Benning, del laboratorio de ADN? Por favor, digale que lo del cepillo de dientes y la pestana de la flecha coinciden. Es el doctor Lecter. Y digale que me llame.
– Por supuesto, se lo dire enseguida. Deme su extension. Muchas gracias.
Starling no estaba en la otra linea. Pickford llamo a Paul Krendler a su casa.
Al ver que Starling no la llamaba al laboratorio, la analista se sintio un tanto decepcionada. A. Benning habia dedicado a aquello un monton de tiempo extra. Se fue a casa mucho antes de que Pickford se decidiera a llamar a Starling.
Mason estuvo al corriente una hora antes que la agente especial.
Hablo brevemente con Krendler, tomandose su tiempo, dejando que la maquina le fuera mandando oxigeno. Tenia la mente muy clara.
– Es el momento de poner a Starling fuera de circulacion, antes de que decidan preparar una encerrona y la pongan de cebo. Es viernes, tenemos todo el fin de semana. Mueve el culo, Krendler. Suelta lo del anuncio y echala a la calle, le ha llegado la hora. Y Krendler…
– Me gustaria que al menos…
– …limitate a hacer lo que te digo, y cuando recibas la proxima postal de las islas Caiman tendra un numero completamente nuevo escrito debajo del sello.
– De acuerdo, yo… -empezo a decir Krendler, pero la comunicacion se corto.
La breve conversacion habia cansado a Mason mas de lo normal. Para acabar, antes de hundirse en un sueno intranquilo, hizo venir a Cordell y le dijo:
– Manda traer los cerdos.
CAPITULO 64
Exige mayor esfuerzo fisico mover a un cerdo semisalvaje contra su voluntad que secuestrar a un hombre. Los cerdos son mas dificiles de sujetar que los hombres, los grandes son mas fuertes que cualquier hombre y no se los puede intimidar con un arma. Si se quiere conservar integros el abdomen y las piernas, no hay que perder de vista los colmillos.
Por instinto, los jabalies procuran eviscerar a su adversario cuando se enfrentan a las especies plantigradas, como el hombre y el oso. No desjarretan de forma espontanea, pero aprenden a hacerlo deprisa.
Si se necesita mantener vivo al animal, no se lo puede aturdir con un
Carlo Deogracias, el porquero mayor, tenia paciencia de cocodrilo. Habia probado a sedarlos usando la misma acepromacina que destinaba al doctor Lecter. Ahora sabia con exactitud la dosis necesaria para dormir a un jabali de cien kilos y los intervalos de administracion para mantenerlo inmovil hasta catorce horas seguidas sin efectos secundarios duraderos.
Dado que la empresa de los Verger era una importadora-exportadora a gran escala de animales y asociada permanente del Departamento de Agricultura en la experimentacion de programas de cria, los cerdos de Mason se encontraron el camino expedito. El formulario 17-129 del Servicio Veterinario se envio por fax a la Inspeccion de Salud Animal y Vegetal de Riverdale, Maryland, en la forma reglamentaria, junto con los certificados veterinarios de Cerdena y una tasa de treinta y nueve dolares con cincuenta por cincuenta tubos de semen congelado que Carlo iba a introducir en el pais.
Los permisos correspondientes llegaron tambien por fax, junto con una dispensa de la usual cuarentena porcina de Key West y una confirmacion de que un inspector enviado ex profeso evitaria que los animales encontraran problemas en el Aeropuerto Internacional Baltimore-Washington.
Carlo y sus ayudantes, los hermanos Fiero y Tommaso Falcione, habian construido las jaulas. Eran solidas, tenian puertas de guillotina en cada extremo y estaban lijadas y acolchadas por dentro. En el ultimo minuto se acordaron de embalar el espejo del burdel. Las fotografias que mostraban el reflejo de los cerdos enmarcado en molduras rococo habian hecho las delicias de Mason.
Con amoroso cuidado, Carlo drogo a los dieciseis cerdos, cinco jabalies criados en el mismo corral y once hembras, una de ellas prenada, ninguna en celo. Una vez inconscientes, los examino uno por uno con detalle. Comprobo los afilados dientes y las puntas de los colmillos con los dedos; sostuvo sus terribles cabezas con las manos; miro al interior de los ojillos entelados; afino el oido para asegurarse de que los conductos respiratorios estaban despejados; y sacudio sus elegantes tobillos. Despues los arrastro sobre lonas al interior de las jaulas de madera y dejo caer las puertas.
Los camiones descendieron ruidosamente de las montanas de Gennargentu hasta Cagliari. En el aeropuerto los esperaba un aerobus de carga de la compania Count Fleet Airlines, especializado en el transporte de caballos de carreras. Aquel aparato solia llevar y traer caballos norteamericanos que competian en Dubai. En esa ocasion transportaba solo uno, recogido en Roma, y no hubo manera de tranquilizarlo en cuando percibio el olor a salvajina; relincho y coceo su estrecho pesebre acolchado hasta que la tripulacion tuvo que sacarlo y dejarlo en tierra, lo que mas tarde estuvo a punto de costarle a Mason una fortuna, pues se vio obligado a pagar el transporte del animal y una compensacion a su dueno para evitar una querella.
Carlo y sus ayudantes volaron con los cerdos en la apretada bodega del carguero. Cada media hora, el porquero jefe hacia una visita a cada uno de los animales, les ponia la mano en el aspero costado y sentia los zambombazos de su salvaje corazon.
Por mas que estuvieran sanos y tuvieran buen apetito, no podia pedirse a dieciseis cerdos que se zamparan al doctor Lecter de una sentada. Les habia costado un dia dar entera cuenta del cineasta.
En la primera sesion, Mason queria que el doctor Lecter viera como le comian los pies. Durante la noche lo mantendrian vivo con una solucion salina intravenosa, a la espera del segundo plato.
Mason habia prometido a Carlo que le permitiria pasar una hora con el doctor entre plato y plato.
El segundo dia, los animales podrian vaciarlo y comerse la carne de las paredes del vientre y de la cara en una hora; cuando la primera tanda con los cerdos mayores y la cerda prenada se retirara ahita, la segunda ola correria a la mesa. Para entonces, la diversion se habria acabado de todos modos.
CAPITULO 65
Era la primera vez que Barney iba al granero. Entro por una puerta lateral practicada bajo las galerias de asientos que rodeaban las dos terceras partes de un viejo ruedo. Vacio y silencioso salvo por el zureo de las palomas en las vigas del techo, el lugar seguia conservando un cierto aire de expectacion. Tras el podio del subastador se extendia el corral abierto. Grandes puertas dobles daban a las cuadras y la guarnicioneria.
Barney oyo voces y grito un «?Hola!».
– En la guarnicioneria, Barney, entra -dijo la profunda voz de Margot.
La guarnicioneria era un lugar alegre, con las paredes llenas de arneses y hermosas sillas de montar, e impregnado de olor a cuero. Los calidos rayos de sol que se colaban por las ventanas polvorientas, justo debajo de los tirantes, lustraban los aparejos y las pacas de heno. Un sobrado abierto a lo largo de uno de los lados daba al pajar del granero.
Margot estaba recogiendo las riendas y los cepillos de los caballos. Su cabello era mas claro que la paja y sus ojos, tan azules como el sello de inspeccion de la carne.
– Hola -dijo Barney desde la puerta.
El lugar le parecia un tanto teatral, pensado para las visitas infantiles. Por su altura y la inclinacion de la luz, recordaba a una iglesia.
– Hola, Barney. Echa un vistazo por ahi, la comida estara lista en veinte minutos.
La voz de Judy Ingram llego del piso superior.
– Barneeeeeey. Buenos dias. ?Espera a ver lo que tenemos para comer! Margot, ?quieres que probemos a comer fuera?