carroceria polvorienta.

Con las llaves ya en la mano, Starling oyo el silbido del aire que escapaba de la valvula antes de llegar al coche. Veia el techo de la furgoneta llegando a la salida.

Golpeo la ventanilla del Lincoln, que seguia tocando el claxon, ahora por ella.

– ?Tiene telefono en el coche? FBI, por favor, ?lleva telefono en el coche?

– Arranca, Noel -dijo la mujer golpeando al conductor con la pierna y pellizcandolo-. No queremos problemas, esto es algun truco. Tu no te metas -y el coche salio disparado.

Starling corrio al telefono publico mas cercano y marco el novecientos once.

El ayudante del sheriff Mogli corrio al limite de velocidad a lo largo de quince manzanas.

Carlo arranco el dardo del cuello del doctor Lecter, aliviado al ver que el agujero no sangraba. Bajo la piel se habia formado un hematoma del tamano de una moneda de veinticinco centavos. La inyeccion debia difundirse a traves de una masa muscular grande. Aquel hijo de puta era capaz de morirse antes de que los cerdos pudieran acabar con el.

Nadie hablaba en el interior de la furgoneta; solo se oian las respiraciones y los graznidos de la radio de la policia bajo el salpicadero. El doctor Lecter yacia en el suelo envuelto en su distinguido abrigo, con el sombrero atrapado bajo la lustrosa cabeza y una mancha de sangre en el cuello de la camisa, elegante como un pavo en el escaparate del carnicero.

Mogli se metio en un garaje y subio hasta el tercer nivel, donde se detuvieron el tiempo justo para arrancar las pegatinas de los costados de la furgoneta y cambiar las matriculas.

No valia la pena. Mogli rio para sus adentros cuando la radio de la policia emitio el boletin. La operadora del novecientos once, malinterpretando al parecer la descripcion de Starling, que le habia hablado de «una furgoneta O minibus gris», emitio una llamada a todas las unidades para buscar un autobus de linea Greyhound. Se habia de reconocer, no obstante, que habia apuntado correctamente todos los numeros de la matricula falsa excepto uno.

– Igual que en Illinois -dijo Mogli.

– Lo he visto sacar la navaja y he creido que se iba a matar para librarse de lo que le tenemos preparado -dijo Carlo a Fiero y Tommaso-. Va a lamentar no haberse rebanado el pescuezo.

Mientras comprobaba las otras ruedas, Starling encontro el paquete junto al coche.

Una botella de Chateau d'Yquem de trescientos dolares y la tarjeta, escrita con aquella letra que le era tan familiar: «Feliz cumpleanos, Clarice».

En ese momento comprendio lo que habia visto.

CAPITULO 78

Starling sabia de memoria los numeros que necesitaba. ?Conducir diez manzanas hasta casa para usar su propio telefono? No, mejor volver al telefono publico, donde le quito el pegajoso auricular a una chica que fue a buscar a un guardia de seguridad del supermercado a pesar de que Starling le habia pedido disculpas.

Starling llamo a la brigada de intervencion rapida de Buzzard's Point, el centro de operaciones de Washington.

En aquella brigada con la que habia trabajado tantos anos estaban al cabo de la calle sobre la situacion de Starling, y la pusieron con el despacho de Clint Pearsall mientras ella se tentaba en busca de mas monedas y discutia con el guardia de seguridad, emperrado en que se identificara.

Por fin oyo la voz de Pearsall al otro lado de la linea.

– Senor Pearsall, he visto a tres hombres, tal vez cuatro, secuestrar a Hannibal Lecter en el aparcamiento del Safeway hace cinco minutos. Me han pinchado una rueda y no he podido perseguirlos.

– ?Es lo del autobus, la llamada a todas las unidades de la policia?

– No se nada de ningun autobus. Era una furgoneta gris, con matricula para discapacitados -explico, y le dio el numero.

– ?Como sabe que era Lecter?

– Me… me ha dejado un regalo, estaba debajo del coche.

– Entiendo…

Pearsall se quedo callado y Starling perdio la paciencia.

– Senor Pearsall, usted sabe que es Mason Verger quien esta detras de esto. No hay otra explicacion. Nadie mas podria hacerlo. Es un sadico, lo torturara hasta matarlo y querra verlo. Tenemos que emitir un boletin sobre todos los vehiculos de Verger y hacer que el fiscal de Baltimore consiga una orden de registro de su propiedad.

– Starling… Por amor de Dios, Starling. Mire, se lo voy a preguntar una sola vez. ?Esta segura de lo que ha visto? Pienselo un segundo. Piense en todo lo bueno que ha hecho usted aqui. Piense en lo que juro. Luego no habra marcha atras. ?Que ha visto?

«Que tendria que decirle… ?Que no soy una histerica? Eso es lo primero que diria una histerica.»

Comprendio en un instante lo bajo que habia caido en la confianza de Pearsall, y de que material tan perecedero estaba hecha su confianza.

– He visto a tres individuos, puede que a cuatro, secuestrar a un hombre en el aparcamiento del Safeway. En el lugar de los hechos he encontrado un regalo del doctor Hannibal Lecter, una botella de vino Chateau d'Yquem, por mi cumpleanos, acompanada de una nota de su puno y letra. He descrito el vehiculo. Ahora le estoy informado a usted, Clint Pearsall, director del centro de operaciones Buzzard's Point.

– Lo voy a llevar adelante como secuestro, Starling.

– Voy para alla. Puedo ser nombrada ayudante y acompanar a la brigada de intervencion rapida.

– No venga, no la dejaran entrar.

Starling lamento no haberse alejado de alli antes de la llegada de la policia de Arlington. Les costo quince minutos rectificar el boletin para las unidades sobre el vehiculo. Una oficial obesa con bastos zapatos de suela gorda le tomo declaracion. El cuadernillo de multas, la radio, el espray irritante, la pistola y las esposas sobresalian formando angulos con su enorme trasero, y las costuras de la chaqueta parecian a punto de reventar. La oficial no sabia si rellenar la casilla sobre la profesion de Starling con «FBI» o «Ninguna». Cuando Starling consiguio irritarla anticipandose a sus preguntas, aminoro el ritmo del interrogatorio. Cuando le llamo la atencion sobre las huellas de neumaticos para nieve y barro en el lugar donde la furgoneta habia saltado sobre la mediana, resulto que nadie tenia una camara. Presto la suya a los policias y les enseno a usarla.

Una y otra vez, mientras respondia a las preguntas, Starling se repetia mentalmente: «Tenia que haberlos perseguido, tenia que haberlos perseguido, tenia que haber echado a patadas a esos dos del Lincoln y haberlos perseguido».

CAPITULO 79

Krendler se entero de la declaracion de secuestro de inmediato. Llamo a sus fuentes y despues se puso en contacto con Mason por un telefono seguro.

– Starling ha presenciado la captura; no habiamos contado con eso. Esta armando jaleo en el centro de operaciones de Washington. Pidiendo una orden para registrar tu casa.

– Krendler… -Mason espero que la maquina le proporcionara oxigeno, o tal vez estaba exasperado, Krendler no hubiera sabido decirlo-. Ya he puesto denuncias ante las autoridades locales, el sheriff y la oficina del fiscal por el acoso a que me esta sometiendo esa Starling, que me llama a las tantas de la noche con amenazas absurdas.

– ?Lo ha hecho?

– Por supuesto que no, pero no podra probarlo y servira para enturbiar las aguas. Sobre lo otro, puedo invalidar cualquier orden en este condado y en este estado. Pero quiero que llames al fiscal de aqui y le recuerdes que esa puta histerica no me deja en paz. De los otros ya me ocupo yo, no sufras.

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