fruta, pero Tao Chi?en se quedo en el barco para ensenar a Eliza a encender y fumar la pipa que el llevaba en su baul. Tenia dudas sobre la forma de tratar a la muchacha, esa era una de las ocasiones en que hubiera dado cualquier cosa por los consejos de su sabio maestro. Comprendia la necesidad de mantenerla tranquila para ayudarla a pasar el tiempo en la prision de la bodega, pero habia perdido mucha sangre y temia que la droga le aguara la que le quedaba. Tomo la decision vacilando, despues de suplicar a Lin que vigilara de cerca el sueno de Eliza.

– Opio. Te hara dormir, asi el tiempo pasara rapido.

– ?Opio! ?Esto produce locura!

– Tu estas loca de todos modos, no tienes mucho que perder -sonrio Tao.

– Quieres matarme, ?verdad?

– Cierto. No me resulto cuando estabas desangrandote y ahora lo hare con opio.

– Ay, Tao, me da miedo…

– Mucho opio es malo. Poco es un consuelo y te voy a dar muy poco.

La joven no supo cuanto era mucho o poco. Tao Chi?en le daba a beber sus pocimas -'hueso de dragon' y 'concha de ostra'- y le racionaba el opio para darle unas pocas horas de misericordiosa duermevela, sin permitirle que se perdiera por completo en un paraiso sin retorno. Paso las semanas siguientes volando en otras galaxias, lejos de la madriguera insalubre donde su cuerpo yacia postrado, y despertaba solo cuando bajaban a darle de comer, lavarla y obligarla a dar unos pasos en el estrecho laberinto de la bodega. No sentia el tormento de pulgas y piojos, tampoco el olor nauseabundo que al principio no podia tolerar, porque las drogas aturdian su prodigioso olfato. Entraba y salia de sus suenos sin control alguno y tampoco podia recordarlos, pero Tao Chi?en tenia razon: el tiempo paso rapido. Azucena Placeres no entendia por que Eliza viajaba en esas condiciones. Ninguna de ellas habia pagado su pasaje, se habian embarcado con un contrato con el capitan, quien obtendria el importe del pasaje al llegar a San Francisco.

– Si los rumores son ciertos, en un solo dia puedes echarte al bolsillo quinientos dolares. Los mineros pagan en oro puro. Llevan meses sin ver mujeres, estan desesperados. Habla con el capitan y pagale cuando llegues - insistia en los momentos en que Eliza se incorporaba.

– No soy una de ustedes -replicaba Eliza aturdida en la dulce bruma de las drogas.

Por fin en un momento de lucidez Azucena Placeres consiguio que Eliza le confesara parte de su historia. Al punto la idea de ayudar a una fugitiva de amor se apodero de la imaginacion de la mujer y a partir de entonces cuido a la enferma con mayor esmero. Ya no solo cumplia con el trato de alimentarla y lavarla, tambien se quedaba junto a ella por el gusto de verla dormir. Si estaba despierta le contaba su propia vida y le ensenaba a rezar el rosario que, segun decia, era la mejor forma de pasar las horas sin pensar y al mismo tiempo ganar el cielo sin mucho esfuerzo. Para una persona de su profesion, explico, era un recurso inmejorable. Ahorraba rigurosamente una parte de sus ingresos para comprar indulgencias a la Iglesia, reduciendo asi los dias de purgatorio que deberia pasar en la otra vida, aunque segun sus calculos, nunca serian suficientes para cubrir todos sus pecados. Transcurrieron semanas sin que Eliza supiera del dia o la noche. Tenia la sensacion vaga de contar a ratos con una presencia femenina a su lado, pero luego se dormia y despertaba confundida, sin saber si habia sonado a Azucena Placeres o en verdad existia una mujercita de trenzas negras, nariz chata y pomulos altos, que parecia una version joven de Mama Fresia.

El clima refresco algo al dejar atras Panama, donde el capitan prohibio bajar a tierra por temor al contagio de fiebre amarilla, limitandose a enviar un par de marineros en un bote a buscar agua dulce, pues la poca que les quedaba se habia vuelto pantano. Pasaron Mexico y cuando el 'Emilia' navegaba en las aguas del norte de California, entraron en la estacion del invierno. El sofoco de la primera parte del viaje se transformo en frio y humedad; de las maletas surgieron gorros de piel, botas, guantes y refajos de lana. De vez en cuando el bergantin se cruzaba con otras naves y se saludaban de lejos, sin disminuir la marcha. En cada servicio religioso el capitan agradecia al cielo los vientos favorables, porque sabia de barcos desviados hasta las costas de Hawai o mas alla en busca de impulso para las velas. A los delfines juguetones se sumaron grandes ballenas solemnes acompanandolos por largos trechos. Al atardecer, cuando el agua se tenia de rojo con los reflejos de la puesta del sol, los inmensos cetaceos se amaban en un fragor de espuma dorada, llamandose unos a otros con profundos bramidos submarinos. Y a veces, en el silencio de la noche, tanto se acercaban al barco, que se podia oir con nitidez el rumor pesado y misterioso de sus presencias. Las provisiones frescas habian desaparecido y las raciones secas escaseaban; salvo jugar a las cartas y pescar, no habia mas diversiones. Los viajeros pasaban horas discutiendo los pormenores de las sociedades formadas para la aventura, algunas con estrictos reglamentos militares y hasta con uniformes, otras mas relajadas. Todas consistian basicamente en unirse para financiar el viaje y el equipo, trabajar las minas, transportar el oro y luego repartirse las ganancias con equidad. Nada sabian del terreno o las distancias. Una de las sociedades estipulaba que cada noche los miembros debian regresar al barco, donde pensaban vivir durante meses, y depositar el oro del dia en una caja fuerte. El capitan Katz les explico que el 'Emilia' no se alquilaba como hotel, porque el pensaba regresar a Europa lo antes posible, y las minas quedaban a cientos de millas del puerto, pero lo ignoraron. Llevaban cincuenta y dos dias de viaje, la monotonia del agua infinita alteraba los nervios y las peleas estallaban al menor pretexto. Cuando un pasajero chileno estuvo a punto de descargar su trabuco sobre un marinero yanqui con quien Azucena Placeres coqueteaba demasiado, el capitan Vincent Katz confisco las armas, incluso las navajas de afeitar, con la promesa de devolverlas a la vista de San Francisco. El unico autorizado para manejar cuchillos fue el cocinero, quien tenia la ingrata tarea de matar uno a uno a los animales domesticos. Una vez que la ultima vaca fue a parar a las ollas, Tao Chi?en improviso una elaborada ceremonia para obtener el perdon de los animales sacrificados y limpiarse de la sangre vertida, luego desinfecto su cuchillo, pasandolo varias veces por la llama de una antorcha.

Tan pronto la nave entro en las aguas de California, Tao Chi?en suspendio paulatinamente la yerbas tranquilizantes y el opio a Eliza, se dedico a alimentarla y la obligo a hacer ejercicios para que pudiera salir de su encierro por sus propios pies. Azucena Placeres la jabonaba con paciencia y hasta improviso la manera de lavarle el pelo con tacitas de agua, mientras le contaba de su triste vida de meretriz y su alegre fantasia de hacerse rica en California y volver a Chile convertida en una senora, con seis baules de vestidos de reina y un diente de oro. Tao Chi?en dudaba de que medio se valdria para desembarcar a Eliza, pero si habia podido introducirla en un saco, seguramente podria emplear el mismo metodo para bajarla. Y una vez en tierra, la chica ya no era su responsabilidad. La idea de desprenderse definitivamente de ella le producia una mezcla de tremendo alivio y de incomprensible ansiedad.

Faltando pocas leguas para llegar a destino el 'Emilia' fue bordeando la costa del norte de California. Segun Azucena Placeres era tan parecida a la de Chile, que seguro habian andado en circulos como las langostas y estaban otra vez en Valparaiso. Millares de lobos marinos y focas se desprendian de las rocas y caian pesadamente al agua, en medio de la agobiante algazara de gaviotas y pelicanos. No se vislumbraba un alma en los acantilados, ni rastro de algun poblado, ni sombra de los indios que, segun decian, habitaban esas regiones encantadas desde hacia siglos. Por fin se aproximaron a los farallones que anunciaban la cercania de la Puerta de Oro, la famosa Golden Gate, umbral de la bahia de San Francisco. Una espesa bruma envolvio al barco como un manto, no se veia a medio metro de distancia y el capitan ordeno detener la marcha y echar el ancla por temor a estrellarse. Estaban muy cerca y la impaciencia de los pasajeros se habia convertido en alboroto. Todos hablaban al mismo tiempo, preparandose para pisar tierra firme y salir disparados rumbo a los placeres en busca del tesoro. La mayoria de las sociedades para explotar las minas se habia deshecho en los ultimos dias, el tedio de la navegacion habia creado enemigos entre quienes antes fueran socios y cada hombre pensaba solo en si mismo, sumido en propositos de inmensa riqueza. No faltaron quienes declararon su amor a las prostitutas, dispuestos a pedir al capitan que los casara antes de desembarcar, porque oyeron que lo mas escaso en aquellas tierras barbaras eran las mujeres. Una de las peruanas acepto la proposicion de un frances, quien llevaba tanto tiempo en el mar que ya no recordaba ni su propio nombre, pero el capitan Vincent Katz se nego a celebrar la boda al enterarse que el hombre tenia esposa y cuatro hijos en Avignon. Las otras rechazaron de plano a los pretendientes, pues habian hecho tan penoso viaje para ser libres y ricas, dijeron, no para convertirse en sirvientas sin sueldo del primer pobreton que les propusiera casamiento.

El entusiasmo de los hombres se fue apaciguando a medida que pasaban las horas inmoviles, sumergidos en la lechosa irrealidad de la neblina. Por fin al segundo dia se despejo subitamente el cielo, pudieron levantar ancla y lanzarse con velas desplegadas a la ultima etapa del largo viaje. Pasajeros y tripulantes salieron a cubierta para admirar la estrecha apertura del Golden Gate, seis millas de navegacion impulsados por el viento de abril, bajo un

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