sitio web del Bureau abierto al publico. El doctor Lecter lo visitaba a diario para asegurarse de que seguian utilizando su fotografia antigua en «Los diez mas buscados». De esta forma se entero del aniversario del FBI con suficiente antelacion para no perderse la cobertura televisiva. Se sento en el gran sillon con su esmoquin y su corbata inglesa y vio mentir a Krendler. Lo miraba con los ojos entrecerrados, haciendo girar con suavidad la copa de conac bajo la nariz. No habia visto aquel palido rostro desde que Krendler estuvo ante su jaula en Memphis, siete anos atras, justo antes de su huida.
En la cadena local de Washington vio a Starling recibiendo una multa de trafico con los microfonos metiendose por la ventanilla del Mustang. Para entonces la television ya acusaba a Starling de «haber abierto una brecha en la seguridad nacional» con relacion al caso Lecter.
Los ojos marrones del doctor se abrieron de par en par cuando las camaras la enfocaron, y en la profundidad de sus pupilas las chispas volaron en torno a la imagen del rostro femenino. Retuvo entera y perfecta su apariencia mucho despues de que desapareciera de la pantalla, y procuro fundirla con otra imagen, Mischa; las apreto una contra otra hasta que, del corazon de rojo plasma de su fusion, las chispas ascendieron llevando consigo una sola imagen en direccion este, hacia el cielo nocturno, para que girara con las estrellas sobre el mar.
A partir de ese momento, si el universo decidia contraerse, si el tiempo revertia y las tazas de te rotas se reintegraban, existiria un hueco en el mundo para Mischa. El lugar mas valioso que el doctor Lecter era capaz de imaginar: el lugar de Starling. Mischa podria ocupar el lugar de Starling en el mundo. Si eso ocurria, si aquel tiempo retrocedia, la desaparicion de Starling habria dejado libre a Mischa un espacio tan puro y radiante como la banera de cobre en el jardin.
CAPITULO 74
El doctor Lecter aparco su camioneta a una manzana del Hospital de la Misericordia de Maryland y limpio las monedas con un pano antes de introducirlas en el parquimetro. Vestido con el mono acolchado que usan los trabajadores para protegerse del frio y con una gorra de visera larga para protegerse de las camaras de seguridad, entro al edificio por la puerta principal.
Habian pasado mas de quince anos desde la ultima vez que el doctor Lecter estuviera en el Hospital de la Misericordia, pero la disposicion basica del centro no habia cambiado. Encontrarse de nuevo en el lugar donde habia iniciado su carrera medica no le produjo la menor emocion. Las areas restringidas de los pisos superiores habian sufrido una renovacion cosmetica, pero debian de conservar practicamente la misma distribucion que en sus tiempos si las cianocopias de los planos que habia visto en el Departamento de Inmuebles no mentian.
Un pase de visitante obtenido en el mostrador de la entrada le permitio acceder a las plantas de habitaciones. Recorrio el pasillo leyendo los nombres de los pacientes y los medicos en las puertas. Se encontraba en la unidad de convalecencia postoperatoria, a donde se trasladaba a los enfermos que habian sufrido una intervencion cardiaca o craneal una vez que salian de cuidados intensivos.
Cualquiera que hubiera observado al doctor Lecter avanzar por el pasillo habria pensado que le costaba leer; movia los labios sin producir sonidos y se rascaba la cabeza de vez en cuando como un retrasado. Al cabo de un rato, se sento en la sala de espera, desde donde podia ver la entrada al pasillo. Espero hora y media entre ancianas que contaban tragedias familiares y soporto El preao justo en la television. Por fin vio lo que habia estado esperando, un cirujano que aun tenia puesta la bata verde del quirofano haciendo en solitario su ronda de visitas. Aquel era… El cirujano entro en una de las habitaciones para ver a un paciente… del doctor Silverman. El doctor Lecter se levanto rascandose la cabeza. Cogio un periodico desarmado de una mesita y salio de la sala de espera. Dos puertas mas alla habia otra habitacion ocupada por otro paciente del doctor Silverman. El doctor Lecter se deslizo adentro. La habitacion estaba en penumbra, el paciente, completamente dormido, con la cabeza y un lado de la cara aparatosamente vendados. En el monitor un gusano de luz daba brincos con regularidad.
El doctor Lecter se quito a toda prisa el mono aislante y se quedo en bata quirurgica. Se puso rundas de plastico en los zapatos, gorro, mascarilla y guantes. Se saco del bolsillo una bolsa blanca para la basura y la desplego.
El doctor Silverman abrio la puerta con la cabeza vuelta hacia el pasillo mientras hablaba con alguien. ?Lo acompanaria una enfermera al interior del cuarto? No.
El doctor Lecter cogio la papelera y se puso a echar su contenido en la bolsa de la basura dando la espalda a la puerta.
– Perdone, doctor, enseguida me voy -dijo.
– No se preocupe -respondio el doctor Silverman, cogiendo la tablilla a los pies de la cama-. Continue con su trabajo, por favor.
– Gracias, asi lo hare -dijo el doctor Lecter al tiempo que le propinaba un golpe en la base del craneo con la porra de cuero, poco mas que un capirotazo atizado con un simple giro de la muneca, en realidad, y lo sujetaba por el pecho mientras se desplomaba. Siempre sorprendia ver al doctor Lecter sosteniendo un cuerpo; tamano por tamano, era tan fuerte como una hormiga. Arrastro al doctor Silverman hasta el cuarto de bano y le bajo los pantalones. Lo dejo sentado en la taza del inodoro.
El cirujano se quedo con el torso doblado sobre los muslos. El doctor Lecter lo incorporo el tiempo suficiente para mirarle las pupilas y hacerse con las diversas tarjetas de identificacion prendidas en la pechera de la bata quirurgica.
Reemplazo las credenciales del cirujano con su propio pase de visita, invertido. Se coloco el estetoscopio alrededor del cuello enroscado al estilo de los profesionales y las complejas lentes quirurgicas de aumento en la frente. Se guardo la porra de cuero en la manga.
Ahora estaba listo para internarse en el corazon del Hospital de la Misericordia.
El centro cumplia estrictamente las directrices federales en cuanto al manejo de drogas narcoticas. En la enfermeria de cada planta se guardaban en un armario bajo llave. Para abrirlo eran necesarias dos llaves, en poder de la enfermera jefe y su primer ayudante. Ademas, se llevaba un estricto libro de registro.
En la zona de quirofanos, la mas segura del hospital, cada sala recibia las drogas necesarias para la siguiente intervencion unos minutos antes de que se introdujera al paciente. Las del anestesista se guardaban en una vitrina con una zona refrigerada y otra a temperatura ambiente, cerca de la mesa de operaciones.
Las existencias se almacenaban en un dispensario quirurgico aparte, proximo a la sala de esterilizacion, que contenia cierto numero de preparados que no era posible encontrar en el dispensario general del primer piso: poderosos tranquilizantes y exoticos sedantes hipnoticos que permiten realizar operaciones a corazon abierto y practicar cirugia cerebral sobre pacientes conscientes con los que es posible mantener una conversacion.
El dispensario quirurgico siempre estaba vigilado durante la jornada laboral y los armarios no estaban cerrados con llave cuando el farmaceutico se encontraba alli. En un emergencia de cirugia cardiovascular no hay tiempo para buscar llaves. El doctor Lecter, con la mascarilla puesta, empujo las puertas de vaiven que daban paso a la zona de quirofanos.
En un intento de desdramatizar el ambiente, habian pintado las paredes con distintas combinaciones de colores brillantes que hubieran dado la puntilla a cualquier moribundo. Junto al mostrador, unos cuantos cirujanos firmaban la entrada e iban desfilando hacia la sala de esterilizacion. El doctor Lecter levanto la tablilla de firmas y movio la pluma sobre ella sin llegar a escribir.
El horario del tablero informaba de que la primera intervencion de la jornada, la extirpacion de un tumor cerebral en el quirofano B, comenzaria dentro de veinte minutos. En la sala de esterilizacion el doctor Lecter se quito los guantes, se lavo escrupulosamente hasta la altura de los codos, se seco las manos, se las empolvo y volvio a ponerse los guantes. Salio de nuevo al vestibulo. El dispensario debia de ser la puerta siguiente de la derecha. La puerta, rotulada con una A y pintada de color albaricoque, tenia el rotulo GENERADORES DE EMERGENCIA. A continuacion se encontraba la puerta de doble hoja del quirofano B. Una enfermera se coloco a su lado.
– Buenos dias, doctor.
El doctor Lecter carraspeo bajo la mascarilla y murmuro un buenos dias. Dio media vuelta hacia la sala de esterilizacion farfullando, como si hubiera olvidado alguna cosa. La enfermera se lo quedo mirando un momento y entro en el quirofano B. El doctor Lecter se quito los guantes y los tiro al contenedor aseptico. Nadie le presto atencion. Cogio otro par. Su cuerpo seguia en la sala de esterilizacion, pero en realidad estaba recorriendo a toda