victorioso Apolo. Droxenius cogio la espada y la sostuvo de manera que la hoja brillara al sol. Luego bajo el arma y miro a su alrededor, con una mirada triste.

– Si cualquiera de vosotros quiere marchar…

– Ya tienes nuestra respuesta -replico uno de sus companeros mientras cogia un punado de hierba que utilizo para secarse-. ?Victoria o muerte!

– Muy bien -replico Droxenius sonriendo-. Vamos a reflexionar unos minutos.

Se levanto para ir hasta el limite de la sombra. La mente del capitan de los mercenarios estaba llena de recuerdos e imagenes. Los fantasmas se agrupaban a su alrededor: su bella esposa, su hermana y su hermano, las facciones rudas de su abuelo; la casa, cerca del Cadmea en Tebas, con las paredes encaladas, los patios y los huertos en flor, todo convertido ahora en una masa de cenizas y restos calcinados. El y sus companeros habian jurado por la tierra, el cielo, el agua y el fuego, por lo mas sagrado, que vengarian la destruccion. A pesar de que la venganza era la razon de su vida, a Droxenius le resultaba dificil pensar en la muerte en un dia como este. El esplendor de la hierba que se extendia ante sus ojos, amarillenta por el sol, y la alfombra de jacintos y azafran como un mar de petalos azules y naranjas, los frondosos arboles, los tamariscos con sus capullos de colores vivos, los diferentes tonos verdes de los sauces y los olmos, todo evocaba recuerdos de dias felices.

Uno de los companeros se le acerco.

– Somos muy afortunados. ?Como lo has sabido?

– El tirano es impetuoso -respondio Droxenius, sin volverse-. Es la unica debilidad de Alejandro. Lo ha hecho antes, esto de salir a cabalgar hacia lo desconocido con un punado de companeros. Algunas personas dicen que es un gesto de amistad. Otros, que necesita alejarse para pensar. Da igual. Ahora se nos presenta la ocasion, nuestra gran oportunidad. Nunca tendremos otra -sentencio mirando hacia el cielo.

– ?Que haremos si salimos victoriosos? -pregunto el mercenario.

– Nos abriremos paso hasta la costa. Robaremos una barca o capturaremos un pesquero, y regresaremos para reclamar nuestra recompensa. No hace falta decir nada mas.

Volvieron a reunirse con los demas y se prepararon para el combate. Se pusieron las tunicas y, encima de estas, las corazas de placas de bronce. Cada uno ayudaba al otro: unian las dos mitades de la coraza, ataban los lazos, aseguraban los cierres de los hombros y abrochaban la correa que rodeaba la cintura para mantener unida toda la estructura. Se colocaron las faldas de guerra, que caian como una cortina de correas de cuero hasta las rodillas, y se cineron los cinturones con las espadas. Ataron bien las sandalias y se sujetaron las espinilleras de bronce acolchadas para protegerse las piernas. Luego recogieron los escudos y deslizaron los brazos por las correas, para despues equilibrarlos cuidadosamente y asegurarse de que las correas aguantaban. Formaron un circulo, Droxenius tendio la mano con la palma hacia arriba y los cuatro companeros la cubrieron con las suyas.

– Se tiene que hacer -susurro Droxenius-. ?Asi que, a por el!

Recogieron los grandes yelmos corintios con los penachos rigidos, cada uno tenido de un color diferente. Los yelmos transformaron completamente su apariencia y ahora parecian la encarnacion de los dioses de la guerra. Los pesados yelmos les tapaban las orejas y gran parte de sus rostros quedaba oculta por el ancho protector de la nariz, que les llegaba hasta el labio superior. Droxenius volteo el escudo y contemplo la cara de la gorgona pintada en el frente.

– Si esta cara -musito- bastara para convertir a mis enemigos en piedra…

Desenvaino la espada. Los demas hicieron lo mismo y, detras de su lider, cruzaron el campo. Los arbustos y los arboles los ocultaron mientras avanzaban sigilosos como lobos hacia la guardia de Alejandro.

* * *

Telamon estaba sentado a la sombra de un roble. Contemplaba el alegre fluir de las aguas del arroyo que corria unos pocos pasos mas alla. Se habian quitado las sandalias y, despues de lavarse los pies, habian saciado la sed. Hefestion se habia encargado de repartir las viandas. Aristandro estaba de mal humor y rezongaba quejandose de que no le veia ningun sentido a todo esto. Antigona y Telamon se comieron el ultimo trozo de queso, sumidos en sus pensamientos. Alejandro y Hefestion estaban sentados, como dos chiquillos, con las cabezas juntas. El rey le daba instrucciones sobre lo que aun quedaba por hacer. Telamon decidio no hacer caso de las protestas de Aristandro y se reclino en el tronco del arbol.

– ?Lo has escuchado? -le pregunto Alejandro-. Hefestion dice que solo disponemos de provisiones para otros treinta dias. Despues tendremos que comenzar a vivir de lo que de la tierra.

– Mis noticias todavia son peores, mi senor -respondio Telamon, sin siquiera molestarse en abrir los ojos y espantando a una mosca molesta-. Si nos quedamos mucho mas, el campamento se volvera inhabitable. Las letrinas rebasaran su capacidad y, con el aumento de la temperatura, las enfermedades no tardaran en propagarse.

– ?Hay que hacer el sacrificio! -insistio Alejandro-. ?Despues marcharemos!

Telamon abrio los ojos. Habia oido un ruido al otro lado de la cumbre de la colina, donde se encontraban los guardaespaldas reales. ?Habia sido un grito? ?El estrepito de metales? Hefestion y los demas no hicieron caso, pero Alejandro se volvio, con la expresion de un sabueso, y murmuro algo por lo bajo. El fisico estaba seguro de que habia sido una maldicion. Aristandro advirtio la inquietud de Telamon.

– ?Que pasa?

Telamon se levanto y camino alrededor del roble, con la mirada puesta en la colina. Atisbo un movimiento; se le seco la boca. Cinco figuras aparecieron en la cumbre. Por alguna razon, recordo inmediatamente unas lineas del poema de Hornero: la sorpresa de los troyanos cuando Aquiles abandono su tienda y avanzo hacia ellos. Durante unos segundos, las cinco figuras permanecieron alli, oscuras y siniestras, recortadas contra el cielo. Hefestion se levanto de un salto.

– Quiza sea un grupo que viene del campamento -opino.

Telamon miro hacia donde estaban los caballos maneados, sin los arreos ni las monturas.

– Ni lo pienses -le dijo Alejandro en voz baja secandose el sudor de las manos en la tunica-. Los caballos se espantaran y tendremos que cabalgar cuesta arriba. ?Seran mas un incordio que una ayuda!

Telamon miro por encima del hombro. Antigona no habia dicho ni una palabra. Permanecia inmovil, con los ojos muy abiertos y el rostro palido; movia los labios silenciosamente como si recitara una plegaria.

– No provienen del campamento -afirmo Telamon-. No creo que vengan a traernos vino y pan fresco. Los dos guardaespaldas tienen que estar muertos. Han venido a matarnos.

Las cinco figuras avanzaron, no en una carga, sino sin prisas, cuidadosamente. La brisa trajo el tintineo de las armaduras y el escalofriante roce de las sandalias en la hierba. Los cinco iban armados como los hoplitas. No llevaban capas y se movian como un solo hombre, separados por menos de un palmo. El sol brillaba en las espadas desenvainadas y en los escudos sostenidos contra los pechos.

– Son mercenarios -murmuro Alejandro-. Mirad como van vestidos, los anticuados yelmos, como llevan los escudos, ni demasiado altos ni demasiado bajos, con los cuerpos ligeramente vueltos, preparados para unir los escudos como proteccion ante una lluvia de flechas.

– ?Este no es un campo de ejercicios! -exclamo Aristandro-. Tendriamos que haber traido arcos y flechas y mas guardaespaldas.

Alejandro sonrio, mientras se balanceaba sobre las puntas de los pies.

– Podriamos correr mas rapido que ellos -sugirio Hefestion.

– Tu y yo, quiza, Telamon, si -respondio el rey-. ?Pero Aristandro y Antigona? En cualquier caso, Alejandro de Macedonia no escapa ante nadie.

Telamon estaba banado en sudor, con la garganta reseca. Recordo la daga que habia desenfundado en la taberna de Tebas y como la habia clavado tan rapido, tan facilmente en el cuerpo de aquel oficial persa. ?Podria volver a hacer lo mismo? A pesar del miedo, estaba fascinado por la reaccion de Alejandro; el rey se divertia, disfrutaba con la proximidad del combate.

– ?Que hacemos? -pregunto Hefestion.

Los cinco hoplitas continuaban avanzando lentamente y con paso mesurado. Telamon distinguio los ojos brillantes y los rostros barbudos. Percibio el olor -sudor y cuero- y se pregunto quien los habia enviado.

– Tendremos que pelear-advirtio Alejandro acercandose a las armas y desenvainando la espada con el pomo de marfil, al tiempo que recogia la capa y se la envolvia en el brazo izquierdo y Hefestion y Telamon le imitaban-.

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