Cleon estaba ante la entrada de la tienda de Perdicles, muy ocupado con su desayuno de pan y aceitunas. Perdicles se encontraba en el interior, sentado en el suelo. Leia un manuscrito y sus labios se movian como si hablara consigo mismo. Levanto la mirada cuando Telamon entro.
– ?Que te preocupa? -pregunte-. Vi como me mirabas en el bosquecillo.
Telamon se sento de cuclillas, tan cerca que Perdicles se apresuro a recoger el manuscrito y enrollarlo.
– Si te acercas un poco mas, Telamon, la gente comenzara a murmurar.
– ?Tienes cascaras de cebada? -replico Telamon.
– ?Que?
– Cascaras de cebada.
– ?Para que quiero las cascaras de cebada?
– Eso es lo que no dejo de preguntarme -contesto Telamon-. ?Por que un elegante y muy atildado fisico ateniense tiene cascaras de cebada enganchadas en su capa? ?Por que sus sandalias estan sucias de fango y tambien tienen enganchadas cascaras de cebada? ?Donde estan ahora? ?Era fango o estiercol de toro? Y otra cosa, ?por que estabas tan inquieto cuando me fije en todo esto?
– ?De que estas hablando?
– Lo sabes perfectamente, Perdicles. Has estado rondando por los corrales donde preparan los toros para el sacrificio. Caminaste por el barro para ir a buscar algunas de las cascaras de cebada que dan a los animales. ?Que utilizaste? ?Hojas de tejo machacadas o en polvo? No en la cantidad suficiente para matar al animal, pero si la necesaria para que sus entranas tuvieran un color peculiar. Nadie lo sospecharia. ?A ti te gustan tanto los animales! Nadie sospecharia, porque nadie hubiese visto nada sospechoso. En cambio, yo si que adverti algo sospechoso anoche: cascaras de cebada en tu capa, en un par de sandalias, arrojadas a un rincon, todavia con el estiercol pegado.
La arrogancia desaparecio del rostro de Perdicles. Su mirada se dirigio al rincon de la tienda donde todavia estaban las sandalias y la capa.
– Todavia no has tenido tiempo para limpiarlas -anadio Telamon-. Perdicles, ?cuanto tiempo hace que nos conocemos? ?Anos? Nuestros caminos se cruzan una y otra vez. ?En que estas involucrado? A ti no te importa un comino ninguna ciudad o reino. A ti, que mas te da si ganan los macedonios o los persas. ?Por que te escondes aqui, Perdicles? ?Huyes de algun marido enganado? ?De alguien que puede enviar a sus matones? -pregunto tocandole suavemente en la nariz-. Eres un fisico excelente, Perdicles. Sin embargo, tienes dos debilidades: las esposas jovenes y bonitas de los demas y el oro.
Perdicles trago saliva y se sento sobre los talones.
– Si Aristandro se entera -prosiguio Telamon, en voz muy baja-, Leontes no sera el unico fisico que intento caminar por el aire. Quiza me equivoque, pero todavia hay cascaras de cebada en tu capa. Aristandro hara preguntas -aviso separando las manos.
– ?Que quieres? -tartamudeo Perdicles.
– Las respuestas a dos preguntas. La primera, ?por que? La segunda, ?cuando dejaras de hacerlo?
– Quedate aqui -contesto Perdicles levantandose-. No, no te preocupes, respondere a tus preguntas, pero necesito a alguien mas.
Telamon se sento en un taburete. Escucho a Perdicles como decia a Cleon en un tono airado que se mantuviera apartado de su tienda y se ocupara de sus propios asuntos. Por primera vez desde su llegada al campamento macedonio, Telamon se sintio muy complacido consigo mismo.
– No todo es un misterio -murmuro.
Continuo sentado y se entretuvo escuchando los sonidos del campamento. Por fin reaparecio Perdicles acompanado por una figura encapuchada. El acompanante se quito la capucha y Telamon vio el rostro de mono de Ptolomeo, que mostraba una sonrisa burlona.
– Vaya, vaya, Telamon, no me sorprende que Alejandro te contratara. Dijo que tenias la mirada de un halcon.
Ptolomeo tenia todo el aspecto de estar sufriendo la resaca de la borrachera de la noche anterior. Chasqueo los dedos. Perdicles se apresuro a traerle un taburete. El general se sento y se froto los ojos inyectados en sangre.
– ?Que es lo que recetas para las resacas, Telamon?
– En primer lugar, no beber. Segundo, si lo haces, come bien y, durante el resto del dia, bebe mucha agua fresca.
– No tienes nada de soldado, Telamon -afirmo Ptolomeo con sorna-. ?Recuerdas el dia que libramos un duelo en los huertos de Mieza?
– ?Por que quieres continuarlo?
En el rostro de Ptolomeo aparecio una expresion dura.
– ?El toro para el sacrificio? A Perdicles le gusta el oro.
– ?Asi que lo hizo porque se lo ordenaste?
– Me gusta la victoria, Telamon -respondio Ptolomeo haciendo una inspiracion profunda-. Tu has visto el ejercito de Alejandro: una flota pequena y entre treinta y cuarenta mil hombres. Al otro lado del Helesponto, Dario puede reunir a mas de un millon. El propio Memnon puede reclutar una fuerza de mercenarios practicamente igual a la nuestra.
– Por lo tanto, eres de la opinion de que Alejandro no deberia cruzar.
– Todavia no. Necesitamos mas barcos, mas hombres, mas dinero. La flota persa de momento esta en el delta del Nilo. Algun dia regresara -observo acercandose a Telamon; el aliento aun le olia a vino-. Piensa en lo que podria ocurrir, Telamon. Alejandro cruza el Helesponto y cae en una emboscada. Tiene que emprender el camino de regreso al mar. Llegan noticias de que Grecia, dirigida por los atenienses, se ha rebelado. La flota persa, reforzada con los trirremes de Atenas, patrulla el estrecho -advirtio levantando una mano y curvando los dedos para formar una garra-. Necesitamos expulsar a la flota persa. Tendriamos que esperar hasta el otono, o quizas incluso hasta la primavera.
– ?Quieres que Alejandro haga lo que desea Ptolomeo? -replico Telamon-. Ese es el fondo de la cuestion, ?no es asi? ?Ptolomeo, que se cree hijo de Filipo, se ve como mejor general que Alejandro!
Ptolomeo desvio la mirada.
– ?Te has cansado, Ptolomeo, de ser el segundon? Si esto llega a oidos de Alejandro, te enviara de regreso a Pella con cadenas como a cualquier reo vulgar.
– Sin embargo, no lo hara, ?no es asi? ?Sabes por que, Telamon? ?Porque tu no solo eres un buen fisico, sino porque tambien eres un mojigato! Nunca te ha gustado ir por alli contando chismes. Ademas, la proxima vez que Alejandro haga un sacrificio, los auspicios no estaran manchados, sino que seran muy favorables -pronostico tendiendole una mano-. ?Estas de acuerdo, por los viejos tiempos?
Telamon estrecho la mano de Ptolomeo y asintio. El general se levanto y aparto el taburete de un puntapie.
– Por primera vez en mi vida, Telamon, estoy en deuda contigo. Oh, Perdicles -anadio al tiempo que sujetaba al fisico por los hombros y lo acercaba a el-, no te iras de la lengua, ?verdad?
Perdicles sacudio la cabeza vigorosamente, con una expresion de espanto.
– De lo contrario… -advirtio Ptolomeo mientras caminaba hacia la entrada, deteniendose un momento, con una mano apoyada en la cadera y mirando por encima del hombro-. Una pena lo del pobre Leontes, ?no os parece?
Solto una carcajada, corrio la tela de la entrada y salio. Telamon le hubiese seguido, pero Perdicles lo llamo.
– ?Que pasa?
– Ten cuidado -le advirtio el ateniense.
– Oh, no te preocupes -dijo Telamon sonriendo-. Es algo que tengo muy claro.
CAPITULO V
«La propia Tebas, tomada por asalto, fue saqueada y arrasada. Alejandro esperaba que tan severo ejemplo