importante. El espectador sabia que ella amaba a otro y enganaba a este joven; el tipico papel melodramatico de una mujer infiel. Un cliche sentimental. Pero Aen no lo interpretaba asi. Era una muchacha que siempre vivia el momento presente, libre de toda reflexion, sensitiva, sin rencor, un ser inocente gracias a la ilimitada ingenuidad de su crueldad, que hace infelices a todos porque no quiere hacer infeliz a nadie. En cuanto se hallaba en brazos de uno olvidaba al otro tan completamente que se creia de verdad en su momentanea honradez.
Todo aquel absurdo no importaba nada; solo importaba Aen, la eximia actriz.
El real era algo mas que un teleteatro: cuando yo miraba una parte del escenario, esta se agrandaba y ensanchaba; el espectador decidia por si mismo si queria ver un primer plano o toda la escena. Y las proporciones de lo que permanecia en el campo de vision no se desfiguraban. Era una endemoniada combinacion optica, que daba la ilusion de una vida sobrenatural, como ampliada.
Subi a mi habitacion para hacer el equipaje, ya que debia partir dentro de pocos minutos.
Resulto que tenia mas cosas de las que imaginaba. Aun no habia terminado cuando el telefono empezo a cantar: mi ulder ya estaba preparado.
— Bajo en seguida — conteste.
El robot del equipaje se llevo las maletas y yo ya salia de la habitacion cuando el telefono volvio a sonar. Vacile. La suave senal se repetia incansablemente. «No ha de parecer una fuga», pense y descolgue el auricular, no muy seguro de por que lo hacia.
— ?Eres tu?
— Si. ?Ya te has despertado?
— Hace mucho rato. ?Que has hecho?
— Te he visto. En el real.
— ?Ah, si? — dijo solamente, pero en su voz oi algo parecido a la satisfaccion, como si pensara: «Ahora es mio.» — No — replique.
— ?Que quiere decir no?
— Eres una gran actriz, pero yo soy algo muy distinto de lo que crees.
— ?No me lo ha parecido ya esta noche?
Interrumpio la frase. En su voz sonaba el regocijo, y de pronto volvio el sentido del ridiculo. Apenas pude dominarlo: un cuaquero de las estrellas, que ya habia caido una vez, desesperado, severo, casto.
— No — repuse, sobreponiendome —, no te lo ha parecido. Y me voy de viaje.
— ?Para siempre?
Le divertia esta conversacion.
— Oye… — empece, y no supe como continuar. Durante unos momentos solo oi su respiracion.
— Di, ?que mas? — pregunto.
— No lo se — y rectificando en seguida-: Nada. Me voy ahora mismo. Esto no tiene sentido.
— Claro que no tiene sentido — admitio —, y precisamente por esto puede ser maravilloso.
?Que has visto? ?Los verdaderos?
— No. La novia. Escucha…
— Eso es un desastre completo. Ya no soy capaz de verlo. Lo peor que he hecho en mi vida.
Ve a ver Los verdaderos, o no, sera mejor que vuelvas esta noche; te lo proyectare. No, no, hoy no puedo. Ven manana.
— Aen, no ire. Me voy de verdad…
— No me llames Aen, llamame «chica» — pidio.
— Chica, ?vete al diablo! — exclame.
Colgue el auricular, me senti terriblemente avergonzado, lo descolgue, volvi a colgarlo y sali corriendo de la habitacion, como si alguien me persiguiera. Baje al vestibulo y alli me entere de que el ulder se hallaba en el tejado, asi que subi hasta arriba. En el tejado habia un jardin con un restaurante y un aerodromo. En realidad un aerodromo restaurante, una combinacion de niveles, andenes voladores y ventanas invisibles; ni en un ano podria encontrar alli mi ulder. Pero me condujeron hasta el casi de la mano. Era mas reducido de lo que creia. Pregunte cuanto duraria el vuelo, ya que me apetecia leer.
— Alrededor de doce minutos.
No valia la pena abrir un libro. El interior del ulder recordaba hasta cierto punto un cohete experimental, Termo-Fax, que habia conducido una vez, pero con mas comodidades. Sin embargo, cuando la puerta se cerro tras el robot, que me deseo cortesmente un buen viaje, las paredes se hicieron transparentes, y como ocupaba el primero de los cuatro asientos — los otros estaban vacios —, tuve la impresion de que volaba en una silla dentro de un gran recipiente de cristal.
Muy gracioso, pero esto no tenia nada en comun con un cohete o un avion; mas bien con una alfombra voladora. Al principio, el extrano avion se elevo verticalmente, sin la menor vibracion, silbo durante largo rato y despues, como obedeciendo una orden, volo en linea recta. De nuevo ocurrio lo mismo que ya observara antes: la aceleracion no iba acompanada de un incremento de la inercia. Es dificil decir que clase de sensacion me domino, pues en el caso de que hubieran sabido independizar la aceleracion de la inercia, todos los problemas, tormentos, hibernaciones, pruebas, selecciones de nuestro viaje habrian sido completamente superfluos, por lo que podia sentirme como el conquistador de una cumbre del Himalaya que tras las indescriptibles dificultades del ascenso comprobara de improviso que alli arriba habia un hotel lleno de excursionistas porque durante sus esfuerzos solitarios habian construido un funicular en la otra ladera. El hecho de que si me hubiera quedado en la Tierra no habria conocido este misterioso descubrimiento no me consolo en absoluto, sino mucho mas la idea de que el nuevo invento quiza no habria podido aplicarse en la navegacion cosmica.
Naturalmente, esto era prueba del mas puro egoismo, y yo era consciente de ello; pero el shock era demasiado grande para que pudiera sentir verdadero entusiasmo.
Entretanto, el ulder volaba sin ruido. Mire hacia abajo: estabamos dejando atras la terminal, que quedaba rezagada como una fortaleza de hielo; sobre los pisos superiores, invisibles desde la ciudad, estaban las negras piqueras de los cohetes. Entonces volamos muy cerca de la casa aguja, la que tenia franjas plateadas y negras; sobrepasaba la altitud de mi vuelo. Desde la tierra no podia apreciarse su altura. Era como un puente que unia la ciudad con el cielo, y las «estanterias» que sobresalian de ella rebosaban de ulders y otros grandes vehiculos. En estos lugares de aterrizaje, las personas se antojaban semillas de amapola sobre una bandeja de plata.
Volamos sobre colonias de casas blancas y azules, sobre jardines; las carreteras eran cada vez mas anchas y los carriles policromos; los colores dominantes eran el rosa palido y el ocre. Un mar de casas se extendia hasta el horizonte, dividido de vez en cuando por franjas verdes. Tuve miedo de que continuara asi hasta Klavestra. Pero el ulder aumento la velocidad, las casas se desintegraron, se desintegraron en los jardines y en su lugar aparecieron curvas y rectas gigantescas de los caminos que discurrian por diversos niveles, se juntaban, se cruzaban, desaparecian bajo tierra, se precipitaban en forma de estrella unos contra otros y fluian por la superficie lisa y verdegris, iluminada por el sol del mediodia, por la que pululaban los gliders. Luego, entre cuadrilateros de arboles, se vieron enormes edificios con tejados que parecian espejos convexos; en sus centros brillaba un resplandor rojizo. Un poco mas alla las carreteras se separaron y ahora el verdor lo dominaba todo, interrumpido de vez en cuando por un cuadrado de otras plantas — rojas, azules —, que no podian ser flores, ya que los colores eran demasiado intensos. «El doctor Juffon estaria orgulloso de mi — pense —. El tercer dia y ya… Y que comienzo. Nada de conquistas corrientes.
Una actriz famosa, conocida en todo el mundo. No sentia mucho miedo, y si lo tuvo, fue un miedo que le causo placer. Ojala todo siguiera igual. Pero ?por que me hablo de la proximidad? ?Es este el aspecto de la proximidad? Y de que forma tan heroica salte a la catarata. Un gorila de nobles sentimientos. Pero de ello le ha resarcido ampliamente una belleza ante la cual se inclina la multitud: ?cuan noble habia sido tambien esto por parte de ella!» Me ardia el rostro. «Eres un estupido — me dije a mi mismo con indulgencia —. ?Que mas quieres? ?Una mujer? Ahora ya tenias una mujer. Tenias todo cuanto se puede tener aqui, ademas del ofrecimiento de entrar en el real. Ahora tendras una casa, pasearas por el jardin, leeras libros, contemplaras las estrellas y repetiras con serena modestia: he estado alli. He ido y he vuelto. Y eres tan afortunado que incluso las leyes de la fisica han trabajado para ti: aun tienes media vida por delante, y ?que aspecto tiene Roemer ahora, un siglo mas viejo que tu?» El ulder empezo a bajar, se oyo un silbido, la comarca, llena de carreteras blancas y azules que brillaban como pintadas con esmalte, se acercaba a mi. Grandes estanques y pequenas piscinas cuadradas enviaban hacia arriba los destellos del sol. Las casitas, colocadas sobre las cumbres planas de las colinas, fueron ganando tamano y claridad. En el horizonte, azul como el aire, habia una cordillera de cimas blanquecinas. Vi