entero andaba enredado en lo mismo, a pesar de los llamados a la prudencia publicados en los periodicos y repetidos en apocalipticas homilias en los pulpitos de las iglesias. Al capitan le tomo tan solo unas horas tripular su vapor, porque las largas filas de postulantes afiebrados con la peste del oro daban vueltas por los muelles. Habia muchos que pasaban la noche durmiendo por el suelo para no perder su puesto. Ante el estupor de otros hombres de mar, que no podia imaginar sus razones, John Sommers se nego a llevar pasajeros, de modo que su barco iba practicamente vacio. No dio explicaciones. Tenia un plan de filibustero para evitar que sus marineros desertaran al llegar a San Francisco, pero lo mantuvo callado, porque de haberlo divulgado no habria conseguido uno solo. Tampoco notifico a la tripulacion que antes de dirigirse al norte darian un insolito rodeo por el sur. Esperaba encontrarse en alta mar para hacerlo.
– Asi es que usted se siente capaz de manejar mi vapor y controlar a la tripulacion, ?no es asi, capitan? -le pregunto una vez mas Paulina al pasarle el contrato para la firma.
– Si senora, no tema por eso. Puedo zarpar en tres dias.
– Muy bien. ?Sabe que hace falta en California, capitan? Productos frescos: fruta, verduras, huevos, buenos quesos, embutidos. Eso es lo que vamos a vender nosotros alla.
– ?Como? Llegaria todo podrido…
– Vamos a llevarlo en hielo -dijo ella imperturbable.
– ?En que?
– Hielo. Usted ira primero al sur a buscar hielo. ?Sabe donde queda la laguna de San Rafael?
– Cerca de Puerto Aisen.
– Me alegra que conozca por esos lados. Me han dicho que alli hay un glaciar azul de lo mas bonito. Quiero que me llene el 'Fortuna' con pedazos de hielo. ?Que le parece?
– Disculpe, senora, me parece una locura.
– Exactamente. Por eso no se le ha ocurrido a nadie. Lleve toneles de sal gruesa, una buena provision de sacos y me envuelve trozos bien grandes. ?Ah! Me imagino que necesitara abrigar a sus hombres para que no se congelen. Y de paso, capitan, hagame el favor de no comentar esto con nadie, para que no nos roben la idea.
John Sommers se despidio de ella desconcertado. Primero creyo que la mujer estaba desquiciada, pero mientras mas lo pensaba, mas gusto le tomaba a esa aventura. Ademas, nada tenia que perder. Ella arriesgaba su ruina; el en cambio cobraba su sueldo aunque el hielo se hiciera agua por el camino. Y si aquel disparate daba resultado, de acuerdo al contrato el recibiria un bono nada despreciable. A la semana, cuando exploto la noticia de la desaparicion de Eliza, el iba rumbo al glaciar con las calderas resollando y no se entero hasta la vuelta, cuando recalo en Valparaiso para cargar los productos que Paulina habia preparado para transportar en un nido de nieve prehistorica hasta California, donde su marido y su cunado los venderian a muchas veces su valor. Si todo salia como planeaba, en tres o cuatro viajes del 'Fortuna' ella tendria mas dinero del que jamas sono; habia calculado cuanto demorarian otros empresarios en copiar su iniciativa y fastidiarla con la competencia. Y en cuanto a el, bueno tambien llevaba un producto que pensaba rematar al mejor postor: libros.
Cuando Eliza y su nana no regresaron a casa el dia senalado, Miss Rose mando al cochero con una nota para averiguar si la familia del Valle aun estaba en su hacienda y si Eliza se encontraba bien. Una hora mas tarde aparecio en su puerta la esposa de Agustin del Valle, muy alarmada. Nada sabia de Eliza, dijo. La familia no se habia movido de Valparaiso porque su marido estaba postrado con un ataque de gota. No habia visto a Eliza en meses. Miss Rose tuvo suficiente sangre fria para disimular: era un error suyo, se disculpo, Eliza estaba en casa de otra amiga, ella se confundio, le agradecia tanto que se hubiera molestado en venir personalmente… La senora del Valle no le creyo una palabra, como era de esperar, y antes que Miss Rose alcanzara a avisar a su hermano Jeremy en la oficina, la fuga de Eliza Sommers se habia convertido en el comidillo de Valparaiso.
El resto del dia se le fue a Miss Rose en llanto y a Jeremy Sommers en conjeturas. Al revisar el cuarto de Eliza encontraron la carta de despedida y la releyeron varias veces rastreando en vano alguna pista. Tampoco pudieron ubicar a Mama Fresia para interrogarla y recien entonces se dieron cuenta de que la mujer habia trabajado para ellos por dieciocho anos y no conocian su apellido. Nunca le habian preguntado de donde provenia o si tenia familia. Mama Fresia, como los demas sirvientes, pertenecia al limbo impreciso de los fantasmas utiles.
– Valparaiso no es Londres, Jeremy. No pueden haber ido muy lejos. Hay que buscarlas.
– ?Te das cuenta del escandalo cuando empecemos a indagar entre las amistades?
– ?Que mas da lo que diga la gente! Lo unico que importa es encontrar a Eliza pronto, antes de que se meta en lios.
– Francamente, Rose, si nos ha abandonado de esta manera, despues de todo lo que hemos hecho por ella, es que ya anda en problemas.
– ?Que quieres decir? ?Que clase de problemas? -pregunto Miss Rose aterrada.
– Un hombre, Rose. Es la unica razon por la cual una muchacha comete una tonteria de esta magnitud. Tu sabes eso mejor que nadie. ?Con quien puede estar Eliza?
– No puedo imaginarlo.
Miss Rose podia imaginarlo perfectamente. Sabia quien era el responsable de ese tremendo descalabro: aquel tipo de aspecto funebre que llevo unos bultos a la casa meses atras, el empleado de Jeremy. No sabia su nombre, pero iba a averiguarlo. No se lo dijo a su hermano, sin embargo, porque creyo que aun estaba a tiempo de rescatar a la muchacha de las trampas del amor contrariado. Recordaba con precision de notario cada detalle de su propia experiencia con el tenor vienes, la zozobra de entonces estaba todavia a flor de piel. No lo amaba ya, es cierto, se lo habia sacado del alma hacia siglos, pero bastaba murmurar su nombre para sentir una campana estrepitosa en el pecho. Karl Bretzner era la llave de su pasado y de su personalidad, el fugaz encuentro con el habia determinado su destino y la mujer en que se habia convertido. Si volviera a enamorarse como entonces, penso, volveria a hacer lo mismo, aun sabiendo como esa pasion le torcio la vida. Tal vez Eliza correria mejor suerte y el amor le saldria derecho; tal vez en su caso el amante era libre, no tenia hijos y una esposa enganada. Debia encontrar a la chica, confrontar al maldito seductor, obligarlos a casarse y luego presentar los hechos consumados a Jeremy, quien a la larga terminaria por aceptarlos. Seria dificil, dada la rigidez de su hermano cuando de honor se trataba, pero si la habia perdonado a ella, tambien podria perdonar a Eliza. Persuadirlo seria su tarea. No habia hecho el papel de madre durante tantos anos para quedarse cruzada de brazos cuando su unica hija cometia un error, resolvio.
Mientras Jeremy Sommers se encerraba en un silencio taimado y digno que, sin embargo, no lo protegio de los chismes desatados, Miss Rose se puso en accion.
A los pocos dias descubrio la identidad de Joaquin Andieta, y, horrorizada, se entero que se trataba nada menos que de un fugitivo de la justicia. Lo acusaban de haber embrollado la contabilidad de la 'Compania Britanica de Importacion y Exportacion' y haber robado mercaderia. Comprendio cuanto mas grave de lo imaginado era la situacion: Jeremy jamas aceptaria a semejante individuo en el seno de su familia. Peor aun, apenas pudiera echar el guante a su antiguo empleado seguramente lo mandaria a la carcel, aunque para entonces fuera marido de Eliza. A menos que encuentre la forma de obligarlo a retirar los cargos contra esa sabandija y limpiarle el nombre por el bien de todos nosotros, mascullo Miss Rose furiosa. Primero debia encontrar a los amantes, despues veria como arreglaba lo demas. Se cuido bien de mencionar su hallazgo y el resto de la semana se le fue haciendo indagaciones por aqui y por alla hasta que en la Libreria Santos Tornero le mencionaron a la madre de Joaquin Andieta. Consiguio su direccion simplemente preguntando en las iglesias; tal como suponia, los sacerdotes catolicos llevaban la cuenta de sus feligreses.
El viernes a mediodia se presento ante la mujer. Iba llena de infulas, animada por justa indignacion y dispuesta a decirle unas cuantas verdades, pero se fue desinflando a medida que avanzaba por las callejuelas torcidas de ese barrio, donde nunca habia puesto los pies. Se arrepintio del vestido que habia escogido, lamento su sombrero demasiado adornado y sus botines blancos, se sintio ridicula. Golpeo la puerta confundida por un sentimiento de verguenza, que se torno en franca humildad cuando vio a la madre de Andieta. No habia imaginado tanta devastacion. Era una mujercita de nada, con ojos afiebrados y expresion triste. Le parecio una anciana, pero al mirarla bien comprendio que aun era joven y antes habia sido bella, pero no cabia duda de que estaba enferma. La recibio sin sorpresa, acostumbrada a las senoras ricas que acudian a encargarle trabajos de costura y bordado. Se pasaban el dato unas a otras, no era extrano que una dama desconocida tocara su puerta. Esta vez se trataba de una extranjera, podia adivinarlo por ese vestido color de mariposas, ninguna chilena osaba vestirse asi. La saludo sin sonreir y la hizo entrar.