construir una mesa al carpintero de la aldea. Se sentia totalmente satisfecho.

Cuando regresaba de escardar los arrozales, se quitaba el barro que tenia pegado a los pies y a las piernas en las charcas de lentejas de agua, luego se preparaba una taza de te verde, se sentaba en una pequena silla de respaldo de bambu y contemplaba las montanas que se extendian a lo lejos, en la bruma. En aquellos momentos, sin quererlo, el verso de Tao Yuanming le venia a la mente, «Recojo los crisantemos bajo el seto al este de mi casa, mientras contemplo despreocupado la montana del sur», pero no estaba tan despreocupado como aquel letrado ermitano. Cada manana, al alba, cuando escuchaba en los altavoces del pueblo «El oriente es rojo, el sol se levanta, ha llegado Mao a China…», se iba a replantar el arroz con los campesinos; pero no tenia que recitar El Libro rojo delante de nadie. Cuando acababa su jornada laboral, nadie lo vigilaba; se tomaba su taza de te verde, se sentaba en la silla de bambu, con las piernas estiradas, y se sentia bien. Por la noche, se tumbaba solo sobre la enorme plancha de madera y no tenia que preocuparse de si hablaba en suenos. Era la autentica felicidad.

Se habia convertido en un campesino y tenia que ganarse la vida con sus manos. Tenia que aprender los trabajos agricolas, la labranza, la construccion de diques, el trasplante y la cosecha del arroz, el transporte del estiercol. Debia aprenderlo todo, pues no esperaba continuar recibiendo su salario durante mucho tiempo. Tenia que vivir entre los campesinos, no podia dejar que pensaran que se escondia de algo; debia hacer su vida alli, y quiza morir tambien en ese lugar, como si fuera su tierra natal.

Unos meses mas tarde, habia conseguido seguir el ritmo de trabajo de los campesinos, no como esos funcionarios del distrito que venian para trabajar en una unidad de base y que al cabo de tres dias encontraban un pretexto para volverse a marchar. Los funcionarios locales eran senores a los ojos de los campesinos; cuando iban a los campos, solo era para hacerse los importantes, pero el no era asi, a el lo alababan todos. Creyo que se habia ganado la confianza de los funcionarios rurales y de los campesinos; entonces quito los clavos de sus cajas de libros.

El primer libro que saco fue la obra de Tolstoi El poder de las tinieblas, pero el agua que habia entrado entre las maderas dejo unas marcas amarillentas en la barba del viejo Tolstoi. En la obra teatral, el autor crea un ambiente oscuro y de opresion en el que un campesino acaba matando a su hijo; le impacto mucho, era muy diferente al ambiente aristocratico de Guerra y paz, que Tolstoi escribio un poco antes. No lo abrio, por miedo a que repercutiera en la calma interior que acababa de conseguir.

Tenia ganas de leer libros que se alejaran de su entorno, historias muy lejanas, que solo fueran fruto de la imaginacion, cosas increibles, como El pato salvaje en la «Seleccion de obras de teatro» de Ibsen. En cambio, todavia no habia abierto el volumen primero de La estetica, de Hegel, que compro hacia mucho tiempo. Leer le ayudaba a librarse un poco de su cansancio fisico. Siempre dejaba sobre la mesa los libros de Marx y de Lenin, pero por la noche, antes de dormir, sacaba de la caja los libros que queria leer de verdad, tumbado en la cama. Una simple bombilla con un hilo que colgaba de una viga iluminaba la estancia. En las casas de los campesinos del pueblo todo estaba a oscuras, pues se acostaban nada mas cenar para ahorrar electricidad. Solo quedaba encendida su bombilla, que no intentaba ocultar, pues eso habria provocado mas sospechas.

No prestaba demasiada atencion a lo que leia, dejaba simplemente que su imaginacion vagara. De hecho, no entendia nada de los personajes de El pato salvaje, de las elucubraciones metafisicas del viejo Hegel. Esos autores vivian en un mundo tan diferente, no habrian entendido el mundo real en el que el vivia, ni siquiera podrian haber imaginado que existiera. Tumbado, escuchaba el sonido de la lluvia que caia sobre las tejas de la vivienda, era la estacion de las lluvias; la humedad se apoderaba de todo, las malas hierbas de los caminos y los retonos de los arrozales crecian freneticamente durante la noche, cada manana estaban mas altos, cada dia mas verdes. Habia decidido pasarse la vida entre los arrozales, siguiendo el ciclo regular de la naturaleza. La vida, que transcurre generacion tras generacion, es como los retonos de arroz; el hombre es como la planta, ?para que tener cerebro? La acumulacion de esfuerzos humanos llamada cultura en realidad no sirve de gran cosa. «No se donde esta la nueva vida», recordo que le dijo Luo; ese companero de clase habia entendido las cosas mucho antes que el. Quiza lo que necesitaba era encontrar una chica de campo, traer al mundo unos cuantos ninos y educarlos: este era probablemente su destino.

Poco antes de la cosecha del arroz, consiguio unos dias libres. Los del pueblo solian aprovechar esos dias festivos para ir a la montana a cortar lena. Con el hacha al cinto, los siguio. Todos los meses iba a la cabeza de distrito a cobrar su salario a la oficina que se encargaba de la gestion de funcionarios enviados a la base. Alli compro lena para varios meses; por eso, para el, ir a la montana a por mas lena era tan solo una forma de conocer los alrededores.

En un lugar aislado, al pie de la montana, en el equipo de produccion mas retirado de la comuna popular, encontro en un caserio de pocas familias a un anciano que llevaba unas gafas de montura de cobre y que estaba sentado al sol delante de su puerta. Tenia un libro carcomido, de encuadernacion antigua, que sujetaba con las dos manos y mantenia los brazos extendidos para colocar el libro lejos de sus ojos entreabiertos.

– ?Esta leyendo! -exclamo el un tanto admirado.

El viejo se quito las gafas y dirigio la mirada hacia su direccion; cuando se dio cuenta de que no era uno de los campesinos de la comarca, balbucio algo y dejo el libro apoyado sobre sus rodillas.

– ?Puedo saber que esta leyendo? -pregunto el.

– Un libro de medicina -explico de inmediato el anciano.

– ?Que libro de medicina? -inquirio de nuevo.

– Sobre las enfermedades febriles, ?sabe usted algo de este libro? -dijo el viejo con cierto desden en su voz.

– ?Es usted medico de medicina tradicional? -cambio de tono para demostrarle su respeto.

El anciano le dejo entonces que tomara el libro. Esa vieja obra de medicina sin puntuacion estaba impresa en papel de bambu muy liso, sin duda era una edicion de la epoca de los Qmg. Entre los agujeros que habian dejado los insectos aparecian unas anotaciones, pequenos circulos marcados con tinta roja o minusculos caracteres escritos con esmero. Debian de haber empleado cinabrio para ello, puede que los hubieran escrito sus ancestros, a no ser que fueran del propio viejo. Le devolvio con cuidado el preciado libro. Ese respeto probablemente sorprendio al anciano, que llamo a una mujer de la casa.

– ?Trae un taburete para este camarada y ofrecele una taza de te!

A pesar de los anos de trabajo manual, el viejo todavia tenia una voz sonora. Quizas el hecho de dominar la medicina tradicional le habia ayudado.

– No vale la pena -dijo sentandose en un tocon sobre el que se cortaba la lena.

Una mujer de edad avanzada, pero robusta -su nuera o su segunda esposa-, salio de la casa. Llevaba una tetera en una mano y una silla en la otra. Le sirvio un tazon de te hirviendo, en el que flotaban las anchas hojas. El le dio las gracias, tomo el tazon con las dos manos y observo las montanas de enfrente, en las que las ramas de los abetos se balanceaban sin ruido por la fuerza del viento.

– ?De donde vienes?

– De la aldea, de la comuna popular -respondio el.

– ?Eres un funcionario que ha vuelto a la base?

Asintio con la cabeza y pregunto sonriendo:

– ?Tanto se nota?

– Esta claro que no eres de aqui, eres de la cabeza de distrito de provincia o de fuera.

– De Beijing -dijo directamente.

El viejo inclino la cabeza y no dijo nada.

– ?No volvere a la capital, quiero instalarme aqui!

Solto esas palabras con cierto tono de broma, el tono que empleaba cuando le preguntaban los campesinos, durante las pausas que hacian en los campos, sobre lo que hacia en la gran ciudad, para evitar de ese modo dar demasiadas explicaciones; luego anadia que la comarca le parecia magnifica y el lugar precioso. Pero no tenia por que actuar del mismo modo con el anciano, que parecia ser una persona culta.

– ?Y usted? ?Es de aqui?

– De varias generaciones. Por muy bello que sea el mundo, nunca iguala al lugar donde hemos nacido -dijo el viejo-. Pero tambien he estado en Beijing.

A el no le sorprendio en absoluto y pregunto:

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