sabria que el signo del infinito representaba a Lecter muerto para siempre, por los siglos de los siglos, amen.
No obstante, Mason sabia que es peligroso conseguir exactamente lo que se desea. ?Que haria despues de haber matado al doctor? Podia malograr unos cuantos hogares adoptivos y atormentar a unos cuantos ninos. Podia beber martinis hechos con lagrimas. Pero la diversion autentica, ?de donde la sacaria?
Que tonto seria si dejaba que el miedo al futuro le estropeara aquel tiempo de extasis. Espero la rociada diminuta del ojo, espero que se aclarara la lente, luego soplo en un tubo-conmutador: siempre que le apeteciera podria poner el video y ver a su presa…
CAPITULO 82
El olor del fuego de carbon en la guarnicioneria del granero de Mason y los olores mas arraigados de los animales y los hombres. El resplandor sobre el alargado craneo del caballo de carreras Sombra jugaz, vacio como la Providencia, mirandolo todo con las anteojeras.
Carbones al rojo en la fragua del herrero, resplandeciendo y avivandose con el siseo del fuelle mientras Carlo calentaba una barra que ya habia adquirido un rojo cereza.
El doctor Lecter pendia bajo la calavera como un retablo atroz. Tenia los brazos estirados en angulo recto, fuertemente atados con sogas a un balancin, una pieza de roble macizo del carro de los ponis. El balancin le recorria la espalda como un yugo y estaba fijado a la pared con una argolla fabricada por el propio Carlo. Las piernas no tocaban el suelo. Las tenia atadas por encima del pantalon como patas de cordero asado, con muchas vueltas de cuerda espaciadas y con sendos nudos. No habia cadenas ni esposas, ninguna pieza de metal que pudiera danar los dientes de los cerdos y hacerselo pensar dos veces.
Cuando el hierro del horno estuvo al rojo blanco, Carlo lo llevo al yunque con las pinzas y lo golpeo con el martillo para darle forma de grillete, salpicando la semioscuridad de brillantes chispas que rebotaban en su pecho y en la figura colgante del doctor Hannibal Lecter.
La camara de television de Mason, extrana entre las viejas herramientas, escrutaba al doctor, Lecter desde su tripode metalico, que le daba aspecto de arana. En el banco de trabajo habia un monitor apagado.
Carlo volvio a calentar el grillete y salio corriendo para colocarlo en el elevador de carga mientras seguia candente y maleable. El martillo resonaba en el alto granero, el golpe y su eco, bang-bang, bang-bang.
Se oyo un aspero chirrido procedente del piso superior, donde Fiero trataba de sintonizar la retransmision en diferido de un partido de futbol en onda corta. El equipo de Cagliari jugaba en Roma contra la odiada Juventus.
Tommaso estaba sentado en un sillon de mimbre con el rifle de aire comprimido apoyado contra la pared. Sus oscuros ojos de sacerdote no se apartaban del rostro del doctor.
Tommaso detecto una alteracion en la inmovilidad del hombre amarrado. Era un cambio sutil, de la inconsciencia a un autodominio sobrehumano, puede que tan solo una diferencia en el sonido de su respiracion.
Tommaso se levanto de la silla y grito hacia el granero.
–
Carlo volvio a la guarnicioneria con el diente de venado asomandole en la boca. Sostenia unos pantalones con las perneras llenas de fruta, verdura y trozos de pollo. Los froto contra el cuerpo y las axilas del doctor.
Procurando mantener la mano lejos de su boca, lo agarro por el pelo y le levanto la cabeza.
–
Un chisporroteo en el altavoz del monitor de television. La pantalla se ilumino y mostro la cara de Mason…
– Encended la luz de la camara -dijo Mason-. Buenas noches, doctor Lecter.
El doctor abrio los ojos por primera vez.
Carlo hubiera jurado que en el fondo de los ojos del demonio volaban chispas, pero prefirio pensar que eran reflejos de la fragua. Se santiguo contra el mal de ojo.
– Mason -dijo el doctor a la camara. Detras de Mason podia ver la silueta de Margot, negra contra el acuario-. Buenas noches, Margot -anadio en un tono mas cortes-. Es un placer volver a verte.
A juzgar por la claridad con que se expreso, se podria haber pensado que llevaba un rato despierto.
– Buenas noches, doctor Lecter -saludo la aspera voz de Margot.
Tommaso encontro el foco de la camara y lo encendio.
La luz cruda los deslumbro a todos durante unos segundos. Al cabo, se oyeron los profundos tonos de locutor de Mason:
– Doctor, en unos veinte minutos vamos a servir a los cerdos del primer plato, es decir, sus pies. Despues de eso celebraremos una fiesta en pijama, usted y yo. Para entonces, podra ponerse unos pantaloncitos cortos. Cordell va a mantenerlo vivo mucho tiempo…
Mason siguio hablando mientras Margot se inclinaba para ver mejor la escena del granero.
El doctor Lecter miro el monitor para asegurarse de que Margot lo estaba viendo. Entonces, con voz metalica y tranquila, le susurro a Carlo en la oreja:
– Tu hermano, Matteo, debe de oler peor que tu ahora mismo. Se cago encima mientras lo abria en canal.
Carlo llevo la mano al bolsillo de atras y saco la aguijada electrica. A la brillante luz de la camara, golpeo con ella el lado de la cabeza de Lecter. Luego, asiendolo del pelo con una mano, apreto el boton del mango y sostuvo el instrumento ante los ojos del doctor mientras el potente arco voltaico chisporroteaba entre los electrodos.
– Vas a joder a tu madre -dijo, y le hundio el arco en el ojo.
El doctor Lecter no emitio el menor sonido. El unico ruido salio del altavoz: Mason bramaba en la medida en que su respiracion se lo permitia, mientras Tommaso, que se habia abalanzado sobre Carlo, procuraba que soltara al doctor. Fiero bajo del piso superior para ayudarlo. Por fin consiguieron sentarlo en el sillon de mimbre. Sin soltarlo.
– ?Si lo dejas ciego no veremos un dolar! -le gritaban al unisono, cada uno por una oreja.
El doctor Lecter ajusto las celosias de su palacio de la memoria para aliviar el terrible resplandor. Ahhhhh. Apoyo el rostro contra el fresco marmol del costado de Venus.
Volvio la cara para mirar directamente a la camara y dijo con voz serena:
– No voy a aceptar el chocolate, Mason.
– Este hijoputa esta loco. Bueno, despues de todo ya lo sabiamos -dijo el ayudante del sheriff Mogli-. Pero ese Carlo esta igual o peor.
– Baja ahora mismo y arreglalo -le ordeno Mason.
– ?Esta seguro de que no tienen pistolas? -pregunto Mogli.
– Te pago para echarle cojones, ?estamos? No. Solo el rifle tranquilizante.
– Dejame hacerlo a mi -pidio Margot-. No fastidies todo obligandolos a demostrar quien es mas machote. Los italianos respetan a sus mamas. Y Carlo sabe que manejo el dinero.
– Que saquen la camara y me ensenen los cerdos -exigio Mason-. ?La cena sera a las ocho!
– Yo no pienso quedarme -replico Margot.
– ?Vaya si te quedaras! -zanjo Mason.
CAPITULO 83
Margot respiro hondo antes de entrar en el granero. Si tenia la intencion de matarlo, tenia que ser capaz de mirarlo. Pudo oler a Carlo antes de abrir la puerta de la guarnicioneria. Fiero y Tommaso flanqueaban a Lecter. No le quitaban ojo a Carlo, sentado en el sillon.
–
Los ojos de Carlo no se despegaban del rostro del doctor Lecter.
Margot saco un telefono celular del bolsillo. Pulso unos numeros en la carcasa iluminada y acerco el aparato al rostro de Carlo.
– Lea -y lo sostuvo en la trayectoria de su mirada. En la diminuta pantalla podia leerse: «BANCO