La mujer agarro el pomo de la puerta, dispuesta a rechazar otra suplica.
– ?Aun puedes cascar una nuez?
Se metio la mano en el bolsillo y saco dos. Los musculos del antebrazo se arracimaron y las nueces reventaron.
– Excelente -dijo el doctor soltando una risita-. Con toda esa fuerza, y nueces. Puedes ofrecerle nueces a Judy para hacerle pasar el mal sabor de Mason.
Margot volvio sobre sus pasos con la expresion crispada. Le escupio al rostro y le arranco una mata de pelo cerca de la coronilla. Era dificil saber con que intencion.
Mientras salia, Margot lo oyo tararear.
Mientras caminaba hacia la casa iluminada, la sangre pegaba el pequeno fragmento de cuero cabelludo a la palma de su mano, de la que el mechon colgaba sin que le hiciera falta cerrar los dedos a su alrededor.
Se cruzo con Cordell, que conducia un cochecito de golf cargado con el equipo medico necesario para preparar al paciente.
CAPITULO 84
Desde el paso elevado a la altura de la salida treinta de la autopista, en direccion norte, Starling podia ver a un kilometro de distancia la caseta iluminada de la entrada principal, el puesto de vigilancia mas adelantado de Muskrat Farm. Starling habia tomado una decision en el trayecto hasta Maryland: entraria por la parte de atras. Si se presentaba en la puerta principal sin credenciales ni orden judicial, la gente del sheriff la escoltaria fuera del condado, o hasta la carcel del condado. Para cuando la soltaran, todo habria acabado.
No le preocupaba no tener permiso. Condujo hasta la salida 29, bien pasada Muskrat Farm, y volvio atras por la carretera de servicio. El asfalto parecia muy oscuro despues de las luces de la autopista. La carretera estaba limitada por la autopista a la derecha y a la izquierda por una cuneta y una alta valla de malla de alambre que la separaba de la sobrecogedora negrura del parque nacional. Starling descubrio en el mapa un camino forestal que se cruzaba con la carretera alquitranada dos kilometros mas adelante, en un lugar invisible desde la caseta de la de entrada. Era donde se habia parado por error en su primera visita. Segun el mapa, el camino forestal atravesaba el parque nacional y llegaba a Muskrat Farm. Hacia los calculos con el odometro del coche. El rugido del Mustang, mas ruidoso que nunca circulando en primera, repercutia en los arboles.
Alli estaba, ante las luces delanteras, una pesada verja de tubos metalicos soldados cotonada por alambre de espino. El cartel «ENTRADA DE SERVICIO» que habia visto la otra vez habia desaparecido. Los hierbajos habian crecido delante de la verja y en el paso sobre la zanja, que tenia una alcantarilla.
A la luz de los focos pudo apreciar que las hierbas estaban apisonadas por el paso reciente de algun vehiculo. En un lugar en que la gravilla y la arena se habian desprendido del pavimento se distinguian la marcas de neumaticos sobre el barro y la nieve. ?Serian iguales a las que habia dejado la furgoneta en el aparcamiento del Safeway? No hubiera podido asegurarlo, pero era muy probable.
Una cadena y un candado de cromo aseguraban la verja. Nada de sudores. Starling miro en ambas direcciones de la carretera. No venia nadie. Un allanamiento de morada sin importancia. Se sentia una criminal. Comprobo los tubos en busca de cables sensores. Ninguno. Empleando dos horquillas y con la pequena linterna entre los dientes, en cuestion de quince segundos consiguio abrir el candado. Condujo el coche al otro lado de la entrada y se interno entre los arboles antes de apearse para cerrar. Rodeo los tubos con la cadena y puso el candado por la parte de fuera. Todo parecia normal. Dejo los extremos sueltos por la parte de dentro de forma que pudiera abrir con facilidad embistiendo con el coche si era necesario.
Midiendo el mapa con el pulgar, habia unos tres kilometros de bosque hasta la granja. Avanzo bajo el oscuro tunel que cubria el camino forestal, con el cielo nocturno a ratos visible, a ratos oculto, cuando las ramas se cerraban en lo alto. Conducia en segunda, sin pisar apenas el acelerador, solo con las luces de estacionamiento, procurando mantener el Mustang tan silencioso como podia, con las hierbas secas barriendo la parte baja del coche. Cuando leyo en el odometro que habia recorrido dos kilometros y un tercio, paro. Con el motor apagado, podia oir la llamada de un cuervo en la oscuridad. El cuervo se quejaba de mala manera. Rogo a Dios que fuera un cuervo.
CAPITULO 85
Cordell entro en la Guarnicioneria con la viveza del verdugo y botellas de suero bajo los brazos, de los que colgaban las vueltas de los goteros.
– ?El doctor Hannibal Lecter! -exclamo-. Deseaba tanto aquella mascara suya para nuestro club de Baltimore. Mi chica y yo tenemos en casa una pequena mazmorra, llena de argollas y arneses de cuero.
Dejo sus cosas en el soporte del yunque y puso un atizador a calentar en el fuego.
– Buenas noticias y malas noticias -dijo Cordell con su alegre voz de enfermero y su leve acento suizo-. ?Le ha comunicado Mason el orden del dia? El programa es el siguiente: dentro de un ratito bajare a Mason aqui y los cerdos le comeran los pies. Luego esperara hasta manana y entonces Carlo y sus hermanos lo meteran de cabeza entre los barrotes, para que los cerdos le puedan comer la cara, igualito que hicieron los perros con Mason. Yo lo mantendre vivo con intravenosas y torniquetes hasta el final. Esta realmente jodido, ?eh? Esas son las malas noticias.
Cordell miro hacia la camara de television para asegurarse de que estaba apagada.
– La buena noticia es que no tiene por que ser mucho peor que una visita al dentista. Eche un vistazo a esto, doctor -Cordell sostuvo una jeringuilla hipodermica con una larga aguja ante la cara del doctor Lecter-. Hablemos como profesionales de la sanidad. Podria ponerme detras de usted e inyectarle una epidural que le impediria sentir nada ahi abajo. Podria limitarse a cerrar los ojos y hacer oidos sordos. Lo unico que sentiria serian sacudidas y tirones. Y una vez que Mason tenga bastante juerguecita por esta noche y se vaya a la casa, yo podria inyectarle algo para que le diera un ataque al corazon. ?Quiere que se lo ensene?
En la palma de Cordell aparecio una botellita de Pavulon que sostuvo cerca del ojo sano del doctor Lecter, pero no lo bastante como para que pudiera morderlo.
El resplandor de la fragua jugaba en una de las mejillas de Cordell, que tenia una expresion avida y un brillo de felicidad en los ojos.
– Usted, doctor Lecter, tiene montones de dinero. Todo el mundo lo dice. Yo se como funcionan esas cosas, tambien yo coloco dinero aqui y alli. Saquelo, muevalo, gastelo ahora que tanta falta le hace. Yo puedo mover el mio por telefono, y apuesto a que usted tambien.
Cordell se saco un telefono celular del bolsillo.
– Llamaremos a su banquero, le dira un codigo, el me dara la conformidad y yo lo arreglare a usted en un periquete -levanto la inyeccion epidural-. Mire que chorrito. ?Que me dice?
El doctor Lecter murmuro algo con la cabeza hundida en el pecho. «Cartera» y «consigna» fue todo lo que Cordell pudo oir.
– Vamos, vamos, doctor, y despues podra dormir…
– Billetes de cien sin marcar -dijo el doctor Lecter, y su voz se apago.
Cordell se inclino mas cerca, y el doctor Lecter estiro el cuello hacia abajo tanto como pudo, atrapo una ceja de Cordell con sus pequenos y afilados dientes y le arranco una buena porcion aprovechando el tiron de Cordell. Luego le escupio la ceja a la cara como si fuera el pellejo de una uva.
Cordell se seco la herida y se puso dos tiras de esparadrapo que dieron a su cara una expresion de sorpresa. Luego guardo la jeringa.
– Todo este alivio, mal empleado -dijo-. Antes de que amanezca lo vera de otro modo. Puede imaginarse que tengo estimulantes para llevarlo justo por el otro camino. Y no se preocupe, no se me morira antes de tiempo - aseguro mientras recogia el atizador del fuego-. Voy a engancharlo -termino Cordell-. Si se resiste, lo quemare. Mire, asi es como se sentira.
Aplico el extremo candente del atizador al pecho del doctor Lecter y le tosto la tetilla a traves de la camisa.