daraicas de oro, la moneda de Persia, ocultas en un agujero. Le envias vino emponzonado al medico personal y amigo del rey. Has sobornado a un paje real. Eres la persona mencionada en una misteriosa advertencia al rey. ?Tu eres un traidor, Leontes!

– ?No, no, eso es una mentira!

– Te dire una cosa -advirtio Aristandro mientras se frotaba las manos-. No tendrias que estar aqui, Leontes. Es hora de que regreses a casa.

Aristandro miro al jefe de su guardia personal y le hablo en una lengua que Telamon no comprendio. Se dio una orden. Los hombres que estaban junto a Leontes le obligaron a levantarse.

– ?Que vais a hacer? ?Telamon, ayudame por favor!

Telamon cogio a Aristandro por el brazo, pero el nigromante le aparto.

– Ah, por cierto, puedes marcharte -ordeno Aristandro al paje-. Si te encuentro en el campamento dentro de una hora, te mandare crucificar. ?Vete! ?Tienes una hora! ?Si te vuelvo a ver, moriras!

El paje se levanto en el acto y salio disparado. Aristandro hizo un gesto a los celtas.

– ?Haced lo que os he dicho, llevadle a casa!

Leontes chillo y pataleo, pero fue inutil. Telamon amago levantarse, pero una mano musculosa lo retuvo por el hombro y el fisico contemplo impotente como se llevaban a Leontes fuera del circulo de los sacrificios, mas alla del altar hasta el borde del acantilado. Los guardaespaldas lo empujaron. El grito de Leontes resono en la noche mientras caia hacia las afiladas rocas del fondo.

– ?Quizas era inocente! -susurro Telamon.

– Ningun hombre es inocente -replico Aristandro-. Ademas, ?le habia prometido que le enviaria a casa!

CAPITULO IV

«Filipo dijo: 'Hijo mio, ambicionar un imperio mayor por Macedonia es demasiado poco para un espiritu tan vasto'.»

Quinto Curcio Rufo, Historia, libro 1, capitulo 4

Telamon paso una noche inquieta, plagada de pesadillas. Estaba de pie en una playa negra, delante de un mar rojo, donde sobresalian unos penascos oscuros. Unas formas siniestras iban y venian. No le hizo ninguna gracia cuando alguien lo desperto. Al abrir los ojos, se encontro con el rostro sonriente de Aristandro.

– ?Salvame, Apolo! -exclamo Telamon volviendose de lado-. ?Mis pesadillas se han convertido en realidad!

– Vamos, Telamon -replico Aristandro con un tono brusco-. Tenemos asuntos que atender. El rey insiste.

– ?El rey insiste! -protesto Telamon sentandose en la cama-. Anoche, Aristandro, llevaste a un hombre hasta el acantilado y lo arrojaste al vacio.

– ?Bebiste su vino? -le pregunto Aristandro dulcemente.

– No, lo arroje.

– ?Que hubiera pasado si lo hubieses bebido?

– Mis intestinos se habrian convertido en liquido durante dias, quiza semanas.

– Escucha -le advirtio Aristandro agachandose en una imitacion de Alejandro, con la cabeza ligeramente ladeada-. Tendria que haber mandado que crucificaran a Leontes. Quiza te hubiera matado. Desde luego, te hubiera debilitado. Muy pronto, Telamon, cruzaremos el Helesponto. Quiza ganaremos, o tal vez nos espera una derrota. Si esto ultimo es cierto, tendremos que retirarnos deprisa y tu ya sabes lo que sucede a los debiles y heridos en cualquier retirada. ?Quieres que los inmortales persas jueguen con tu cabeza, o pasar el resto de tu vida picando piedras en alguna de sus minas de plata? Leontes actuaba de manera sospechosa -apunto Aristandro insistiendo en sus explicaciones-. He revisado sus pertenencias. Tenia cicuta en polvo, oro persa y, lo que es mas importante, muy bien escondidas, cartas de acreditacion de Arsites, el satrapa persa. Por lo tanto, no llores por Leontes. Nadie le echara de menos. ?Ahora levantate, tenemos asuntos pendientes!

Aristandro salio de la tienda. Telamon solto un gemido. Aparentemente el coro se habia reunido con su amo y estaban cantando los versos de Los pajaros de Aristofanes.

– No me lo puedo creer -murmuro el fisico.

Telamon se veia en un campamento militar rodeado de asesinatos, ejecuciones sumarias, traiciones y conspiraciones. Nadie era aparentemente lo que decia ser. Aristandro se encontraba delante de la tienda, en el calido aire de la manana, muy entretenido en alabar a su grupo de degolladores por su conocimiento de la obra ateniense. Telamon exhalo un suspiro y se lavo apresuradamente. Se froto un poco de aceite en la barba y el cabello, se vistio con una tunica y un par de recias sandalias, cogio una capa y se reunio con Aristandro.

«Los hermosos chicos», como les llamaba Aristandro, le recibieron como a un hermano extraviado desde hacia tiempo. Las expresiones feroces fueron reemplazadas con abrazos de oso. El rostro de Telamon se vio apretujado contra prendas de cuero y piel que tenian el fuerte hedor de las perreras.

– Ves, Telamon -le advirtio Aristandro abriendo los brazos-. Te quieren. Te ven como su amigo -siguio diciendo al tiempo que se dirigia al coro con un tono excitado.

El jefe se acerco y, con una rodilla en tierra, cogio la mano de Telamon entre las suyas.

– ?No te apartes! -le advirtio el custodio de los secretos del rey-. ?Te estan jurando lealtad!

– ?Por que? ?Porque soy su amigo?

– No. -Aristandro sonrio-. Porque les he dicho que tu eres su fisico. ?Vamos!

Telamon miro a su alrededor. Los hombres de la guardia real ocupaban el recinto, vestidos sencillamente con capas y causias, sombreros de copa chata y ala ancha. Estaban dispuestos de manera que nadie pudiera salir del recinto sin que se le diera la voz de alto. Reinaba un extrano silencio. A pesar del sol cada vez mas fuerte y de la refrescante brisa matinal, que todos los soldados agradecian, no habian encendido las hogueras ni los apetitosos olores de la comida endulzaban el aire.

– Todos estan durmiendo -susurro Aristandro, pero en sus ojos habia una mirada alerta y furtiva.

– ?Y Alejandro? -pregunto Telamon.

– Alejandro duerme. Su justicia no.

Mas alla del recinto real, el campamento iniciaba la actividad y se habian encendido las hogueras para cocinar las gachas de cebada o trigo. Los mas afortunados tenian trozos de tasajo y los furrieles iban de hoguera en hoguera cargados con grandes cestos llenos con hogazas de pan de centeno que, junto con odres de vino, distribuian a las tropas para su comida de la manana. Fueron recibidos por diferentes olores, visiones y sonidos, como si fuese un mercado mas que un campamento militar. Campesinos y mercachifles habian llegado en enjambre desde las aldeas vecinas para vender alimentos y bebida, mercancia sobre la que volaban nubes de moscas. Un emprendedor barbero habia montado su tenderete a la sombra de un arbol: ofrecia cortes de cabello y barba, y afeites de aceite de almendras perfumado y de semillas de sesamo. Unos soldados que discutian la tarifa con una prostituta se olvidaron de la mujer para burlarse de un figurin ateniense, que ofrecia una vision exquisita, con las mejillas pintadas y la larga cabellera tenida impecablemente peinada y aceitada. Llevaba en una mano un enorme anillo de onice que no dejaba de exhibir mientras caminaba remilgadamente con toda la elegancia de una bailarina con sus botas de tacon alto y arrastraba su larga capa bordada por el suelo. Telamon le observo mientras el ateniense se alejaba, seguido por su amante, sin hacer el menor caso de las cuchufletas de los soldados.

– Los hombres tendrian que tener mas cuidado -susurro Aristandro-. Los hoplitas atenienses pueden vestir y comportarse como las mujeres, pero son muy diestros con la espada y se ofenden con demasiada facilidad.

Telamon continuo disfrutando del espectaculo. Habia llegado cuando anochecia y ahora tenia la oportunidad de ver el campamento de Alejandro en toda su extension, aunque muy poco de su orden y organizacion. Diferentes unidades se mezclaban con otras brigadas. Habia grupos que disponian de tiendas mientras que otros habian improvisado unas chozas con ramas y palos. Las mujeres y los ninos rondaban por todas partes a la busqueda de los vendedores de frutas y verduras frescas: uvas, pomelos, enormes calabazas y pepinos. Los panaderos vendian hogazas y pasteles con miel y vino. Los pescadores ofrecian congrios y pescado en escabeche. Un granjero habia instalado una venta de quesos donde el olor del ajo, aunque repugnante, resultaba preferible al hedor de la crema rancia. Los buhoneros ofrecian los objetos mas variados; sudorosos panaderos se afanaban en sus hornos cavados

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