que un incremento del apetito. Sus hijos solian perderse en los vericuetos de la nave, a pesar de que las nanas no les quitaban los ojos de encima, y cuando eso sucedia sonaban las alarmas a bordo y debian detener la marcha, porque la desesperada madre chillaba que habian caido al agua. El capitan procuraba explicarle con la maxima delicadeza que si ese era el caso habia que resignarse, ya se los habria tragado el Pacifico, pero ella mandaba echar los botes de salvamento al mar. Las criaturas aparecian tarde o temprano y al cabo de unas cuantas horas de tragedia podian proseguir el viaje. En cambio su antipatico perro faldero resbalo un dia y cayo al oceano delante de varios testigos, que se quedaron mudos. En el muelle de San Francisco la aguardaba su marido y su cunado con una fila de coches y carretas para transportar a la familia y los baules. La nueva residencia construida para ella, una elegante casa victoriana, habia llegado en cajas de Inglaterra con las piezas numeradas y un plano para armarla; tambien importaron el papel mural, muebles, arpa, piano, lamparas y hasta figuras de porcelana y cuadros bucolicos para decorarla. A Paulina no le gusto. Comparada con su mansion de los marmoles en Chile parecia una casita de munecas que amenazaba con desmoronarse cuando se apoyaba en la pared, pero por el momento no habia alternativa. Le basto una mirada a la efervescente ciudad para darse cuenta de sus posibilidades.
– Aqui nos vamos a instalar, Feliciano. Los primeros en llegar se convierten en aristocracia a la vuelta de los anos.
– Eso ya lo tienes en Chile, mujer.
– Yo si, pero tu no. Creeme, esta sera la ciudad mas importante del Pacifico.
– ?Formada por canallas y putas!
– Exactamente. Son los mas ansiosos de respetabilidad. No habra nadie mas respetable que la familia Cross. Lastima que los gringos no puedan pronunciar tu verdadero apellido. Cross es nombre de fabricante de quesos. Pero en fin, supongo que no se puede tener todo…
El capitan John Sommers se dirigio al mejor restaurante de la ciudad, dispuesto a comer y beber bien para olvidar las cinco semanas en compania de esa mujer. Traia varios cajones con las nuevas ediciones ilustradas de libros eroticos. El exito de los anteriores habia sido estupendo y esperaba que su hermana Rose recuperara el animo para la escritura. Desde la desaparicion de Eliza se habia sumido en la tristeza y no habia vuelto a coger la pluma. Tambien a el le habia cambiado el humor. Me estoy poniendo viejo, carajo, decia, al sorprenderse perdido en nostalgias inutiles. No habia tenido tiempo de gozar a esa hija suya, de llevarsela a Inglaterra, como habia planeado; tampoco alcanzo a decirle que era su padre. Estaba harto de enganos y misterios. Ese negocio de los libros era otro de los secretos familiares. Quince anos antes, cuando su hermana le confeso que a espaldas de Jeremy escribia impudicas historias para no morirse de aburrimiento, se le ocurrio publicarlas en Londres, donde el mercado del erotismo habia prosperado, junto con la prostitucion y los clubes de flagelantes, a medida que se imponia la rigida moral victoriana. En una remota provincia de Chile, sentada ante un coqueto escritorio de madera rubia, sin mas fuente de inspiracion que los recuerdos mil veces aumentados y perfeccionados de un unico amor, su hermana producia novela tras novela firmadas por 'una dama anonima'. Nadie creia que esas ardientes historias, algunas con un toque evocativo del Marques de Sade, ya clasicas en su genero, fueran escritas por una mujer. A el tocaba la tarea de llevar los manuscritos al editor, vigilar las cuentas, cobrar las ganancias y depositarlas en un banco en Londres para su hermana. Era su manera de pagarle el favor inmenso que le habia hecho al recoger a su hija y callarse la boca. Eliza… No podia recordar a la madre, si bien de ella debio heredar sus rasgos fisicos, de el tenia sin duda el impetu por la aventura. ?Donde estaria? ?Con quien? Rose insistia en que habia partido a California tras un amante, pero mientras mas tiempo pasaba, menos lo creia. Su amiga Jacob Todd -Freemont, ahora- que habia hecho de la busqueda de Eliza una mision personal, aseguraba que nunca piso San Francisco.
Freemont se encontro con el capitan para cenar y luego lo invito a un espectaculo frivolo en uno de los garitos de baile de la zona roja. Le conto que Ah Toy, la china que habian vislumbrado por unos agujeros en la pared, tenia ahora una cadena de burdeles y un 'salon' muy elegante, donde se ofrecian las mejores chicas orientales, algunas de apenas once anos, entrenadas para satisfacer todos los caprichos, pero no era alli donde irian, sino a ver las danzarinas de un haren de Turquia, dijo. Poco despues fumaban y bebian en un edificio de dos pisos decorado con mesones de marmol, bronces pulidos y cuadros de ninfas mitologicas perseguidas por faunos. Mujeres de varias razas atendian a la clientela, servian licor y manejaban las mesas de juego, bajo la mirada vigilante de chulos armados y vestidos con estridente afectacion. A ambos costados del salon principal, en recintos privados, se apostaba fuerte. Alli se reunian los tigres del juego para arriesgar millares en una noche: politicos, jueces, comerciantes, abogados y criminales, todos nivelados por la misma mania. El espectaculo oriental resulto un fiasco para el capitan, quien habia visto la autentica danza del vientre en Estambul y adivino que esas torpes muchachas seguramente pertenecian a la ultima partida de pindongas de Chicago recien arribadas a la ciudad. La concurrencia, compuesta en su mayoria por rusticos mineros incapaces de ubicar Turquia en un mapa, enloquecieron de entusiasmo ante esas odaliscas apenas cubiertas por unas falditas de cuentas. Aburrido, el capitan se dirigio a una de las mesas de juego, donde una mujer repartia con increible destreza las cartas del 'monte'. Se le acerco otra y cogiendolo del brazo le soplo una invitacion al oido. Se volvio a mirarla. Era una sudamericana rechoncha y vulgar, pero con una expresion de genuina alegria. Iba a despedirla, porque planeaba pasar el resto de la noche en uno de los salones caros, donde habia estado en cada una de sus visitas anteriores a San Francisco, cuando sus ojos se fijaron en el escote. Entre los pechos llevaba un broche de oro con turquesas.
– ?De donde sacaste eso! -grito cogiendola por los hombros con dos zarpas.
– ?Es mio! Lo compre -balbuceo aterrada.
– ?Donde! -y siguio zamarreandola hasta que se acerco uno de los matones.
– ?Le pasa algo, mister? -amenazo el hombre.
El capitan hizo sena de que queria a la mujer y se la llevo practicamente en vilo a uno de los cubiculos del segundo piso. Cerro la cortina y de una sola bofetada en la cara la lanzo de espaldas sobre la cama.
– Me vas a decir de donde sacaste ese broche o te voy a volar todos los dientes, ?esta bien claro?
– No lo robe, senor, se lo juro. ?Me lo dieron!
– ?Quien te lo dio?
– No me va a creer si se lo digo…
– ?Quien!
– Una chica, hace tiempo, en un barco…
Y Azucena Placeres no tuvo mas remedio que contarle a ese energumeno que el broche se lo habia dado un cocinero chino, en pago por atender a una pobre criatura que se estaba muriendo por un aborto en la cala de un barco en medio del oceano Pacifico. A medida que hablaba, la furia del capitan se transformaba en horror.
– ?Que paso con ella? -pregunto John Sommers con la cabeza entre las manos, anonadado.
– No lo se, senor.
– Por lo que mas quieras, mujer, dime que fue de ella -suplico el, poniendole en la falda un fajo de billetes.
– ?Quien es usted?
– Soy su padre.
– Murio desangrada y echamos el cuerpo al mar. Se lo juro, es la verdad -replico Azucena Placeres sin vacilar, porque penso que si esa desventurada habia cruzado medio mundo escondida en un hoyo como una rata, seria una imperdonable canallada de su parte lanzar al padre tras su huella.
Eliza paso el verano en el pueblo, porque entre una cosa y otra, fueron pasando los dias. Primero a Babalu, el Malo, le dio un ataque fulminante de disenteria, que produjo panico, porque la epidemia se suponia controlada. Desde hacia meses no habia casos que lamentar, salvo el fallecimiento de un nino de dos anos, la primera criatura que nacia y moria en ese lugar de paso para advenedizos y aventureros. Ese chico puso un sello de autenticidad al pueblo, ya no era un campamento alucinado con una horca como unico derecho a figurar en los mapas, ahora contaba con un cementerio cristiano y la pequena tumba de alguien cuya vida habia transcurrido alli. Mientras el galpon estuvo convertido en hospital se salvaron milagrosamente de la peste, porque Joe no creia en contagios, decia que todo es cuestion de suerte: el mundo esta lleno de pestes, unos las agarran y otros no. Por lo mismo no tomaba precauciones, se dio el lujo de ignorar las advertencias de sentido comun del medico y solo a reganadientes hervia a veces el agua de beber. Al trasladarse a una casa hecha y derecha todos se sintieron seguros; si no se habian enfermado antes, menos sucederia ahora. A los pocos dias de caer Babalu, les toco a la