venido hasta aqui contra su voluntad.
Agarro a la mujer por los hombros, y yo pense que estaba loco: por lo visto tenia la intencion de tirarla directamente al abismo de aguas atronadoras. La mujer le dijo algo; en sus ojos vi brillar la indignacion. Puse una mano en el hombro de cada uno de ellos, como para indicarles que me dejaran pasar, y coloque un pie en el puente, que se columpiaba y estremecia; avance muy despacio, guardando el equilibrio con los hombros, y perdiendolo un poco una o dos veces. De improviso el puente temblo de tal manera que casi me cai. Era la mujer, que sin esperar a que yo hubiera pasado, entro en el puente; por miedo de caerme, di un gran salto hacia delante, aterrice en el saliente mas pronunciado de una roca y en seguida me volvi.
La mujer no cruzo: volvio sobre sus pasos. El joven empezo a cruzar, asiendola de la mano. Las misteriosas formas de la niebla, nacida de la cascada, constituian con sus fantasmas blancos y negros el telon de fondo de sus pasos inseguros. El ya estaba muy cerca de mi; le alargue la mano, pero al mismo tiempo la mujer tropezo, y el puente empezo a oscilar. Tire del muchacho de tal modo que antes le hubiera arrancado el brazo que permitido que se cayera; el fuerte impulso le lanzo a dos metros detras de mi, de rodillas; pero habia soltado la mano de ella.
La mujer aun estaba en el aire cuando salte, con los pies por delante; salte en direccion a las olas que rompian entre la orilla y la pared de rocas mas proxima. Reflexione sobre ello despues, cuando tuve tiempo. En el fondo sabia que tanto la cascada como el viaje por el rio eran ilusiones. Como prueba tenia el tronco de arbol, a traves del cual habia pasado la mano.
Pese a ello, salte, como si la mujer pudiera efectivamente perder la vida. Incluso se todavia que de un modo instintivo estaba preparado para el choque con el agua fria, cuyas salpicaduras seguian cayendo sobre nuestros rostros y vestidos.
No senti nada aparte de una fuerte corriente de aire, y aterrice en una espaciosa sala sobre las rodillas ligeramente dobladas, como si hubiera saltado desde un metro de altura como maximo. Oi un coro de carcajadas.
Me hallaba sobre un suelo blando, como de plastico, y a mi alrededor habia mucha gente, muchos con la ropa todavia humeda. Tenian la cabeza levantada y se desternillaban de risa.
Les segui con la mirada, y fue muy desagradable.
Ni rastro de cascadas, rocas o cielo africano. Vi unicamente un techo luminoso y debajo…
una piragua que acababa de entrar, mas bien una especie de decorado, ya que solo recordaba una embarcacion por los lados y por encima; en el fondo habia una construccion de metal.
Sobre ella estaban echadas cuatro personas, pero a su alrededor no habia nada, ni negros, ni rocas, ni rio; solo de vez en cuando volaban, proyectados por tubos ocultos, finos chorros de agua. Algo mas lejos se encontraba algo parecido a un globo amarrado, que no se apoyaba en nada: el obelisco de rocas donde habia terminado nuestro viaje. Desde alli un puente conducia a un saliente de piedra que sobresalia de una pared metalica. Un poco mas arriba habia una pequena escalera con barandilla y una puerta. Esto era todo. La piragua que contenia a las cuatro personas se balanceo, se elevo y de repente volvio a bajar sin el menor ruido. Solo oi las expresiones de alegria que acompanaban a las diferentes etapas del viaje de la cascada, que en realidad no existia. Al cabo de un momento la piragua choco contra las rocas, sus ocupantes saltaron y tuvieron que cruzar el puente.
Debian haber transcurrido unos veinte segundos despues de mi salto. Busque a la mujer con los ojos. Me estaba mirando. Yo me sentia algo desconcertado y no sabia si debia acercarme a ella. La gente ya empezaba a irse, y un momento despues me encontre a su lado.
— Siempre me pasa lo mismo — dijo —, ?siempre me caigo!
La noche en el parque, los fuegos artificiales y la musica no parecian del todo reales.
Salimos mezclados con la multitud, todavia excitada; vi al acompanante de la mujer, que se abria paso hacia ella. No parecio consciente de mi presencia.
— Vamos a Merlin — propuso la mujer en voz tan alta que tuve que oirlo, pese a que no era esta mi intencion. Una nueva oleada de gente nos aproximo de nuevo. Volvi a encontrarme a su lado —. Tiene todo el aspecto de una huida — observo, sonriendo —. No te dan miedo las brujerias, ?verdad?
Le hablo a el, pero mirandome a mi. Naturalmente, yo podia sortear a los que me precedian, pero, como siempre en tales situaciones, lo que mas temia era hacer el ridiculo.
Ellos continuaron andando, se abrio un hueco, otras personas decidieron de pronto visitar asimismo el castillo de Merlin, y cuando yo tome la misma direccion, separado de ellos por unas cuantas personas, me asalto la duda de si me habria equivocado.
Les segui los pasos. En el cesped habia recipientes con brea ardiendo; su luz mostraba empinados bastiones de ladrillos. Cruzamos el puente que franqueaba el foso y pasamos bajo los dientes de una verja. Entonces nos envolvio la penumbra y el frio de un corredor de piedra, del que partia una escalera de caracol resonante de pasos humanos. El pasillo de arriba, de techo ojival, estaba mucho menos transitado. Conducia a una galeria desde la que se veia el patio, por el cual corria con estrepito una manada de caballos cubiertos con gualdrapas, montados por unos tipos vociferantes que iban en pos de una especie de monstruo negro; segui adelante con indecision, sin saber adonde iba, entre personas que poco a poco empezaba a distinguir. Vislumbre brevemente entre las columnas a la mujer y su acompanante.
En los nichos de la pared habia armaduras vacias; al fondo se abrio una puerta guarnecida de cobre que parecia hecha para gigantes. Entramos en una sala adornada con damasco rojo e iluminada por antorchas, cuyo humo resinoso irritaba la nariz.
En una de las mesas se atiborraba un bullicioso grupo de piratas y caballeros andantes.
Los asadores, lamidos por las llamas, giraban con enormes pedazos de carne; en los rostros relucientes de sudor se proyectaba un resplandor rojizo, los huesos crujian entre las mandibulas de los comensales cubiertos por 'armaduras, que muchas veces se levantaban de la mesa y se paseaban entre nosotros.
En la sala contigua habia muchos gigantes dedicados al juego de bolos, estos ultimos reemplazados por calaveras; todo el conjunto me parecio ingenuo y vulgar. Permaneci junto a los jugadores, que eran de mi misma estatura; alguien me embistio por detras y grito involuntariamente. Me volvi y le mire a los ojos: era un muchacho, que murmuro una disculpa y se alejo con rapidez y con una expresion embobada. La mirada de la mujer de cabellos oscuros que me habia atraido hasta este castillo encantado me explico lo sucedido:
el muchacho habia intentado pasar a traves de mi, tomandome por un irreal camarada de Merlin.
El propio Merlin nos recibio en un ala alejada del castillo, rodeado de cortesanos enmascarados que, inmoviles, le asistian en sus artes magicas. Pero yo ya estaba harto de todo ello y contemple sus hechicerias con indiferencia. El espectaculo fue breve y los presentes ya empezaban a irse cuando Merlin, magnifico con su melena plateada, nos corto el camino y nos indico en silencio una puerta forrada de crespon que habia en el extremo opuesto.
Solo invito a franquearla a nosotros tres. El no nos siguio. Nos encontramos en una sala no muy grande, pero alta de techo, una de cuyas paredes era un espejo que llegaba hasta el suelo de baldosas blancas y negras. Por ello la habitacion parecia de tamano doble del real, y daba la impresion de contener a seis personas en un tablero de ajedrez.
No habia muebles; solo una esbelta urna de alabastro con un ramo de flores semejantes a orquideas, pero que tenian calices extraordinariamente grandes. Cada flor era de un color diferente de las otras. Nos detuvimos ante el espejo.
De pronto mi imagen me miro. Este movimiento no era el reflejo de mi propia persona; yo estaba inmovil. El otro — alto, fornido- miro primero lentamente a la mujer de cabellos oscuros, y luego a su acompanante. Ninguno de nosotros se movio; solo nuestras imagenes, independizadas de modo incomprensible, vivian y representaban en silencio una pantomima.
El joven del espejo se acerco a la mujer y la miro a los ojos; ella nego con la cabeza, tomo las flores de la urna, las separo con los dedos y eligio tres: una blanca, una amarilla y una negra. Le dio a el la blanca y se acerco a mi con las otras dos. A mi… en el espejo. Me alargo las dos flores. Yo cogi la negra. Entonces ella volvio a su sitio y los tres — alli, en la sala del espejo — adoptaron exactamente las mismas posiciones en que nosotros nos habiamos inmovilizado. Al ocurrir esto, las flores que sostenian nuestros dobles desaparecieron. Ahora eran normales reflejos que repetian todos los gestos.
La puerta de la pared opuesta se abrio: bajamos por una escalera de caracol. Los nichos, columnas y bovedas se confundian con el plata y el blanco de los corredores de plastico.