cabeza, ni huesos rotos ni lesiones en los ojos. Luego esperara una noche sin pies, para que los cerdos acaben con el al dia siguiente. Hablare con el un ratito, y despues lo tendras para ti solo durante una hora, antes de la ultima sesion. Te pedire que le dejes un ojo y que este consciente para verlas venir. Quiero que les vea las caras cuando le coman la suya. Si tu, por decir algo, decides caparlo, lo dejo a tu discrecion; pero quiero que Cordell este presente para cortar la hemorragia. Y lo quiero filmado.

– ?Y si se desangra el primer dia en el corral?

– No se desangrara. Ni morira durante la noche. Lo que hara esa noche es esperar mirandose los munones. Cordell se ocupara de eso y reemplazara sus fluidos corporales, supongo que necesitara un gotero intravenoso para toda la noche, puede que dos.

– O cuatro si hace falta -se oyo decir por los altavoces a la voz desencarnada de Cordell-. Puedo hacerle incisiones en las piernas.

– Y tienes mi permiso para escupir y mear en los goteros al final, antes de que lo lleves al corral -dijo Mason a Carlo con su tono mas cordial-. O correrte en ellos, si lo prefieres.

El rostro de Carlo se ilumino al imaginarlo; luego se acordo de la musculosa signorina y le dirigio una mirada culpable de reojo.

– Grazie mille, padrone. ?Podra venir a verlo morir?

– No lo se, Carlo. El polvo de los graneros me sienta fatal. Quiza tenga que verlo por la tele. ?Me traeras a alguno de los cerdos? Quiero tocar uno.

– ?A esta habitacion, padrone?

– No, ya me bajaran un momento conectado a la fuente de alimentacion.

– Tendre que dormirlo, padrone -dijo Carlo dubitativo.

– Mejor una cerda. Traela al cesped, delante del ascensor. Puedes usar el elevador de carga sobre la hierba.

– ?Piensan hacerlo con la furgoneta o con la furgoneta y un coche? -pregunto Krendler.

– ?Carlo?

– Con la furgoneta sobra. Necesito un conductor.

– Tengo algo mejor para usted -dijo Krendler-. ?Se puede dar mas luz?

Margot acciono el interruptor y Krendler dejo su mochila sobre la mesa, junto al frutero. Se puso guantes de algodon y saco lo que parecia un pequeno monitor con antena y una repisa para elevarlo, ademas de un disco duro externo y un compartimiento para las baterias recargables.

– Es dificil vigilar a Starling porque vive en un callejon sin salida y no hay donde esconderse. Pero tiene que salir, es una fanatica del ejercicio al aire libre -los informo Krendler-. Ha tenido que apuntarse a un gimnasio privado porque no puede seguir usando el del FBI. La pillamos aparcada ante el gimnasio el jueves y le pusimos una baliza debajo del coche. Es una de esas con anodo de niquel y catodo de cadmio, y se recarga cuando el motor se pone en marcha, asi que no la descubrira por quedarse sin bateria. El programa informatico incluye estos cinco estados contiguos. ?Quien va a manejarlo?

– Cordell, ven aqui -dijo Mason.

Cordell y Margot se arrodillaron junto a Krendler, y Carlo se quedo de pie junto a ellos, con el sombrero a la altura de las narices de los otros.

– Miren esto -dijo Krendler accionado el interruptor-. Es como el sistema de navegacion de un coche, excepto que muestra donde esta el coche de Starling -en la pantalla aparecio un plano del centro de Washington-. Se hace zoom y se mueve el area con las flechas, ?lo ven? Ahora no indica nada. Una senal de la baliza en el coche de Starling encenderia este piloto y se oiria un pitido. Entonces se busca la fuente en la vista general y se utiliza el zoom. El pitido va mas rapido conforme nos acercamos. Aqui esta el barrio de Starling a escala de plano callejero. No hay senal del coche porque estamos fuera de cobertura. En cualquier punto del Washington metropolitano o de Arlington estariamos dentro. Lo he sacado del helicoptero que me ha traido. Esto es el convertidor para el enchufe de corriente alterna de la furgoneta. Una cosa. Tienen que garantizarme que este aparato no caera en las manos equivocadas. Podria tener un monton de problemas, esto aun no se vende en las tiendas de espias. O me lo devuelven o lo tiran al fondo del Potomac. ?Entendido?

– ?Lo has entendido, Margot? -pregunto Mason-. ?Tu tambien, Cordell? Que cojan a Mogli de conductor y lo poneis al corriente.

V UNA LIBRA DE CARNE

CAPITULO 77

Lo bonito de la escopeta de aire comprimido consistia en que podia dispararse con el canon dentro de la furgoneta sin dejar sordo a nadie; no habia necesidad de sacarlo por la ventanilla y arriesgarse a que cundiera el panico.

La ventanilla de espejo bajaria los centimetros imprescindibles y el pequeno proyectil hipodermico volaria cargado con una dosis considerable de acepromacine hacia la masa muscular de la espalda o el trasero del doctor Lecter.

No se oiria otro ruido que el semejante al chasquido de una rama seca al partirse, ninguna detonacion ni estallido del proyectil subsonico que pudieran atraer la atencion.

Tal como lo habian ensayado, cuando el doctor Lecter empezara a desplomarse Fiero y Tommaso, vestidos de blanco, lo «atenderian» y lo trasladarian a la furgoneta, mientras aseguraban llevarlo al hospital a los posibles mirones. Tommaso era el que mejor ingles hablaba, pues lo habia estudiado en el seminario, aunque la hache de «hospital» se le hacia un poco cuesta arriba.

Mason no se equivocaba asignando a los italianos las fechas clave para capturar al doctor Lecter. A pesar del fiasco de Florencia, eran con mucha diferencia los mas dotados para la caza del hombre y los que mas garantias ofrecian de atrapar vivo al doctor.

Para realizar su mision, Mason no les permitia llevar mas arma, aparte del rifle de aire comprimido, que la del coriductor, Johnny Mogli, ayudante del sheriff en Illinois de permiso y miembro de la cuadra Verger desde siempre. Mogli se habia criado hablando italiano en casa. Era un individuo que solia estar de acuerdo con todo lo que decian sus victimas hasta un segundo antes de matarlas.

Carlo y los hermanos Fiero y Tommaso disponian de una red, la pistola de aire comprimido, espray irritante y un buen surtido de ligaduras. Era mas que suficiente.

Al amanecer estaban en su puesto, a cinco manzanas de la casa de Starling en Arlington, aparcados en una plaza para minusvalidos de una calle comercial.

Ese dia la furgoneta llevaba rotulos adhesivos en los que podia leerse: «TRANSPORTE MEDICO PARA LA TERCERA EDAD». Una tarjeta colgada del retrovisor y la matricula falsa colocada en el parachoques la identificaban como vehiculo para el transporte de minusvalidos. En la guantera guardaban el recibo de un taller de carroceria por el cambio reciente del parachoques, de forma que podian alegar una confusion del empleado del aparcamiento para salir del paso si alguien cuestionaba el numero de la tarjeta. Los numeros de identificacion del vehiculo y la documentacion eran autenticos. Como lo eran los billetes de cien dolares doblados en su interior como soborno.

El monitor, sujeto con velero al salpicadero y alimentado a traves del hueco del encendedor, brillaba mostrando un plano del barrio de Starling. El mismo satelite de posicion global que ahora indicaba la situacion de la furgoneta tambien senalaba el coche de Starling, un punto brillante frente a la casa.

A las nueve en punto de la manana Carlo dio permiso a Fiero para comer algo. Tommaso podria hacerlo a las diez y media. No queria que los dos tuvieran el estomago lleno al mismo tiempo, por si era necesaria una larga persecucion a pie. Tambien a mediodia se hicieron turnos para comer. A media tarde, mientras Tommaso revolvia en la nevera portatil buscando un sandwich, sono el pitido. La maloliente cabeza de Carlo se volvio con viveza hacia el monitor.

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