la alfombra de espuma y me dormi inmediatamente a la luz artificial de aquella habitacion sin ventanas, ya que lo que al principio tomara por una ventana era, naturalmente, una pantalla de television, por lo que me adormeci con la impresion de que tras la placa de cristal un rostro gigantesco hacia muecas, meditaba sobre mi, reia, hablaba, disparataba… El sueno me libero como la muerte: incluso el tiempo se detuvo en el.

II

Me palpe el pecho con los ojos todavia cerrados: llevaba puesta la chaqueta de punto; si habia dormido sin desnudarme, significaba que tenia guardia. «?Olaf!», quise gritar, y me incorpore de repente.

Esto era un hotel y no el Prometeo. Lo recorde todo: el laberinto de la estacion, la muchacha y su temor, las rocas azules de la terminal sobre el lago negro, la cantante, los leones…

Mientras buscaba el cuarto de bano, encontre la cama por casualidad: estaba en la pared y cayo como un cuadrado nacarado y morbido cuando aprete un determinado lugar. En el cuarto de bano no habia banera ni grifo alguno, nada, solo placas luminosas en el techo y una pequena concavidad — tapizada de espuma — para los pies. No parecia existir una ducha. Me senti como un hombre de Neandertal.

Me desnude rapidamente y me quede con la ropa en la mano, porque no habia ninguna percha: solo un armarito en la pared, por lo que lo tire todo dentro. Al lado, tres botones: azul, rojo y blanco. Aprete el blanco: la luz se extinguio. Entonces pulse el rojo. Algo rumoreo, no agua, sino una rafaga de viento que olia a ozono y a algo mas: me envolvio completamente, sobre la piel centellearon gotas espesas y luminosas que se convirtieron en espuma y se volatilizaron; no senti ninguna humedad, solo una gran cantidad de agujas blandas y electricas que dieron masaje a mis musculos. Para probar, aprete el boton azul, y el viento cambio y fue como si me penetrara: una sensacion extremadamente singular.

«Una vez acostumbrado — pense —. puede resultar agradable.» En el ADAPT de la Luna no tenian nada semejante: los cuartos de bano eran corrientes. No se por que. Ahora la sangre circulaba mejor, me sentia maravillosamente, solo que ignoraba con que debia lavarme los dientes. Al fin renuncie. En la pared habia una pequena puerta con la inscripcion:

«Albornoces». Mire en su interior. No se veia rastro de albornoces, solo tres botellitas de metal. Pero como no estaba mojado, no necesitaba secarme.

Abri el armario donde habia echado la ropa y me sorprendi: estaba vacio. Era una suerte que hubiera dejado los calzoncillos encima del armario. Me los puse, volvi a la habitacion y empece a buscar el telefono para averiguar que habia ocurrido con mi ropa. Me parecia todo muy complicado. Por fin descubri el telefono junto a la ventana, como yo seguia llamando a la pantalla de television. Salto de la pared cuando empece a lanzar maldiciones; por lo visto reaccionaba a la voz. Era una mania idiota, ocultarlo todo en las paredes. Contesto la recepcion. Pregunte por mi ropa:

— La ha enviado a la lavanderia, senor — dijo una suave voz de baritono —. Le sera devuelta dentro de cinco minutos.

«Menos mal», pense. Me sente ante la mesa, cuya superficie se extendio solicitamente bajo mis codos en cuanto me apoye sobre ella. ?Como lo lograban? Uno no debe interesarse por cosas semejantes; la mayoria de personas utilizan la tecnologia de su civilizacion sin comprenderla.

Me quede sentado alli, desnudo, solo en calzoncillos, reflexionando sobre diversas posibilidades. Podia acudir al ADAPT. Si solo se tratara de aprender tecnicas y costumbres, no lo pensaria dos veces. Pero ya habia observado en la Luna que intentaban al mismo tiempo inculcar en todos una actitud determinada. Disponian de una escala de valores establecida, y cuando alguien no la aceptaba como propia, le tachaban — como siempre en general — de retrogrado, victima de resistencias inconscientes y la rutina de habitos antiguos. Yo no tenia la menor intencion de renunciar a mis habitos y resistencias mientras no estuviera convencido de que lo que me ofrecian era mejor. Las experiencias de la noche pasada no habian influido en esta decision mia. No queria ninguna escuela, ninguna rehabilitacion, y menos tan sumisa y repentinamente. Era interesante que no me hubieran impuesto esta «betrizacion». Tendria que descubrir el motivo.

Podia buscar a uno de ellos: Olaf. Esto ya seria una clara trasgresion de las recomendaciones del ADAPT. Porque no daban ninguna orden, solo repetian continuamente que actuaban por mi bien y que yo podia hacer lo que quisiera: incluso saltar directamente de la Luna a la Tierra — esto lo dijo el agudo doctor Abs —, si tanta prisa tenia. A mi no me importaba el ADAPT, pero con ello podia molestar a Olaf. En cualquier caso, le escribiria.

Tenia su direccion. En cuanto al trabajo, ?debia buscarme un empleo? ?Como piloto? Y entonces que…, ?hacer vuelos regulares Marte-Tierra-Marte? Sabia hacerlo bien, pero…

De pronto se me ocurrio la idea de que tenia dinero. En realidad no era dinero, se llamaba de otro modo, pero yo no comprendia la diferencia, ya que a cambio se podia obtener todo.

Pedi comunicacion con la ciudad; en el auricular vibraba una cancion lejana. El telefono no tenia numeros ni disco; ?tal vez habria que mencionar el nombre del banco? Lo tenia anotado en un pedazo de papel, y este se hallaba… en el traje. Mire hacia el cuarto de bano: el traje ya estaba en el armarito, recien limpio, y en los bolsillos encontre todos mis objetos personales, incluido el trozo de papel.

El banco no era un banco; se llamaba Omnilox. Pronuncie este nombre, y con tanta rapidez como si estuvieran esperando mi llamada, una voz profunda contesto:

— Omnilox al habla.

— Mi nombre es Bregg — dije —, Hal Bregg. Creo que tengo una cuenta en su casa… Me gustaria saber a cuanto asciende.

Un clic, y otra voz mas aguda pregunto:

— ?Hal Bregg?

— Si.

— ?Quien abrio esta cuenta?

— El Vekom, Vuelo Espacial, por orden del Instituto Planetologico y la Comision de Vuelos Espaciales de la ONU. Pero ya hace de ello ciento veintisiete anos…

— ?Tiene usted algun comprobante?

— No, solo un papel del ADAPT de la Luna, del director Oswanim…

— En regla. La cuenta asciende a veintiseis mil cuatrocientos siete iten.

— ?Iten?

— Si. ?Desea algo mas?

— Me gustaria disponer de algo de di…; es decir, de cierta cantidad de iten.

— ?En que forma? ?Desea tal vez un kalster?

— ?Que es esto? ?Un talonario?

— No. Podra pagar inmediatamente en metalico.

— ?Ah, si? Esta bien.

— ?Por que cantidad quiere abrir el kalster?

— ?Que se yo? Cinco mil…

— Cinco mil. Muy bien. ?Se lo mandamos al hotel?

— Si. Un momento…; he olvidado el nombre de este hotel.

— ?Nos llama usted desde alli?

— Si.

— Se llama Alearon. En seguida le enviamos el kalster. Solo una pregunta mas: ?no le ha cambiado la mano derecha?

— No. ?Por que?

— Por nada. En caso contrario, habriamos tenido que cambiar el kalster.

— Gracias — dije, y colgue. Veintiseis mil…, ?cuanto seria? No tenia la menor idea. Algo empezo a zumbar. ?Una radio? Era el telefono. Descolgue el auricular.

— ?Bregg?

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