otros hombres, calculo cuanto le faltaba por aprender y decidio que lo primero era el uso de los punos y el cuchillo. De poco sirven los conocimientos si uno es incapaz de defenderse; el sabio maestro de acupuntura tambien habia olvidado ensenarle aquel principio fundamental.

En febrero de 1849 el 'Liberty' atraco en Valparaiso. Al dia siguiente el capitan John Sommers lo llamo a su cabina y le entrego una carta.

– Me la dieron en el puerto, es para ti y viene de Inglaterra.

Tao Chi?en tomo el sobre, enrojecio y una enorme sonrisa le ilumino la cara.

– ?No me digas que es una carta de amor! -se burlo el capitan.

– Mejor que eso -replico, guardandola entre el pecho y la camisa. La carta solo podia ser de su amigo Ebanizer Hobbs, la primera que le llegaba en los dos anos que habia pasado navegando.

– Has hecho un buen trabajo, Chi?en.

– Pense que no le gusta mi comida, senor -sonrio Tao.

– Como cocinero eres un desastre, pero sabes de medicina. En dos anos no se me ha muerto un solo hombre y nadie tiene escorbuto. ?Sabes lo que eso significa?

– Buena suerte.

– Tu contrato termina hoy. Supongo que puedo emborracharte y hacerte firmar una extension. Tal vez lo haria con otro, pero te debo algunos servicios y yo pago mis deudas. ?Quieres seguir conmigo? Te aumentare el sueldo.

– ?Adonde?

– A California. Pero dejare este barco, me acaban de ofrecer un vapor, esta es una oportunidad que he esperado por anos. Me gustaria que vinieras conmigo.

Tao Chi?en habia oido de los vapores y les tenia horror. La idea de unas enormes calderas llenas de agua hirviendo para producir vapor y mover una maquinaria infernal, solo podia habersele ocurrido a gente muy apresurada. ?No era mejor viajar al ritmo de los vientos y las corrientes? ?Para que desafiar a la naturaleza? Corrian rumores de calderas que estallaban en alta mar, cocinando viva a la tripulacion. Los pedazos de carne humana, hervidos como camarones, salian disparados en todas direcciones para alimento de peces, mientras las almas de aquellos desdichados, desintegradas en el destello de la explosion y los remolinos de vapor, jamas podian reunirse con sus antepasados. Tao Chi?en recordaba claramente el aspecto de su hermanita menor despues que le cayo encima la olla con agua caliente, igual como recordaba sus horribles gemidos de dolor y las convulsiones de su muerte. No estaba dispuesto a correr tal riesgo. El oro de California, que segun decian estaba tirado por el suelo como penascos, tampoco lo tentaba demasiado. Nada debia a John Sommers. El capitan era algo mas tolerante que la mayoria de los 'fan guey' y trataba a la tripulacion con cierta ecuanimidad, pero no era su amigo y no lo seria jamas.

– No gracias, senor.

– ?No quieres conocer California? Puedes hacerte rico en poco tiempo y regresar a China convertido en un magnate.

– Si, pero en un barco a vela.

– ?Por que? Los vapores son mas modernos y rapidos.

Tao Chi?en no intento explicar sus motivos. Se quedo en silencio mirando el suelo con su gorro en la mano mientras el capitan terminaba de beber su whisky.

– No puedo obligarte -dijo al fin Sommers-. Te dare una carta de recomendacion para mi amigo Vincent Katz, del bergantin 'Emilia', que tambien zarpa hacia California en los proximos dias. Es un holandes bastante peculiar, muy religioso y estricto, pero es buen hombre y buen marino. Tu viaje sera mas lento que el mio, pero tal vez nos veremos en San Francisco y si estas arrepentido de tu decision, siempre puedes volver a trabajar conmigo.

El capitan John Sommers y Tao Chi?en se dieron la mano por primera vez.

El viaje

Encogida en su madriguera de la bodega, Eliza comenzo a morir. A la oscuridad y la sensacion de estar emparedada en vida se sumaba el olor, una mezcolanza del contenido de los bultos y cajas, pescado salado en barriles y la remora de mar incrustada en las viejas maderas del barco. Su buen olfato, tan util para transitar por el mundo a ojos cerrados, se habia convertido en un instrumento de tortura. Su unica compania era un extrano gato de tres colores, sepultado como ella en la bodega para protegerla de los ratones. Tao Chi?en le aseguro que se acostumbraria al olor y al encierro, porque a casi todo se habitua el cuerpo en tiempos de necesidad, agrego que el viaje seria largo y no podria asomarse al aire libre nunca, asi es que mas le valia no pensar para no volverse loca. Tendria agua y comida, le prometio, de eso se encargaria el cuando pudiera bajar a la bodega sin levantar sospechas. El bergantin era pequeno, pero iba atestado de gente y seria facil escabullirse con diversos pretextos.

– Gracias. Cuando lleguemos a California le dare el broche de turquesas…

– Guardelo, ya me pago. Lo necesitara. ?Para que va a California?

– A casarme. Mi novio se llama Joaquin. Lo ataco la fiebre del oro y se fue. Dijo que volveria, pero yo no puedo esperarlo.

Apenas la nave abandono la bahia de Valparaiso y salio a alta mar, Eliza comenzo a delirar. Durante horas estuvo echada en la oscuridad como un animal en su propia porqueria, tan enferma que no recordaba donde se encontraba ni por que, hasta que por fin se abrio la puerta de la bodega y Tao Chi?en aparecio alumbrado por un cabo de vela, trayendole un plato de comida. Le basto verla para darse cuenta que la muchacha nada podia echarse a la boca. Dio la cena al gato, partio a buscar un balde con agua y regreso a limpiarla. Empezo por darle a beber una fuerte infusion de jengibre y aplicarle una docena de sus agujas de oro, hasta que se le calmo el estomago. Poca cuenta se dio Eliza cuando el la desnudo por completo, la lavo delicadamente con agua de mar, la enjuago con una taza de agua dulce y le dio un masaje de pies a cabeza con el mismo balsamo recomendado para temblores de malaria. Momentos despues ella dormia, envuelta en su manta de Castilla con el gato a los pies, mientras Tao Chi?en en la cubierta enjuagaba su ropa en el mar, procurando no llamar la atencion, aunque a esa hora los marineros descansaban. Los pasajeros recien embarcados iban tan mareados como Eliza, ante la indiferencia de los que llevaban tres meses viajando desde Europa y ya habian pasado por esa prueba.

En los dias siguientes, mientras los nuevos pasajeros del 'Emilia' se acostumbraban al vapuleo de las olas y establecian las rutinas necesarias para el resto de la travesia, en el fondo de la cala Eliza estaba cada vez mas enferma. Tao Chi?en bajaba cuantas veces podia para darle agua y tratar de calmar las nauseas, extranado de que en vez de disminuir, el malestar fuera en aumento. Intento aliviarla con los recursos conocidos para esos casos y otros que improviso a la desesperada, pero Eliza poco lograba mantener en el estomago y se estaba deshidratando. Le preparaba agua con sal y azucar y se la daba a cucharaditas con infinita paciencia, pero pasaron dos semanas sin mejoria aparente y llego un momento en que la joven tenia la piel suelta como un pergamino y ya no pudo levantarse para hacer los ejercicios que Tao le imponia. 'Si no te mueves se entumece el cuerpo y se ofuscan las ideas', le repetia. El bergantin toco brevemente los puertos de Coquimbo, Caldera, Antofagasta, Iquique y Arica y en cada oportunidad trato de convencerla que desembarcara y buscara la forma de volver a su casa, porque la veia debilitarse por momentos y estaba asustado.

Habian dejado atras el puerto del Callao, cuando la situacion de Eliza dio un vuelco fatal. Tao Chi?en habia conseguido en el mercado una provision de hojas de coca, cuya reputacion medicinal conocia bien, y tres gallinas vivas que pensaba mantener escondidas para sacrificarlas de a una, pues la enferma necesitaba algo mas suculento que las magras raciones del barco. Cocino la primera en un caldo saturado de jengibre fresco y bajo decidido a darle la sopa a Eliza aunque fuera a viva fuerza. Encendio un farol de sebo de ballena, se abrio paso entre los bultos y se acerco al cuchitril de la muchacha, que estaba con los ojos cerrados y parecio no percibir su presencia. Bajo su cuerpo se extendia una gran mancha de sangre. El 'zhong yi' lanzo una exclamacion y se inclino sobre ella, sospechando que la desdichada se las habia arreglado para suicidarse. No podia culparla, en semejantes condiciones el hubiera hecho lo mismo, penso. Le levanto la camisa, pero no habia ninguna herida visible y al tocarla comprendio que aun estaba viva. La sacudio hasta que abrio los ojos.

– Estoy encinta -admitio ella por fin con un hilo de voz.

Tao Chi?en se agarro la cabeza a dos manos, perdido en una letania de lamentos en el dialecto de su aldea

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