Mieza, a la grupa de tu padre, por el polvoriento sendero blanco, los cipreses que habia a cada lado suspiraban adios. Telamon solo deseaba ser un fisico; no queria mujeres, ni gloria ni oro. Esta es la primera razon por la que estas aqui.

– ?Cual es la segunda?

– En todos mis dias de vida, Telamon, nunca he encontrado otro par de ojos como los tuyos, ?agudos como los de un halcon! Te solias sentar y mirabas, sin perderte nada. «Ese es el hombre que quiero», pense, «es hora de que Telamon vuelva a casa». Estoy enterado de tu pequeno problema en Egipto. Los territorios persas te estan vedados -dijo Alejandro encogiendose de hombros y acomodandose mejor en el divan-. No puedes ir a Persia. Ningun macedonio es bienvenido en Grecia, aunque no lo parezca… Asi que, ?por que no reunirte con tus amigos? Las amenazas de mi madre te ayudaron a emprender el camino. Estas aqui, Telamon, porque no tienes ningun otro lugar donde ir y, por encima de todo, porque eres curioso. Tu curiosidad puede mas que cualquier otra cosa. ?Que mejor lugar para aprender tu oficio y mejorar tus habilidades? Antes de que se acabe el ano, tendras mas pacientes de los que jamas hayas sonado -apunto Alejandro extendiendo la mano y acariciando los cabellos de Telamon-. La verdad es que quiero que seas mis ojos, Telamon. Quiero que descubras al espia, al tal Naihpat. Quiero saber como murieron la muchacha y el explorador.

Seleuco les grito algo.

– ?Callate! -le grito Alejandro a su vez-. ?Estoy hablando! ?Recuerdas la Iliada de Hornero? -pregunto al fisico-. Solias citarla linea tras linea. Todavia guardo una copia debajo de mi almohada. ?Cuantas heridas describe Hornero?

– Ciento cuarenta y nueve.

Alejandro chasqueo los dedos y sonrio.

– ?Como fue herido Euripilo?

– Por una flecha emponzonada: quitaron la flecha y chuparon el veneno.

– ?Quien lo hizo?

– Patroclo, el gran amigo de Aquiles, en el canto once. Lavo la herida con agua caliente y luego la unto con la raiz agridulce de una planta.

Alejandro se acerco mas a su amigo.

– Nadie mas lo sabe -susurro-. Me dejaron otros dos mensajes escritos en un trozo de pergamino. El primero es del canto diecinueve de la Iliada: «El dia de tu muerte esta cerca».

– ?Que dice el segundo?

– Es del canto veintiuno, con un pequeno cambio: «Sufriras una muerte cruel en pago por la muerte de Filipo».

CAPITULO III

«De Dario, Rey de Reyes, a sus satrapas… a este asesino y ladron, a este hombre deforme, Alejandro, capturadlo entonces.»

De la version etiope de La historia del Seudocalistenes

La galera de guerra persa habia abandonado a sus escoltas despues de dejar Cios a babor, para abrirse paso a traves del Helesponto, al amparo de la bruma primaveral y del anochecer. Se trataba de una nave capitana de la flota imperial, con el casco de pino pintado de un color rojo sangre por encima de la linea de flotacion y de negro por debajo del coronamiento. A cada lado, junto al comienzo del espolon de bronce, habia la figura de una pantera que saltaba sobre una presa invisible; a continuacion, aparecia el ojo que todo lo ve, un talisman para defenderse de la mala fortuna. Memnon y sus capitanes se encontraban en la popa, tallada en forma de una hermosa concha blanca. Habian arriado las velas, quitado los mastiles, ocultado los gallardetes de guerra y reducido la intensidad de las luces de las lamparas y los fanales. Incluso el comitre Domenicus susurraba sus ordenes mientras el gran trirreme surcaba las aguas para tomar posicion delante de la ciudad de Sestos. Memnon sabia que era muy dificil que fueran descubiertos. Las nubes comenzaban a cubrir rapidamente el cielo estrellado y la bruma era una valiosa aliada, que se movia a veces como una cortina que se aparta. Los alertas vigias encaramados en lo mas alto de la proa y la popa veian la luz de las hogueras del campamento macedonio de Alejandro. Memnon escuchaba el chapoteo del agua contra el casco. Los remos recogidos parecian unos brazos enormes que esperaban la orden. El capitan y sus oficiales estaban atentos a cualquier peligro, fuese un subito cambio en la direccion del viento o la aparicion de otra nave.

– No quiero acabar en las rocas -susurro el capitan, otro nativo de Rodas como Memnon, al oido del general por enesima vez.

– Los dioses estan con nosotros -replico Memnon, que hizo un esfuerzo para no emprenderla a gritos con el capitan-. Todo ira bien.

Memnon se acerco a la borda y miro a traves del agua. No habia queches ni barcas de pescadores a la vista. Alejandro creia que el Helesponto estaba libre de la presencia de naves hostiles. El rodio sonrio para sus adentros. Hasta cierto punto estaba de acuerdo con las tacticas de Dario. ?Por que no hacer que Alejandro se confiara, que se creyera protegido por los dioses? Sin embargo, Memnon no creia en los dioses; solo confiaba en el poder de su brazo y su astucia. Arsites, el satrapa de Frigia, no sabia que se encontraba aqui. Memnon disponia de algunas naves y habia decidido tomar las riendas en el asunto. Diocles, el sirviente mudo, se le acerco. Apoyo una mano en el brazo de su amo, la senal de que deseaba hablar. Memnon le miro con una expresion de pena. Diocles seguia padeciendo con los mareos; tenia los ojos llorosos, le goteaba la nariz y mostraba manchas de vomito en los labios y la barbilla.

– ?Que pasa? -le pregunto el general con voz pausada.

Diocles hizo varios signos con los dedos.

– ?Crees que hubo un traidor entre nosotros? No me lo puedo creer. ?Lisias…!

Memnon hizo un gesto cortante con la mano y miro hacia la costa. De algun lugar bajo cubierta, sono el grito de un hombre, pero fue un sonido ahogado. Memnon escucho los ruidos de la gran nave de guerra: el crujido de las tablas de pino selladas con brea, el chirrido de los remos en los toletes. La nave cabeceada en la rapida corriente. De vez en cuando, uno de los timoneles daba una orden, transmitida a los remeros de las tres bancadas; entonces algunos de ellos hundian los remos en el agua suavemente para mantener el trirreme en su curso. Memnon habia sufrido un duro golpe, lo habian dejado fuera de juego. Seguia sin poder aceptar que Lisias habia sido un traidor. Tenia tanto que perder… Sin embargo, Dario habia sido contundente. Memnon penso en la siniestra torre de silencio, que se elevaba muy alto, con los cadaveres persas, envueltos en sus sudarios y colgados de las vigas. En el centro la jaula donde habia sido encerrado Lisias, sin comida ni agua, para esperar una lenta y dolorosa muerte. El rodio rezo para que Lisias se enfrentara a la parca con coraje, mientras estaba colgado entre el cielo y la tierra, con la unica compania de los muertos a su alrededor.

Diocles le toco la mano. Mas senales.

– Lo se -replico Memnon-. Arsites y Dario afirman que hay mas espias entre nosotros. No me lo creo.

Memnon miro con mayor atencion mientras el sirviente gesticulaba a gran velocidad. El general sacudio la cabeza; no conseguia entender. Diocles repitio los movimientos.

– Si, tienes toda la razon. Dario y Arsites no saben nada de todo esto. Quieren… Quieren que el lobo entre en el corral de las ovejas -aseguro bajando el tono de su voz-. Yo prefiero matarlo antes de que siquiera llegue a acercarse -preciso esbozando una debil sonrisa-. Un pequeno cambio de planes.

– ?Una senal, senor! -exclamo el capitan acercandose con un dedo senalando hacia la oscuridad-. Alli, senor. ?Al noroeste de nosotros!

Memnon miro entre la bruma. La nave se desvio un poco y vio el punto de luz de un farol. -?Los hombres estan preparados? El capitan asintio antes de alejarse. Memnon toco la mejilla de Diocles y camino hasta la proa, donde las senales eran respondidas por un sondeador con una lampara. Se acerco una barca de pesca. Memnon vio al timonel, a otro hombre junto a la vela suelta y a un tercero a proa. El timonel guio la barca con mucho cuidado hasta situarla bajo la proa del trirreme. Se lanzaron los arpeos. La embarcacion quedo bien sujeta por los tensos

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