cinturon.
– Era de mi padre -dijo Starling dando una palmada como si fuera una nina.
– Si -le confirmo el doctor Lecter-. Clarice, ?te gustaria hablar con tu padre? Tu padre esta aqui. ?Te gustaria hablar con el?
– ?Mi padre esta aqui! ?Estupendo! ?Si!
El doctor Lecter puso las manos en los lados de la cabeza de Starling, sobre sus lobulos temporales, capaces de proporcionarle todo lo que pudiera necesitar de su padre. Luego la miro profundamente a los ojos.
– Se que prefieres hablar con el en privado. Ahora me ire. Sigue mirando la hebilla, y dentro de unos minutos lo oiras llamar a la puerta. ?De acuerdo?
– ?Si! ?Fantastico!
– Bien. Solo tienes que esperar unos minutos.
La insignificante punzada de una aguja finisima, que ni siquiera hizo bajar la vista a Starling, y el doctor Lecter abandono la habitacion.
Ella se quedo mirando la hebilla hasta que oyo la llamada en la puerta, dos firmes golpes de nudillos, tras los cuales su padre aparecio en el umbral tal como lo recordaba, alto, con el sombrero en las manos y el pelo humedo y recien peinado, como cuando se sentaba a la mesa para cenar.
– ?Hola, carino! ?A que hora se cena en esta casa?
No la habia abrazado desde hacia veinticinco anos, los que habian transcurrido desde su muerte, pero cuando la recibio en su pecho los botones de perla de su camisa le produjeron la misma sensacion de antano, percibio los mismos olores a jabon fuerte y tabaco, volvio a sentir los latidos del enorme corazon de su padre.
– ?Como estas, pequena? ?Que te pasa, corazon? ?Es que te has caido?
Era igual que cuando la levanto del suelo del patio despues de que ella se hubiera empenado en cabalgar una cabra.
– Lo estabas haciendo muy bien hasta que la muy traidora ha dado ese respingo. Vamos a la cocina, a ver lo que encontramos.
Dos cosas en la mesa de la diminuta cocina de su infancia, un envoltorio de celofan de SNO BALLS y una bolsa de naranjas.
El padre de Starling abrio su navaja Barlow con la punta desmochada y pelo un par de naranjas haciendo que la piel formara un largo rizo sobre el hule. Se sentaron en sillas con respaldo de travesanos; el dividio las naranjas en cuatro y fue comiendose un gajo y dandole otro a Starling. Ella escupia las semillas en la mano y las dejaba en la falda. Sentado seguia pareciendo muy alto, como John Brigham.
Su padre masticaba mas por un lado que por otro, y uno de sus incisivos tenia una funda de metal blanco como era moda en la practica de los odontologos militares de los anos cuarenta. Brillaba cuando se reia. Se comieron las dos naranjas y un SNO BALL cada uno, y se contaron unos cuantos chistes de los de «Llaman a la puerta y…». Starling habia olvidado la maravillosa sensacion del dulce y blando relleno bajo el coco. La cocina desaparecio y se pusieron a hablar como dos adultos.
– ?Como van las cosas, carino?
– Tengo muchos problemas en el trabajo.
– Ya lo se. Son todos esos burocratas, corazon. No ha habido nunca un hatajo de sinverguenzas mas… grande. Nunca le has disparado a nadie por capricho.
– Ya lo se. Pero hay otra cosa.
– No mentiste sobre lo que paso…
– No, padre.
– Salvaste al nino.
– No sufrio el menor dano.
– Me senti muy orgulloso.
– Gracias, padre.
– Carino, tengo que irme. Ya hablaremos.
– ?No puedes quedarte?
Poso la mano en la cabeza de Starling.
– Nunca podemos quedarnos, hija. Nadie puede quedarse donde le gustaria.
La beso en la frente y salio de la habitacion. Podia ver el agujero de bala en el sombrero mientras el le decia adios con la mano, alto en el vano de la puerta.
CAPITULO 95
Era evidente que Starling queria a su padre tanto como se pueda querer a otra persona, y no hubiera vacilado en enfrentarse a cualquiera que intentara mancillar su recuerdo. No obstante, en conversacion con el doctor Lecter, bajo la influencia de una potente droga hipnotica, le conto lo siguiente:
– A pesar de todo, me cabrea lo que hizo. Quiero decir: ?que pintaba el detras de un puto drugstore en mitad de la noche? ?Por que tuvo que toparse con aquellos dos yonquis que lo mataron? Vacio su vieja escopeta y se quedo indefenso. Ellos no valian una mierda, pero pudieron con el. No sabia lo que estaba haciendo. Nunca aprendio nada.
Le hubiera gustado abofetear a alguien mientras lo decia.
El monstruo se recosto una miera en su asiento. «Ah, por fin hemos llegado al meollo de la cuestion. Tanto recuerdo de colegiala empezaba a empalagarme.»
Starling intento balancear las piernas bajo el asiento como una nina, pero le habian crecido demasiado.
– Tenia aquel trabajo, iba a donde le decian y hacia lo que le mandaban, salia de ronda con aquel maldito reloj de vigilante, hasta que lo mataron. Y mama tuvo que lavar la sangre de su sombrero para enterrarlo con el. ?Vino alguien a casa? Nadie. Despues bien pocos SNO BALLS hubo, ya se lo puede creer. Mama y yo, limpiando habitaciones de motel. La gente que dejaba condones usados en las mesillas. Lo mataron y nos dejo solas porque era un jodido estupido. Tenia que haberles dicho a los soplapollas del Ayuntamiento que se metieran el trabajo donde les cupiera.
Cosas que jamas habria dicho, cosas proscritas en la superficie de su cerebro.
Desde el comienzo de su relacion, el doctor Lecter la habia provocado llamando a su padre «el vigilante nocturno». Ahora se transformo en Lecter, el protector de la memoria paterna.
– Clarice, el nunca deseo otra cosa que tu bienestar y tu felicidad.
– Pon las buenas intenciones en una mano y la mierda en la otra, a ver cual de las dos se llena antes -le espeto.
Aquella expresion del orfanato hubiera debido resultarle especialmente chabacana viniendo de una mujer tan atractiva, pero el doctor Lecter parecia complacido, incluso satisfecho.
– Clarice, quiero pedirte que me acompanes a otra habitacion -dijo-. Tu padre te ha hecho una visita, que ha dependido de ti. Ya has visto que, a pesar de tu intenso deseo de que se quedara contigo, no ha podido. El te ha visitado a ti. Ahora te ha llegado el momento de visitarlo a el.
Un largo pasillo hacia una habitacion de invitados. La puerta estaba cerrada.
– Espera un momento, Clarice -le pidio el doctor, y entro. Starling se quedo en el pasillo con la mano en el pomo y oyo el roce de una cerilla.
El doctor Lecter abrio la puerta.
– Clarice, sabes que tu padre esta muerto. Lo sabes mejor que nadie.
– Si.
– Entra y miralo.
Los huesos de su padre estaban en una de las dos camas gemelas, y el contorno del torax y los huesos largos destacaban bajo la sabana blanca, como el angel de nieve de un nino.
El craneo, que habian dejado limpio los diminutos carroneros oceanicos de la playa del doctor Lecter, reseco y blanco, descansaba sobre el almohadon.
– ?Donde esta su estrella, Clarice?
– Se la quedo el condado. Dijeron que valia siete dolares.