cuales convertian en ficcion cualquier intercambio de experiencias, valores y pensamientos.
Asi pues, los que volvian eran intermediarios y portadores de noticias muertas, y su obra un acto de atolondrada e irreversible alienacion de la historia de la humanidad. Las expediciones espaciales constituian una desercion hasta ahora desconocida, la desercion mas costosa de todas de la esfera de los cambios historicos.
?Y por una locura semejante, por un desatino sin recompensa ni utilidad tenia que malgastar la Tierra sus mayores esfuerzos y renunciar a sus mejores hombres?
El libro terminaba con un capitulo sobre la posibilidad de ulteriores expediciones con ayuda de los robots. Estos, naturalmente, tampoco traerian otra cosa que noticias pasadas, pero asi se evitaria al menos la perdida de vidas humanas.
Luego habia un apendice de tres paginas en el que se intentaba responder a la pregunta de si existia la posibilidad de viajar a velocidades superiores a la de la luz, tal vez en uno de los llamados «contactos instantaneos con el cosmos», es decir, el paso por todo el espacio casi sin emplear tiempo, gracias a las cualidades todavia desconocidas de la materia y el espacio, por medio de una especie de «telecontacto». Esta teoria, o mejor dicho, esta hipotesis, que no se apoyaba en casi ningun hecho, tenia su nombre: teletaxia. Starck creia poseer un argumento que tambien destruia esta ultima posibilidad. Si existia realmente — afirmaba —, tenia que haber sido descubierta por una de las civilizaciones mas desarrolladas de nuestra galaxia, o de cualquier otra. En tal caso sus miembros podrian «televisitar» en un tiempo minimo todos los soles y sistemas planetarios, incluyendo el nuestro. Sin embargo, la Tierra aun no habia sido «televisitada», lo cual probaba que esta clase de viajes relampago por el cosmos podian ser imaginados, pero no convertidos en realidad.
Volvi a la casa un poco aturdido, con la sensacion casi infantil de haber sido ofendido personalmente. Ese hombre, el tal Starck, a quien no habia visto nunca, me ofendia como nadie lo habia hecho. Mis conocimientos insuficientes son incapaces de transmitir la despiadada logica de sus manifestaciones. Ya no recuerdo como llegue a mi habitacion ni como me cambie de ropa; de improviso senti deseos de fumar y observe que estaba fumando hacia rato, acurrucado sobre la cama, como si esperase algo.
Ah, claro: la comida, la comida en comun. Ocurria que me atemorizaba un poco la gente, aunque no quisiera confesarselo a nadie, ni siquiera a mi mismo. Por eso habia aceptado con tanta rapidez compartir la villa con unos extranos. Tal vez el hecho de que esperase a estos extranos era lo que me inspiraba aquella singular precipitacion, como si tuviera que dejarlo todo hecho y prepararme para su presencia, iniciado ya en los secretos de esta nueva vida.
Quiza no habria dicho esto con tanta claridad por la manana. Pero despues de leer el libro de Starck me abandono de pronto la timidez del encuentro. Saque del aparato de lectura el cristal azulado, semejante a un pequeno grano, y lo deje sobre la mesa, lleno de asombro y temor. Este objeto diminuto me habia puesto fuera de combate. Por primera vez desde mi regreso pense en Thurber y Gimma; desee volver a verles. Tal vez este libro tenia razon, pero siempre hay otra razon detras de nosotros. Nadie puede tener una razon absoluta; es imposible.
Una senal cantarina me saco de mi aturdimiento. Me estire el sueter y baje, dueno de mi mismo y ya mas tranquilo. El sol brillaba a traves de la parra de la galeria, el vestibulo, como siempre por la tarde, estaba lleno de una luz indirecta y verdosa. En la mesa del comedor habia tres cubiertos.
Cuando entre, la puerta de enfrente se abrio y los otros dos aparecieron. Eran bastante altos para este tiempo. Nos encontramos a medio camino, como los diplomaticos. Dije mi nombre, nos estrechamos la mano y nos sentamos a la mesa.
Sentia una especie de sosegada confusion, como un boxeador que acaba de ponerse en pie tras ser derrotado por una tecnica impecable. Asi es como contemple a la joven pareja, como desde un palco.
La muchacha tendria apenas veinte anos. No comprendi hasta mucho despues que era imposible describirla y que seguramente no se parecia a sus propias fotos: ni siquiera al dia siguiente podia recordar que clase de nariz tenia — recta o algo respingona —. Su modo de alargar la mano para coger un plato me deleitaba como algo valioso, como una sorpresa que no se produce todos los dias; sonreia con poca frecuencia y brevemente, como si desconfiara de si misma o se considerase demasiado impulsiva, demasiado alegre, o quiza tambien demasiado insolente, y tratara de no demostrarlo. Pero cada vez huia de su propia seriedad, se daba cuenta de ello y se divertia.
Como es natural, no dejaba de atraer mis miradas, y yo tenia que luchar para desviarlas.
No obstante, seguia contemplandola fijamente; sus cabellos parecian estar llamando al viento.
Incline la cabeza sobre el plato, alargue la mano hacia la fuente, casi sin mirar, y por dos veces estuve a punto de volcar el florero; en resumen, me portaba de un modo abominable.
Sin embargo, ellos apenas me miraban. Tenian en sus propias miradas una mutua intimidad, hilos invisibles de una comprension que les unia. No creo que en todo el rato intercambiaramos mas de veinte palabras, que fueron acerca del buen tiempo que hacia y de lo facil que era reponerse aqui.
El tal Marger era apenas una cabeza mas bajo que yo, pero esbelto como un adolescente, pese a tener mas de treinta anos. Iba vestido mas bien de oscuro; un tipo rubio de cabeza alargada y frente alta. Al principio me parecio extraordinariamente guapo, pero solo cuando su rostro estaba inmovil. En cuanto hablaba — casi siempre con una sonrisa para su mujer, y haciendo alusiones completamente incomprensibles para un extrano —, resultaba casi feo. No es que lo fuera en realidad, solo que entonces sus proporciones parecian desdibujarse, la boca se torcia hacia la izquierda y perdia expresion, e incluso la sonrisa era inexpresiva, aunque tenia los dientes blancos y regulares. Y cuando se animo, el azul de los ojos se intensifico demasiado y su mandibula se me antojo demasiado marcada; en conjunto, daba la impresion de ser un modelo de belleza masculina surgido de las paginas de una revista de modas.
En suma, me fue desde el principio extremadamente antipatico.
La muchacha — pues asi debia llamar a su mujer en mis pensamientos, incluso aunque no quisiera — no tenia ni ojos ni labios bonitos, ni tampoco un cabello que llamara la atencion; no habia en ella nada fuera de lo corriente. «Con una chica asi — pense — seria capaz de recorrer las Montanas Rocosas con una tienda de campana a la espalda.» ?Por que precisamente montanas? Su figura despertaba en mi asociaciones de noches pasadas en la region de pinos negros, y laboriosos ascensos a las cumbres, y tambien de la orilla del mar, donde no hay nada mas que arena y olas.
?Solo porque no llevaba los labios pintados? Yo sentia su sonrisa desde el otro lado de la mesa, incluso cuando no sonreia. En un arranque de atrevimiento, decidi contemplar su cuello; fue como si estuviera cometiendo un robo. La comida tocaba ya a su fin. Marger se volvio de pronto hacia mi; ?seguro que no me ruborice? Hablo un rato antes de que le entendiera. La casa solo poseia un glider y el, sintiendolo mucho, tenia que tomarlo para ir a la ciudad. ?Queria ir yo tambien, en lugar de quedarme aqui hasta la noche? Desde luego, podia enviarme otro glider desde la ciudad, o bien…
Le interrumpi. Empece a decir que no queria ir a ninguna parte, pero en seguida titubee y entonces oi mi propia voz contestando que si, que de hecho tenia intencion de ir a la ciudad, y puesto que el se ofrecia…
— De acuerdo — repuso. Ya nos habiamos levantado de la mesa —. ?Que hora le parece mas conveniente?
Intercambiamos frases amables hasta que logre hacerle confesar que tenia prisa. Le dije que para mi cualquier hora era buena. Acordamos encontrarnos al cabo de media hora.
Subi a la planta superior, algo asombrado del curso de los acontecimientos. El no me importaba nada, y yo no tenia absolutamente nada que hacer en la ciudad. ?Para que, pues, toda esta excursion? Ademas, su cortesia se me antojaba un poco exagerada. Si de verdad yo hubiera tenido prisa por llegar a la ciudad, los robots no habrian permitido que me marchase a pie. ?Querria algo de mi? Pero ?que? No me conocia en absoluto. Me devane — inutilmentelos sesos hasta que paso el tiempo y baje al vestibulo.
Su mujer no se veia por ninguna parte; ni siquiera se asomo a la ventana para decirle adios desde lejos. Al principio permanecimos callados en el gran vehiculo, contemplando las curvas y ondulaciones de la carretera, que serpenteaba entre las colinas. Luego empezamos a hablar.
Me entere de que Marger era ingeniero.
— Precisamente hoy tengo que controlar la selectestacion municipal — dijo —. Tengo entendido que usted tambien es cibernetico, ?verdad?
— De la Edad de Piedra — conteste —. Si, pero… perdone…, ?como lo sabe?
— En la agencia de viajes me hablaron de quien seria mi vecino. Como es natural, sentia curiosidad.