Tuvo que apagar el circulo de fuego que se ensanchaba en la pechera del doctor.

El doctor Lecter no emitio el menor sonido.

Carlo hizo retroceder la carretilla elevadora hasta la guarnicioneria. Fiero y el descolgaron al doctor mientras Tommaso le apuntaba con el rifle; lo colocaron sobre la horquilla de carga y sujetaron el balancin a la parte delantera del vehiculo. El doctor Lecter quedo sentado en el centro de la horquilla elevadora, con los brazos atados al balancin y las piernas extendidas, cada una atada a uno de los dientes de la horquilla.

Cordell le inserto un cateter en el dorso de cada mano. Tuvo que subirse a una bala de paja para colgar las bolsas de plasma a ambos lados de la maquina. Luego retrocedio para admirar su obra. Era divertido ver al doctor Lecter alli tendido con una intravenosa en cada mano, como la parodia de algo que Cordell no acababa de recordar. Cordell amarro torniquetes con nudos corredizos justo encima de cada una de las rodillas con extremos lo bastante largos como para poder apretar los torniquetes por encima de la valla e impedir que el doctor Lecter muriera desangrado. De momento, los dejo flojos. Mason se pondria hecho un basilisco si a Lecter se le dormian los pies.

Habia llegado el momento de bajar a Mason y meterlo en la furgoneta. El vehiculo, aparcado tras el granero, estaba frio. Los sardos habian dejado su comida dentro. Cordell juro y arrojo fuera su nevera portatil. Tendria que pasar el aspirador al jodido monton de chatarra en la casa. Tambien tendria que ventilarlo. Los putos sardos habian estado fumando alli dentro, y mira que se lo tenia prohibido. Habian vuelto a instalar el encendedor en el salpicadero, del que aun colgaba el cable electrico del monitor de la baliza.

CAPITULO 86

Starling apago la luz interior del Mustang y apreto el boton que abria el maletero antes de abrir la puerta.

Si el doctor Lecter estaba alli, si conseguia apoderarse de el, tal vez pudiera esposarlo de pies y manos y llevarlo metido en el maletero por lo menos hasta la carcel del condado. Tenia cuatro juegos de esposas y bastante cuerda como para amarrarle los pies a las manos e impedir que pataleara. Mas valia no pensar en lo fuerte que era.

Cuando puso los pies sobre la grava, se dio cuenta de que estaba cubierta por una fina escarcha. El viejo coche habia crujido cuando Starling se apeo.

– Tenias que quejarte, ?no, chatarra hija de puta? -susurro por debajo de su respiracion.

De pronto se acordo de cuando le hablaba a Hannah, la yegua que monto la noche de su huida, cuando quiso alejarse de la matanza de los corderos. Se limito a entornar la puerta del coche. Se guardo las llaves en un apretado bolsillo del pantalon para que no sonaran.

La noche era clara y la luna en cuarto creciente le permitia caminar sin encender la linterna cuando los arboles no ocultaban el cielo. Comprobo el borde de la grava y vio que estaba suelta y desigual. Lo mas silencioso seria caminar sobre la huella de una rueda, donde la grava estuviera apisonada, con la cabeza ligeramente ladeada hacia la cuneta y manteniendo la carretera en la periferia del angulo de vision para observar su trazado. Era como atravesar la blanda negrura; oia como sus pies hacian crujir la grava pero no podia verlos.

El momento mas duro se produjo cuando estuvo lejos del Mustang pero podia seguir sintiendo su presencia tras ella. No queria dejarlo alli.

De pronto era una mujer de treinta y tres anos, sola, con una carrera arruinada, sin rifle, caminando en medio de un bosque por la noche. Se vio con claridad meridiana, vio las patas de gallo que empezaban a formarse en las comisuras de sus ojos. Deseo desesperadamente volver a su coche. El siguiente paso fue mas lento; luego se quedo inmovil y pudo oir su respiracion.

El cuervo volvio a graznar, la brisa agito las ramas desnudas sobre su cabeza y en ese momento el grito desgarro el aire de la noche. Un alarido horrible y desesperado, que crecio, decayo y murio convertido en una suplica pidiendo la muerte, prorrumpido por una voz tan torturada que podia ser la de cualquiera.

– Uccidimi! -y un nuevo grito.

El primero le helo la sangre, el segundo la lanzo al galope con la 45 aun enfundada, una mano sosteniendo la linterna y la otra extendida por delante hacia la negrura. «No, Mason, no lo hagas. No lo conseguiras. Rapido. Rapido.» Se dio cuenta de que podia seguir el surco de grava apisonada si se guiaba por el sonido de sus pisadas y por las piedras sueltas de los bordes. El camino giraba y seguia a lo largo de una valla. Una buena valla, de tubos, de tres metros de altura.

Le llegaban sollozos aterrados y ruegos, el grito que crecia, y mas adelante, al otro lado de la valla, percibio movimientos entre los matorrales, que se convirtieron en un trote, mas ligero que el de un caballo y de ritmo mas vivo. Oyo grunidos que no tardo en reconocer.

Los gritos de agonia llegaban ahora de mas cerca, claramente humanos aunque distorsionados, dominados por un solo alarido durante un segundo, y Starling supo que estaba oyendo una grabacion o bien una voz amplificada con retroalimentacion por un microfono. Luz entre los arboles y la silueta del granero. Starling apreto la cabeza contra el frio hierro para mirar a traves de la valla. Formas oscuras que corrian, largas, altas hasta la cintura de un hombre. A cuarenta metros de terreno despejado, el extremo de un granero, con las enormes puertas abiertas de par en par y una barrera con una puerta holandesa sobre la que pendia un espejo de marco recargado, que reflejaba la luz del granero proyectando un charco de claridad en el suelo. De pie en el cesped sin arboles cercano al granero, un hombre corpulento con sombrero y un descomunal radiocasete. Se tapaba un oido con la mano mientras una retahila de aullidos y sollozos salia por los altavoces.

De pronto, salieron de entre los arbustos. Cerdos salvajes con pavorosas jetas, rapidos como lobos, con largas patas y anchos pechos, peludos, cubiertos de grises cerdas puntiagudas.

Carlo volvio atras a toda prisa y cerro la puerta holandesa tras si cuando las bestias estaban todavia a unos treinta metros. Se pararon en un semicirculo y quedaron expectantes, con los grandes colmillos curvos arremangando los morros en un refunfuno permanente. Como delanteros esperando el lanzamiento del balon, echaban a correr, se paraban, entrechocaban, grunendo y haciendo rechinar los dientes.

Starling habia visto toda clase de ganado, pero nada parecido a aquellos cerdos. Una belleza terrible emanaba de ellos, todo gracia y velocidad. Vigilaban la portezuela, chocaban entre si y echaban a correr, y despues retrocedian, sin dejar de escudrinar la barrera que cerraba el extremo del granero.

Carlo dijo algo por encima del hombro y desaparecio en el interior del granero.

La furgoneta retrocedio por el interior del granero hasta quedar a la vista. Starling reconocio el vehiculo gris al instante. Se detuvo en angulo junto a la barrera. Cordell salio de ella y abrio la puerta corrediza del costado. Antes de que apagara la luz superior, Starling pudo ver a Mason bajo el duro caparazon de su respirador, medio incorporado mediante almohadones y con el pelo enroscado sobre el pecho. Un asiento junto al ring. La luz de los focos se derramo sobre la portezuela.

Carlo cogio del suelo un objeto que Starling no consiguio reconocer al principio. Parecian unas piernas humanas, o toda la mitad inferior del cuerpo de una persona. Si se trataba de eso, Carlo tenia que ser tremendamente fuerte. Por un momento temio que fueran los restos del doctor Lecter, pero las piernas se doblaron de una forma que las articulaciones hubieran hecho imposible.

Solo podian ser las piernas de Lecter si lo hubieran atado a una rueda y descoyuntado, penso durante un segundo funesto. Carlo grito hacia el interior del granero. Starling oyo un motor poniendose en marcha.

La carretilla elevadora aparecio en el angulo de vision de Starling conducida por Piero, con el doctor Lecter alzado en alto por la horquilla, los brazos extendidos en el balancin y las botellas de plasma balanceandose por encima de sus manos con el movimiento del vehiculo. Levantado para que pudiera ver a los voraces cerdos, para que pudiera contemplar lo que estaba a punto de ocurrirle.

La carretilla avanzaba con una espantosa lentitud procesional, mientras Carlo caminaba a un lado y Mogli, armado, al otro.

Starling se fijo en la insignia de ayudante de Mogli. Una estrella, a diferencia de las insignias de aquel condado. Pelo blanco, camisa blanca, como el conductor de la furgoneta de los secuestradores.

La profunda voz de Mason resono desde la furgoneta. Tarareo Pompa y circunstancias y se carcajeo.

Los cerdos, avezados a los ruidos, no se asustaron de la maquina, que mas bien parecio excitarlos.

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