de Alejandro no se aparto ni por un instante del rostro de Casandra.
– ?Destapa el cesto, Aristandro!
El nigromante lo destapo.
– Ensena a Casandra lo que he traido.
Aristandro le acerco el cesto. Alejandro solto el rostro de Casandra. La muchacha cogio los objetos que habia en el cesto: hebillas para el pelo con forma de saltamontes labradas en plata, un peine de marfil, un espejo de mano con el mango de oro y una jarrita con un tapon lacrado.
– Es una mezcla de olibano y almizcle -le explico Alejandro-. Mis regalos para ti, Casandra. No he traido nada para Telamon -anadio sonriendo a la pelirroja con una expresion displicente-. ?Tienes una lengua muy afilada! Aristandro, ve a la pocilga. Da a cada uno de los prisioneros una pieza de plata, un poco de pan y carne en una servilleta. Se pueden lavar en el mar. Una tunica -anadio el rey, que fue contando con los dedos-, una capa, un par de sandalias y un baston para cada uno. Diles que quedan en libertad, que pueden ir donde les plazca.
Casandra continuo mirandole con un aire de desafio. Alejandro fue a tocarla de nuevo, pero la muchacha se encogio. El rey le palmeo el hombro.
– Se como te sientes. A veces, como le sucedia a mi padre, la colera me ciega. El sacrificio sera perfecto - manifesto Alejandro rebosante de energia, como si quisiera convencerse a si mismo-. He ordenado a los alguaciles del campamento que expulsen a todos los indeseables.
Telamon, distraido, arrugo la nariz al percibir un olor acre que se colaba en la tienda.
– Lo se -murmuro Alejandro-. Estan quemando a los muertos, no solo a aquellos que fueron asesinados. Hay enfermos en el campamento; es hora de marcharnos. En cualquier caso, Telamon, quiero recompensarte, ?no es asi, Aristandro? Iremos a comer al campo, pero solo algunos escogidos. La senora Antigona ha aceptado ser mi agasajada. Los cocineros han estado atareados con los preparativos: vino, pato asado, frutas y pan recien cocido. Dejaremos atras el hedor del campamento. Solo tu, Telamon. Casandra ya ha recibido su recompensa.
El rey no estaba dispuesto a aceptar una negativa. Salio de la tienda al tiempo que hacia un ademan a Telamon para que lo siguiera.
– ?Que asesinatos? -susurro Casandra.
– Ya te lo explicare cuando vuelva.
Telamon siguio al rey al exterior. Hefestion esperaba en compania de Antigona. El rey se puso una capa militar y se tapo con la capucha.
– No quiero que adviertan mi presencia -declaro-. Los mozos nos esperan.
Abandonaron el recinto real. En la entrada, los pajes de Alejandro le ayudaron a armarse: un cinturon con una espada con la empunadura de marfil y una daga, ambas en sus vainas de plata. Hefestion se armo de igual forma. Alejandro arrojo un cinturon con una espada al fisico.
– Para que cortes lena -bromeo.
Entraron en el campamento. Ya habia pasado el mediodia y la mayoria de los hombres descansaba alli donde la sombra protegia del sol ardiente. La fuerte brisa marina ayudaba a refrescar el ambiente, aunque traia con ella el repugnante olor y nubes de humo negro de las piras funerarias que ardian en los acantilados.
Alejandro avanzo rapidamente por los angostos senderos y cruzo las lineas de los centinelas para ir al bosquecillo, donde Telamon se habia reunido con Aristandro a primera hora del dia. Alli aguardaban los mozos con los caballos. El animal de Alejandro era un precioso bayo con los arneses con tachones de plata y una montura hecha de piel de leopardo. Hefestion montaba otro bayo con las riendas brunidas, enjaezado con una piel de oveja blanca como la nieve. Para la senora Antigona, habia un palafren. Alejandro la ayudo a montar. Aristandro tenia lo que el llamo «un desgraciado jamelgo». A Telamon le dieron un brioso animal de dos anos que Alejandro habia bautizado con el nombre de
– No soy un jinete.
– Es un buen caballo -replico Alejandro ofreciendole las riendas-. Es mi regalo para ti.
Telamon cogio las riendas y, con la ayuda de un mozo, lo monto. El animal era muy docil y estaba bien adiestrado. Resoplo y sacudio la cabeza. El fisico se inclino para palmearle el cuello.
– Asi es como se hace -comento Alejandro-. Nunca maltrates un caballo.
Hefestion estaba llamando a la escolta: dos oficiales de caballeria de la brigada de los Companeros, vestidos con una tunica gris con vivos rojos, una coraza de cuero blanco y una falda del mismo material y color. Ambos llevaban cintos rojos, que era el color del regimiento. Cada uno llevaba un yelmo boecio e iba armado con una espada y una lanza corta.
– ?Es escolta suficiente? -pregunto Aristandro.
Alejandro lo miro por encima del hombro.
– Quiero llamar tan poco la atencion como sea posible. Es suficiente -declaro montando el bayo y dando la senal de marcha.
Hefestion llevaba de la rienda a la acemila cargada con las vituallas. Alejandro y el se reian de algo que habia ocurrido en el transcurso de la manana. El rey se comportaba como si se hubiera levantado fresco como un pajaro; no se hizo referencia alguna a su enfermedad o a los ataques de panico. Dejaron atras el bullicio de los alrededores del campamento. Los caminos y los senderos estaban atestados con caravanas de acemilas y columnas de hombres que marchaban. Por supuesto, el rey fue reconocido; los hombres se apartaban y golpeaban los escudos con las espadas o levantaban las lanzas en un saludo. Alejandro estaba de buen humor y se detenia una y otra vez para conversar con la tropa. Cuando veia a algun conocido, lo llamaba por el nombre, le preguntaba por la familia y comentaban lo que esperaban conseguir.
Antigona arrimo su palafren a la montura de Telamon y se quito la capucha. Estaba preciosa, con el viento alborotandole los cabellos rojizos, los ojos brillantes y las mejillas arreboladas.
– Es muy agradable estar lejos del campamento, Telamon. Me han dicho que has estado ocupado, que el rey necesito de tus servicios y que te has buscado una companera.
– El rey no tenia nada que no pudieran curar unas cuantas horas de sueno profundo y sin sobresaltos -contesto Telamon.
– ?Mirad, un buen presagio!
Hefestion senalaba hacia el cielo, donde un aguila planeaba en el viento, mientras escrutaba el llano en busca de una presa. Aristandro asintio. Intento disertar sobre por que las aguilas traian buena suerte, pero nadie le hizo mucho caso. Hefestion tenia problemas con la acemila y Alejandro le tomaba el pelo.
– Si no eres capaz de dominar a una pobre bestia, ?como puedes mandar a una brigada?
Hefestion le replico con una obscenidad. Alejandro solto la carcajada y se volvio para senalar el panorama.
– ?Una buena tierra! -grito por encima del hombro-. Al menos, para la caza. Mirad cuantas variedades de arboles: olmos, robles, fresnos, laureles y abetos -manifesto senalando los bosquecillos que salpicaban la ondulada llanura de hierba-. Unos cuantos arroyos y rios mas y cualquiera diria que hemos vuelto a Macedonia.
Telamon recordo las llanuras, los rios caudalosos, las marismas y los enormes bosques de su tierra natal. Sacudio la cabeza.
– Las llanuras de Tracia -susurro- nunca me haran anorar mi casa.
En cualquier caso, la campina era agradable. Aqui y alla se veia alguna casa de campo donde se cultivaba, aunque la mayoria de los campesinos habian escapado a los pueblos cuando aparecio el ejercito de Alejandro. Habia tramos del camino que estaban bordeados de abetos que ofrecian una sombra mitigante del calor de aquella manana, que a Telamon se le hacia cada vez mas dificil soportar. Lamento que en las prisas por salir del campamento se hubiera olvidado el sombrero de alas anchas que muchos de sus compatriotas usaban para protegerse del sol.
– ?Por que Alejandro ha decidido dar este paseo? -pregunto a Aristandro, quien cabalgaba en su jamelgo, sumido en sus pensamientos.
– Su Excelencia -respondio Aristandro en un tono sardonico- siempre se ha caracterizado por su impetuosidad. Lamento que decidiera no traer mas guardias -apunto mirando por encima del hombro a los dos oficiales de caballeria, que charlaban alegremente como ninos a los que llevan de excursion.
– El campamento esta cerca -senalo Telamon-. Aqui no corremos ningun peligro.
Aristandro sacudio la cabeza, como si tuviera dudas.