dentro como fuera de los muros de la fortaleza, los estanques brillaban a la luz del sol, bien surtidos de carpas y muchas otras variedades de peces. Bosquecillos de robles, alamos, abetos y encinas servian como cotos de caza, donde el satrapa practicaba su deporte preferido. Por lo comun, Arsites y su corte pasaban muchas horas en el parque, dedicados a comer y beber, pero, en aquel fatidico dia, no habia nadie que paseara por los jardines y el silencio solo lo rompian los chillidos de los pavos reales que cortejaban en los prados acabados de regar.
En el interior, en la mal iluminada sala de audiencias, Arsites y su corte recibieron a Memnon el griego. El mercenario rodio, vestido con una sencilla tunica, no hizo el menor caso de los magnificos tapices decorados con las fantasticas formas de pajaros y animales exoticos. Permanecio sentado, incomodo, en el divan dorado, con la mirada fija en la pequena mesa de acacia que tenia delante, colmada de frutas y copas ornadas con tigres de plata y llenas hasta el borde con vino blanco helado. Memnon solo tenia ojos para Arsites, ataviado con una exotica y lujosa tunica sobre una fina camisa de tela dorada y pantalones bombachos. Calzaba babuchas rojas y plateadas y se cubria la
Memnon penso que no eran mas que unas mujerzuelas. Intento controlar su irritacion, consciente de que su juicio era injusto. Arsites y sus companeros, tendidos en los divanes, podian vestir como unas cortesanas, pero todos eran valientes guerreros, ansiosos por enfrentarse a Alejandro. Esto era lo que preocupaba a Memnon por encima de todo lo demas. Miro a su derecha, donde Cleon, el rubio fisico con cara de tonto, recien llegado del campamento de Alejandro al otro lado del Helesponto, bebia ruidosamente una copa de vino. Luego miro el rostro sonriente de su criado y hombre de confianza Diocles, quien le advirtio con la mirada, como habia hecho antes del banquete, que contuviera su temperamento y no se comportara groseramente con Arsites, Mitridates, Nifrates y los demas.
– ?Estas bien, general Memnon? -pregunto Arsites extendiendo una mano para coger un grano de uva del bol que tenia delante.
– Estoy bien, pero atareado.
La aspera respuesta de Memnon interrumpio la charla; se hizo el silencio ante esta falta de etiqueta. Arsites cogio otro grano de uva y se lo metio en la boca.
– Tengo noticias para ti -advirtio el satrapa con una mirada hostil-. El macedonio esta en Troya. ?Ha cruzado desde Elaeum!
– ?Que? -exclamo Memnon apoyando los pies en el suelo y mirando a su anfitrion con furia-. ? Cuantos hombres ha traido?
– Sesenta trirremes; un pequeno ejercito de tres mil soldados.
Memnon cogio la copa de vino.
– De haberlo sabido, podriamos haber enviado barcos, tener una fuerza esperandolos. Crei que cruzaria con los demas a Abidos y, desde alli, emprenderia la marcha hacia el sur. ?Para que tenemos a un espia en su campamento? ?No tendria que habernos avisado de sus intenciones?
– Al parecer, fue algo que lo pillo por sorpresa. Una decision que Alejandro tomo repentinamente.
– ?Lastima de oportunidad desperdiciada! Estaba seguro de que cruzaria con los demas -lamentaba Memnon hablando casi para el mismo, con la mirada puesta en el tapiz detras de Arsites-. Podriamos haberle tendido una trampa, podriamos haberlo matado.
– Lo atraparemos y lo mataremos -replico el satrapa con voz languida-. General Memnon, ?quien dio las ordenes de desembarcar a un grupo de asesinos y enviarlos al campamento de Alejandro?
El mercenario miro de reojo a Cleon, que no apartaba la mirada de la copa.
– Si, nuestro buen fisico nos comunico la informacion -anadio Arsites-. Alejandro mato a los asesinos y apilo sus armas como un trofeo delante de su pabellon.
Memnon murmuro una breve plegaria, una despedida a Droxenius y los demas.
– Eran hombres buenos. Murieron con honor en combate. ?Que mas puede pedir un soldado? -pregunto mirando a su alrededor.
No le gustaba la atmosfera; sus anfitriones eran corteses pero reservados. «No confian en mi», penso el rodio. Su inquietud fue en aumento y el recuerdo de Lisias encerrado en aquella jaula de hierro reaparecio en su mente. En el patio le esperaban diez hoplitas. Ahora se arrepintio de no haber traido a mas hombres de su ejercito de quince mil mercenarios acampados al este, no muy lejos de la fortaleza.
– Alejandro sera atrapado y matado -repitio Arsites, que lo miraba atentamente.
Memnon escucho un ruido y miro por encima del hombro. Vio como se abria la puerta y entraban en la sala seis de los guardaespaldas de Arsites, armados con escudos y las espadas desenvainadas. Cleon dejo de masticar y tambien levanto la
– ?Puedo recordarte, Arsites, que disfruto del favor personal del Rey de Reyes? -manifesto Memnon con un tono que disimulaba perfectamente su nerviosismo.
– Asi es, desde luego.
– ?El tal Naihpat? -prosiguio Memnon-. ?Sabes acaso quien es?
– No lo sabemos, ?no es asi, Cleon? -apunto Arsites levantando la copa y brindando por el fisico medio borracho.
– Busque y busque -farfullo Cleon, con lengua estropajosa-. Segui buscando… Pero ?quien es? -pregunto moviendo la cabeza atras y adelante como si se tratara de un juego infantil-. No lo se.
– Entonces, vales muy poco como espia -afirmo Memnon.
Arsites miro al general mercenario.
– Es util para algunas cosas.
La inquietud de Memnon aumento. Desde que habia dejado Persepolis se habia mantenido en contacto permanente con el satrapa y sus generales. Antes de venir, ya se barruntaba que Droxenius y sus companeros habian fracasado en su mision; de haber tenido exito, la noticia se hubiera propagado con la rapidez del viento.
– ?Que cosas?
– Quienquiera que sea Naihpat, cuya identidad solo conoce el senor Mitra, ha hecho un buen trabajo. Tenemos informes de que Alejandro tiene dudas. Los guias que contrato -Arsites sonrio- han sufrido bajas.
– ?A que te refieres?
– Algunos de ellos han sido asesinados, como tambien lo ha sido Critias, el dibujante de mapas. Alejandro podra avanzar hacia el sur, pero caera directamente en nuestra trampa. El hombre que ha matado a su propio padre…
– No tienes ninguna prueba de eso.
– Ni falta que nos hace -replico el satrapa-. Es un parasito, un tufo maloliente en la nariz del Ahura-Mazda, que lo hara caer en nuestras manos.
Memnon sacudio la cabeza
– No, no debes oponerte al macedonio.
– ?Que nos recomiendas que hagamos? -pregunto Nifrates, el joven general sentado a la diestra de Arsites, hombre de piel mas clara que el satrapa y facciones delicadas, pero con una mirada feroz, implacable-. ?Cual es tu recomendacion, general?
– Que nos retiremos. ?Debemos quemar todas las casas, los graneros y los campos! ?Matar el ganado o espantarlo! ?Arrasar la tierra!
– ?Jamas!
La replica de Arsites fue aplaudida por sus colegas.
Memnon los miro con una expresion de suplica. Se escucharon el grito de un pavo real y los trinos de las aves en las jaulas doradas. Arsites sacudio la cabeza y esbozo una sonrisa.
– El divino -declaro Memnon- me ha otorgado el mando…
– Te otorgo el mando de quince mil mercenarios -le interrumpio Arsites- y el derecho a sentarte en este consejo de guerra. Tu no eres el Rey de Reyes, Memnon. No puedes…
– Manifestare todas las opiniones que considere necesarias -replico Memnon, con una expresion de colera-. He combatido contra el macedonio. La sorpresa, la velocidad, el salvajismo: nunca te has enfrentado a nada ni siquiera remotamente parecido. Escucha -apunto el rodio intentando razonar-. Alejandro marchara sin apartarse de la costa.