– ?Puedo beber en la misma copa que utilizo la muchacha anoche? ?La que murio?
– Por supuesto.
Antigona fue al fondo de la tienda y trajo la copa llena de vino hasta la mitad.
– Le anadi un poco de agua, pero no es tan fuerte como el que el rey bebio anoche.
Aspasia trajo un taburete. Telamon le dio las gracias y se sento. Bebio el vino de un trago y luego observo la copa atentamente.
– No te preocupes -dijo Antigona recogiendo la labor y sonriendole-. Yo misma la limpie.
Telamon se volvio para senalar la mesa.
– Ella estaba sentada alli. Tu trajiste la copa. Yo anadi la pocima. ?Que paso despues?
– Tu y yo bebimos -contesto Antigona-. La dejaste sobre la mesa. Habia otras personas a nuestro alrededor.
– La vi moverse -intervino Aspasia en voz baja-. Una mano que la recogia y la dejaba mas cerca, pero no recuerdo quien fue.
Telamon volvio a observar la copa con mucho cuidado. Estaba hecha de un metal precioso, con un relieve de plata en el exterior que representaba a una muchacha con una lechuza de ojos saltones. El pie tambien era de plata y el interior del recipiente brillaba. Telamon devolvio la copa. Habia creido que la visita a la tienda le refrescaria la memoria, pero no habia sido asi. Se despidio. Hercules, a quien nadie le habia hecho caso, lo siguio al exterior.
– ?Adonde vamos ahora, fisico?
– A la jaula de los esclavos.
– Te ensenare el camino.
Telamon hubiera preferido ir por su cuenta, pero Hercules insistio en cogerle de la mano y guiarle. El griterio en el campamento era ensordecedor. Telamon vio que los hombres estaban inquietos. Ya no eran soldados. Se habian quitado las prendas de combate, ansiosos por encontrar un poco de sombra que los protegiera del sol ardiente y matar el tiempo con una partida de taba o de dados. Los unicos hombres con armaduras eran los oficiales que recorrian el campamento, atentos a intervenir si se producia alguna pelea.
– Te das cuenta del peligro, ?no? -pregunto el enano.
Se detuvieron un instante para pedir que los orientaran. La jaula de los esclavos estaba cerca del lugar donde guardaban los caballos. Un soldado, con una armadura de cuero y el casco a su lado, estaba agachado junto a la puerta. Se levanto al ver que se acercaba Telamon.
– Soy nuevo -grito levantando las manos para indicar que se detuvieran-. Pero tengo mis ordenes. Este es mi primer trabajo. Id a buscar a vuestras propias putas. ?Los esclavos son para vender, no para el uso personal!
– ?Callate! ?No sabes con quien estas hablando! -le replico el enano.
– Te dije que era nuevo -protesto el soldado.
Se rasco la barba renegrida y se enjugo el sudor de la frente. Tenia el rostro delgado y una expresion cruel, con un ojo medio cerrado por una cicatriz que atravesaba diagonalmente la frente hasta poco mas abajo de la oreja. Telamon le mostro el sello real. El soldado lo miro con curiosidad y se lo devolvio.
– ?De donde eres? -le pregunto Telamon.
– De Argos -contesto sonriendo y mostrando unos largos colmillos afilados que le daban un aspecto lobuno-. Me llamo Droxenius. Llegamos esta manana. Trazamos nuestra marca y hemos recibido nuestros dracmas. Esta es mi primera guardia, vigilar a los esclavos. ?El rey esta bien?
– No es asunto tuyo -replico el enano con un tono cortante.
Telamon solto la mano de Hercules.
– Puedes irte. Quiero estar solo.
Hercules se marcho no sin antes dedicar un gesto obsceno al centinela.
La jaula parecia una enorme cesta de mimbre. Droxenius levanto la tranca y, con un gesto burlon, invito a Telamon a que pasara.
– No hay gran cosa y el olor es nauseabundo.
Telamon entro. El centinela tenia razon. La jaula apestaba como una pocilga. En el extremo mas apartado, habia un grupo de personas a cual mas patetica, con los ojos hundidos, los rostros macilentos, como sombras del Hades. Estos eran los restos de la conquista de Alejandro, el fruto de su gran victoria sobre Tebas. Hombres y mujeres, desposeidos de sus familias, que ahora se enfrentaban a una vida de abusos y esclavitud. Telamon miro a la izquierda, donde habia una hilera de cantaros de agua; uno, tapado con una tabla, parecia la letrina. El hedor era nauseabundo. Solo se escuchaba el zumbido de las moscas; los esclavos permanecian en un silencio absoluto. Todas las miradas estaban fijas en Telamon. Parecian figuras espectrales que espiaban desde las sombras proyectadas por las rejas del techo. Telamon los conto. Habia como minimo unos cuarenta. Una persona le llamo la atencion, pero solo fue una vision fugaz; era una mujer pelirroja, de ojos brillantes, no opacos como los de los demas. Vestia una tunica verde oscuro muy sucia y se ocultaba detras de dos hombres. Una mujer, confundida en el grupo, comenzo a gemir sin mas. Telamon decidio que, con independencia de lo que pudiera suceder, era necesario hacer algo por estos pobres infelices. La mayoria eran ancianos; pagarian muy poco por ellos en la subasta de esclavos y, si continuaban aqui o seguian al ejercito, no tardarian en morir.
– Puedo hacer algo por vosotros -anuncio Telamon, aunque sus palabras le sonaron falsas mientras las decia y no provocaron reaccion alguna en el grupo-. Conseguire que os traigan mejores alimentos y agua fresca. Esto es una cloaca -afirmo quebrandosele la voz-. ?Alguna cosa mas?
– ?Podrias tirarte por el acantilado! -grito una voz de mujer.
Telamon estaba seguro de que habia sido la pelirroja. Por primera vez desde que habia entrado, el grupo se movio. Escucho unas risas.
– ?Podrias tirarte por el acantilado! -repitio la voz-. ?Y llevarte a todos los macedonios contigo!
Telamon controlo su genio.
– Estoy aqui para ayudar. Soy fisico.
– ?Entonces curate a ti mismo! -replico la voz.
– Necesito a un ayudante, un asistente -anuncio Telamon-. ?La persona que escoja, o se ofrezca voluntaria, sera libre!
Los ojos no mostraron ninguna emocion. Un anciano se levanto trabajosamente y hablo con acento dorico.
– Yo solia ser…, bueno…, era fisico.
Una mujer anciana le cogio de la mano y tiro suavemente para que volviera a sentarse.
– ?Hay alguien mas? -pregunto Telamon.
Silencio. Exhalo un suspiro, se volvio y comenzo a caminar hacia la salida.
– ?Quiza me buscabas a mi?
Telamon se volvio una vez mas. La muchacha pelirroja estaba ahora delante del grupo. Se acerco. Era de mediana estatura, con las piernas y los brazos fuertes y el cuerpo delgado. La cabellera roja formaba algo parecido a una aureola, como si se la hubiera peinado con los dedos, su unico vinculo con la vida normal. Sus ojos eran un tanto achinados, verdes y retadores en un rostro que no era muy hermoso, pero tenia mucha personalidad. La piel, aspera por el sol y el viento, mostraba el tinte amarillento propio de los meses de una nutricion deficiente; tenia las manos ronosas y el brazo izquierdo aparecia cubierto de fango hasta el codo. La muchacha siguio la mirada de Telamon.
– Algunos soldados querian divertirse -explico alzando la fuerte barbilla con el sobresaliente labio inferior y luego volviendo ligeramente la cabeza-. Pero no me forzaron. Nadie me ha forzado. Les dije que estoy consagrada a la senora, a Atenea, la diosa de la guerra.
– ?Lo estas?
– Lo estuve -respondio manteniendo firme su mirada-. Asi fue como sobrevivi. Era una acolita, una asistente, en el templo de Atenea en Tebas, muy cerca del Cadmea.
Telamon asintio. Ahora lo entendia. Cuando habian arrasado Tebas, Alejandro habia perdonado a los templos.
– ?Como es que te cogieron?
– Fui lo bastante idiota para salir en busca de un amigo. Dije a los soldados quien era, pero no me creyeron.
– ?Donde estan las glandulas salivares? -le pregunto Telamon por sorpresa.
– En la base de la lengua.
– ?Que bombea la sangre?