velocidad el vestibulo de su palacio de la memoria, pasando de largo junto al busto de Plinio y subiendo las escaleras que llevaban al Salon de Arquitectura. En una zona bien iluminada que dominaba la maqueta de Christopher Wren para la catedral londinense de San Pablo, las cianocopias del hospital lo esperaban sobre una mesa de dibujo. Los planos de los quirofanos del Hospital de la Misericordia, alineados uno junto a otro como en el Departamento de Inmuebles de Baltimore. El estaba alli. El dispensario, ahi. No. Los planos estaban equivocados. La distribucion debia de haber cambiado despues de que se archivaran las cianocopias. Sobre el papel, los generadores aparecian al otro lado del vestibulo, trente al quirofano A. Tal vez las etiquetas estuvieran confundidas. Tenia que ser eso. No podia permitirse dar vueltas de aqui para alla.

El doctor Lecter salio de la sala, empujo la primera puerta de la derecha y avanzo por el corredor que llevaba al quirofano A. La puerta de la izquierda. El rotulo decia «IRM». No, adelante. La siguiente puerta era el dispensario. Habian dividido el espacio en un laboratorio para imagenes por resonancia magnetica y una zona separada para el almacenamiento de drogas.

La pesada puerta del dispensario estaba abierta, inmovilizada con una cuna. El doctor Lecter se colo en el interior rapidamente y cerro la puerta tras si.

Un farmaceutico rechoncho ordenaba cajas acuclillado junto a los aparadores.

– ?Puedo ayudarlo, doctor?

– Si, por favor.

El joven empezo a erguirse, pero no pudo completar el movimiento. El falso cirujano le asesto un mamporro, y el farmaceutico se desplomo soltando una ventosidad.

El doctor Lecter se levanto el faldon de la bata quirurgica y se lo remetio en el mandil de jardinero que llevaba debajo.

Recorrio con la mirada los aparadores de arriba abajo leyendo las etiquetas a la velocidad del rayo: Ambien, amobarbital, Amytal, clorohidrato, Dalmane, fluracepan, Halcion… Se guardo docenas de frascos en los bolsillos. Luego registro el refrigerador: midazolan, Noctec, escopolamina, Pentotal, quacepan, solcidem… En menos de cuarenta segundos, el doctor Lecter estuvo de vuelta en el pasillo cerrando tras si la puerta del dispensario.

Volvio a la sala de esterilizacion y se miro en el espejo para asegurarse de que no se notaban los bultos. Sin prisa, cruzo de nuevo la puerta de vaiven con las tarjetas de identidad vueltas deliberadamente del reves, la mascarilla puesta y las lentes sobre los ojos con los cristales levantados; no sobrepasaba las setenta y dos pulsaciones mientras cambiaba saludos ininteligibles con otros medicos. Bajo en el ascensor, un piso, y otro, otro mas, sin quitarse la mascarilla y con la vista en la tablilla que habia cogido al azar.

Es posible que los visitantes que se aproximaban al hospital se extranaran de que aquel medico llevara la mascarilla puesta hasta bajar la escalinata y estar lejos de las camaras de seguridad. Y puede que los desocupados que remoloneaban por la calle se sorprendieran al ver que un medico conducia una camioneta tan vieja y destartalada.

En la planta de quirofanos, un anestesista, despues de aporrear la puerta del dispensario, encontro al farmaceutico aun inconsciente; pasaron otros quince minutos antes de que echaran en falta las drogas.

Cuando el doctor Silverman volvio en si, se encontro tumbado junto al inodoro con los pantalones bajados. No recordaba haber entrado en la habitacion y no tenia la menor idea de donde estaba. Se le ocurrio que podia haber sufrido un desvanecimiento, tal vez un pequeno ataque ocasionado por la presion de un violento retortijon de tripas. Dudaba si moverse por miedo a que se desprendiera un coagulo. Se arrastro despacio hasta que consiguio asomarse al pasillo haciendo gestos con la mano. Un examen revelo una ligera conmocion.

El doctor Lecter hizo otro par de visitas antes de volver a casa. Se detuvo en una oficina de correos de los suburbios de Baltimore el tiempo necesario para recoger un paquete que habia encargado a traves de Internet a una empresa funeraria. Era un esmoquin con la camisa y la corbata cosidas a la chaqueta y la parte posterior abierta.

Todo lo que necesitaba ahora era el vino, algo muy, muy festivo. Para eso tenia que trasladarse a Annapolis. Hubiera sido estupendo poder hacer el viaje con el Jaguar.

CAPITULO 75

Krendler se habia abrigado pata correr en la calle y habia tenido que desabrocharse el chandal para evitar sobrecalentarse cuando Eric Pickford lo llamo a su casa de Georgetown.

– Eric, vaya a la cafeteria y llameme desde un telefono publico.

– ?Como dice, senor Krendler?

– Haga lo que le digo.

Krendler se quito los guantes y la cinta del pelo, y los dejo sobre el piano del salon. Con un dedo toco el tema principal de Dragnet hasta que volvio a sonar el telefono.

– Starling ha sido agente tecnica, Eric. A saber lo que ha hecho con los telefonos de su despacho. Hay que proteger los asuntos del gobierno.

– Si, senor. Starling me ha llamado, senor Krendler. Queria recoger su planta y sus otras cosas, como ese pajaro del tiempo ridiculo que bebe de un vaso. Pero me ha explicado algo que funciona. Me ha dicho que me olvidara del ultimo digito de los codigos postales de las suscripciones a revistas si la diferencia es de tres o menos. Dice que el doctor Lecter podria estar usando varios apartados de correos que estuvieran convenientemente cerca unos de otros.

– ?Y?

– He conseguido un acierto de esa manera. La Revista de Neurofisiologia va a una oficina de correos y el Physica Scripta y el ICARUS a otra. Estan a unos quince kilometros de distancia. Las suscripciones son a distintos nombres, pagados por giro postal.

– ?Que es ICARUS?

– Es la revista internacional de estudios sobre el sistema solar. Lecter fue uno de los primeros suscriptores hace veinte anos. Las oficinas postales estan en Baltimore. Suelen recibir las publicaciones alrededor del diez de cada mes. Tengo otra cosa; hace un minuto se ha vendido una botella de Chateau… ?como es, Yiquin?

– Si, se pronuncia «IH-kan». ?Que pasa con eso?

– Ha sido en una de las mejores licorerias de Annapolis. Introduje la venta en la base de datos y coincide con la lista de fechas significativas que elaboro Starling. El programa identifico el ano de nacimiento de Starling. El ano que hicieron ese vino es el mismo que nacio Starling. El sujeto pago trescientos veinticinco dolares en metalico y…

– ?Eso ha sido antes o despues de que hablaras con Starling?

– Justo despues, hace un minuto…

– Asi que ella no sabe nada…

– No. Deberia llamar…

– ?Me estas diciendo que el vendedor te ha llamado por la venta de una sola botella?

– Si, senor. Ella tiene un monton de notas, solo hay tres botellas de ese vino en toda la costa este. Starling las tenia localizadas. La verdad, hay que quitarse el sombrero.

– ?Quien las ha comprado? ?Que aspecto tenia?

– Varon blanco, altura mediana, con barba. Iba muy arropado.

– ?Tiene camara de seguridad esa tienda?

– Si, senor, eso es lo primero que les pregunte. Les dije que enviariamos a alguien para recoger la cinta. Pensaba hacerlo ahora. El dependiente que atendio a ese individuo no habia leido el boletin, pero fue a decirselo al dueno por tratarse de una venta poco habitual. El dueno corrio afuera a tiempo para ver al sujeto, al menos cree que era el, subiendo a una camioneta vieja y marchandose. Gris con una prensa de tornillo en la parte trasera. Si se trata de Lecter, ?cree usted que intentara entregarle la botella a Starling? Deberiamos ponerla sobre aviso.

– No -lo corto Krendler-. No le digas nada.

– ?Puedo avisar a los del VICAP y actualizar el expediente Lecter?

– No -lo atajo Krendler, pensando deprisa-. ?Ha habido respuesta de la Questura sobre el ordenador de

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