CAPITULO 80

Cuando consiguio librarse de la policia, Starling cambio la rueda y volvio a casa, a sus telefonos y su ordenador. Le hubiera venido de perlas el telefono celular del FBI, al que aun no habia encontrado sustituto.

En el contestador habia un mensaje de Mapp: «Starling, sazona el estofado de ternera y ponio a fuego lento. No se te ocurra echar la verdura todavia. Acuerdate de lo que paso la ultima vez. Estare en una vista de exclusion hasta las cinco aproximadamente».

Starling encendio su portatil e intento acceder al archivo VICAP de Lecter, pero se le denego la entrada, no ya a ese archivo, sino a toda la red informatica del FBI. Tenia menos acceso que el alguacil del pueblo mas perdido.

Sono el telefono. Era Clint Pearsall.

– Starling, ?has estado incordiando a Mason Verger por telefono?

– Nunca, se lo juro.

– Pues el asegura que lo has hecho. Ha invitado al sheriff a una visita por su propiedad, de hecho le ha pedido que acuda a recorrerla, y ahora mismo deben de estar haciendolo. Asi que no hay orden de registro que valga, ni la habra en el futuro. Y no hemos conseguido encontrar mas testigos del secuestro. Solo tu.

– Habia un Lincoln blanco con una pareja de ancianos. Senor Pearsall, ?por que no comprueban las compras con tarjeta de credito en el Safeway justo antes de los hechos? En los resguardos figura la hora de la venta.

– Ya veremos, pero eso…

– Eso necesitara tiempo -completo Starling.

– ?Starling?

– ?Senor?

– Entre nosotros. La tendre informada de lo importante. Pero mantengase al margen. Mientras dure la suspension no es una agente de la ley, y se supone que no tiene informacion. Es usted una particular mas.

– Si, senor, ya lo se.

?Que aspecto tenemos mientras intentamos tomar una decision? La nuestra no es una cultura reflexiva, elevar la mirada no es nuestro estilo. La mayoria de las veces decidimos sobre las cosas mas graves mirando el linoleo de un pasillo de hospital, o susurrando apresuradamente en una sala de espera con una television farfullando memeces.

Starling, que buscaba algo, cualquier cosa, atraveso la cocina y se dirigio a la tranquilidad y el orden de las habitaciones de Mapp. Miro la fotografia de la menuda y orgullosa abuela de Ardelia, la especialista en infusiones. Miro la poliza del seguro de la anciana enmarcada en la pared. En cada rincon de la zona de Mapp se respiraba la personalidad de su moradora.

Starling volvio a su parte de la casa. Tuvo la impresion de que alli no vivia nadie. ?Que habia enmarcado ella? Su diploma de la Academia del FBI. No le quedaba ninguna fotografia de sus padres. Habia vivido sin ellos demasiado tiempo y solo los conservaba en su mente. A veces, con los olores del desayuno o cualquier otro aroma, con un retazo de conversacion o un coloquialismo apenas oido, Starling sentia las manos de sus padres posadas sobre ella. Se percataba de ello sobre todo con su sentido del bien y el mal.

?Que demonios era ella? ?La habia reconocido alguien alguna vez?

«Eres una guerrera, Clarice. Puedes ser tan fuerte como desees.»

Starling podia comprender la obsesion de Mason por matar a Hannibal Lecter. Lo hiciera con sus propias manos o por medio de alguien, ella lo hubiera comprendido. Mason tenia motivos.

Pero no podia soportar la idea de que torturaran al doctor Lecter hasta matarlo; la acobardaba como solo lo habia conseguido la matanza de los corderos y de los caballos hacia tantos anos.

«Eres una guerrera, Clarice.»

Casi tan horrible como el hecho en si, era que Mason lo haria con la tacita aprobacion de hombres que habian jurado defender la ley. Asi era el mundo.

Semejante pensamiento la ayudo a tomar una sencilla decision:

«El mundo no sera asi hasta donde alcance mi brazo.»

De pronto se vio ante el armario, subida a un taburete, buscando en lo mas alto.

Bajo la caja que le habia dado el abogado de John Brigham en otono. Parecia que habia ocurrido en un pasado inmemorial.

Hay una larga tradicion y una mistica profunda asociadas a la entrega de armas personales a un companero de filas. Es un acto que tiene que ver con la continuidad de unos valores mas alla de la muerte individual.

A los que les ha tocado vivir en unos tiempos en que su seguridad es salvaguardada por otros puede resultarles dificil de comprender.

La caja en la que las armas de John Brigham llegaron a las manos de Starling era un regalo por si misma. Debia de haberla comprado en Oriente cuando estaba en la marina. Era un estuche de ebano con incrustaciones de madreperla en la tapa. Las armas eran puro Brigham, bien elegidas, bien conservadas e inmaculadamente limpias. Una pistola Colt 45 M1911A1, una version Safari Arms del 45 recortada para ocultarla en el tobillo y un punal de bota con uno de los filos dentados. Starling tenia sus propias fundas. La vieja insignia del FBI de John Brigham estaba montada en una placa de ebano. La de la DEA, suelta en la caja.

Starling arranco la insignia del FBI con una palanca y se la echo al bolsillo. La 45 fue a parar a la pistolera yaqui, detras de la cadera y cubierta por la chaqueta. Se metio la 45 corta en un tobillo y el punal en el otro, dentro de las botas. Saco su diploma del marco y se lo guardo doblado en el bolsillo. En la oscuridad podria pasar por una orden judicial. Mientras plegaba el grueso papel, se dio cuenta de que no era ella misma del todo, y se alegro.

Otros tres minutos ante el portatil. Tras navegar por Internet, imprimio un mapa a gran escala de Muskrat Farm y el parque nacional que la rodeaba. Se quedo mirando el imperio del magnate de la carne unos instantes, recorriendo sus limites con el dedo.

Los gases de los enormes tubos de escape del Mustang aplanaron la hierba mientras salia del camino de acceso de su casa para hacer una visita a Mason Verger.

CAPITULO 81

Sobre Muskrat Farm reinaba una quietud que parecia el silencio del antiguo Sabbath. Mason estaba entusiasmado, terriblemente orgulloso de poder llevar a cabo aquel sueno. Para si, comparaba su exito con el descubrimiento del radio.

El libro de ciencias ilustrado era el que mas recordaba de sus anos de colegial; era el unico lo bastante alto como para permitirle masturbarse en clase. Solia mirar una imagen de Madame Curie mientras se manipulaba, y ahora pensaba a menudo en ella y en las toneladas de pechblenda que habia hervido para obtener el radio. Los esfuerzos de aquella mujer habian sido muy semejantes a los suyos, estaba convencido.

Mason se imagino al doctor Lecter, producto de todas sus investigaciones y dispendios, reluciendo en la oscuridad como la redoma en el laboratorio de la Curie. Imagino a los cerdos que se lo iban a comer yendose despues a dormir al bosque, con las panzas reluciendo como bombillas.

Era viernes por la tarde, casi de noche. Los obreros de mantenimiento se habian ido. Ninguno de los trabajadores habia visto llegar la furgoneta, que no entro por la puerta principal, sino por el camino forestal que atravesaba el parque nacional y hacia las veces de carretera de servicio de Mason. El sheriff y sus ayudantes habian completado su registro rutinario y estuvieron lejos de la propiedad antes de que el vehiculo llegara al granero. Ahora la entrada principal estaba custodiada y solo un minimo reten de confianza permanecia en Muskrat.

Cordell estaba en su puesto en la sala de juegos, donde lo relevarian a medianoche. Margot y el ayudante Mogli, que se habia puesto su placa para despistar al sheriff y no se la habia quitado, estaban con Mason. Y la banda de secuestradores profesionales se afanaba en el granero.

Antes de la noche del domingo todo habria acabado y las pruebas habrian ardido o estarian en proceso de digestion en las barrigas de los dieciseis cerdos. Mason penso que podia darle a la anguila alguna exquisitez del doctor Lecter, tal vez su nariz. Luego, en los anos por venir, contemplaria a la voraz cinta trazando su eterno ocho y

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