CAPITULO VI

«Filipo fue sucedido por su hijo Alejandro, un principe mayor que su padre tanto en virtudes como en vicios.»

Marco Juniano Justino, Historia del mundo, libro 9, capitulo 8

Hercules se adentro en el bosque, que era asi como lo llamaba, aunque en realidad no era mas que un grupo de arboles a sus buenos diez estadios del campamento. Miro hacia el camino recorrido. El terreno era irregular y la vision estaba oscurecida por los arboles dispersos y los arbustos y matorrales. Muy pocas personas pasaban por aqui; la zona estaba salpicada de pantanos, marismas, pozos y cienagas, y los heraldos del campamento habian pregonado que era lugar peligroso despues de que se ahogaran dos arqueros. En cualquier caso, el enano deseaba estar solo. Observaba cuidadosamente el suelo: era duro, recocido por el sol. Conocia las senales de peligro: los primeros brotes de un verde brillante. Uno de esos lugares lo tenia delante, a solo un tiro de piedra, donde la hierba crecia alta, flexible y fresca. A Hercules le gustaba estar solo. El campamento le ponia nervioso y, aunque su amo era poderoso, Hercules era objeto de continuas bromas. «?Ven aqui, chico! -le gritaba un soldado-. ?Tengo un trabajo para ti!»

Hercules cogio la pequena bota que llevaba al hombro, le quito el tapon y bebio el vino aspero. Quiza se emborracharia, dormiria la mona y regresaria al campamento al anochecer. Sentia una profunda lastima de si mismo. Le gustaban los palacios, con los sombrios y limpios pasillos, las puertas y las ventanas por las que podia colarse, los ojos de las cerraduras y las grietas por donde podia escuchar. En cambio, en terreno abierto, en un campamento maloliente, ?para que servia? Era muy dificil espiar en las tiendas; siempre tenia que tomar muchas precauciones. Si alguien descubria su sombra en la lona de una tienda en la que no tenia ningun derecho a estar… El enano se sento en una piedra y se quito un insecto de la barba. Aristandro se habia enfadado con el.

– ?Descubre esto! ?Enterate de aquello! -le habia gritado-. Se supone que tu eres mi pequeno gato, Hercules, y no has sido capaz de averiguar nada!

– ?Eso no es verdad! -le habia respondido en el huerto desierto-. ?Eso es una maldita mentira!

El habia intentado espiar, pero era muy dificil; habia tenido suerte con Leontes. Hercules se habia colado en la tienda y, cuando alguien entro, se habia ocultado rapidamente debajo de la cama, donde habia encontrado las dairicas de oro y las comprometedoras cartas que Leontes habia ocultado. Hercules se sorbio los mocos. En realidad, muchos de los que ahora estaban en el campamento griego habian estado en algun momento al servicio de Persia. Todos los dias llegaban nuevos contingentes de mercenarios, ademas de la muchedumbre que acostumbraba a seguir a las tropas atraida por la perspectiva de participar en el pillaje: adivinos de tierra adentro, hombres escorpion de Egipto, ladrones y timadores, mendigos profesionales y toda clase de delincuentes.

– Acuden como moscas a una boniga fresca -murmuro Hercules, apenado.

Habia dicho lo mismo a Aristandro mientras su amo se vestia con la peluca dorada y el vestido de mujer: «El pequeno secreto del custodio de los secretos del rey», afirmaba divertido cada vez que lo hacia. Si el rey no lo necesitaba, Aristandro se maquillaba el rostro, se pintaba los labios y se ponia la peluca, el vestido y una capa. Le encantaban los zapatos con tacones de las hetairas, las cortesanas de Atenas, ademas de los brazaletes y anillos. ?Aristandro era un tipo extrano! Su amo insinuaba que era un maestro de la magia negra y que podia invocar a los demonios, pero Hercules no se lo creia. Aristandro era un maestro del engano. El enano temia que su amo se cansara de el y decidiera contratar a otro espia. Incluso habia visto a algunos enanos entre los recien llegados. Habia advertido a su amo sobre esas nuevas incorporaciones, pero Aristandro no le habia hecho caso.

– El solo hecho de haber estado en Persia, no te convierte en un traidor -le habia contestado Aristandro con la aguda voz de falsete que utilizaba como parte del disfraz. Y dandole un golpecito en el pecho, prosiguio-: tu trabajo, enanito mio, es descubrir a los traidores. Quiero saber por que los sacrificios no son perfectos y, sobre todo, quien esta matando a nuestros guias.

Hercules tenia sus ordenes. Habia salido como una rata que husmea en la basura. Hasta ahora, habia capturado presas pequenas, como Leontes. Si le dejaran hacer, Hercules detendria a todos los fisicos. El enano los odiaba. Siempre le miraban como una curiosidad, como a un monstruo. Bien, ?a los fisicos les valdria mas no charlar tanto! Solo estaban aqui porque Alejandro lo habia ordenado y porque no tenian ningun otro lugar donde ir. Telamon era diferente. Hercules bebio otro trago de vino. Le gustaba Telamon: distante, un tanto frio, pero bondadoso, un hombre que le hablaba como a cualquier otro hombre, y no como a algo ridiculo.

Aristandro pensaba de otra manera. Su amo le habia senalado con una una pintada.

– Creeme, Hercules -le habia susurrado, mientras le sujetaba por el hombro haciendole estornudar por el fuerte olor de su perfume-. Telamon es un hombre muy peligroso.

– ?Por que razon, amo? -pregunto Hercules, que tenia algunas veces la impresion de que al custodio de los secretos le agradaba la idea de verse como a un nuevo Socrates, con su constante juego de preguntas y respuestas.

– Porque Telamon no tiene miedo de Alejandro -respondio Aristandro dejandose caer en un divan-. Y lo que es mas importante, no me tiene miedo. Por dos buenas razones, y te puedo dar mas si quieres. Telamon no cree en los dioses.

– Ni en la magia negra -anadio Hercules cinicamente.

Aristandro le habia dado una bofetada por el comentario.

– Si el no cree en los dioses, hombrecillo, ?como puede creer que Alejandro es hijo de un dios destinado a la gloria? Por ultimo -anadio Aristandro-, Telamon piensa por su cuenta. Oh, lo se todo de el. Cree en aquello que ve y siempre analiza todo lo que cree.

– ?Por que Alejandro le invito a venir? -pregunto el enano.

– ?No te hagas el estupido! Es obvio. A Telamon, no se le puede sobornar. Si da su palabra, la mantendra. Es un amigo de la juventud y, por encima de todo, dice a Alejandro la verdad y, como hemos discutido antes, eso puede ser muy peligroso.

Hercules inspiro profundamente; gozo con la fragancia. Le pesaban los parpados.

– ?Por que Telamon abandono Mieza? -pregunto.

Aristandro, acomodado en su pose femenina favorita, con un codo apoyado en uno de los cojines del divan y los dedos separados, imito el gesto elegante y displicente de una cortesana.

– Eso, mi querido enano, es algo que me encantaria saber. Es hijo de uno de los capitanes de Filipo, uno de sus favoritos, llamado Margolis, asi que Telamon se unio a Alejandro en la escuela de Aristoteles en los huertos de Mieza. ?Aristoteles! -exclamo-. Ese arrogante y zanquilargo filosofo. La cuestion es que un dia se presento Margolis y se llevo a su hijo, y aquel fue el final de la historia.

– ?Que edad tenia Telamon?

– Era un poco mayor que Alejandro. Unos catorce o quince anos. Ni siquiera Olimpia sabe la verdad. Intento sonsacarlo a Filipo pero el no solto prenda.

Se quebro una ramita. Hercules se volvio rapidamente. Dejo la bota en el suelo y busco la larga daga que llevaba sujeta al cinturon. Miro entre el follaje. El miedo le helo el sudor en la espalda. ?Le habian seguido desde el campamento? No habia nadie capaz de seguir a Hercules. ?Quizas este era diferente? ?Se trataria de alguno a los que habia interrogado? Un pajaro remonto el vuelo. Hercules exhalo un suspiro y volvio a sumirse en sus reflexiones. Su amo estaba descontento. Le habia ordenado que averiguara todo lo posible sobre el fisico, pero Telamon era desconfiado como un gato y astuto como una mangosta. No era dado a los cotilleos y a la charla; su comportamiento con aquel paje lo habia dejado claro. Hercules habia intentado ganarse su confianza, pero Telamon habia dado sobradas pruebas de que preferia componerselas solo. Incluso habia ido en persona a la jaula de los esclavos y habia vuelto con aquella pelirroja. El enano se llevo las manos a la entrepierna. La esclava tenia muy buen cuerpo, y eso era otra de las cosas que Hercules echaba de menos: a las damas de la corte que, despues de unas cuantas copas, se mostraban prodigas con sus favores. Aristandro le habia advertido que se mantuviera apartado de las prostitutas que seguian al ejercito.

«?Tienen todas las enfermedades que hay bajo el sol y mas! -habia afirmado-. ?No quiero que traigas aqui su inmundicia!»

A Aristandro le encantaba imitar a las mujeres, pero les tenia miedo, y Olimpia le aterrorizaba. ?Olimpia! En mas de una ocasion, habia intentado decir su nombre al reves. ?Como era? Ah, si, AIPMILO. ?No tenia sentido! A

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