Barney saco la bolsita para mujeres violadas del armario de la cocina. Contenia bastoncillos de algodon, agua esterilizada, gasas y frascos de pildoras vacios.
Con infinito cuidado limpio las escamas de saliva con un bastoncillo humedo. Metio el bastoncillo en uno de los frascos. Arranco los cabellos de la mascara y los guardo en otro.
Imprimio el pulgar en la parte pegajosa de dos trozos de cinta adhesiva dejando una huella dactilar nitida en ambas ocasiones, y sello los tapones de los frascos. Los metio en la bolsita y se los entrego a Margot.
– Supongamos que me meto en algun lio, pierdo la cabeza e intento sacarte pasta. Pongamos que intentara contar a la policia alguna historia tuya para librarme de unos cuantos cargos. Ahi tienes pruebas de que fui al menos un complice en la muerte de Mason Verger, y hasta puede que lo hiciera todo yo solo. Como minimo te habria proporcionado el ADN.
– Te concederian la inmunidad para que me traicionaras.
– Por complicidad, tal vez. Pero no por tomar parte fisicamente en un asesinato tan sonado. Me prometerian inmunidad como complice y despues me joderian en cuanto se figuraran que habia participado. Estaria jodido para siempre. Lo tienes ahi, entre tus manos.
Barney no estaba seguro de lo que decia, pero sonaba bien.
Ademas, Margot tenia la posibilidad de colocar el ADN de Lecter en la ficha con los antecedentes de Barney en caso de necesidad, y ambos lo sabian.
Se lo quedo mirando con sus brillantes ojos azules de carnicera durante unos instantes que a Barney le parecieron eternos.
Luego dejo la mochila sobre la mesa.
– Aqui dentro hay un monton de dinero -dijo-. Suficiente para ver todos los Vermeer del mundo. Una vez - parecia un fanto aturdida, y extranamente feliz-. Tengo el gato de Franklin en el coche, he de irme. Franklin, su madre adoptiva, su hermana Shirley, un tipo llamado Stringbean y Dios sabe cuanta gente mas van a venir a Muskrat en cuanto el crio salga del hospital. Me ha costado cincuenta dolares conseguir el puto gato. Estaba viviendo en la casa de sus antiguos vecinos con un nombre falso.
No guardo la bolsita de plastico en el bolso. Se la llevo en la mano libre. Barney supuso que preferia no ensenarle las otras opciones que contenia el bolso.
– ?Crees que me merezco un beso? -le pregunto Barney en la puerta.
Ella se puso de puntillas y le dio un beso rapido en los labios.
– Tendras que conformarte con eso -dijo Margot, muy formal. Las escaleras crujieron mientras bajaba.
Barney cerro la puerta con llave y se quedo varios minutos con la frente apoyada contra la frescura del frigorifico.
CAPITULO 99
Al despertarse, Starling oyo lejana musica de camara y aspiro los penetrantes olores de la cocina. Se sentia como nueva y con apetito. Un golpecito en la puerta, y el doctor Lecter entro vestido con pantalones oscuros, camisa blanca y una corbata inglesa. Le traia un vestido largo en una bolsa y un cappuaino caliente.
– ?Has dormido bien?
– De miedo, gracias.
– El
Starling no miro en el armario hasta despues de darse un largo bano, pero cuando lo hizo se sintio muy complacida. Encontro un vestido largo de seda color crema, con un escote estrecho pero profundo, debajo de una exquisita chaqueta adornada con cuentas.
En el tocador habia un par de pendientes con colgantes de esmeraldas pulidas pero sin tallar. Las piedras despedian un intenso fuego verde a pesar de no tener facetas.
El pelo nunca le habia dado problemas. Fisicamente se sentia muy comoda con aquella ropa. Aunque no estaba acostumbrada a vestir con tanta elegancia, no se entretuvo ante el espejo; se limito a mirarse en el para comprobar que todo estaba en su sitio.
El casero aleman habia hecho construir unas chimeneas desproporcionadas. En la sala de estar ardia un unico tronco enorme cuando Starling se acerco a la calidez del hogar haciendo suspirar la seda.
Musica proveniente del clavicembalo de un rincon. Sentado al instrumento, el doctor Lecter, en esmoquin.
El doctor alzo los ojos y, al verla, contuvo el aliento. Sus manos tambien se detuvieron, abiertas sobre el teclado. Las notas del clavicembalo apenas duran y, en el repentino silencio de la sala, Starling pudo oirlo inspirar.
Ante el fuego los esperaban dos copas. Lillet con una rodaja de naranja. El doctor se acerco a cogerlas y le tendio una.
– Aunque pudiera verte cada dia, siempre recordaria este momento -le dijo el, mientras sus oscuros ojos la envolvian.
– ?Cuantas veces me ha visto, que yo no sepa?
– Solo tres.
– Pero aqui…
– Esto esta fuera del tiempo, y lo que haya podido ver mientras cuidaba de ti no compromete tu intimidad. Esta guardado en el lugar que le corresponde, con las mediciones de tu temperatura y tu tension arterial. Aunque tengo que confesarte que es un placer verte dormida. Eres muy hermosa, Clarice.
– El aspecto es un accidente, doctor Lecter.
– Si el atractivo fuera un premio a los merecimientos, seguirias siendo hermosa.
– Gracias.
– No me des las gracias.
Un movimiento imperceptible de la cabeza le basto para expresar su incomodidad tan bien como si hubiera arrojado la copa al fuego.
– Lo he dicho como lo siento -aseguro Starling-. ?Hubiera preferido que dijera «Me alegro de que me vea asi»? Hubiera sido mas original, e igual de cierto.
Starling se llevo la copa a los labios bajo su tranquila mirada de campesina, que no ocultaba nada.
En ese momento el doctor Lecter comprendio que, a pesar de todos sus conocimientos y su perspicacia, nunca seria capaz de predecir sus reacciones totalmente, o de poseerla por completo. Podia alimentar la oruga, podia susurrar a traves de la crisalida, pero lo que surgiera despues obedeceria a su propia naturaleza y estaria fuera de su control. Se pregunto si llevaria la 45 en la pierna, bajo el vestido.
Clarice Starling le sonrio, las esmeraldas captaron el resplandor de la chimenea y el monstruo, desarmado, se felicito por su exquisito gusto y su astucia.
– Clarice, la cena llama al gusto y al olfato, los sentidos mas antiguos y los mas proximos al centro de la mente. El gusto y el olfato tienen su asiento en zonas de la mente que preceden a la piedad, y la piedad no tiene cabida en mi mesa. Al mismo tiempo, las ceremonias, imagenes y conversaciones de la cena juegan en la cupula de la corteza cerebral como milagros pintados en el techo de una iglesia. Puede ser mucho mas atractivo que el teatro -acerco su rostro al de ella y leyo en sus ojos-. Quiero que comprendas que riquezas aportas tu a todo eso, y cuales son tus titulos. Clarice, ?has observado tu reflejo ultimamente? Me parece que no. Dudo que lo hayas hecho alguna vez. Ven al vestibulo, ponte ante el espejo de cuerpo entero.
El doctor Lecter cogio un candelabro del mantel.
– Mira, Clarice. Esa imagen encantadora eres tu. Esta noche vas a verte desde una cierta distancia durante un rato. Veras lo que es justo, veras lo que es verdadero. Nunca te ha faltado el coraje para decir lo que pensabas, pero las restricciones te impedian ver claro. Te lo dire una vez mas, la piedad no tiene cabida en esta mesa.
»Si oyes cosas que pudieran resultarte desagradables, enseguida te daras cuenta de que el contexto puede hacer de ellas algo entre absurdo e irresistiblemente comico. Si se dicen cosas dolorosamente ciertas, comprenderas que son verdades pasajeras que cambiaran -el doctor Lecter tomo un sorbo de su copa-. Si sientes que el dolor germina dentro de ti, no tardara en florecer convertido en alivio. ?Me comprendes?