una menos diez, y como una, vez cada millon de anos las mujeres se anticipan a las citas, en vez de retrasarse, no queria correr este riesgo.

Capitulo XXVII

Nina Boone comparecio a la una y catorce minutos, lo cual era equitativo y por ello no dio pie a comentario alguno ni por una parte ni por la otra. Sali a su encuentro cuando la vi salir del hotel, la dirigi hacia donde estaba yo aparcado y abri la puerta del coche. Ella entro. Me volvi para observar y, efectivamente, vi a un sujeto que miraba a derecha e izquierda. No era conocido mio ni sabia su nombre, pero le habia visto antes. Me dirigi a el y le dije:

– Soy Archie Goodwin, el auxiliar de Nero Wolfe. Si es que va usted siguiendo a la senorita, habra observado que ha entrado en mi coche. No puedo decirle a usted que suba, porque tenemos que hacer juntos, pero le brindo las siguientes ideas: Puedo esperar a que usted coja un taxi, y apuesto a que le despisto en menos de diez minutos, o puedo sobornarle para que pierda usted la pista aqui mismo. Le ofrezco dos gratificaciones. Quince centavos ahora y otros quince cuando vea una copia de su informe.

– Ya estoy enterado de que solo hay dos maneras de tratar con usted -respondio-. Matarle, que es demasiado escandaloso, y la otra… Bueno, deme los quince centavos.

– Conforme -dije sacando las tres monedas y dandoselas-. Es a cargo de la A.I.N. Vamos a «Ribeiro», el restaurante brasileno de la Calle 52.

Dicho esto me meti en el coche, puse el motor en marcha y salimos.

Una mesa en un rincon de «Ribeiro» es buen lugar para la charla. La comida no es excesiva para quien esta acostumbrado a las minutas de Fritz Brenner; no hay musica y se puede mover el tenedor en todas direcciones sin correr el riesgo de herir a nadie mas que al companero de mesa.

– No creo -dijo Nina despues que hubimos encargado los platos- que me haya reconocido nadie. Sea lo que fuere, lo cierto es que nadie mira. Me parece que toda la gente modesta debe figurarse que es maravilloso ser celebre y que la gente le mire a una y que te senalen en los restaurantes y los locales. Yo misma lo pense en otro tiempo. Ahora no puedo sufrirlo. Me entran ganas de empezar a dar chillidos. Claro esta que no tendria esta sensacion si mi retrato hubiese salido en los periodicos por ser estrella de cine o por haber realizado algun acto notable…

Advertiase en la joven el deseo de expansionarse. «Bien, dejemosla que hable», pense yo.

– A pesar de todo -le dije-, habra sido usted bastante contemplada antes de que ocurriese todo esto. Es usted una persona digna de ser admirada.

– No se como lo puede usted decir… Tengo un aspecto ahora…

– Es mal momento para juzgar -dije-. Tiene usted los ojos congestionados, pero queda aun bastante terreno por considerar: Los pomulos forman una curva muy bonita y las sienes y la frente son de notable belleza. El cabello, como es natural, ha resistido intacto a la crisis. Cuando va usted por la calle, estoy seguro de que uno de cada tres hombres que la vean de espalda, se apresuraran a rebasarla para querer echarle una ojeada de frente.

– ?Y los otros dos?

– ?Quiere usted mas aun? Uno entre tres es una proporcion tremenda. Y de mi se decir que su cabello me atrae tanto que seria capaz de iniciar un trote para dejarla atras y poderla mirar.

– La proxima vez me sentare de espaldas a usted -dijo ella apartando la mano de la mesa para dejar sitio al camarero-. Tengo ganas de preguntarle, y tiene usted que responderme a ello, quien le dijo que me interrogase sobre el paradero de Ed Erskine.

– Todavia no. Tengo la regla absoluta de dedicar el primer cuarto de hora que paso con una chica a comentar su, aspecto. Siempre existe la posibilidad de que le diga algo que le sea agradable y ello favorece la conversacion posterior. Ademas, seria de mal gusto el empezar a trabajar mientras estamos comiendo. Tengo la mision de sonsacarle a usted todo lo que lleva dentro, pero no quiero empezar a hacerlo hasta el cafe y en aquel momento, si hay suerte, la habre colocado a usted en una disposicion de animo tal que se prestara hasta a ensenarme la documentacion.

– Me gustara mucho verlos sera interesante verle a usted actuar. Pero le he prometido a mi tia que volvere al hotel a las dos y media… ?Ah, a proposito! Le he asegurado que vendria usted conmigo. ?Querra usted venir?

– ?A ver a la senora Boone? -dije alzando las cejas.

– Si.

– ?Quiere verme?

– Si. Quiza solo por un cuarto de hora para que comente usted su aspecto. No me lo ha dicho.

– Con las chicas que pasan de los cincuenta anos, me bastan cinco minutos.

– Ella no pasa de los cincuenta anos. Tiene cuarenta y tres.

– Siguen bastando los cinco minutos. Pero si solo dispone usted de tiempo hasta las dos y media, me temo que lo mejor sera empezar antes de que su resistencia haya flaqueado. ?Se siente usted a gusto? ?Ha experimentado usted alguna inclinacion a ablandarse, a ceder, a apoyar la cabeza en mi hombro?

– Ni mucho menos. La unica inclinacion que he sentido ha sido la de tirarle de los cabellos.

– Entonces sera dificil; que se franquee usted. De todas maneras, ya lo iremos viendo en el curso de la cena. No ha terminado usted el combinado.

Se lo bebio. Trajeron luego el primer plato y empezo a comer con apetito.

– Me gusta -dijo-. Empiece usted a sonsacarme.

– Mi tecnica es bastante singular. Naturalmente, partire de la base de que desea usted que se descubra y se castigue al asesino. De no ser asi…

– ?Claro que lo deseo!

– Entonces, considere usted que intentamos una gestion directa y vamos a ver lo que resulta de ella. ?Conocia usted personalmente a alguno de esos pajaros de la A.I.N.?

– No.

– ?A ninguno de los seis?

– No.

– Y. ?que me dice de la gente de la A.I.N.? Habia quinientos en aquella cena. ?Conocia usted a alguien?

– La pregunta parece tonta, pero le dire que si… Quiza a algunos… o mas bien a sus hijos e hijas. Me gradue en el colegio de Smith hace un ano y alli conoci a una porcion de gente. Pero por mucho que rebusquemos en aquella noche, no aparecera ninguna orientacion.

– No cree usted, pues, que sirva de nada que lo intente.

– No. De todas maneras, tampoco tenemos tiempo.

– Bueno, ya lo veremos en otra ocasion. ?Que me dice de su tia?

– Pregunteselo, a ella. Quiza por esta razon es por la que ella quiere verle. Si se investigan todas las historias personales, creo que quedara firmemente establecido que la tia estaba profunda y exclusivamente dedicada a mi tio y a todo cuanto representaba y hacia este.

– No me comprende usted -dije-. Mire usted, para aclarar las cosas le pondre un ejemplo: Supongamos que Boone se enterase en Washington aquel martes por la tarde de cualquier cosa que hubiera hecho Winterhoff, de algo que le determinase a tomar una medida que afectase a los negocios de Winterhoff; supongamos que se lo dijese a su esposa cuando la vio en la habitacion del hotel, y que la senora Boone resultase conocer a Winterhoff y que mas tarde en el salon de recepcion, hablando con el despues de tomar dos combinados, le diese un barrunto de lo que se estaba preparando. A esto me refiero cuando le hablo de una nueva orientacion. Podria inventar millares de ejemplos, asi como he inventado uno, pero lo que hace falta es encontrar uno que haya sucedido en realidad. Por ello la pregunto a usted por el circulo de amistades de su tia. ?Tiene algo de malevolo?

– No, pero mejor sera que se lo diga a ella. De lo unico que puedo hablarle yo es de mi misma.

– Ciertamente. Es usted prudente y noble: 10 en conducta.

– Pero, ?que quiere usted que le diga? ?Quiere usted que le informe de que vi a mi tia cuchicheando en un rincon con Winterhoff o con cualquiera de esos micos? Pues no la vi. Y aunque…

– Si la hubiera usted visto, ?me lo diria?

– No, a pesar de que considero a mi tia mas pesada que una verruga.

– ?No le es a usted simpatica?

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