supermercado?
Starling se quedo mirando el techo del garaje, pensativa.
Le costo menos de dos minutos encontrar la antena atravesada entre los asientos traseros y el portaequipajes, y no tuvo mas que seguir el cable para encontrar la baliza.
La apago y la llevo hasta la casa cogiendola por la antena como hubiera podido llevar una rata sujeta por la cola.
– Buena calidad -dijo-. Muy moderno. Bastante bien instalado, tambien. Apostaria a que tiene las huellas del senor Krendler. ?Puede darme una bolsa de plastico?
– ?Podrian localizarla desde un avion?
– Ahora ya esta apagada. No podrian rastrearla con un avion a menos que Krendler haya admitido que la ha empleado. Y ya sabe que no lo ha hecho. Pero Mason si podria hacerlo con su helicoptero.
– Mason esta muerto.
– Vaya -dijo Starling-. ?Podria tocar para mi?
CAPITULO 93
Paul Krendler oscilo entre el fastidio y un panico en aumento durante los dias que siguieron a los asesinatos. Se las arreglo para obtener informes directos del centro de operaciones local de Maryland.
Se sentia razonablemente a salvo en caso de una auditoria de los libros de Mason, porque el trasvase de dinero a su cuenta numerada disponia de una tapadera casi infalible en las Islas Caiman. Pero con Mason muerto, era un hombre con grandes planes y sin mecenas. Margot Verger sabia lo de su dinero, y que habia comprometido la seguridad de los expedientes del FBI sobre Lecter. Cruzaba los dedos para que tuviera la boca cerrada.
El monitor para la baliza del coche no se le iba de la cabeza. Lo habia sacado del edificio de Ingenieria Electronica de Quantico sin firmar la salida, pero su nombre figuraba en el libro de registro de visitas al edificio en esa fecha.
El doctor Doemling y el enorme enfermero, Barney, lo habian visto en Muskrat, pero solo en un papel legitimo, hablando con Mason Verger sobre la mejor manera de atrapar a Hannibal Lecter.
El alivio general se produjo la cuarta tarde posterior a las muertes, cuando Margot Verger hizo escuchar a los investigadores del sheriff un mensaje grabado recientemente en su contestador automatico.
En el dormitorio, los policias escucharon en extasis la voz del demonio con los ojos sobre el lecho que Margot compartia con Judy. El doctor Lecter se regodeaba contando la agonia de Mason y aseguraba a su hermana que habia sido extremadamente dolorosa y prolongada. Ella sollozo tapandose la cara con las manos, mientras Judy la sostenia por los hombros.
– Lo mejor es que no vuelva a oirlo -le aconsejo Franks sacandola de la habitacion.
Con los buenos oficios de Krendler, el contestador fue trasladado a Washington y un analizador de voz confirmo que se trataba de Lecter.
Pero el mayor alivio le llego a Krendler en forma de llamada telefonica la noche de aquel cuarto dia.
El comunicante no era otro que el congresista por Illinois Parten Vellmore.
Krendler habia hablado con el politico en contadas ocasiones, pero la voz le era familiar por sus apariciones en television. El simple hecho de la llamada ya era tranquilizador; Vellmore estaba en el Subcomite Judicial de la Camara y olia la mierda a kilometros; hubiera huido de Krendler como de la peste si el ayudante del inspector general estuviera jodido.
– Senor Krendler, tengo entendido que conocia bien a Mason Verger…
– Asi es, senor.
– Lo que ha ocurrido es vergonzoso. Ese sadico hijo de puta le habia arruinado la vida a Mason, lo habia mutilado, y ahora vuelve y lo mata. No se si tiene conocimiento de ello, pero uno de mis electores murio tambien en esa tragedia. Johnny Mogli, que sirvio al pueblo de Illinois durante anos en las fuerzas de la ley.
– No, senor, no tenia conocimiento de ello. Lo siento.
– La cuestion es, Krendler, que debemos mirar hacia adelante. El legado de filantropia de los Verger y su agudo interes por los asuntos publicos sobreviviran. Trascienden la muerte de un hombre. He estado hablando con varias personas del distrito veintisiete y con la familia Verger. Margot Verger me ha puesto al corriente de que esta usted interesado en el servicio publico. Extraordinaria mujer. Tiene un innegable sentido practico. Nos vamos a entrevistar muy pronto, una reunion informal y tranquila, para hablar de lo que podemos hacer el proximo noviembre. Queremos que este presente. ?Cree que podra encontrar un hueco en su agenda para asistir?
– Por supuesto, senor congresista. Sin la menor duda.
– Margot lo llamara para darle los detalles, sera en los proximos dias.
Krendler colgo el auricular con el alivio pintado en el rostro.
El descubrimiento en el granero de la Colt 45 registrada a nombre del difunto John Brigham, y propiedad actual de Clarice Starling, como todo el mundo sabia, puso al Bureau en una situacion realmente incomoda.
Starling figuraba como desaparecida, pero el caso no se estaba investigando como secuestro, pues no quedaba nadie vivo para confirmar que la habian raptado contra su voluntad. Ni siquiera se trataba de una agente que se hubiera ausentado del servicio activo. Starling era una agente suspendido cuyo paradero se desconocia. Se hizo circular un boletin con la matricula y el numero de identificacion de su vehiculo, pero no se hizo especial hincapie en la identidad del propietario.
Un secuestro exige de las fuerzas del orden muchos mas esfuerzos que un caso de persona desaparecida. La clasificacion puso tan rabiosa a Mapp que escribio una carta de renuncia al Bureau; despues lo penso mejor y considero preferible esperar y trabajar desde dentro.
Se dio cuenta de que iba una y otra vez a la parte de Starling en la casa para buscarla.
Mapp examino el archivo VICAP de Lecter y los expedientes del Centro Nacional de Informacion sobre el Crimen y los encontro enloquecedoramente insustanciales, con adiciones puramente triviales: la policia italiana habia conseguido por fin localizar el ordenador de Lecter; al parecer, los
Mapp importunaba a cualquiera con influencia en el Bureau que se le pusiera a tiro desde que Starling habia desaparecido.
Sus repetidas llamadas a casa de Jack Crawford no habian obtenido respuesta. Llamo a la Unidad de Ciencias del Comportamiento y le dijeron que Crawford seguia ingresado en el Memorial Jefferson Hospital con fuertes dolores en el pecho. No quiso llamarlo alli. En el Bureau, el era el ultimo angel de la guarda que le quedaba a Starling.
CAPITULO 94
Starling habia perdido la nocion del tiempo. Por encima de los dias y las noches estaban las conversaciones. Se oia hablar a si misma durante mucho tiempo, y tambien escuchaba.
A veces reia al escuchar sus propias confidencias, revelaciones sin malicia que antano la hubieran mortificado. Las cosas que conto al doctor Lecter la sorprendian a menudo, y en algunos casos hubieran resultado desagradables para una sensibilidad normal; pero fueron autenticas en todo momento. Y el doctor Lecter tambien hablaba. En voz baja y uniforme. Expresaba interes y aliento, en ningun caso sorpresa ni censura.
Le hablo de su ninez, de Mischa.
Algunas veces miraban juntos un mismo objeto brillante para iniciar sus conversaciones, casi siempre con una sola fuente de luz en la habitacion. En cada sesion cambiaban de objeto brillante.
Ese dia empezaron mirando el unico reflejo en la pared de la tetera, pero conforme avanzaba el dialogo el doctor Lecter presintio que se acercaban a una galeria inexplorada de la mente de su companera. Tal vez oia a seres sobrenaturales luchando al otro lado de un muro. Sustituyo la tetera con la hebilla de plata de un