desperto para recordarle sus obligaciones. Sumergio la cabeza en un balde de agua de mar para despercudirse y, aun aturdido, partio a la cocina a hervir la mazamorra de avena que constituia el desayuno a bordo. Todos la comian sin comentarios, incluso el sobrio capitan Katz, salvo los chilenos que protestaban en coro, a pesar de estar mejor apertrechados por haber sido los ultimos en embarcarse. Los demas habian dado cuenta de sus provisiones de tabaco, alcohol y golosinas en los meses de navegacion que soportaron antes de tocar Valparaiso. Se habia corrido la voz que algunos chilenos eran aristocratas, por eso no sabian lavar sus propios calzoncillos o hervir agua para el te. Los que viajaban en la primera camara llevaban sirvientes, a quienes pensaban utilizar en las minas de oro, porque la idea de ensuciarse las manos personalmente no se les pasaba por la mente. Otros preferian pagar a los marineros para que los atendieran, ya que las mujeres se negaron en bloque a hacerlo; podian ganar diez veces mas recibiendolos por diez minutos en la privacidad de su cabina, no habia razon para pasar dos horas lavandoles la ropa. La tripulacion y el resto de los pasajeros se burlaban de aquellos senoritos consentidos, pero nunca lo hacian de frente. Los chilenos tenian buenos modales, parecian timidos y hacian alarde de gran cortesia y caballerosidad, pero bastaba la menor chispa para inflamarles la soberbia. Tao Chi?en procuraba no meterse con ellos. Esos hombres no disimulaban su desprecio por el y por dos viajeros negros embarcados en Brasil, quienes habian pagado su pasaje completo, pero eran los unicos que no disponian de camarote y no estaban autorizados a compartir la mesa con los demas. Preferia a las cinco humildes chilenas, con su solido sentido practico, su perenne buen humor y la vocacion maternal que les afloraba en los momentos de emergencia.
Cumplio su jornada como un sonambulo, con la mente puesta en Eliza, pero no tuvo un momento libre para verla hasta la noche. A media manana los marineros lograron pescar un enorme tiburon, que agonizo sobre la cubierta dando terribles coletazos, pero nadie se atrevio a acercarse para ultimarlo a garrotazos. A Tao Chi?en en su calidad de cocinero, le toco vigilar la faena de descuerarlo, cortarlo en pedazos, cocinar parte de la carne y salar el resto, mientras los marineros lavaban la sangre de la cubierta con cepillos y los pasajeros celebraban el horrendo espectaculo con las ultimas botellas de champana, anticipando el festin de la cena. Guardo el corazon para la sopa de Eliza y las aletas para secarlas, porque valian una fortuna en el mercado de los afrodisiacos. A medida que pasaban las horas ocupado con el tiburon, Tao Chi?en imaginaba a Eliza muerta en la cala del barco. Sintio una tumultuosa felicidad cuando pudo bajar y comprobo que aun estaba viva y parecia mejor. La hemorragia habia cesado, el jarro de agua estaba vacio y todo indicaba que habia tenido momentos de lucidez durante aquel largo dia. Agradecio brevemente a Lin por su ayuda. La joven abrio los ojos con dificultad, tenia los labios secos y la cara arrebolada por la fiebre. La ayudo a incorporarse y le dio una fuerte infusion de 'tangkuei' para reponer la sangre. Cuando estuvo seguro que la retenia en el estomago, le dio unos sorbos de leche fresca, que ella bebio con avidez. Reanimada, anuncio que sentia hambre y pidio mas leche. Las vacas que llevaban a bordo, poco acostumbradas a navegar, producian poco, estaban en los huesos y ya se hablaba de matarlas. A Tao Chi?en la idea de beber leche le parecia asquerosa, pero su amigo Ebanizer Hobbs lo habia advertido sobre sus propiedades para reponer la sangre perdida. Si Hobbs la usaba en la dieta de heridos graves, debia tener el mismo efecto en este caso, decidio.
– ?Me voy a morir, Tao?
– No todavia -sonrio el, acariciandole la cabeza.
– ?Cuanto falta para llegar a California?
– Mucho. No pienses en eso. Ahora debes orinar.
– No, por favor -se defendio ella.
– ?Como que no? ?Tienes que hacerlo!
– ?Delante de ti?
– Soy un 'zhong yi'. No puedes tener verguenza conmigo. Ya he visto todo lo que hay por ver en tu cuerpo.
– No puedo moverme, no podre aguantar el viaje, Tao, prefiero morirme… -sollozo Eliza apoyandose en el para sentarse en la bacinilla.
– ?Animo, nina! Lin dice que tienes mucho 'qi' y no has llegado tan lejos para morirte a medio camino.
– ?Quien?
– No importa.
Esa noche Tao Chi?en comprendio que no podia cuidarla solo, necesitaba ayuda. Al dia siguiente, apenas las mujeres salieron de su cabina y se instalaron en la popa, como siempre hacian para lavar ropa, trenzarse el pelo y coser las plumas y mostacillas de los vestidos de su profesion, le hizo senas a Azucena Placeres para hablarle. Durante el viaje ninguna habia usado sus atuendos de meretriz, se vestian con pesadas faldas oscuras y blusas sin adornos, calzaban chancletas, se arropaban por las tardes en sus mantos, se peinaban con dos trenzas a la espalda y no usaban maquillaje. Parecian un grupo de sencillas campesinas afanadas en labores domesticas. La chilena hizo un guino de alegre complicidad a sus companeras y lo siguio a la cocina. Tao Chi?en le entrego un gran trozo de chocolate, robado de la reserva de la mesa del capitan, y trato de explicarle su problema, pero ella nada entendia de ingles y el empezo a perder la paciencia. Azucena Placeres olio el chocolate y una sonrisa infantil ilumino su redonda cara de india. Tomo la mano del cocinero y se la puso sobre un seno, senalandole la cabina de las mujeres, desocupada a esa hora, pero el retiro su mano, cogio la de ella y la condujo a la trampa de acceso a la bodega. Azucena, entre extranada y curiosa, se defendio debilmente, pero el no le dio oportunidad de negarse, abrio la trampa y la empujo por la escalerilla, siempre sonriendo para tranquilizarla. Durante unos instantes permanecieron en la oscuridad, hasta que encontro el farol colgado de una viga y pudo encenderlo. Azucena se reia: al fin ese chino estrafalario habia entendido los terminos del trato. Nunca lo habia hecho con un asiatico y tenia gran curiosidad por saber si su herramienta era como la de otros hombres, pero el cocinero no hizo ademan de aprovechar la privacidad, en cambio la arrastro por un brazo abriendose camino por aquel laberinto de bultos. Ella temio que el hombre estuviera desquiciado y empezo a dar tirones para desprenderse, pero no la solto, obligandola a avanzar hasta que el farol alumbro el cuchitril donde yacia Eliza.
– ?Jesus, Maria y Jose! -exclamo Azucena persignandose aterrada al verla.
– Dile que nos ayude -pidio Tao Chi?en a Eliza en ingles, sacudiendola para que se reanimara.
Eliza demoro un buen cuarto de hora en traducir balbuceando las breves instrucciones de Tao Chi?en, quien habia sacado el broche de turquesas del bolsito de las joyas y lo blandia ante los ojos de la temblorosa Azucena. El trato, le dijo, consistia en bajar dos veces al dia a lavar a Eliza y darle de comer, sin que nadie se enterara. Si cumplia, el broche seria suyo en San Francisco, pero si decia una sola palabra a alguien, la degollaria. El hombre se habia quitado el cuchillo del cinto y se lo pasaba ante la nariz, mientras en la otra mano enarbolaba el broche, de modo que el mensaje quedara bien claro.
– ?Entiendes?
– Dile a este chino desgraciado que entiendo y que guarde ese cuchillo, porque en un descuido me va a matar sin querer.
Durante un tiempo que parecio interminable, Eliza se debatio en los desvarios de la fiebre, atendida por Tao Chi?en de noche y Azucena Placeres de dia. La mujer aprovechaba la primera hora de la manana y la de la siesta, cuando la mayoria de los pasajeros dormitaba, para escabullirse sigilosa a la cocina, donde Tao le entregaba la llave. Al principio bajaba a la bodega muerta de miedo, pero pronto su natural buena indole y el broche pudieron mas que el susto. Empezo por refregar a Eliza con un trapo enjabonado hasta quitarle el sudor de la agonia, luego la obligaba a comer las papillas de leche con avena y los caldos de gallina con arroz reforzados con 'tangkuei' que preparaba Tao Chi?en, le administraba las yerbas tal como el le ordenaba, y por propia iniciativa le daba una taza al dia de infusion de 'borraja'. Confiaba a ciegas en ese remedio para limpiar el vientre de un embarazo; 'borraja' y una imagen de la Virgen del Carmen eran lo primero que ella y sus companeras de aventura habian colocado en sus baules de viaje, porque sin aquellas protecciones los caminos de California podian ser muy duros de recorrer. La enferma anduvo perdida en los espacios de la muerte hasta la manana en que atracaron en el puerto de Guayaquil, apenas un caserio medio devorado por la exuberante vegetacion ecuatorial, donde pocos barcos atracaban, salvo para negociar con frutos tropicales o cafe, pero el capitan Katz habia prometido entregar unas cartas a una familia de misioneros holandeses. Esa correspondencia llevaba en su poder mas de seis meses y no era hombre capaz de eludir un compromiso. La noche anterior, en medio de un calor de hoguera, Eliza sudo la calentura hasta la ultima gota, durmio sonando que trepaba descalza por la refulgente ladera de un volcan en erupcion y desperto ensopada, pero lucida y con la frente fresca. Todos los pasajeros, incluyendo las mujeres, y buena parte de la tripulacion descendieron por unas horas a estirar las piernas, banarse en el rio y hartarse de