— ?Era usted, entonces?
Estaba algo molesto. ?Que querrian de mi ahora?
Se sento. Yo tambien me sente, lentamente.
— ?Como se encuentra?
— Perfectamente He ido a ver al medico y me ha examinado. Todo va como una seda. He alquilado una villa y me propongo leer un poco.
— Muy sensato. A este respecto, Klavestra es lo ideal. Tendra montanas, tranquilidad…
Ya sabian que iba a Klavestra. ?Acaso me perseguian, o que? Me quede inmovil y espere la continuacion.
— Le he traido algo, de nuestra parte.
Me indico un pequeno paquete que habia sobre la mesa.
— Es la ultima novedad, ?sabe? — explico con vivacidad, aunque un poco forzada —. Cuando se acueste, solo tiene que poner en marcha el aparato… y de este modo, sencillamente y sin ningun esfuerzo, se enterara en pocas noches de muchisimas cosas utiles.
— ?En serio? Magnifico — dije. Ella sonrio y yo la imite, como un alumno docil —. ?Es usted psicologo?
— Si. Ha acertado… — Ahora titubeo. Observe que queria decirme algo mas.
— Si, digame…
— ?No se enfadara conmigo?
— ?Por que habria de enfadarme?
— Porque…, vera…, viste usted algo…
— Ya lo se. Pero voy a gusto con estos pantalones. Quiza, con el tiempo…
— Oh, no, no se trata de los pantalones. La chaqueta de punto…
— ?La chaqueta! — me asombre —. Me la han hecho hoy mismo y al parecer es la ultima moda.
?O no?
— Si. Pero la ha esponjado en exceso… ?Me permite?
— Si, claro — repuse en voz muy baja. Se inclino hacia mi, me toco el pecho con los dedos y exclamo quedamente:
— ?Que tiene ahi?
— Nada…, aparte de mi mismo — conteste con una sonrisa mordaz.
Entrelazo los dedos y se levanto. Mi serenidad, acompanada de una satisfaccion malevola, se disolvio de improviso.
— Sientese otra vez, se lo ruego.
— Pero… le pido mil perdones, pero yo…
— No hay de que. ?Hace tiempo que trabaja en el ADAPT?
— Este es el segundo ano.
— Asi que… ?este es el primer paciente? — Me senale a mi mismo con el dedo. Ella enrojecio un poco —. ?Puedo preguntarle algo?
Parpadeo. ?Acaso pensaba que iba a pedirle una cita?
— Por supuesto…
— ?Como hacen para que pueda verse el cielo desde todos los planos de la ciudad?
Se animo.
— Es muy sencillo. La television…, como antes la llamaban. En los techos hay pantallas que transmiten todo cuanto hay sobre la superficie, la imagen del cielo, de las nubes…
— Pero estos niveles no son muy altos — observe — y sin embargo, hay en ellos casas de cuarenta pisos…
— Una ilusion — sonrio —. Solo una parte de estas casas es real; su prolongacion es una imagen. ?Comprende?
— Si, eso puedo comprenderlo, pero no su utilidad.
— Es para que los habitantes de los distintos planos no se sientan perjudicados en ningun aspecto…
— Ya — conteste —. No es mala idea…, y otra cosa mas. Quiero conseguir libros. ?Puede recomendarme alguno de su rama? O mejor aun, compilaciones…
— ?Quiere estudiar sicologia? — se sorprendio.
— No, pero me gustaria saber lo que han hecho aqui durante este tiempo.
— Entonces yo le recomendaria el Mayssen — dijo.
— ?Que es eso?
— Un libro de texto.
— Querria algo mas completo. Compendios, monografias… Cosas de primera mano…
— Quiza resultarian demasiado dificiles.
Sonrei amigablemente.
— Y quiza no. ?En que estriba esa dificultad?
— La psicologia se ha matematizado mucho…
— Yo tambien. Hasta el punto en que lo interrumpi hace cien anos. ?Se necesita algo mas?
— Pero usted no es matematico, ?verdad?
— De profesion, no. Pero he estudiado. En el Prometeo. Alli habia mucho tiempo libre, ?sabe?
Asombrada y confusa, no dijo nada mas. Me dio un papel con diversos titulos de libros.
Cuando se hubo ido, volvi a la mesa y me sente pesadamente. Incluso ella, una colaboradora del ADAPT… ?Matematicas? Claro. Un hombre salvaje. «Los odio a todos — pense —. Los odio, los odio.» No sabia a quien me referia al pensarlo. A todos, supongo. Si, sencillamente a todos. Me habian enganado. Me enviaron alli sin saber lo que hacian, y mi deber era no regresar, como Venturi, como Arder y Thomas, pero yo habia vuelto para que me tuvieran miedo. Para vagar como un reproche viviente que nadie quiere aceptar. «Ya no sirvo», pense. Si al menos pudiera llorar. Arder podia. Decia que nadie ha de avergonzarse de sus lagrimas. Era posible que hubiese mentido al medico. No se lo habia dicho nunca a nadie, pero no estaba seguro de si lo habria hecho por otro. Tal vez si.
Por Olaf, mas tarde. Pero no estaba completamente seguro. ?Arder! ? Como nos habian destrozado, y como habiamos creido en ellos y sentido sobre y fuera de nosotros a la Tierra, a una Tierra que existia, que creia y pensaba en nosotros! Ninguno hablaba de ello. ?Para que?
No hay por que hablar de lo evidente.
Me levante. No podia seguir sentado. Me pasee de un extremo a otro.
Basta. Abri la puerta del cuarto de bano; ni siquiera habia agua para refrescarse la cabeza.
Por otra parte, vaya idea. Sencillamente histerica.
Volvi a la habitacion y empece a hacer el equipaje.
III
Pase toda la tarde en la libreria. No habia libros en ella; hacia casi medio siglo que no se imprimian. Y yo los esperaba tanto despues de los microfilmes en que consistia la biblioteca del Prometeo. No existian. Ya no se podia curiosear en las estanterias, sopesar gruesos tomos en la mano, saborear bien su volumen, que predecia la duracion del placer de su lectura. La libreria recordaba un laboratorio electronico. Los libros eran pequenos cristales de contenido acumulado, y se leian con ayuda de un opton. Este incluso se parecia a un libro, aunque solo tenia una pagina entre las tapas. Al tocar esta hoja, aparecian por orden las paginas del texto, una tras otra. Pero, segun me dijo el robot vendedor, los optones se usaban muy poco. El publico preferia los lectones, que leian en voz alta, y era posible elegir la voz, el ritmo y la modulacion preferida. Solamente se imprimian en paginas de plastico, que imitaban el papel, algunas publicaciones cientificas de audiencia muy reducida. Por ello pude meter en un bolsillo todas mis compras, aunque se trataba de trescientos titulos. Los libros parecian un punado de granos cristalinos. Escogi varias obras historicas y sociologicas, algo sobre estadistica, demografia y psicologia: de