— Alli entre esa… chatarra, como usted la llama, podrian encontrarse algunos utiles y en bastante buen estado, ?no cree?

Me miro como si no comprendiera lo que le decia.

— Yo he tenido esta impresion — anadi lentamente.

— Pero este asunto no nos concierne — replico.

— ?Ah, no? ?A quien, pues?

— Es asunto de los robots.

— ?Por que? Nosotros hemos venido a controlar.

— No, no — dijo sonriendo, aliviado de haber averiguado por fin la causa de mi error —. Esto no tiene nada que ver con lo otro. Nosotros controlamos la sincronizacion de los procesos, su ritmo y su efectividad. No nos preocupamos de detalles como la seleccion. No es asunto nuestro. Aparte de que no es necesario, tampoco seria factible, ya que por cada persona hay actualmente dieciocho robots, y cinco de estos terminan diariamente su ciclo y acaban en el monton de chatarra. Esto significa dos mil millones de toneladas por dia.

Por lo tanto, comprendera que seria imposible controlarlo. Ademas, la estructura de nuestro sistema reposa precisamente en el concepto opuesto: los robots nos sirven, no nosotros a ellos…

No pude aducir nada en contra. En silencio, firme las hojas. Ya ibamos a separarnos cuando yo — de modo inesperado incluso para mi — le pregunte si producian robots a semejanza del hombre.

— Pues no — repuso, y anadio titubeando-: En un tiempo nos dieron mucho que hacer…

— ?Por que?

— Vera. ? Ya conoce a los ingenieros! Han llegado a ser tan perfectos en la imitacion que ciertos modelos no podian distinguirse de los seres vivientes. Mucha gente no podia soportarlo.

De pronto recorde la escena en la nave con la cual habia venido de la Luna.

— ?No podian soportarlo? — repeti —. ?Era tal vez una especie de… fobia?

— No soy psicologo, pero creo que podria llamarse asi. Pero ocurrio hace ya mucho tiempo.

— ?Ya no hay robots semejantes?

— Si, muchas veces se les ve en cohetes de corto alcance. ?Ha visto alguno?

Di una respuesta evasiva.

— ?Le queda tiempo para hacer sus gestiones? — pregunto con voz llena de ansiedad.

— ?Que gestiones?

Me vino a la memoria que habia fingido tener que atender un asunto en la ciudad. Nos separamos a la salida de la estacion, pues me acompano hasta la puerta Deambule un buen rato por las calles, fui al realon, sali sin esperar siquiera la mitad de la representacion y volvi a Klavestra de pesimo humor. A un kilometro de la villa envie el glider a su punto de origen y camine el resto del trayecto.

«No pasa nada. Son mecanismos de metal, alambres y vidrio, pueden montarse y desmontarse», dije para mis adentros. Pero no puedo huir del recuerdo de aquella sala, aquella oscuridad con las voces entrecortadas, aquel tartamudeo desesperado que ocultaba un significado excesivo, un exceso del temor mas normal. Al fin y al cabo, yo era un experto en tales cosas. El horrible temor de una subita destruccion no era irreal para mi como lo era para los otros, para estos sensatos constructores que lo habian fabricado todo tan bien. Los robots trabajaban hasta el fin con los de su especie, y los hombres no se mezclaban en sus cosas. Era un circulo cerrado de maquinaria precisa, que se creaba a si misma, se reproducia y se aniquilaba. Solo que yo habia escuchado innecesariamente los sintomas de su agonia mecanica.

Hice un alto en la colina. Bajo el sol oblicuo, el paisaje era de una belleza indescriptible.

De vez en cuando, luminoso como un proyectil negro, un glider pasaba por la cinta de la carretera, que apuntaba hacia el horizonte, sobre el cual se perfilaban los contornos de las montanas azulados y desdibujados por la distancia.

Y de pronto senti que no podia contemplar aquello, como si no tuviera derecho a hacerlo y como si en ello se ocultara un terrible engano. Me sente bajo los arboles, me cubri el rostro con las manos y lamente haber regresado. Cuando llegue a la casa, se me acerco el robot blanco.

— Le llaman por telefono, senor — dijo en tono confidencial —. Conferencia de Eurasia.

Le segui a toda prisa. El telefono se encontraba en el vestibulo, por lo que mientras hablaba podia ver el jardin a traves de la puerta de cristal.

— ?Hal! — grito una voz lejana pero clara —. ?Soy Olaf!

— ?Olaf…! ?Olaf! — repeti en tono triunfante —. Muchacho, ?donde estas?

— En Narvik.

— Y ?que haces? ?Como te va? ?Has recibido mi carta?

— Claro. Por eso he sabido donde buscarte.

Una breve pausa.

— Dime, ?que haces? — repeti, inseguro de pronto.

— Vamos, ?que quieres que haga? Nada. ?Y tu?

— ?Estuviste en el ADAPT?

— Si. Pero solo un dia. Luego me esfume. No podia, ?sabes?

— Si, lo se. Escucha, Olaf. He alquilado una villa aqui, ni yo mismo se por que, pero ?escucha! ?Ven a verme!

No contesto en seguida. Cuando hablo de nuevo, en su voz habia cierta vacilacion.

— Me gustaria ir. Quiza iria, Hal; pero ya sabes lo que nos han dicho…

— Si, pero no pueden hacernos nada. Por otra parte, ? que se vayan al cuerno! Limitate a venir.

— ?Para que? Reflexiona, Hal. Tal vez sera…

— ?Que?

— Peor.

— ?Como sabes que a mi no me va bien?

Oi su risa breve, en realidad un suspiro; tan tenue fue.

— ?Y por que quieres que vaya?

De pronto se me ocurrio una idea brillante.

— Olaf, escucha. Esto es como un veraneo, ?sabes? Una villa con jardin y piscina. Bueno, ya sabes como es todo ahora, ya sabes como viven, ?verdad?

— Mas o menos.

El tono con que dijo estas palabras era mas elocuente que ellas.

— Pues eso. Asi que atiende bien: vienes, pero antes procura conseguir guantes de boxeo.

Dos pares. Practicaremos un poco. ?Veras que estupendo sera!

— ?Muchacho! ?Hal! ?De donde quieres que saque los guantes de boxeo? Hace anos que no existen esas cosas.

— Entonces encarga que los hagan. No pretenderas convencerme de que no saben hacer cuatro malditos guantes. Nos construiremos un pequeno ring, y nos atizaremos de lo lindo.

Nosotros podemos hacerlo. ?Olaf! Supongo que ya habras oido algo sobre la betriacion, ?me equivoco?

— Claro que no. Podria decirte lo que pienso de esto, pero prefiero no hacerlo por telefono.

Alguien podria molestarse.

— Escucha. Vendras, ?eh? ?Lo haras?

Callo bastante rato.

— No se si tiene sentido, Hal.

— Esta bien. Entonces dime que planes tienes. En caso de que tengas alguno, no se me ocurrira imponerte mis caprichos, naturalmente.

— No tengo ninguno — contesto —. ?Y tu?

— Vine aqui para recuperarme, por asi decirlo, aprender un poco, leer, pero esto no son planes, es simplemente que no tengo nada mas que hacer.

— ?Olaf?

— Me parece que hemos empezado igual — rezongo —. Hal, es posible que esto no signifique nada. Puedo volver en cualquier momento, en caso de que se demuestre que…

— ?Vamos, callate! — exclame con impaciencia —. ?De que estas hablando? Haz el equipaje y ven. ?Cuando puedes estar aqui?

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