«escuelas de funcionarios del 7 de mayo». La policia militar de las granjas se llevo a los presos que trabajaban alli hacia las mesetas deserticas de Qinghai, y dejo esos terrenos a los funcionarios y empleados de los organismos de la capital roja, victimas de la depuracion de la Revolucion Cultural.

«?Las escuelas del 7 de mayo no son refugios fuera del alcance de la lucha de clases!» Un delegado del ejercito vino de la capital para transmitir esa nueva directiva. La lucha, esta vez, estaba dirigida contra la llamada camarilla del «16 de mayo», un enorme grupo de contrarrevolucionarios que se habian infiltrado en todos los niveles de las organizaciones de masa. Cualquier hombre que encontraban de la camarilla era tachado inmediatamente de contrarrevolucionario activo. El fue uno de los primeros en sufrir el ataque, pero ya no era la epoca del principio del movimiento, en la que se «barria a todos los monstruos y ogros», en la que cualquiera que fuera objeto del ataque se apresuraba a reprocharse a si mismo cualquier actitud por miedo. En aquella epoca se convirtio en un zorro y era capaz de morder. Sabia ensenar los dientes y parecer terrible, ya no podia dejar que una jauria de perros de caza se le echara encima. La vida -si se podia llamar vida a aquello- le habia ensenado a convertirse en un animal salvaje, pero, como mucho, era un zorro cercado por los cazadores: al menor paso en falso, se arriesgaba a que lo cortaran en pedazos.

Durante los recientes anos de conflicto general, lo que era bueno un dia era malo al dia siguiente, y, si se queria castigar a alguien, siempre se podia lanzar contra el cualquier acusacion. En cuanto un individuo era acusado, siempre se le podia reprochar algo, con lo cual, se convertia en un enemigo. Era lo que se llamaba la lucha de clases, una lucha a vida o muerte. Los representantes del ejercito lo senalaron como un objetivo importante para investigar y lo situaron en su punto de mira, para que las masas, una vez movilizadas, dispararan contra el. Conocia perfectamente ese proceso, y antes de que la desgracia absoluta le llegase, solo podia intentar sobrevivir el mayor tiempo posible. La vispera del dia en que el instructor politico decidio que tenian que hacer una investigacion sobre sus posibles actividades, todos bromeaban con el. Comian juntos en el comedor del trabajo el mismo potaje de maiz y las mismas tortas de harina mixta, [8] dormian todos juntos en un gran almacen sobre el suelo cubierto de una capa de cal y encima otra capa de paja como colchon, formando una cama colectiva larga, con cuarenta centimetros de ancho para cada uno, ni mas ni menos, medido al milimetro, tuvieran el grado que tuviesen, tanto si eran los dirigentes como los ordenanzas, gordos o flacos, viejos o enfermos. La unica diferencia era que los hombres y las mujeres estaban separados. Las parejas que no tenian hijos a su cargo no podian vivir juntos. Todos estaban bajo la direccion de un delegado del ejercito, y, como todos los efectivos militares, estaban divididos en escuadras, pelotones, companias y batallones. Los altavoces empezaban a sonar a las seis de la manana. Habia que ponerse en pie y acabar de arreglarse en menos de veinte minutos. Luego tenian que colocarse en fila india delante de una pared en la que habia colgado un retrato del gran Lider. Alli «pedian las instrucciones de la manana» y cantaban las citas al son de la musica. Mientras enarbolaban en la mano El Libro Rojo, debian gritar tres veces «Larga vida» y luego ir al comedor a comer el potaje. Despues se reunian para estudiar durante media hora Las obras de Mao y, al fin, salian a labrar la tierra con la azada al hombro. Todos compartian la misma suerte, ?para que luchar?

El dia en que se libro del trabajo manual para redactar la autocritica que le habian impuesto, era como si tuviera la peste; los demas tenian miedo de que les contagiara y nadie se atrevia a hablar con el. Pero no sabia que era lo que habian descubierto de el para obligarle a la autocritica. Un dia, al entrar en la letrina al aire libre, le cerro el paso a un tipo con el que tenia una buena relacion y, mientras desataba su pantalon para fingir orinar, le pregunto en voz baja: «Oye, ?que les pasa conmigo?».

El tipo se puso a tosiquear, con la cabeza gacha, absorto en su ocupacion, sin mirarlo. El no pudo hacer otra cosa que irse de alli: lo vigilaban hasta en los lavabos. El tipo que tenia el honor de ser el encargado de la vigilancia estaba detras de la pared aparentando mirar al vacio.

Durante la reunion que organizaron para ayudarlo -una pretendida ayuda-, utilizaron la presion de las masas para que reconociera sus errores, pero la palabra error tenia el mismo sentido que la de crimen. Las masas eran como una jauria de perros que se precipitan para morder obedeciendo al latigo de su amo, tomando como unica precaucion no recibir ningun latigazo. Ya habia entendido con claridad la naturaleza de esa cosa infalible que son las masas en movimiento.

Las intervenciones, preparadas con anterioridad, eran cada vez mas incisivas y violentas. Previamente se recurria a las Citas del Presidente Mao para confrontarlas con sus palabras y sus actos. Dejo sus cuadernos de apuntes sobre la mesa para tomar nota de todo, expresando claramente con aquel gesto voluntario que, si un dia la situacion cambiaba, no perdonaria a nadie. Con todas las maquinaciones tramadas por los movimientos politicos los anos anteriores, los hombres se habian convertido en jugadores y canallas de la revolucion, la suerte decidia quien seria el ganador y el perdedor, aunque a los ganadores se les consideraria heroes y a los perdedores, fantasmas rencorosos.

Apuntaba rapidamente, esforzandose para no perderse el mas minimo detalle, sin ocultar que esperaba que llegara el dia en que pudiera devolver ojo por ojo y diente por diente. Un tal Tang, un hombre calvo y con aspecto senil precoz, estaba pronunciando un discurso; enrojecia progresivamente, utilizando los aforismos del venerable Mao acerca de la lucha contra los enemigos. El dejo deliberadamente su boligrafo sobre la mesa para clavar los ojos en aquel hombre; la mano de aquel tipo empezaba a temblar mientras sostenia El Libro Rajo. Seguramente, llevado por la fuerza de la inercia, no conseguia contenerse, hablaba cada vez con mayor entusiasmo y soltaba saliva al hablar. De hecho, aquel hombre tambien estaba aterrado; hijo de una familia de terratenientes, no pudo participar en ninguna organizacion de masas y queria aprovechar esa ocasion para manifestarse y adular a la direccion con su servicio meritorio.

Solo podia elegir a un ser debil como Tang, que buscaba sobrevivir en medio del terror, para soltar unas maldiciones, tirar su boligrafo y declarar que no asistiria mas a aquel tipo de encuentros hasta que se hubieran aclarado sus acusaciones. Luego salio del local de la reunion, una era pavimentada de cemento. Excepto algunos jefes de compania y de peloton designados por el delegado del ejercito, buena parte del centenar de hombres de la compania que asistian a aquella reunion eran de la misma faccion que el. Como en el ambiente no se percibia aun la posibilidad de una condena inmediata, se arriesgo a comportarse de esa manera para intentar asentar las posiciones de su faccion. Por supuesto, sabia que eso no impediria que hicieran todo tipo de conjeturas sobre los delitos que debia de haber cometido y que tenia que escapar de aquella escuela de funcionarios antes de caer en sus redes.

Al atardecer salio de la zona de la escuela y se dirigio hacia un pueblo que divisaba a lo lejos. Todavia se podian ver alambres de puas, parcialmente cortadas, sobre los postes de cemento que llegaban hasta el infinito.

Encontro una calera en las proximidades del pueblo. Unos campesinos rociaron de queroseno el horno de carbon y lo encendieron. De inmediato subio una espesa humareda. Cerraron el horno y se fueron despues de haber hecho estallar una hilera de petardos. Se entretuvo un momento. Desde que salio de la granja nadie lo seguia.

Empezo a oscurecer, el sol que se ponia ya solo era una bola de fuego y los edificios de la granja se percibian cada vez menos. Se dirigio hacia la puesta de sol, atraveso los surcos del campo de trigo que todavia no habia crecido y continuo caminando. Tan solo unas pocas hierbas secas cubrian el suelo alcalino. Cada vez se iba hundiendo mas en el barro. Ante el se extendian unas cienagas. Oia a unas ocas entre las matas de juncos amarillentos. El sol se tino de rojo sangre al ponerse y se oculto a lo lejos en el antiguo cauce del rio Amarillo.

La bruma del crepusculo era cada vez mas opaca, tan solo podia sentir el fango bajo sus pies, no tenia donde sentarse. Encendio un cigarrillo y penso donde podria cobijarse.

Con los pies en el barrizal, acabo su cigarrillo. La unica solucion que tenia era encontrar un pueblo en el que instalarse, lo que significaba perder la autorizacion que habia conservado de vivir en la ciudad y convertirse en campesino de por vida; todo antes de que lo consideraran un enemigo. Pero no conocia a nadie en el campo. A fuerza de estrujarse la cabeza, se acordo de repente de uno de sus companeros de escuela, un huerfano que se llamaba Rong, que formo parte, diez anos antes, del primer grupo de jovenes ciudadanos instruidos encargados de «edificar el nuevo campo socialista» y que formo una familia en una pequena cabeza de distrito de una zona montanosa del sur. Puede que por medio de aquel companero de infancia pudiera encontrar un lugar en el que lo admitieran.

Cuando volvio al dormitorio, todos estaban ocupados lavandose la cara, los pies o enjuagandose la boca antes de irse a dormir. Hacia rato que los mas mayores o los mas debiles se habian acostado muertos de cansancio. Se

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