encuentro nocturno de los habitantes del pueblo, un lugar en el que se sentian a gusto.

– ?Venga, ya esta bien por hoy! El profesor esta cansado, ha caminado durante todo el dia. ?Hay que ir a dormir!

La chica mayor empezo a echar a los lugarenos, que se marchaban a reganadientes. Las dos muchachas le desearon buenas noches y se fueron tambien hacia el pueblo.

Todavia quedaban algunos trozos de carbon crepitando, la temperatura del cuarto bajo. En el aula oscura de al lado, el viento entraba y enfriaba el ambiente. Fue a cerrar la puerta, pero una rafaga la volvio a abrir. Percibio que no habia cerrojo en la puerta, lo habian arrancado, y la madera y el marco estaban acribillados de agujeros. Reflexiono durante un momento; luego volvio al aula para cerrar la puerta grande, pero en la oscuridad no consiguio encontrar la barra. Habia dos ganchos detras de la puerta para colocar una barra, pero no la encontraba por ninguna parte. Coloco una mesa contra la puerta para que se mantuviera cerrada. Una vez volvio a la habitacion, tomo la lampara de petroleo y paso al dormitorio, separado solo por un tabique de planchas que llegaba a media altura. Al fondo del cuarto, habia una pequena puerta que conducia a la otra aula. Tambien habian arrancado el pestillo de alli, solo quedaba la parte del marco de la puerta. Por suerte, la puerta cerraba bien. No fue a comprobar si la de la otra clase estaba cerrada y no entraba el aire. De todos modos, en aquel edificio no habia nada que robar, salvo dos jovenes muchachas desamparadas que dormian solas y habian llegado de la ciudad para instalarse alli.

Despues de apagar la lampara, se desnudo y escucho tumbado como rugia el viento de la montana, como si fuera una fiera que se quejaba con voz grave. A veces el viento traia tambien el sonido del agua que pasaba por el barranco. Aquella noche durmio mal, se quedo en una especie de estado de alerta y con la impresion de que en cualquier momento podia irrumpir en la habitacion una fiera salvaje. Se levanto temprano e hizo la cama. Descubrio que las sabanas grisaceas y las fundas de las almohadas estaban llenas de manchas; sintio bastante asco.

En el camino de vuelta penso en su alumna Sun Huirong. Se dio cuenta de que la vida del campo en estos anos lo habia convertido en una persona sin caracter. Por fin habia conseguido ocultarse perfectamente, y sentia una cierta paz interior; incluso era capaz de mirar la montana durante horas, contemplar el curso del arroyo que no cesaba, sin pensar en nada. No obstante, cada vez se parecia mas a una larva.

49

Ella quiere ir a ver una selva virgen. Tu dices: «Pero ?donde quieres que haya una selva virgen en Sydney? Habria que conducir durante dias para llegar a uno de esos lugares deshabitados de la inmensa Australia. Ademas, ya lo has visto todo desde el avion, una tierra arida de color ocre con montanas de rocas en forma de espina de pescado. El paisaje no ha cambiado durante unas horas cuando ibamos en el avion, ?donde quieres que haya una selva virgen?». Ella abre un mapa turistico y senala los trozos verdes.

– ?Aqui y aqui!

– Son parques -respondes.

– ?El parque nacional es una zona de proteccion natural -insiste ella-; los animales y las plantas se conservan en su estado original!

– ?Tambien los canguros? -preguntas.

– Claro -dice ella.

– Entonces tenemos que ir a un zoo. No es como en tu pais, que compran lobos por todo el mundo y los encierran para que los visitantes los miren ir de un lado a otro.

No has conseguido convencerla, acabas refunfunando:

– Habria que pedir a los amigos del centro dramatico que nos consiguieran un coche.

Le explicas que ellos te han invitado para los ensayos de tu obra, los acabas de conocer, no te gusta molestar a la gente asi. Pero ella dice que hay un tren directo que va hasta alli. Su dedo avanza en el mapa, de la estacion central, que se encuentra en el centro de la ciudad, hasta el borde del pedazo verde que indica el Royal National Park.

– Mira, aqui hay una estacion, Sutherland. ?Es muy facil llegar hasta alli! -dice.

Se llama Sylvie, es francesa, tiene el pelo corto, a lo chico, pinta de estudiante de secundaria, parece muy joven, pero sus grandes nalgas muestran que es toda una mujer. Has tostado un poco de pan, preparado el cafe con leche, pero ella toma el cafe solo, siempre sin azucar, no come pan ni mantequilla, tiene que mantener la linea.

Habeis salido del edificio en que os alojais. De repente cae en la cuenta de algo, se da media vuelta y regresa a la habitacion a tomar una toalla y su traje de bano; dice que despues de la zona de proteccion natural del Royal National Park se puede llegar hasta el mar y quiza podria banarse y tomar el sol.

El tren ha ido directo de la estacion central a Sutherland, una pequena estacion en la que solo se apean algunas personas. Al salir de los andenes hay un pequeno pueblo, todavia nada de selva ni de parque. Dices que habria que preguntar a alguien, vuelves a la estacion y te diriges al vendedor de billetes.

– ?Puede indicarme el camino para ir a la selva virgen? ?Al parque, el Royal National Park?

– Tenia que bajar en la siguiente estacion, en Loftus -responde el expendedor de billetes.

Volveis a comprar un billete. El proximo tren llegara dentro de veinte minutos, pero ese no para en Loftus, teneis que tomar el siguiente.

Esperais media hora antes de que por el altavoz de la estacion anuncien que el proximo tren viene con un poco de retraso y que hay que cambiar de anden para esperarlo. Ella va a preguntar que ocurre al jefe de estacion. El hombre metido en carnes responde antes de cerrar la puerta de su despacho:

– Esperen, tranquilos, llegara pronto.

Le recuerdas que el dia en que llegasteis a Australia os previnieron de que si se tomaba el tren de Sydney a Melbourne se podia tardar dos dias, tres dias, una semana, no se sabia. Ellos nunca tomaban el tren por eso; todos iban en avion o en coche. Le dices que quiza tengais que esperar hasta que anochezca. Pero Sylvie camina de un lado a otro, un poco nerviosa. Le dices que se siente, pero ella no puede estar quieta.

– Ve a comprar una bolsa de cacahuetes, o esa especialidad de Australia que tiene tanta grasa, esa pequena fruta redonda, ?como se llama?

Intentas hacerla rabiar expresamente, pero ni te mira.

Transcurre una hora mas hasta que llega el tren.

Loftus. Cuando salis de la estacion, el pueblo todavia es menor que el anterior, todo de color gris. Sobre la pasarela de la via ferrea hay una banderola desplegada: «Bienvenido a la visita del museo del Tranvia».

– ?Vamos? -preguntas.

Ella no te presta atencion y se vuelve para preguntar en las taquillas de la estacion, antes de hacerte un ademan para que vayas. Vuelves a la estacion. En las taquillas, el empleado os hace unos gestos.

– ?La selva virgen se encuentra en el anden? -preguntas.

– Te han hablado en ingles y no has comprendido -dice ella.

Le das las gracias en ingles al empleado. Ella te mira de reojo y se echa a reir. Su mal humor ha desaparecido y te explica lo que te ha dicho: es mas rapido pasar por el anden. Bueno, cruzas las vias tras ella, caminas sobre los montones de balasto que hay a los lados, en el anden un empleado con uniforme os mira. Le preguntas en voz alta:

– ?Donde esta el parque? ?El Royal National Park?

Eso puedes decirlo en ingles. Os senala que detras de vosotros hay una salida con una barrera rota.

Llegais a una carretera grande, donde pasan los coches a toda velocidad, no hay peatones. Sobre el muro de la estacion hay un gran cartel que pone: «Museo del Tranvia» y una flecha. La unica opcion que teneis es ir a ese museo a preguntar. Una inmensa puerta, y detras, una pequena garita de madera, que proporcionalmente parece un juguete. Hay un letrero con las tarifas de entrada, precio diferente para los ninos y los adultos, pero no hay nadie en la garita. En un amplio terreno descubierto, veis unos railes sobre los que esta parado un viejo tranvia con los vagones de madera y el barniz descascarillado. Una mujer y una decena de ninos rodean a un anciano que lleva una gorra de visera ancha y cuenta la historia del tranvia. Cuando el anciano acaba, la mujer hace que los ninos suban a bordo, mientras que el hombre os saluda levantando la mano a la altura de la visera de su gorra.

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