– No, doctor Lecter, pero recordare todo ese rollo sobre la jodida autosuperacion. Ahora me gustaria disfrutar de una cena agradable.

– Eso, te lo prometo -dijo el doctor sonriendo, una vision capaz de poner los pelos de punta a muchos.

Ninguno de los dos volvio la vista hacia la imagen de la mujer en el cristal, que se habia empanado; se miraron mutuamente entre las brillantes llamas del candelabro mientras el espejo los miraba a ambos.

– Mira, Clarice.

Ella contemplo las rojas chispas que giraban en la profundidad de sus ojos y sintio la impaciencia de un nino que avizora una feria lejana.

El doctor Lecter busco en el bolsillo de su chaqueta, saco una jeringuilla con la aguja tan fina como un cabello y, sin mirar, guiandose solo por el tacto, la hundio en el brazo de la mujer. Cuando la extrajo, la diminuta herida ni siquiera sangro.

– ?Que estaba tocando cuando entre?

– Si el amor nos gobernara.

– ?Es muy antiguo?

– Enrique VIII la compuso hacia 1510.

– ?La tocara para mi? -le pidio-. ?La acabara ahora?

CAPITULO 100

La brisa que produjeron al entrar en el comedor agito las llamas de las velas y los calentadores. Starling no habia visto aquella sala mas que de pasada y era maravilloso contemplar la transformacion. Brillante, acogedora. La esbelta cristaleria reflejaba las llamas de las velas sobre la manteleria color crema, y una pantalla de flores creaba un espacio intimo y lo aislaba del resto de la gran mesa.

El doctor Lecter habia sacado la plata de los calentadores poco antes y cuando Starling se puso a juguetear con sus cubiertos percibio un calor parecido a la fiebre en el mango del cuchillo.

El doctor le sirvio vino y un pequeno amuse-gueule como entrante, una sola ostra Belon y una porcion de embutido; luego entretuvo la espera ante media copa de vino, admirando a Starling en el marco de la mesa que habia decorado.

La altura de los candelabros era perfecta. Las llamas iluminaban las profundidades del escote y el vestido no tenia mangas que vigilar.

– ?Que comeremos?

El se llevo un dedo a los labios.

– Nunca preguntes, estropea la sorpresa.

Hablaron de la mejor manera de cortar plumas de cuervo y de su efecto sobre el sonido del clavicembalo, y por un instante ella se acordo del cuervo que le robo a su madre los productos de limpieza en el balcon de una habitacion de motel. Contemplandolo desde cierta distancia, juzgo el recuerdo irrelevante en un momento tan agradable, y lo aparto de su mente.

– ?Tienes hambre?

– ?Si!

– Entonces, vamos con el primer plato.

El doctor Lecter cogio una bandeja del bufete y la coloco en la mesa; luego acerco un carrito que transportaba sus sartenes, infiernillos y pequenos cuencos de cristal con los condimentos.

Encendio los infiernillos, echo un buen pedazo de manteca de Charente en la fait-tout de cobre y la hizo girar para que se derritiera y adquiriera la tonalidad avellana de una beurre- noisette. Luego la retiro del fuego y la dejo sobre un salvamanteles de metal.

Sonrio a Starling dejando ver sus dientes inmaculados.

– Clarice, ?recuerdas lo que hemos dicho sobre comentarios agradables y desagradables, y sobre cosas que en su debido contexto resultan divertidas?

– Esa mantequilla huele de maravilla. Lo recuerdo, si.

– Y ?recuerdas a la persona que has visto en el espejo, y lo esplendida que parecia?

– Doctor Lecter, no se lo tome a mal, pero esto empieza a parecerse a Dick and Jane [8] Lo recuerdo perfectamente.

– Estupendo. El senor Krendler nos va a acompanar durante el primer plato.

El doctor Lecter cogio el centro de mesa grande y lo dejo sobre el bufete.

El ayudante del inspector general, Paul Krendler en carne y hueso, estaba sentado a la mesa en un sillon de roble macizo. Krendler abrio los ojos de par en par y miro a su alrededor. Tenia puesta la cinta para el pelo que usaba cuando corria y un elegante esmoquin funerario, con la camisa y la corbata cosidas a la chaqueta. Como el traje estaba abierto por la parte de atras, al doctor Lecter no le habia costado mucho ponerselo de forma que ocultara los metros de cinta aislante que lo sujetaban al sillon.

Puede que los parpados de Starling se movieran un milimetro y que sus labios se contrajeran imperceptiblemente, como solian hacer en la galeria de tiro.

A continuacion el doctor Lecter cogio un par de pinzas de plata del bufete y arranco la cinta que amordazaba a Krendler.

– Buenas noches otra vez, senor Krendler.

– Buenas noches.

Krendler no parecia el de otras veces. Su servicio de mesa tenia una pequena sopera.

– ?No le gustaria dar las buenas noches a la senorita Starling?

– Hola, Starling -dijo, y parecio animarse-. Siempre desee verte comer.

Starling lo considero a distancia, como hubiera hecho el viejo y sabio espejo de cuerpo entero.

– Hola, senor Krendler -lo saludo, y volvio la mirada hacia el doctor Lecter, que seguia atareado con sus sartenes-. ?Como ha conseguido capturarlo?

– El senor Krendler se dirige a una importante entrevista relacionada con su futuro en la politica -dijo el doctor Lecter-. Margot Verger lo ha invitado como un favor hacia mi. Algo asi como un toma y daca. El senor Krendler trotaba hacia la pista para helicopteros del parque Rock Creek para subir al de los Verger. Pero en lugar de eso ha decidido dar un paseito conmigo. ?Le gustaria bendecir la mesa antes de que cenemos, senor Krendler? ?Senor Krendler?

– ?Bendecir la mesa? Si, claro -Krendler cerro los ojos-. Padre, te damos las gracias por los alimentos que estamos a punto de recibir, y los dedicamos a Tu servicio. Starling es una chica demasiado mayor para estar jodiendo con su padre, por mas que sea del sur. Por favor, perdonala por ello y empujala a mi servicio. En el nombre de Cristo, amen.

Starling observo que el doctor Lecter mantenia los ojos piadosamente cerrados durante la oracion.

– Paul -dijo Starling, que se sentia tranquila y rapida de reflejos-, tengo que reconocer que el apostol Pablo no lo hubiera hecho mejor. Odiaba a las mujeres tanto como usted.

– Esta vez la has cagado del todo, Starling. Nunca te readmitiran.

– ?Era una oferta de trabajo lo que ha colado en la bendicion? Nunca habia visto semejante tacto.

– Voy a ir al Congreso -Krendler sonrio desagradablemente-. Acercate por el cuartel general de la campana, tal vez encuentre algo para ti. Podrias ser chica de oficina. ?Sabes escribir a maquina y llevar un archivo?

– Por supuesto.

– ?Y escribir al dictado?

– Utilizo un programa de reconocimiento de voz -replico Starling, y continuo en tono mas serio-: Si me perdona por hablar de negocios en la mesa, no es usted lo bastante rapido para colarse en el Congreso. Jugar sucio no basta para compensar una inteligencia de segunda. Duraria mas como chico de los recados de un mafioso.

– No nos espere, senor Krendler -le urgio el doctor Lecter-. Vaya probando el caldo antes de que se enfrie -y levanto el potager, de cuya tapa sobresalia una pajita, hacia los labios de Krendler.

– Esta sopa no esta buena -se quejo Krendler poniendo cara de asco.

– En realidad tiene mas de infusion de perejil y tomillo que de otra cosa -le explico el doctor-, y es mas para nosotros que para usted. Sorba un poco mas y dejelo circular.

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