– Si.

– ?Sabes alguna cosa?

– No.

El silencio mas largo que Barney pudiera recordar.

– Quedate ahi bien sentadito hasta que me haya ido.

A Barney le costo hora y media dormirse. Se quedo tumbado mirando el techo, con la frente, ancha como la de un delfin, a ratos perlada de sudor, a ratos seca. Barney pensaba en futuras visitas. Antes de apagar la luz, entro en el cuarto de bano y cogio un espejo de acero inoxidable de su estuche de aseo, uno de sus recuerdos del cuerpo de marines.

Fue a la cocina, abrio el cajetin de los fusibles y pego el espejo en el interior de la tapa.

Era todo lo que podia hacer. Pataleo en suenos como hacen los perros.

Al finalizar la siguiente jornada laboral, se llevo a casa una bolsita de las que entregaban a las mujeres violadas.

CAPITULO 97

El doctor Lecter no podia mejorar mucho la casa del aleman conservando el mobiliario. Las flores y los biombos ayudaban. Los toques de color producian efectos sorprendentes sobre los muebles macizos y la oscuridad del techo; era un contraste antiguo y sobrecogedor, como el de una mariposa posada en la manopla de una armadura.

Segun todas las evidencias, su lejano casero tenia una fijacion con Leda y el Cisne. El bestial acoplamiento estaba representado en no menos de cuatro bronces de distinta calidad, el mejor de los cuales era una reproduccion de Donatello, y en ocho pinturas. Una de ellas, la debida a Anne Shingleton, le encantaba por su extraordinaria precision anatomica y su calenturienta version de la jodienda. Las otras las cubrio con sabanas, y tambien la horrible coleccion de bronces cinegeticos del aleman.

A primera hora de la manana el doctor Lecter puso la mesa para tres personas con sumo cuidado, la observo desde distintos angulos con un dedo apoyado en una aleta de la nariz, movio los candelabros un par de veces y sustituyo los tapetes individuales de damasco por un mantel pequeno con el fin de reducir a un tamano mas adecuado la enorme mesa oval.

El oscuro y amenazador bufete dejaba de parecerse a un portaaviones al ponerle encima piezas de servicio altas y relucientes calentadores de cobre. Ademas, el doctor Lecter habia abierto varios cajones y los habia llenado de flores para conseguir un efecto de jardines colgantes.

Se dio cuenta de que habia demasiadas flores en la habitacion, y decidio que convenia anadir mas para corregir el efecto. Demasiado era demasiado, pero mas que demasiado estaba bien. Dispuso dos centros de mesa florales: un monticulo bajo de peonias blancas como SNO BALLS en una bandeja de plata y un amplio y alto ramo de apretadas campanillas de Irlanda, lirios holandeses, orquideas y tulipanes papagayo que ocultaban la parte vacia de la mesa y creaban un espacio mas intimo.

La cristaleria se alzaba ante los platos como una pequena tormenta de hielo, pero la cuberteria de plata estaba en un calentador esperando ser llevada a la mesa en el ultimo momento.

Como cocinaria el primer plato en la mesa, dejo preparados los infiernillos de alcohol y dispuso a su alrededor el fait-tout de cobre, la sarten, la sarten para salteados, los condimentos y la sierra para autopsias.

Podria coger mas flores a la vuelta. Clarice Starling no se inquieto cuando le dijo que iba a salir. El doctor le sugirio que siguiera durmiendo.

CAPITULO 98

En la tarde del quinto dia despues de los asesinatos, Barney acababa de afeitarse y estaba frotandose las mejillas con alcohol cuando oyo pasos en las escaleras. Casi era la hora de salir hacia el trabajo. Unos nudillos aporreando la puerta. Margot Verger estaba en el descansillo. Llevaba un bolso grande y una pequena mochila. Parecia cansada.

– Hola, Barney.

– Hola, Margot. Pasa.

Le ofrecio una silla ante la mesa de la cocina.

– ?Quieres una Coca?

Entonces recordo que habian encontrado a Cordell con la cabeza metida en el frigorifico, y lamento el ofrecimiento.

– No, gracias -respondio.

Se sento a la mesa frente a ella. La mujer recorrio sus brazos con la mirada como si fuera un culturista rival, y luego volvio a mirarlo a la cara.

– ?Estas bien, Margot?

– Eso creo -respondio.

– Parece que no tienes de que preocuparte, al menos por lo que he leido.

– A veces recuerdo nuestras conversaciones, Barney. Y me ha dado por pensar que tal vez tuviera noticias tuyas cualquier dia de estos.

Barney se pregunto donde llevaria el martillo, si en el bolso o en la mochila.

– Solo las tendrias si alguna vez me apetece saber que tal te va, si es que te parece bien. No porque quisiera meter las narices en nada. Margot, yo te aprecio.

– Ya me conoces, Barney, nunca me han gustado los cabos sueltos. Y no es que tenga nada que ocultar…

En ese momento Barney supo que habia conseguido el semen. Cuando el embarazo se anunciara, si es que se producia, Margot tendria motivos para preocuparse por el.

– Quiero decir que su muerte fue un regalo de Dios, no pienso mentir al respecto.

La velocidad con que hablaba sugirio a Barney que estaba intentando tomar impulso.

– Creo que si quiero una Coca -dijo Margot.

– Antes de que te la traiga, dejame que te ensene una cosa que tengo para ti. Creeme, puedo tranquilizarte por completo y no te costara un dolar. Es un segundo. No te vayas.

Cogio un destornillador de una lata llena de herramientas que habia en la encimera. Consiguio hacerlo sin darle la espalda.

En una pared de la cocina habia lo que parecian dos cajetines de fusibles. En realidad uno de ellos habia reemplazado al otro al cambiar la instalacion y solo el de la derecha estaba en servicio.

Al encararlos Barney no tuvo mas remedio que dar la espalda a Margot. Abrio el de la izquierda tan deprisa corno pudo. Ahora podia verla por el espejo empotrado en la tapa. Ella metio la mano en el bolso grande. La metio, pero no la saco.

Despues de desenroscar los cuatro tornillos, Barney pudo quitar el panel desconectado. Tras el habia un hueco en el muro.

Metio la mano con cuidado y saco una bolsa de plastico.

Percibio un alto en la respiracion de Margot cuando extrajo de la bolsa el objeto que contenia. Era un rostro tan famoso como brutal: la mascara que ponian al doctor Lecter en el Hospital Psiquiatrico Penitenciario de Baltimore para impedir que mordiera a alguien. Aquel era el ultimo y mas valioso articulo del botin de recuerdos de Lecter que Barney conservaba.

– ?Guau! -dijo Margot.

Barney deposito la mascara en la mesa, boca abajo sobre un papel encerado, bajo la brillante lampara de la cocina. Sabia que al doctor Lecter nunca le habian permitido limpiarla. La saliva seca estaba incrustada en la parte interior de la abertura para la boca. En uno de los remaches que fijaban las correas a la mascara habia tres pelos arrancados de raiz.

Un vistazo a Margot le permitio comprobar que la mujer estaba pendiente del objeto.

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