Lecter?

– No, senor.

– Entonces no puedes poner al dia el VICAP hasta que estemos seguros de que Lecter no puede acceder a el. Podria tener el codigo de acceso de Pazzi. O Starling podria leerlo y darle el soplo otra vez de alguna forma, como hizo en Florencia.

– Vaya, es verdad, no habia caido en eso. La oficina federal de Annapolis podria recoger la cinta.

– De eso me encargare yo personalmente.

Pickford le dicto la direccion de la licoreria.

– Sigue con lo de las suscripciones -le ordeno Krendler-. Puedes informar a Crawford de esto cuando vuelva al trabajo. Yo organizare la vigilancia de las oficinas de correos a partir del dia diez.

Krendler marco el numero de Mason; luego salio de su residencia de Georgetown y troto hacia el parque Rock Creek.

En la penumbra cada vez mas densa solo se veian la cinta Nike blanca para el pelo, las zapatillas Nike blancas y la raya blanca a lo largo del costado de su oscuro chandal Nike, como si no hubiera nadie bajo los emblemas comerciales.

Fue una carrera a paso vivo de media hora. Oyo el zumbido de las helices cuando tuvo a la vista la pista de helicopteros proxima al zoo. Se agacho bajo las aspas y alcanzo la cabina sin necesidad de interrumpir el trote. El ascenso del aparato lo emociono, la ciudad, los monumentos iluminados empequeneciendose mientras subia a las alturas que se merecia, en direccion a Annapolis para recoger la cinta y llevarsela a Mason.

CAPITULO 76

– ?Quieres enfocar el aparato de una puta vez, Cordell? -en la profunda voz de locutor de Mason, con sus consonantes sin labialidad, «aparato» y «puta» sonaban mas bien como «ajaiato» y «juta».

Krendler estaba a su lado en la parte oscura de la habitacion para ver mejor el monitor elevado. En el calor de aquel cuarto de enfermo, se habia atado la chaqueta de su chandal de yuppie a la cintura y lucia su camiseta de Princeton. La cinta del pelo y las zapatillas destacaban a la luz del acuario.

En opinion de Margot, Krendler tenia hombros de pollo. Cuando el entro, apenas intercambiaron un saludo.

No habia contador de revoluciones ni de tiempo en la camara de la licoreria, y el ajetreo del negocio en visperas de las Navidades era considerable. Cordell hizo correr la cinta de un cliente a otro a lo largo de un monton de ventas. Mason mataba el tiempo mortificando a todo el mundo.

– ?Que dijiste cuando entraste en la tienda con tu chandal y ensenaste la chapa de hojalata, Krendler? ?Que te estabas entrenando para la seguridad de las Olimpiadas? -Mason habia acabado de perderle el respeto desde que Krendler habia empezado a ingresar los cheques.

Krendler era incapaz de ofenderse cuando sus intereses estaban en juego.

– Dije que iba de incognito. ?Que vigilancia le has puesto a Starling?

– Margot, explicaselo -dijo Mason, que al parecer preferia ahorrar su escaso aliento para los insultos.

– Hemos traido a doce hombres de nuestro servicio de seguridad de Chicago. Estan en Washington. Han formado tres equipos, un miembro de cada uno es ayudante del sheriff en el estado de Illinois. Si la policia los sorprende cogiendo a Lecter, diran que lo reconocieron y que es una accion civica y bla, bla, bla. El equipo que lo capture se lo entrega a Carlo. Se vuelven a Chicago y aqui no ha pasado nada.

La cinta de video seguia corriendo.

– Un momento… Cordell, retrocede treinta segundos -dijo Mason-. Mirad eso.

La camara de la licoreria cubria el area que iba de la entrada a la caja resgistradora.

En la borrosa, imagen sin sonido de la cinta, se veia entrar a un individuo con una gorra de visera larga, chaqueta de lenador y manoplas. Tenia las patillas largas y llevaba gafas de sol. Dio la espalda a la camara y cerro la puerta cuidadosamente.

El comprador explico al dependiente lo que queria en cuestion de segundos y lo siguio fuera de camara, hacia los botelleros.

Pasaron tres minutos. Por fin, regresaron al encuadre. El dependiente limpio el polvo de la botella y la rodeo de borra antes de meterla en una bolsa. El cliente solo se quito la manopla derecha y pago en metalico. La boca del dependiente se movio diciendo «gracias» a la espalda del hombre, que se dirigia hacia la salida.

Una pausa de unos segundos, y el dependiente llamo a alguien que estaba fuera de camara. Un individuo corpulento aparecio a su lado y corrio hacia la puerta.

– Ese es el propietario, el que vio la camioneta -explico Krendler.

– Cordell, ?puedes hacer una copia y aumentar la cabeza del cliente?

– Estara en un segundo, senor Verger. Pero sera borrosa.

– Hazlo.

– No se quita la manopla izquierda -dijo Mason-. Puede que me hayan tomado el pelo con la radiografia que compre.

– Pazzi dijo que se habia operado la mano, ?no?, que ya no tenia el dedo de mas -dijo Krendler.

– Puede que Pazzi tuviera el dedo metido en el culo, ya no se a quien creer. Tu lo conoces, Margot, ?que dices? ?Era Lecter?

– Han pasado dieciocho anos -respondio Margot-. Solo asisti a tres sesiones con el y siempre se quedaba detras de su escritorio, no daba paseos por el despacho. Era muy tranquilo. De lo que mas me acuerdo es de su voz.

Se oyo la de Cordell en el interfono.

– Senor Verger, ha venido Carlo.

Carlo olia a cerdo, o peor. Entro en la habitacion sosteniendo el sombrero contra el pecho y el hedor a embutido de jabali rancio que emanaba de su cabeza obligo a Krendler a expulsar aire por la nariz. En senal de respeto, el secuestrador sardo inmovilizo en la boca el diente de venado que masticaba.

– Carlo, mira esto. Cordell, rebobina hasta el momento en que entra en la licoreria.

– Ese es el stronzo hijo de la gran puta -dijo Carlo antes de que el sujeto del video hubiera dado cuatro pasos-. La barba es reciente, pero tiene la misma forma de moverse.

– ?Le viste las manos en Firenze, Carlo?

– Certo.

– ?Cinco dedos en la izquierda, o seis?

– …Cinco.

– Has dudado.

– Porque tenia que decir cinque en ingles. Eran cinco, estoy seguro.

Mason separo las descarnadas mandibulas, unica forma de sonrisa que le quedaba.

– Me encanta. Lleva las manoplas para que los seis dedos sigan en su descripcion -dijo.

Puede que la fetidez de Carlo hubiera penetrado en el acuario a traves de la bomba de aireacion. La anguila salio a echar un vistazo y se quedo fuera, dando vueltas y mas vueltas, trazando su infinito ocho de Moebius, ensenando los dientes al respirar.

– Carlo, puede que acabemos este asunto pronto -dijo Mason-. Tu, Piero y Tommaso sois mi primer equipo. Confio en vosotros, aunque no pudisteis con el en Florencia. Quiero que tengais a Clarice Starling bajo constante vigilancia el dia anterior a su cumpleanos, el dia de su cumpleanos y el siguiente. Os relevaran cuando este dormida en su casa. Os dare un conductor y una furgoneta.

– Padrone -dijo Carlo.

– ?Si?

– Quiero un rato en privado con el dottore, por mi hermano Matteo -Carlo se santiguo al pronunciar el nombre del difunto-. Usted me lo prometio.

– Comprendo tus sentimientos perfectamente, Carlo. Tienes toda mi comprension. Mira, quiero dedicarle al doctor Lecter dos sesiones. La primera noche, quiero que los cerdos le coman los pies con el viendolo todo desde el otro lado de la barrera. Y lo quiero en buena forma para eso. Traemelo en perfecto estado. Nada de golpes en la

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