cielo diafano. A ambos lados se alzaban cerros costaneros coronados de bosques, cortados como una herida por el trabajo eterno de las olas, atras quedaba el oceano Pacifico y al frente se extendia la esplendida bahia como un lago de aguas de plata. Una salva de exclamaciones saludo el fin de la ardua travesia y el principio de la aventura del oro para esos hombres y mujeres, asi como para los veinte tripulantes, quienes decidieron en ese mismo instante abandonar la nave a su suerte y lanzarse ellos tambien a las minas. Los unicos impasibles fueron el capitan holandes Vincent Katz, quien permanecio en su puesto junto al timon sin revelar ni la menor emocion porque el oro no lo conmovia, solo deseaba regresar a Amsterdam a tiempo para pasar la Navidad con su familia, y Eliza Sommers en el vientre del velero, quien no supo que habian llegado hasta muchas horas mas tarde.
Lo primero que asombro a Tao Chi?en al entrar a la bahia, fue un bosque de mastiles a su derecha. Era imposible contarlos, pero calculo mas de cien barcos abandonados en un desorden de batalla. Cualquier peon en tierra ganaba en un dia mas que un marinero en un mes de navegacion; los hombres no solo desertaban por el oro, tambien por la tentacion de hacer dinero cargando sacos, horneando pan o forjando herraduras. Algunas embarcaciones vacias se alquilaban como bodegas o improvisados hoteles, otras se deterioraban cubiertas de algas marinas y nidos de gaviotas. Una segunda mirada revelo a Tao Chi?en la ciudad tendida como un abanico en las laderas de los cerros, un revoltijo de tiendas de campana, cabanas de tablas y carton y algunos edificios sencillos, pero de buena factura, los primeros en aquella naciente poblacion. Despues de botar el ancla acogieron al primer bote, que no fue de la capitania del puerto, como supusieron, sino de un chileno presuroso por dar la bienvenida a sus compatriotas y recoger el correo. Era Feliciano Rodriguez de Santa Cruz, quien habia cambiado su resonante nombre por Felix Cross, para que los yanquis pudieran pronunciarlo. A pesar de que varios viajeros eran sus amigos personales, nadie lo reconocio, porque del petimetre con levita y bigote engominado que habian visto por ultima vez en Valparaiso, nada quedaba; ante ellos aparecio un cavernicola hirsuto, con la piel curtida de un indio, ropa de montanes, botas rusas hasta medio muslo y dos pistolones al cinto, acompanado por un negro de aspecto igualmente salvaje, tambien armado como un bandolero. Era un esclavo fugitivo que al pisar California se habia convertido en hombre libre, pero como no fue capaz de soportar las penurias de la mineria, prefirio ganarse la vida como maton a sueldo. Cuando Feliciano se identifico fue recibido con gritos de entusiasmo y llevado practicamente en andas hasta la primera camara, donde los pasajeros en masa le pidieron noticias. Su unico interes consistia en saber si el mineral abundaba como decian, a lo cual replico que habia mucho mas y produjo de su bolsa una sustancia amarilla en forma de caca aplastada y anuncio que era una pepa de medio kilo de peso y estaba dispuesto a canjearla mano a mano por todo el licor de a bordo, pero no hubo trato porque solo quedaban tres botellas, el resto habia sido consumido en el viaje. La pepa habia sido hallada, dijo, por los bravos mineros traidos de Chile, que ahora laboraban para el en los margenes del Rio Americano. Una vez que brindaron con la ultima reserva de alcohol y el chileno recibio las cartas de su mujer, procedio a informarles sobre como sobrevivir en esa region.
– Hace unos meses teniamos un codigo de honor y hasta los peores rufianes se comportaban con decencia. Se podia dejar el oro en una carpa sin vigilancia, nadie lo tocaba, pero ahora todo ha cambiado. Impera la ley de la selva, la unica ideologia es la codicia. No se separen de sus armas y anden en parejas o en grupos, esto es tierra de forajidos -explico.
Varios botes habian rodeado la nave, tripulados por hombres que proponian a gritos diversos tratos, decididos a comprar cualquier cosa, pues en tierra la vendian en cinco veces su valor. Pronto los incautos viajeros descubririan el arte de la especulacion. En la tarde aparecio el capitan del puerto acompanado de un agente de aduana y atras dos botes con varios mexicanos y un par de chinos que se ofrecieron para trasladar la carga del barco al muelle. Cobraban una fortuna, pero no habia alternativa. El capitan de puerto no demostro intencion alguna de revisar pasaportes o averiguar la identidad de los pasajeros.
– ?Documentos? ?Nada de eso! Han llegado al paraiso de la libertad. Aqui no existe el papel sellado - anuncio.
Las mujeres, en cambio, le interesaron vivamente. Se vanagloriaba de ser el primero en catar a todas y cada una de las que desembarcaban en San Francisco, aunque no eran tantas como desearia. Conto que las primeras en aparecer por la ciudad, hacia ya varios meses, fueron recibidas por una muchedumbre de hombres euforicos, que hicieron cola por horas para ocupar su turno a precio de oro en polvo, en pepitas, en monedas y hasta en lingotes. Se trataba de dos valientes muchachas yanquis, quienes habian hecho el viaje desde Boston cruzando al Pacifico por el Istmo de Panama. Remataron sus servicios al mejor postor, ganando en un dia los ingresos normales de un ano. Desde entonces habian llegado mas de quinientas, casi todas mexicanas, chilenas y peruanas, salvo unas cuantas norteamericanas y francesas, aunque su numero resultaba insignificante comparado con la creciente invasion de hombres jovenes y solos.
Azucena Placeres no oyo las noticias del yanqui, porque Tao Chi?en la llevo a la bodega apenas se entero de la presencia del agente de aduana. No podria bajar a la muchacha en un saco al hombro de un estibador, como habia subido, porque seguramente los bultos serian revisados. Eliza se sorprendio al verlo, ambos estaban irreconocibles: el lucia bluson y pantalones recien lavados, su apretada trenza brillaba como aceitada y se habia afeitado cuidadosamente hasta el ultimo pelo de la frente y la cara, mientras Azucena Placeres habia cambiado su ropa de campesina por atuendos de batalla y llevaba un vestido azul con plumas en el escote, un peinado alto coronado por un sombrero y carmin en labios y mejillas.
– Termino el viaje y aun estas viva, nina -le anuncio alegremente.
Pensaba prestar a Eliza uno de sus rumbosos vestidos y sacarla del barco como si fuera una mas de su grupo, idea nada descabellada, pues seguramente ese seria su unico oficio en tierra firme, como explico.
– Vengo a casarme con mi novio -replico Eliza por centesima vez.
– No hay novio que valga en este caso. Si para comer, hay que vender el poto, se vende. No puedes fijarte en detalles a estas alturas, nina.
Tao Chi?en las interrumpio. Si durante dos meses habia siete mujeres a bordo, no podian bajar ocho, razono. Se habia fijado en el grupo de mexicanos y chinos que habian subido a bordo para descargar y que esperaba en cubierta las ordenes del capitan y del agente de aduana. Le indico a Azucena que peinara el largo cabello de Eliza en una coleta como la suya, mientras el iba a buscar una muda de su propia ropa. Vistieron a la chica con unos pantalones, un bluson amarrado a la cintura con una cuerda y un sombrero de paja aparasolado. En esos dos meses chapoteando en los medanos del infierno, Eliza habia perdido peso y se veia escualida y palida como papel de arroz. Con las ropas de Tao Chi?en, muy grandes para ella, parecia un nino chino desnutrido y triste. Azucena Placeres la envolvio en sus robustos brazos de lavandera y le planto un beso emocionado en la frente. Le habia tomado carino y en el fondo se alegraba que tuviera un novio esperandola, porque no podia imaginarla sometida a las brutalidades de la vida que ella soportaba.
– Te ves como una lagartija -se rio Azucena Placeres.
– ?Y si me descubren?
– ?Que es lo peor que puede pasar? Que Katz te obligue a pagar el pasaje. Puedes pagarlo con tus joyas, ?no es para eso que las tienes? -opino la mujer.
– Nadie debe saber que estas aqui. Asi el capitan Sommers no te buscara en California -dijo Tao Chi?en.
– Si me encuentra, me llevara de vuelta a Chile.
– ?Para que? De todos modos ya estas deshonrada. Los ricos no aguantan eso. Tu familia debe estar muy contenta de que hayas desaparecido, asi no tendran que echarte a la calle.
– ?Solo eso? En China te matarian por lo que has hecho.
– Bueno, chino, no estamos en tu pais. No asustes a la chiquilla. Puedes salir tranquila, Eliza. Nadie se fijara en ti. Estaran distraidos mirandome a mi -le aseguro Azucena Placeres, despidiendose en un remolino de plumas azules, con el broche de turquesas prendido en el escote.
Asi fue. Las cinco chilenas y las dos peruanas, en sus mas exuberantes atuendos de conquista, fueron el espectaculo del dia. Bajaron a los botes por escalas de cuerda, precedidas por siete afortunados marineros, quienes se habian rifado el privilegio de sostener sobre la cabeza las posaderas de las mujeres, en medio de un coro de rechiflas y aplausos de centenares de curiosos amontonados en el puerto para recibirlas. Nadie presto atencion a los mexicanos y a los chinos que, como una fila de hormigas, se pasaban los bultos de mano en mano. Eliza ocupo uno de los ultimos botes junto a Tao Chi?en, quien anuncio a sus compatriotas que el muchacho era sordomudo y un poco imbecil, asi es que resultaba inutil intentar comunicarse con el.